Cuando a fines del año
1935 visité Marruecos el tema general de las conversaciones giraba en torno a
las actividades de los espías de las potencias extranjeras. Tánger se había
convertido en una especie de cuartel general de los diversos Servicios
Secretos. En Algeciras comenzaba ya esa atmósfera de turbia vigilancia y
contravigilancia que se extiende por toda África costera al Mediterráneo.
Entre las verídicas
historias y aventuras de espías que me fueron narradas, ésta que se titula
"La cadena del ancla" es la que conceptúo la más terrible.
Estaba una noche sentado
en la mesa de un café de ese patio de calle que se llama el Zoco Chico de
Tánger, en compañía de un hombre uniformado con el modestísimo traje azul de
agente de hotel. Este hombrecillo, de ojos repletos de malicia, miraba pasar
los burros de los indígenas entre las mesas, al tiempo que me decía
caritativamente:
-En África no hable nunca
de política. Desconfíe siempre y de todo el mundo.
Por seguir su consejo,
empecé a desconfiar de él.
Hacía el servicio de
corredor de hotel entre dos importantes establecimientos de Algeciras y Tánger.
Es decir un pie en España y otro en África. Su verdadero oficio era de policía.
Lo que ignoro es a qué policía servía, si a la inglesa, a la francesa, a la
española o a la italiana. Él era muy amigo de otro hombre que atendía el
surtidor de nafta, estratégicamente ubicado a la salida del camino que conduce
de Tánger a Tetuán.
El hombre del surtidor de
nafta era un ciudadano de cara sonrosada, ojos celestes y sonrisa estúpida, que
hablaba en francés, inglés y... árabe.
De este ciudadano
modesto, que con el conocimiento de tres idiomas se consagraba al cuidado de un
surtidor de nafta, me dijo un día Sergia Leucovich:
-Fíjese usted. Ese hombre
en el sitio que trabaja controla la filiación de todo el pasaje que va de
Tánger a Melilla a Ceuta o Tetuán.
El hombre del surtidor de
nafta pertenecía al Intelligence Service.
Estaba, como comencé
narrando, una noche bajo los focos voltaicos del Zoco Chico con el corredor de
hoteles, que no se quitaba jamás su uniforme azul y gorra de inmensa visera de
hule, cuando acertó a pasar, guiado por un lazarillo, un europeo gigantesco,
andrajoso ciego tan melenudo como un indígena del Borch, la barba en collar y
los pies calzados con unas pantuflas de piel de cabra. Extendió la mano y todos
dejaron caer en su platillo algunas monedas. Cuando el mendigo se hubo alejado,
el corredor de hoteles me dijo:
-Ha visto bien a ese
hombre, ¿no?
-Demasiado.
-¿Y qué cree usted que es
él?
-¡Hombre, no lo sé!
-Pues ese ciego es un
oficial de marina.
-¡Oficial de marina... y
mendigando!
-¿Le interesaría conocer
esa historia?
-Sí.
El corredor de hoteles se
respaldó en la silla, le pidió un té verde al camarero y comenzó su relato:
-Para Leonesa, acusada
del asesinato de un oficial de marina británico, hubiera sido preferible que
jamás una coincidencia la librara de la horca, que la esperaba en Inglaterra.
Ella había matado para salvarse; posiblemente lo que le interesaba a la policía
británica no era castigar a la asesina de un súbdito de Su Majestad, pero el
lntelligence Service también necesitaba interrogarla.
"En cierto modo, el
responsable de todo lo que ocurrió fue el fotógrafo judío Ismael Abraham, agente
confidencial del caudillo musulmán nacionalista Yama Mohamed, nieto del gran
Raisuli.
"La cosa ocurrió
así. "Ismael Abraham entró a la oficina de la policía marítima del puerto
de Ceuta. Tenía que visar su pasaporte, pues esa noche se embarcaba para
Málaga, donde diligenciaría diversos asuntos. Ismael entró al despacho de
policía e hizo estos gestos:
"Echó la mano al
bolsillo interior de su saco y extrajo una libreta negra. Dentro de la libreta
negra estaba su pasaporte. Dejó la libreta negra sobre la mesa y le entregó el
pasaporte al oficial.
