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jueves, 18 de septiembre de 2014

Mascaras

Nos paseábamos hacía rato, secándonos del zambullón reciente, recreados por toda aquella grotesca humanidad, bulliciosa e hirviente, en la orilla espumosa del infinito letargo azul.
El sol ardía al través de la irritante ordinariez de los trajes de baño.
-Verdad -decía Carlos, tendría razón el refrán si dijera: "el hábito hace al monje". ¡Qué pudor ni qué ocho cuartos: aquí hay coquetería y un anca se luce como un collar en un baile! Pero ahí viene Alejandro y le vamos a hacer contar aventuras extraordinarias.
Saludos. Carlos hace alusiones al ambiente singularmente afrodisíaco del lugar; Alejandro sonríe de arriba y toca con los ojos indiscretos los retazos de formas mujeriles qUe se acusan en la negra adherencia de los trapos mojados.
Nos mira con pupilas crispadas de visiones libidinosas y arguye convencido:
-Se vive en un tarro de mostaza. El sueño es una incubación de energías; el aire matinal un "pie me up", y este espectáculo diario es tan extraordinario que para la "taparrabería" de nuestra vida cotidiana, que no anda vago de mil promesas incumplidas, como las pensionistas de convento privadas del mundo ansiado que les desfila en desafío bajo las narices.
Por suerte, hay una que otra rabona posible...
-Así que vos, a pesar de tu renombre donjuanesco..., ¿se te acabaría la racha?
-¿Racha?... El mío es un oficio como cualquier otro. Lógico es que algo me resulte.
-¿Y nada para contarnos?
-¡Algo siempre hay!
-¿De carnaval?... ¿La eterna mascarita?
-¡Sí, la eterna mascarita!... Y eso es natural en un día anónimo.
-¿Nos contarás tu aventura?
-Si quieren; es bastante curiosa... Vamos a vestirnos y, tomando los copetines, charlaremos.
En lo del Negro Pescador hay un tenorete que hace pecho; usa "boutonniére" estrepitosa y canta con olas en la voz. Sentados, oímos la verba efervescente de Alejandro, que tornea las palabras con ademanes de palpar formas.
-... Chicas así siempre se encuentran. No se animan a nada, contenidas por el temor del murmullo malintencionado; pero se dan, se entregan, en una mirada, con un gesto distraído que las desnuda, ciñéndose la capa sobre las caderas libres, o entregándose turgentes al salir de una ola.
¿Ustedes conocen la chica de F...? ¿Es bonita, verdad? Pero su belleza es poco, comparada con el temperamento que vive en ella.
Hacía todas las monadas de la capa, de la sonrisa, de la ola, y era como una palpitación constante de curiosidades personales. Parecía maravillarse con su cuerpito duro, ceñido en piel morocha, brillante como una espuma curada.
Al poco tiempo se permitía conmigo libertadas que nos detenían en privaciones forzadas. No había ocasión. Ella parecía temerla, pero como impotente a negarse en una oportunidad decisiva.
Hice mi plan: carnaval se acercaba, y pensé en lo que Carlos llama "la eterna aventura de la máscara".
Ella me dijo cuál sería su disfraz. Su estado febril la predisponía a los actos inconscientes, y preparé ese desagradable antemano que, por desgracia, es imprescindible, si no se quiere caer en pequeños inconvenientes que todo lo echan por tierra.
A las once estaba listo, coscojeando de impaciencia dentro del dominó oliente a trapo.
Vacío completo en el salón limitado en cuadrángulo por varias filas de sillas. Luz y reflejos acuáticos en el parquet encerado.
Me senté en un rincón esperando que las parejas de la terraza se hartaran de fresco y vinieran a romper el hielo relumbrante.
Dos horas más tarde, siendo propicia la algazara, me acerqué a mi mascarita, nervioso en la indecisión de los primeros momentos. Pero todo se desvaneció en tranquilidad de ola rota cuando las primeras frases banales de encuentro nos encaminaron a la conver-sación.
Inés no estaba elocuente; contestaba con voz desconocida, bajo la máscara, los monosílabos obligatorios. Me explicaba perfectamente su estado, y lacerado por el silencio de su turbación, fui elocuente, apasionado, exigente, como con derechos ya adquiridos.
Por fin, balbuceó frases de abandono, de consentimiento tímido.
"Volví a la carga, insinué una escapada donde nadie pudiera interrumpirnos
y accedió con el sólo ruego de que respetara su máscara. -Tendré más coraje, seré más tuya.
Di mi palabra, y el asunto marchó a antojo menos difícil de lo que había previsto para una criatura inexperta.
Fue una noche extraña, devorante de pulsaciones aceleradas y saciedades renovadas por nuevas vorágines. Yo miraba como en una mazmorra rodar las pupilas concentradas y lejanas. Nunca se ha aferrado a mí una mujer con intensidad más violenta; levantaba el triángulo de género que concluia su antifaz y entregaba insaciables sus labios, hinchados y tenaces. Era como una desesperación; adivinaba sollozos, pero no me llamaba la atención que, entre todas las tonalidades de amor, la triste fuera suya.
Quedé dos o tres días desagregado, tenue, llevando en mí la sensación de un desvarío que me amplificaba.
¿Qué era de Inés? ¿Por qué me miraba así fríamente y evitaba encontrarme a solas? ¿Se guardaba rencor por haberme cedido?
Mucho tiempo anduve sin saberlo, y las veces que me atreví a insinuar un recuerdo de la noche pasada hacíase la desentendida. Creí, pues, me indicaba un camino, y callé, dispuesto a actuar sin palabras para evitarle la situación neta que parecía rehuir. Al fin y al cabo, todo estaba de acuerdo con la guardada del antifaz. Modo, en verdad, curioso de pudor.
La segunda ocasión se presentó, volví a utilizar mi sistema apremiante, e Inés fue mía por segunda vez..., es decir, por primera, pues me daba la prueba material que ni yo ni ninguno la había poseído anteriormente.
Esto corre desde hace varios días. La Inés de hoy y la de carnaval resultan dos, y me muero de curiosidad inútil por saber quién es la Mesalina furiosa de la careta que aprovechó el equívoco para entregarse por cuenta de otra.
-¿Y no crees que volverá a buscarte, a ingeniarse, por lo menos, en cualquier forma para verte?
-Seguro que no. Esa es de las que, débiles, ceden a la moral social como un perro a una mordaza, y se ha desbocado en ocasión única con toda la presión contenida durante una existencia.
-¡Pues ya sos oportuno!
-Casualidad, caer en el momento único.
Las copas están vacías, ya no hay gente en el baño. Las mujeres se pasean, el cutis lustrado de gran aire salino, y se saludan o conversan con gestos de púdico recato.

1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042

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