(Cuadro
de costumbres)
Dios
meditaba en el sosiego paradisíaco del Paraíso. El ambiente de
contemplación le sumía en estado símil y pensaba divinamente.
Como
un nimbo de carnes rosadas y puras, una guirnalda de angelitos le
revoloteaba en torno coreando el himno eterno.
De
pronto, algo así como un crujido de botín perforó el ambiente
beato. Un angelito enrojeció en la parte culpable, y, presas de
súbito terror, las aladas pelotitas de carne se desvanecieron como
un rubor que pasa.
Dios
sonreía patriarcalmente;
sentíase bueno de verdad, y un proyecto para aliviar los males
humanos afiarzábase en su voluntad.
Quejidos
subían de la tierra. y en la felicidad del cielo eran más
dolorosos. Había, pues, que remediar, y Dios, resuelto al fin, envió
a sus emisarios trajeran lo más distinguido de entre la colonia de
sus adoradores.
Así
se hizo.
Reunidos,
habló Jehová:
-¡Oíd!...,
un rumor de descontento sube de la tierra; jamás el hombre miserable
llevará con resignación su cruz, e inútil les habrá sido el
ejemplo dado en mi hijo Cristo. Los rezos, hoy como siempre,
importunan mi calma y quiero cesen. Mi voluntad, es escuchar los
deseos humanos y, según ellos, darle felicidad para al fin gozar de
la nuestra.
¡Vosotros,
ángeles negros distribuidores de la noche, embocad las largas cañas
de ébano y soplad, por los ojos tic los hombres, la nada en sus
pechos!
¡Que
las almas tiendan hacia mí mientras conserváis los cuerpos; así
luego vuelve la vida a seguir su pulsación!
Como
en los cielos carecen de tiempo, estuvieron muy luego los citados,
míseros y ridículos en las multiformes y policromas vesti-mentas.
Había
galeras panza de burro estilizadas por la moda, ojos quebrados de
dolor, relámpagos de carne en oferta, palabrotas, chiripás,
protestas, melenas, lamentos, chalecos de fantasía, resigna-mientos,
en fin, todo el "bric á brac" humano de cuerpos, trajes,
sonido, ideas, colores, formas y sentimientos.
Alrededor
hicieron público los habitantes celestes, mudos a causa de eterno
éxtasis y desnudos por inocencia.
En
el centro establecióse el tribunal benefactor. Tres personas en una,
que es Dios verdadero, los Padres y Santos por decreto eclesiástico
y una veintena de zanahorias celestes para el servicio.
El
primero en comparecer fue un viejo tullido. Estiradas hacia Dios sus
palmas voraces de ahogado, clamó:
-¡Oh
señor!, yo creo en Ti desde mi dolor como los leprosos de Judea...
Una
voz:
-Tú
crees en Dios como en un Penadés omnipotente. Sin tu enfermedad,
serías ateo.
El
viejo lloriqueaba, incapaz de defenderse. Los ángeles arrastraron
hacia el tribunal al nuevo hablador. Era un médico barbudo, de ojos
bondadosos y trabajadores, llenos de buena fe.
Dios.-
¿De modo que no crees en mí?
Doctor.-
No.
Dios.-
¿Y cómo te explicas esta tu conversación conmigo?
Doctor.-
Como un producto de mala digestión.
Aquí
Miguel le dio del pie en el coxis (como se estila desde la expulsión
de Lucifer), el piso de nubes se abrió como en los teatros y el
médico, enganchó la suficiente cantidad de algodón para no
partirse el frontal contra la tierra.
El
viejo insistía en sus lamentos. Dios trató de convencerlo.
-¿Por
qué reclamar de tu dolor? ¿No sabes que los caminos sufridos
conducen hacia mí? Deberías bendecir el mal que te acerca al
Cristo, mi hijo.
Mas
como el viejito no callase, expulsáronlo, paradisíacamente, dándole
del pie en el coxis (como se estila desde la expulsión...,
etcétera).