Éste conocía al fotógrafo
y conversaron de algunas bagatelas. El oficial selló el pasaporte de Abraham y
el fotógrafo se echó al bolsillo el pasaporte y la libreta. Luego
salió, echando a caminar por los muelles en dirección hacia la compañía de
navegación.
"Sin embargo, a
mitad del tránsito tuvo una sensación extraña. Su bolsillo estaba excesivamente
abultado. Posiblemente había puesto la libreta entre los forros y no en el
bolsillo, y estaba por caerse. Llevó la mano al bolsillo y experimentó una
sorpresa extraordinaria. En su bolsillo había dos libretas en vez de una: la
suya y otra, otra de canto rojizo.
"Inadvertidamente se
había llevado una libreta que estaba sobre la mesa de la oficina marítima.
Abrió la libreta y encontró varios telegramas. Uno decía: "Vigílese
escrupulosamente al ciudadano Italo Lonbesti. Usa armas". Otro:
"Deténgase a Leonesa Sol esvi,
acusada de asesinato de un oficial de la marina británica. Lleva en su poder
una máquina para cifrar telegramas en clave".
"Lo de la máquina
para cifrar telegramas en clave fue una sorpresa para el agente de Yama
Mahomed, pues ignoraba la existencia de tales aparatos.
"Luego otro
telegrama: "Leonesa Bolesvi se encuentra en Tánger o Tetuán, pero se sabe
que tiene que pasar a Ceuta. Vigílese la casa de Antón López y la de Efraín el Negro en la
Cuestecilla del Monte".
"Cuando el fotógrafo
Abraham terminó de leer estos telegramas, se había olvidado en absoluto de lo
que conversara con el oficial del puesto. Bendijo a Jehová.
"La casualidad, la
más extraordinaria de las casualidades le había puesto en coyuntura de servirlo
a Yama Mahomed. El informe le valdría una buena bolsa de duros assanis, porque
Leonesa estaba refugiada en la casa del nieto de Raisuli. Lo que posiblemente
ignoraba la embajada inglesa era que Leonesa pensaba dirigirse a El Cairo.
"Era necesario
ponerse en comunicación con Yama Mahomed, pero él no podía utilizar el
telégrafo. El teléfono de su casa también debía estar bajo el control de la
policía; el único recurso era escribir, pero recientemente, por un empleado
indígena, había sabido que en el correo central había un puesto de policía
donde se abrían las cartas de todos aquellos individuos conceptuados como
sospechosos de espionaje, o actividades políticas. Las cartas eran
fotografiadas y luego se remitían al destinatario.
"Cuando el fotógrafo
llegó al puesto de donde salían los autobuses de Ceuta para Tánger, hacía cinco
minutos que había partido el último coche. Caviló un instante, pero luego se
resolvió y contrató un automóvil para volver a Tánger.
"A la una de la
mañana, Abraham entraba al jardín de palmeras de Yama Mahomed. El nieto del
Raisuli escuchó el relato del fotógrafo, y su mano izquierda,
involuntariamente, comenzó a sobar su barba renegrida. El detalle de la máquina
para cifrar telegramas en clave indicaba sobradamente que alguien que conocía
muy de cerca a Leonesa la había delatado. Yama examinó el rostro del fotógrafo,
y le dijo:
"-Espérame.
"Luego cruzó el
jardín de palmeras con paso tardo. Estaba caviloso.
"Yama abandonó las
pantuflas a la entrada de su dormitorio y entró descalzo. Tendida en unos
cojines, fumando y leyendo el "Morning Post", estaba Leonesa. Yama se
sentó a su lado, sobre una estera, y le dijo:
"-Te han delatado,
Lee. -Y le alcanzó los telegramas.
