Nos
paseábamos hacía rato, secándonos del zambullón reciente,
recreados por toda aquella grotesca humanidad, bulliciosa e
hirviente, en la orilla espumosa del infinito letargo azul.
El
sol ardía al través de la irritante ordinariez de los trajes de
baño.
-Verdad
-decía Carlos,
tendría razón el refrán si dijera: "el hábito hace al
monje". ¡Qué pudor ni qué ocho cuartos: aquí hay coquetería
y un anca se luce como un collar en un baile! Pero ahí viene
Alejandro y le vamos a hacer contar aventuras extraordinarias.
Saludos.
Carlos hace alusiones al ambiente singularmente afrodisíaco del
lugar; Alejandro sonríe de arriba y toca con los ojos indiscretos
los retazos de formas mujeriles qUe se acusan en la negra adherencia
de los trapos mojados.
Nos
mira con pupilas crispadas de visiones libidinosas y arguye
convencido:
-Se
vive en un tarro de mostaza. El sueño es una incubación de
energías; el aire matinal un "pie me up", y este
espectáculo diario es tan extraordinario que para la "taparrabería"
de nuestra vida cotidiana, que no anda vago de mil promesas
incumplidas, como las pensionistas de convento privadas del mundo
ansiado que les desfila en desafío bajo las narices.
Por
suerte, hay una que otra rabona posible...
-Así
que vos, a pesar de tu renombre donjuanesco..., ¿se te acabaría la
racha?
-¿Racha?...
El mío es un oficio como cualquier otro. Lógico es que algo me
resulte.
-¿Y
nada para contarnos?
-¡Algo
siempre hay!
-¿De
carnaval?... ¿La eterna mascarita?
-¡Sí,
la eterna mascarita!... Y eso es natural en un día anónimo.
-¿Nos
contarás tu aventura?
-Si
quieren; es bastante curiosa... Vamos a vestirnos y, tomando los
copetines, charlaremos.
En
lo del Negro Pescador hay un tenorete que hace pecho; usa
"boutonniére" estrepitosa y canta con olas en la voz.
Sentados, oímos la verba efervescente de Alejandro, que tornea las
palabras con ademanes de palpar formas.
-...
Chicas así siempre se encuentran. No se animan a nada, contenidas
por el temor del murmullo malintencionado; pero se dan, se entregan,
en una mirada, con un gesto distraído que las desnuda, ciñéndose
la capa sobre las caderas libres, o entregándose turgentes al salir
de una ola.
¿Ustedes
conocen la chica de F...? ¿Es bonita, verdad? Pero su belleza es
poco, comparada con el temperamento que vive en ella.
Hacía
todas las monadas de la capa, de la sonrisa, de la ola, y era como
una palpitación constante de curiosidades personales. Parecía
maravillarse con su cuerpito duro, ceñido en piel morocha, brillante
como una espuma curada.
Al
poco tiempo se permitía conmigo libertadas que nos detenían en
privaciones forzadas. No había ocasión. Ella parecía temerla, pero
como impotente a negarse en una oportunidad decisiva.
Hice
mi plan: carnaval se acercaba, y pensé en lo que Carlos llama "la
eterna aventura de la máscara".
Ella
me dijo cuál sería su disfraz. Su estado febril la predisponía a
los actos inconscientes, y preparé ese desagradable antemano que,
por desgracia, es imprescindible, si no se quiere caer en pequeños
inconvenientes que todo lo echan por tierra.
A
las once estaba listo, coscojeando de impaciencia dentro del dominó
oliente a trapo.
Vacío
completo en el salón limitado en cuadrángulo por varias filas de
sillas. Luz y reflejos acuáticos en el parquet encerado.
Me
senté en un rincón esperando que las parejas de la terraza se
hartaran de fresco y vinieran a romper el hielo relumbrante.
Dos
horas más tarde, siendo propicia la algazara, me acerqué a mi
mascarita, nervioso en la indecisión de los primeros momentos. Pero
todo se desvaneció en tranquilidad de ola rota cuando las primeras
frases banales de encuentro nos encaminaron a la conver-sación.
Inés
no estaba elocuente; contestaba con voz desconocida, bajo la máscara,
los monosílabos obligatorios. Me explicaba perfectamente su estado,
y lacerado por el silencio de su turbación, fui elocuente,
apasionado, exigente, como con derechos ya adquiridos.
Por
fin, balbuceó frases de abandono, de consentimiento tímido.
"Volví
a la carga, insinué una escapada donde nadie pudiera interrumpirnos
y
accedió con el sólo ruego de que respetara su máscara. -Tendré
más coraje, seré más tuya.
Di
mi palabra, y el asunto marchó a antojo menos difícil de lo que
había previsto para una criatura inexperta.
Fue
una noche extraña, devorante de pulsaciones aceleradas y saciedades
renovadas por nuevas vorágines. Yo miraba como en una mazmorra rodar
las pupilas concentradas y lejanas. Nunca se ha aferrado a mí una
mujer con intensidad más violenta; levantaba el triángulo de género
que concluia su antifaz y entregaba insaciables sus labios, hinchados
y tenaces. Era como una desesperación; adivinaba sollozos, pero no
me llamaba la atención que, entre todas las tonalidades de amor, la
triste fuera suya.
Quedé
dos o tres días desagregado, tenue, llevando en mí la sensación de
un desvarío que me amplificaba.
¿Qué
era de Inés? ¿Por qué me miraba así fríamente y evitaba
encontrarme a solas? ¿Se guardaba rencor por haberme cedido?
Mucho
tiempo anduve sin saberlo, y las veces que me atreví a insinuar un
recuerdo de la noche pasada hacíase la desentendida. Creí, pues, me
indicaba un camino, y callé, dispuesto a actuar sin palabras para
evitarle la situación neta que parecía rehuir. Al fin y al cabo,
todo estaba de acuerdo con la guardada del antifaz. Modo, en verdad,
curioso de pudor.
La
segunda ocasión se presentó, volví a utilizar mi sistema
apremiante, e Inés fue mía por segunda vez..., es decir, por
primera, pues me daba la prueba material que ni yo ni ninguno la
había poseído anteriormente.
Esto
corre desde hace varios días. La Inés de hoy y la de carnaval
resultan dos, y me muero de curiosidad inútil por saber quién es la
Mesalina furiosa de la careta que aprovechó el equívoco para
entregarse por cuenta de otra.
-¿Y
no crees que volverá a buscarte, a ingeniarse, por lo menos, en
cualquier forma para verte?
-Seguro
que no. Esa es de las que, débiles, ceden a la moral social como un
perro a una mordaza, y se ha desbocado en ocasión única con toda la
presión contenida durante una existencia.
-¡Pues
ya sos oportuno!
-Casualidad,
caer en el momento único.
Las
copas están vacías, ya no hay gente en el baño. Las mujeres se
pasean, el cutis lustrado de gran aire salino, y se saludan o
conversan con gestos de púdico recato.
1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042
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