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jueves, 18 de septiembre de 2014

Compasion

Lleno de la reciente conversación, me adormecía en visiones interiores mientras volvía a casa por camino conocido a mis piernas.
Casas nuevas y chatas, calle de empedrado, veredas angostas plagadas de traspiés, nada me distraía, cuando el rumor de una voz quejumbrosa llegó a mí, al través de la noche.
Eso me insinuó que el camino era peligroso. En la esquina, aquel almacén, equívocamente iluminado por la luz rojiza de varios picos de gas silbones, era conocido como un punto de reunión de borrachos y truqueros tramposos.
Algún fin de partida debía ser lo que me llegaba en forma de discusión. Saqué del cinto el revólver, que escondí, en el vasto bolsillo de mi sobretodo y crucé a enterarme del origen,de aquella pelea.
Cautelosamente me aproximé. La disputa había ya pasado "a vías de hecho", pues el más grande de los dos asestaba sin miramientos fuertes golpes sobre el contrincante, que me pareció ser jorobado.
Toda mi sangre de Quijote hirvió en un solo impulso, y, los dedos incrustados en el cabo de mi arma, juré intervenir con rigor.
El bruto era de enorme talla. Cuando se sintió asido del brazo suspendió el balanceo de su pierna, que, con indiferencia de péndulo, viajaba entre el punto de partida y el posterior de su víctima.
Me miró con ira, pero su expresión cambió instantáneamente hacia el respeto. También yo le había reconocido, lo cual no amenguó mi justo enojo.
-¿No tiene vergüenza de estropear así a un infeliz que no puede defenderse?
-¡Si usted supiera, niño, qué bicho es ése! -y le miraba con un renuevo de rencor.
-A un hombre así no se le pega.
Dócilmente, se dejó llevar del brazo hasta el almacén.
Yo seguí hacia casa. Crucé la gran avenida y volví a sumirme en un zig zag de calles oscuras.
Guardé mi arma, inútil ya, y mientras mis nervios reentraban en calma pensé en el dador de la paliza. Cañita, un muchacho bebedor e impetuoso que mi padre utilizaba en los momentos peliagudos de una elección. Valeroso hasta la inconsciencia; bruto, obediente a nuestras órdenes y que nosotros podíamos tratar a antojo sin protestas de su parte.
Rememoraba un hecho no lejano. En unas elecciones de pueblo suburbano nos servía para secuestrar un presidente de mesa que estorbaba. Recordé el día de agitación política. Los detalles se precisaban en mi memoria e iba saboreando la audacia maliciosa de nuestro Cañita, cuando un palo asestado de atrás sobre mi cabeza hizo caer a pique en el aturdimiento mis remembranzas.
-Yo te voy a dar infeliz... -y los palos llovieron, y la voz seguía: Vas a ver si no sé defenderme, y después te vas a meter a proteger gente que no te pide ayuda y hacerte el valiente diciendo que a los desgraciados no se les pega...
Los palos aumentaban, y también los insultos...
Y de cuánto duró aquello y cómo concluyó conservo memoria muy vaga.

1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042

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