"Leonesa se cruzó de
piernas al modo oriental; vista al soslayo de la lámpara ofrecía el perfil de
un ave de rapiña con la cabeza recubierta de un ondulado casco de cabello rojo.
Luego murmuró:
"-Es curioso. El
único que sabía que yo llevaba una máquina de cifrar telegramas era el
subsecretario de Relaciones Exteriores. Él y el ministro.
"-Pues, uno de los
dos te ha delatado.
"-Debe ser el
subsecretario.
"-Podría ser el
ministro.
"-Es el
subsecretario; pero escúchame, Yama. Tengo que pasar a El Cairo.
"-¡Irás a meterte en
la misma boca del lobo!
"-¿Conoces alguien
que pueda llevarme?
"-Por tierra es
imposible. Te será fácil escapar a la policía inglesa, pero mejor irás por mar.
"-Si los ingleses me
pillan, me ahorcan.
"Yama se restregó la
barba y dijo:
"-Nunca debe matarse
sino en caso de extrema necesidad. (Se refería al oficial asesinado por
Leonesa.)
"-Precisamente, ése
fue un caso de extrema necesidad.
"Yama encendió un
cigarrillo, y con expresión soñolienta contempló las volutas. El único que
podía servirle era René Vasonier. René Vasonier era primer oficial de "La
Nuit", un paquete de diez mil toneladas que hacía el servicio de cabotaje
entre Tánger y El Cairo. René no lo conocía al nieto del Raisuli, pero el
caudillo árabe conocía las actividades del primer oficial. Éste contrabandeaba
haschich y se dedicaba a la trata de blancas como agente de Giácomo Nigro en
toda la costa mediterránea.
"El capitán del
buque no sospechaba estas actividades extrañas de su primer oficial. El
contrabando de haschich o mujeres se efectuaba de esta manera:
"A medianoche, por
el agujero de la cadena del ancla izquierda, se desprendía una escalerilla de
cuerda y un hombre trepaba por la escalerilla, y en el escobén por donde salía
la cadena del ancla arrojaba los paquetes de haschich. Las mujeres entraban por
la borda y, semejantes a un torpedo, eran introducidas en el tubo por donde
pasaba la cadena del ancla. El refugio era seguro; el capitán de "La Nuit",
en el período de diez años que comandaba la nave, no había utilizado ni una
sola vez el ancla izquierda de la nave. Ésta se había convertido en una
superflua decoración del buque.
"Precisamente,
"La Nuit" hacía dos días que había anclado en Tánger. Yama examinó a
la espía y le dijo"
"-¿Te atreverías a
viajar embutida en un tubo de acero?
"-¿Un tubo de acero?
"El nieto de Raisuli
le explicó de lo que se trataba. Leonesa, atentísima, escuchaba.
"-¿Es seguro?
"-Todos los viajes
el oficial lleva y trae. Unas veces es haschich y otras mujeres.
"-Perfectamente;
háblalo a ese hombre.
"Y ésta es la razón
por la cual al día siguiente René Vasonier acudió a la tienda del fotógrafo
judío, se hizo fotografiar ostentosamente y luego escuchó una historia sobre
Leonesa, de la cual no creyó una palabra. Pero el fotógrafo le entregó un
paquete con cinco mil francos y dijo:
"-Yama Mahomed, el
nieto de Raisuli, te recomienda esa mujer.
"René Vasonier
comprendió que el destino de todos sus futuros negocios estaba entre las manos
de aquel hombre, y entonces gravemente respondió:
"-Dile a tu señor
Mahomed que toda la policía de Inglaterra no sería capaz de impedir que esa
mujer entrara a El Cairo.
"El fotógrafo
continuó:
"-Vendrás esta tarde
a buscar las fotografías, y entonces te diré lo que hay que hacer.
"La noche de ese
mismo día, faltaba poco para amanecer, un bote se deslizó junto a "La
Nuit"; una escalerilla de cuerda se desprendió de un costado oscuro de la
popa, y Leonesa, envuelta en un impermeable con capuchón, subió al buque. El
primer oficial en persona la esperaba. Bajaron unas escalerillas, se
deslizaron a lo largo de recalentados corredores de chapas de hierro, y después
de atravesar una galería de la sentina llegaron al tubo de la cadena del ancla.
