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jueves, 18 de septiembre de 2014

La estancia nueva

Era un toro excepcional, y don Justo Novillo se enorgullecía de haberlo logrado con mestización rápida.
Siempre sostuvo que pocas generaciones bastaban para conseguir tipos perfectos de raza; lo esencial era echar buenos reproductores, sin "abatatarse" por los precios.
Ahora pocos le discutirían.
¡Qué toro!; parecía de "pedigree": un noble animal idéntico al padre importado a costo y cuenta de don Justo.
Había que cuidarlo. Y el patrón, breve conocedor de "farms" británicos, aplicaría el sistema ultramarino: lo trataría como a un "lord".
A esos efectos despachó la peonada criolla -que miraba con ironía aquella mole inmóvil y decían panza, cogote, guampas, cual si se tratara de un vulgar "guaiquero", para reemplazarla por un blondo par de normandos rasurados, rojos "chic" en sus `briches"; muy europeos, con sus gorras y pipas, y "whisky".
¡Qué orgullo para el establecimiento!; todo giraba en torno a la hermosa bestia, cuasi sagrada, y los visitantes no veían sino las actitudes matronescas del fabricador de carne para exportación.
Llegó la Exposición, tumulto de reproductores "gloria nacional". Un espectáculo sobrehumano, diremos, porque nunca nuestra especie logra esa perfección de belleza.
Los grandes cabañeros discutían amontonados en torno a los posibles campeones. El toro de Novillo elevaba el diapasón de las discusiones.
-¡Pero si la madre ha de ser hosca o chorreada!
-Será lo que usted quiera, pero hay derecho a ponerlo en duda.
-¡Si hace diez años no tenía más que un rodeíto de hacienda criolla!
-Y, amigo, el hombre se las ha compuesto a su manera; el resultado es de prirner orden, no hay fallas, mire el lomo...; es un billar; patas, impecables... ¡y qué costillas!; lapaleta, amigo; el pelo, las astas, el cogote... ¿qué más?
Y se excitaban en comentarios técnicos, haciendo levantar al ani­mal de un puntazo, con el regatón de sus malacas, palmeándole las ancas, estirándole el cuero.
Llegó el día, y toda la familia Novillo presenció jadeante los trabajos del Jurado en la pista... La escarapela blanca de primer premio de categoría se enriquecía con la azul: "el campeonato".
Era motivo suficiente para que todos los Novillos tiraran y rompieran sus galeras (¡qué importaba una galera!).
Un día único, el día del laurel.
La vuelta fue triunfal: los mimos resultaban pocos; hasta la tierna despedida de don Justo.
-Bueno, compadre, a divertirse y cumplir con su obligación: "crecete y multip{icate".
Querían ir los muchachos, pero el viejo los retuvo,
-¡A ver, a ver!... no son bromas, ni juguetes, ¿no?..., déjenlo tranquilo..., llévalo no más, Cresensio.
¡Qué harbaridad!... A las diez apareció Cresensio con andar descompuesto.
-Señor..., el toro estaba muy pesao y se ha quebrao.
-¿Cómo?
-¡Se ha quebrao. señor...; sí, señor se ha quehrao de una pata!...
Tuvieron que degollarlo: ¡pobre muerto glorioso! ¡Todos concluimos así, al fin!
Pero el tiempo reglamentario pasó.
Se sabía que al menos algo quedaría del campeón: un hijo. El primero y el último... por suerte, la madre era pura, de las pocas puras, y quién sabe, pensaban los Novillo, no fuera digno del padre.
Se esperó el advenimiento. Cumplióse el plazo, y un peón de los viejos que rondaba el potrero del plantel vino con la noticia.
-¡Parió la vaquíllona, señor!
¡Qué algazara!: todos los Novillo cayeron en tropel.
-¡Parió..., parió..., Hosana!
-¿Y, vamos a ver, cómo es, don Paulino, como es?
-Es hembra, señor.
-¡Caramba! ¿Y de qué pelo?
Don Paulino sonrió entre sus bigotes moros:
-¡Es yaguanesa, es!

1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042

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