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sábado, 4 de enero de 2014

El nabo

Eranse que se eran dos hermanos que servían como soldados, pero uno era rico, y el otro, pobre.
El pobre, deseando mejorar de fortuna, colgó el uniforme y se fue a trabajar al campo, como labrador. Y cavaba la tierra y labraba su parcela de tierra, que sembró de nabos.
Llegó, al fin, el tiempo de la cosecha, y uno de los nabos creció hasta alcanzar un tamaño tan descomunal que parecía no iba a tener fin; se hizo tan famoso, que le llamaron el Rey de los nabos, pues las gentes no habían visto nunca una cosa tan prodigiosa, ni volverían a verla jamás.
En fin, llegó el nabo a ser tan enorme que llenó todo un carro, y necesitó dos bueyes para transportarlo; el Campesino no sabía qué hacer con él, ni si iba a servirle para bien o para mal.
Por último, se dijo: "¿Cuánto podría ganar si lo vendiera? Claro que puedo comérmelo, pero para eso tengo también los nabos pequeños, que son más sabrosos. Lo mejor que puedo hacer es llevárselo al Rey como regalo."
Arregló el carro, puso arneses a los dos bueyes y llevó el nabo a la Corte, para presentarlo al Rey.
-¿Qué es este ejemplar tan maravilloso? -dijo el soberano. Muchos prodigios he visto en mi vida, pero ninguno tan notable como éste. ¿De dónde ha salido? Sin duda sois hombre de suerte, pues lo poseéis.
-iOh, no! -dijo el Campesino. Mi suerte no es mucha; soy un pobre soldado que, no pudiendo mantenerse, ha tenido que colgar el uniforme y ponerse a trabajar la tierra. Tengo, sí, un hermano que es rico y bien conocido en la Corte; pero yo, como nada poseo, he sido olvidado por todos.
El Rey se apiadó de él y le dijo:
-Desde ahora acabó tu pobreza; quiero darte tan ricos presentes que te hagan más poderoso que tu hermano.
Y le regaló oro y plata, tierras y campos, y le enriqueció de tal modo que la fortuna de su hermano no podía ni compararse a la suya.
Sucedió que al ver el hermano rico lo que su hermano pobre había logrado con un simple nabo, sintió envidia de él y empezó a pensar cómo lo haría para que el Rey le regalara un tesoro todavía mayor.
Y como presumía de ser más listo y más fino, reunió mucho oro y espléndidos caballos y los presentó al Rey, seguro de que éste los agradecería con un presente de gran valor. Si había hecho la fortuna de su hermano por un simple nabo, ¿qué no haría al ver las preciosidades que le llevaba él?
Pero el Rey aceptó los presentes, y dijo al emisario que no podía agra-decerlos con nada tan magnífico y extraordinario como el nabo descomunal.
Así, el hermano rico se vio obligado a meter el nabo en un carro y llevárselo a su casa. Y ello le causó tanta rabia que los más endiablados pensamientos acudieron a su mente, decidiendo matar a su hermano.
Contrató a unos espadachines y los escondió entre unas matas; luego fue a buscar a su hermano y le dijo:
‑Querido hermano, sé donde hay un tesoro, que podríamos ir a buscar y partirlo entre los dos.
El otro asintió, sin sospechar nada. Pero cuando llegaron al matorral, los espadachines se echaron encima de él y le hirieron, disponiéndose a colgarle de un árbol.
Cuando estaban en esto, oyeron a lo lejos ruido de herraduras y el rumor de una canción, y se asustaron tanto, que dejaron al prisionero dentro de un saco, cabeza y todo, colgando de una rama. Pero el hombre pudo hacer un agujero en la tela y sacar la cabeza por él.
El que llegaba era un simple Estudiante que atravesaba el bosque a caballo, cantando alegremente.
Cuando el hombre que estaba en el saco le vio bajo el árbol, le llamó:
‑Buenos días. Llegáis a tiempo.
El Estudiante miró en torno, pero no vio de dónde salía la voz. Por último preguntó:
‑ ¿Quién ha hablado?
Desde arriba, una voz le contestó:
‑Levanta los ojos y verás que estoy metido en el Saco de la Sabiduría, donde, en poco tiempo, he aprendido tanto, que la ciencia de todas las escuelas del mundo se queda tamañita al lado de la mía. Pronto habré llegado a la mayor perfección y podré presentarme al mundo como el sabio más grande de la cristiandad. Conozco el lenguaje de las estrellas, y los signos de los cielos, y el soplo de los vientos; las arenas del mar, el poder de hierbas, y pájaros, y piedras, no tienen secretos para mí. ¡Ah! Si vos estuviereis aquí dentro, veríais las maravillas que contiene el Saco de la Sabiduría.'
Al oír esto, el Estudiante quedóse atónito, y dijo:
‑Bendita sea la hora en que os encontré, si me permitís echar siquiera una miradita al saco.
El otro, como si dudara, le contestó:
‑Os permitiré usar del saco un ratito, pero tenéis que aguardar una hora, pues hay algo un poco difícil que tengo que aprender primero.
Mas, cuando el Estudiante hubo aguardado un poco, se impacientó y pidió al de dentro del saco que le permitiera entrar en seguida, tanta era su sed de saber. El hombre del saco le contestó entonces:
‑Si he de dejaros entrar en el saco, primero habéis de bajarlo de aquí.
El Estudiante bajó el saco, lo desató, y el prisionero salió de él muy contento. El joven le dijo:
‑Metedme ahora en él, y empujadme bien adentro.
Y se metió en el saco bien aprisa. El otro lo ató muy fuerte y lo colgó de la rama. Cuando el Discípulo de la Ciencia quedó colgado en el aire, le preguntó:
‑¿Qué tal, amiguito? No tardarás en tornarte sabio y en adquirir una interesante experiencia.
Hasta que seas el más sabio del mundo no te muevas de ahí.
Entonces montó en el caballo del Estudiante y se alejó; pero, al cabo de una hora, envió a sus criados a que libertaran al Estudiante, que estaba dentro del saco, dado a todos los demonios por haberse dejado engañar.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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