"-Será sumamente
molesto -dijo el oficial-, pero es el único lugar del buque que jamás revisará
la policía.
"Leonesa le
escuchaba grave.
"-A medianoche le
traeré siempre los alimentos. Entre al tubo, no de cabeza, sino por los pies.
¿Quiere que le deje haschich para olvidarse del tiempo?
"-No.
"-Entre. Mañana
zarparemos a primera hora.
"La Nuit" debía
salir de Tánger a las siete de la mañana, pero a las cinco, inopinadamente, se
presentó la policía francesa. Les acompañaban dos oficiales de policía inglesa
y un empleado de la
embajada. El buque fue revisado escrupulosamente, pero a
nadie se le ocurrió mirar en el tubo del ancla.
"Cuando Yama Mahomed
escuchó el informe de la revisión del buque, sonrió satisfecho. Leonesa se
había salvado. Sería extraordinariamente útil a la causa del nacionalismo
árabe. En El Cairo podría reorganizar el servicio de espionaje del movimiento,
que había sido quebrado por numerosas detenciones.
"Leonesa entraba y
salía de su redondo escondite negro como un topo de las galerías subterráneas.
Durante el día le estaba absolutamente prohibido salir del tubo de acero; por
la noche se deslizaba fuera de él, el cuerpo marcado por los eslabones de la
cadena del ancla, los huesos adoloridos.
"Más de una vez
había estado tentada a pedirle haschich al oficial, pero pensaba que una noche
René Vasonier se presentaría diciéndole: -Hemos llegado. Salga. -Y entonces
ella respiraría el aire puro de la noche, abandonaría para siempre esa
sepultura de acero en cuyas tinieblas redondeadas reposaba como un cadáver.
"Cuando estaba
tendida en el interior del tubo de la cadena del ancla no podía revolverse
casi. Estaba separada de los eslabones por una pequeña franja de lona. Dormía o
meditaba extendiendo sus planes en el futuro, dentro de todas las probabilidades
que le ofrecía su existencia de espía.
"René Vasonier se
había insinuado una vez para hacerle más agradable el viaje durante la noche,
pero Leonesa escuchó sus palabras amables con indiferencia. El hombre le
resultaba desagradable. René Vasonier no se atrevió a insistir. Tras ella
estaba, tiesa y amenazadora, la figura de Yama Mahomed, el nieto de Raisuli.
Leonesa le pidió cirrillos, whisky, y él se los trajo. A partir del cuarto día
de viaje, Leonesa comenzó a embriagarse sistemáticamente. Sol o así era posible vivir dentro del tubo de acero,
cuya glacial vibración se comunicaba a todo su cuerpo como el resuello de un
monstruo que estuviera digiriéndola en su estómago de tinieblas.
"A veces se detenían
en puertos, donde el buque permanecía inmóvil un día o dos, luego partían;
cuando anclaron en Malta, un cuerpo de policía revisó nuevamente la nave. Esta vez eran
ingleses; ella les oía hablar desde lejos; entre los bultos de la estiba;
después se fueron, sobrevino el silencio, y por la noche partieron.
"René Vasonier
estaba satisfecho. La nueva relación con Yama Mahomed abría amplias
perspectivas para su tráfico ilegal. El capitán de "La Nuit" era un
imbécil; no se enteraría jamás de sus actividades. Yama Mahomed podía
suministrarle un trabajo abundante; los intereses secretos que corría de El
Cairo a Tánger, bajo la forma de informes, paquetes extraños, armas
contrabandeadas y personas en constante fuga, aparición y desaparición, le
aseguraban con su intervención cómplice un destino magnífico y sorprendente.
"Transcurrían los
días; únicamente cuando entraron a Port Said, el capitán de "La
Nuit", Piontevil, reparó que la mar estaba excesivamente picada. Vasonier
también observó que los buques junto al murallón de la ciudad se meneaban
constantemente.