Melena
en ola, frente pálida, ojos glaucos y andar severo, un filósofo
enderezaba al trono, y, apuntando a Dios, interrogó:
-¿Quién
eres tú?
Dios
(algo intimidado).- El Dios de mis creyentes.
Filósofo.-
¿Y cómo hemos de considerarte? El Antiguo Testamento te pinta
justiciero, parcial y sanguinario en tus venganzas. Cristo te dijo
benefactor sin distinción de razas, castas o dacciones; la fe y
arrepentimiento lavaban todo pecado.
Hoy
parecen los que se dicen tus prosélitos desencaminados de tus
principios, y los sinceros recurren al Cristo como único Dios.
Jehová,
abochornado por la enfática tirada y algo molesto, musita:
-¿Y
el Padre?
Filósofo.-
El Padre, inexistente, sería la bondad en abstracto; Jesús, su hijo
y representante hecho carne en la tierra.
Dios
pestañea seguido, como nervioso y sin contestar; ese curso de
teología no era para su simplicidad primitiva.
Entre
sus quijadas, convulsas de ira, masticaba como una gomita esta frase
arbitraria, pero concluyente:
-Es
loco, es loco.
San
Miguel, habiendo oído su protesta temblorosa, alzó su hierro tras
la fuga previsora del sedoso melenudo, que no logró escapar sin que
le dieran del pie en el coxis (como se estila, etc.).
Hacía
rato, un muchacho sonriente paseaba ante el tribunal sagrado, como
haciendo la vereda de su casa, absorto por una ocurrencia divertida.
Dios
se fastidiaba:
-¿Quién
eres tú?
Poeta
(encogiéndose de hombros).- Todavía no lo sé.
Dios
(perplejo).- ¿Juegas conmigo?
Poeta.-
¿Y quién eres tú?
Dios
(lógico).- Dios.
Poeta.-
Ya sé, ya sé.
Dios.-...
Poeta.-
El ideal de rebaño. El lugar común del ideal.
Un
murmullo se amplificaba, como exhalación pútrida, del conglomerado
humano.
Frente
a Dios, todos los hombres le discutían, viéndole en modos
diferentes, tratando a los otros de herejes. Se oían pedazos de
ideas.
-...
No pertenezco a tu majada...; nos larguen, que nos lar... Viva la
materia... ruega por nosotros..., embusteros, atrapasonsos..., en la
hora de n.:., basta... Uff...
Ya
no se distinguía nada. Era la obscuridad auditiva completa, el
vocerío ahogaba los musicales bordones angelicales, que
mangangueaban, dardo en mano (si es posible), listos a obrar.
El
murmullo fue grito; el grito reventó en Babel de razonamientos
inentendidos, pero vehementes, llevaderos a pelea hecha de blasfemia,
golpe y arañón, que onduló la turbamulta con remolinos y
estrépitos de aceite en ebullición.
Fue
la última gota. Dios, anonadado, no atinó a sujetar sus ángeles,
presos en la sed justiciera de los grandes días; con Sansón por
capitán, arremetieron a su vez contra la canalla cegada en su ira.
Esta cayó de las esclusas celestes sobre la tierra en chorro
precipitado, para seguir entredevorándose "per secula
seculorum", para mejor comprensión de verdades teológicas y
pacificaciones fraternales.
............................................................................................
En
cambio, el Paraíso, purgado de la infección reciente, recomenzó
su calma.
Volvió
la guirnalda de angelitos a acompasar su coro, cayeron en
contemplación los agraciados, y Dios, infinitamente bueno, porque es
infinitamente dichoso, perdonó en su alma a los mortales las
blasfemias y violencias oídas, pues en aquel día excepcionalmente
paradisíaco sentiase más infinitamente bueno que de costumbre.
1.094.1 Güiraldes (Ricardo) - 042
No hay comentarios:
Publicar un comentario