Era
un toro excepcional, y don Justo Novillo se enorgullecía de haberlo
logrado con mestización rápida.
Siempre
sostuvo que pocas generaciones bastaban para conseguir tipos
perfectos de raza; lo esencial era echar buenos reproductores, sin
"abatatarse" por los precios.
Ahora
pocos le discutirían.
¡Qué
toro!; parecía de "pedigree": un noble animal idéntico al
padre importado a costo y cuenta de don Justo.
Había
que cuidarlo. Y el patrón, breve conocedor de "farms"
británicos, aplicaría el sistema ultramarino: lo trataría como a
un "lord".
A
esos efectos despachó la peonada criolla -que miraba con ironía
aquella mole inmóvil y decían panza, cogote, guampas, cual si se
tratara de un vulgar "guaiquero", para reemplazarla por un
blondo par de normandos rasurados, rojos "chic" en sus
`briches"; muy europeos, con sus gorras y pipas, y "whisky".
¡Qué
orgullo para el establecimiento!; todo giraba en torno a la hermosa
bestia, cuasi sagrada, y los visitantes no veían sino las actitudes
matronescas del fabricador de carne para exportación.
Llegó
la Exposición, tumulto de reproductores "gloria nacional".
Un espectáculo sobrehumano, diremos, porque nunca nuestra especie
logra esa perfección de belleza.
Los
grandes cabañeros discutían amontonados en torno a los posibles
campeones. El toro de Novillo elevaba el diapasón de las
discusiones.
-¡Pero
si la madre ha de ser hosca o chorreada!
-Será
lo que usted quiera, pero hay derecho a ponerlo en duda.
-¡Si
hace diez años no tenía más que un rodeíto de hacienda criolla!
-Y,
amigo, el hombre se las ha compuesto a su manera; el resultado es de
prirner orden, no hay fallas, mire el lomo...; es un billar; patas,
impecables... ¡y qué costillas!; lapaleta, amigo; el pelo, las
astas, el cogote... ¿qué más?
Y
se excitaban en comentarios técnicos, haciendo levantar al animal
de un puntazo, con el regatón de sus malacas, palmeándole las
ancas, estirándole el cuero.
Llegó
el día, y toda la familia Novillo presenció jadeante los trabajos
del Jurado en la pista... La escarapela blanca de primer premio de
categoría se enriquecía con la azul: "el campeonato".
Era
motivo suficiente para que todos los Novillos tiraran y rompieran sus
galeras (¡qué importaba una galera!).
Un
día único, el día del laurel.
La
vuelta fue triunfal: los mimos resultaban pocos; hasta la tierna
despedida de don Justo.
-Bueno,
compadre, a divertirse y cumplir con su obligación: "crecete y
multip{icate".
Querían
ir los muchachos, pero el viejo los retuvo,
-¡A
ver, a ver!... no son bromas, ni juguetes, ¿no?..., déjenlo
tranquilo..., llévalo no más, Cresensio.
¡Qué
harbaridad!... A las diez apareció Cresensio con andar descompuesto.
-Señor...,
el toro estaba muy pesao y se ha quebrao.
-¿Cómo?
-¡Se
ha quebrao. señor...; sí, señor se ha quehrao de una pata!...
Tuvieron
que degollarlo: ¡pobre muerto glorioso! ¡Todos concluimos así, al
fin!
Pero
el tiempo reglamentario pasó.
Se
sabía que al menos algo quedaría del campeón: un hijo. El primero
y el último... por suerte, la madre era pura, de las pocas puras, y
quién sabe, pensaban los Novillo, no fuera digno del padre.
Se
esperó el advenimiento. Cumplióse el plazo, y un peón de los
viejos que rondaba el potrero del plantel vino con la noticia.
-¡Parió
la vaquíllona, señor!
¡Qué
algazara!: todos los Novillo cayeron en tropel.
-¡Parió...,
parió..., Hosana!
-¿Y,
vamos a ver, cómo es, don Paulino, como es?
-Es
hembra, señor.
-¡Caramba!
¿Y de qué pelo?
Don
Paulino sonrió entre sus bigotes moros:
-¡Es
yaguanesa, es!
1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042
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