"Piontevil, desde el
puente de mando, miró a su oficial y exclamó:
"-¡Que bajen las dos
anclas!
"René dejó de
vigilar la maniobra para volverse espantado:
"-¿Las dos anclas?
Siempre trabajamos con una, capitán.
"-Esto está muy
picado.
"René sintió que un
sudor frío le bañaba el cuerpo con su viscosidad repugnante. ¿Las dos anclas?
No era posible. ¿Y la mujer que iba metida en el tubo de acero? La aventura se
transformaba en una tragedia. Balbuceó:
"-Hace como diez
años que no funciona esa ancla, capitán.
"Piontevil no le
escuchaba, mirando el mediodía de Port Said y sus confines de espuma agitada.
"En tanto el primer
oficial se decía que descubrir a la fugitiva era perder su carrera, someterse a
un proceso por soborno. Callarse era condenar a la muerte a la mujer. Pero su
carrera...
"-¡Y esas anclas!
-gritó Piontevil.
"Ya no había tiempo
de avisar a la mujer. El
capitán de "La Nuit", sin esperar a que su oficial diera la orden,
gritó por el portavoz:
"-¡Las dos anclas!
-Y entonces René le hizo una señal a los hombres de los cabrestantes de vapor.
Rechinaron las palancas, una columnita de humo se escapó de los cilindros
oxidados, comenzó a girar un tambor, y de pronto un grito agudísimo cruzó los
aires sobre la superficie del mar; todos se miraron al rostro sin poder
especificar de dónde partía aquel grito; luego estalló otro más agudo y cargado
de horror, las cadenas rechinaban en los escobenes y ya no volvió a escucharse
nada.
"Las anclas entraron
en el agua agitada; de pronto, un pescador que rondaba la nave con su botecillo
exclamó:
"-¡Una pierna sale
por el escobén!...
"Todos los
desocupados del puerto se precipitaron a mirar.
"Del ojo de acero,
por donde se había deslizado la cadena, colgaba una pierna de mujer. Hilos de
sangre se coagulaban en el acero del casco.
"Después de dos años
de este suceso, René Vasonier no podía aún encontrar trabajo en ninguna
compañía marítima.
"Un día en París se
encontró con el fotógrafo Abraham, el mismo fotógrafo de Tánger. El fotógrafo
no le preguntó ni una palabra por el destino de aquella desconocida que
embarcara una noche en el puerto de Tánger. René pensó:
"-Se han olvidado.
"La muerte de
Leonesa se borraba de su mente. Otro día volvió a encontrarse con un arquitecto
italiano de Tánger. Le ofrecieron trabajo en las construcciones de cemento
armado de la colonia italiana. Aceptó. Pasaban los meses; el drama había tenido
menos repercusión de la que él supusiera. Una vez preguntó por Yama Mahomed y
le dijeron que estaba lejos. La tragedia de Port Said era un mal negocio. Pero
él se levantaría nuevamente. Una noche, dirigiéndose a Ceuta a poco de salir
del Borch, su automóvil tropezó con un hombre tendido en la carretera. Se
detuvo, abrió la portezuela; cuando puso el segundo pie en el suelo, un palo
cayó sobre su cabeza; cuando despertó estaba amarrado de pies y manos; dos
hombres cubiertos por el capuchón de la chilaba, con gruesas barbas hasta los
pómulos, le miraban en silencio. Un tercero avivaba el fuego en un hornillo
donde enrojecía lentamente una barra de hierro.
"Cuando la varilla
alcanzó el rojo blanco, los dos hombres se precipitaron sobre él; con sus
robustos dedos le abrieron los párpados, mientras el tercero aproximaba la
punta de la barra de hierro al rojo blanco, primero a un ojo, después a otro.
"Se desmayó. Algunas
horas después le encontraron unos turistas. Le desataron pero René Vasonier no
pudo verles. Estaba ciego.
1.019. Alt (Roberto)
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