Hubo
una vez durante un largo tiempo una gran guerra, y cuando esta llegó a su
final, muchos soldados fueron despedidos. Entonces el Hermano Lustig también
recibió su salida, y además de eso, solamente un pequeño bollo de pan del
diariamente asignado, más cuatro monedas en dinero, con lo cual él se marchó.
Sin embargo, San Pedro se había puesto en su camino en forma de un pobre
mendigo, y cuando el Hermano Lustig lo topó, el mendigo pidió una
limosna. El Hermano Lustig contestó,
-"Querido
mendigo, ¿qué puedo darle? He sido un soldado, y he recibido mi despido, y
tengo solamente este pequeño bollo de pan del diariamente asignado, más cuatro
monedas en dinero. Cuando esto se me acabe, tendré que pedir limosna como
usted. Pero de todos modos le daré algo."
Así que él dividió
el pan en cuatro partes, y dio al apóstol una de ellas, y también una de las
monedas. San Pedro le agradeció, y se fue adelante, y se presentó de nuevo ante
el soldado también como un mendigo, pero bajo otra presentación, y cuando lo
encontró le pidió de nuevo una limosna como lo hizo antes. El Hermano Lustig
habló tal como lo había hecho antes, y otra vez le dio un cuarto del pan y otra
de las monedas. San Pedro se lo agradeció, y se fue adelante, y por tercera vez
se colocó como mendigo bajo otra apariencia y lo esperó, y le habló al Hermano
Lustig. El Hermano Lustig le dio también el tercer cuarto del pan y la tercera
moneda. San Pedro se lo agradeció, y el Hermano Lustig siguió adelante,
quedándose solamente con un cuarto del pan, y una sola moneda.
Con esto él entró en
una posada, comió su pan, y pidió una cerveza por el valor de su moneda. Una
vez terminado, siguió adelante, y luego San Pedro, asumiendo el aspecto de otro
soldado despedido, lo encontró y le habló así:
-"Buenos días
colega, ¿no podrías darme un pedazo de pan y una moneda para una
bebida?"-
-"¿Y cómo
podría conseguir todo eso?" -contestó el Hermano Lustig, "He sido
despedido y solamente me dieron un bollo de pan y cuatro monedas. Me encontré
con tres mendigos en el camino y le di a cada uno un cuarto del pan y una
moneda. Y el último cuarto del pan lo comí en la posada y con la última moneda
pagué una cerveza."-
Ahora mis bolsillos
están vacíos, y si tú tampoco tienes nada, podemos ir pidiendo limosna
juntos."-
-"No" -contestó San Pedro, "no tenemos que hacer eso en este momento.
Sé un poco
sobre medicina, y ganaré pronto tanto como requiero por ese medio."
-"¡Que
bueno!"-, dijo el Hermano Lustig, "y puesto que yo no sé nada de
eso, entonces iré a pedir limosna solo."-
-"¡Oh no!,
simplemente ven conmigo," -dijo San Pedro, "y si gano algo,
compartiré contigo la mitad."
-"Bien" -dijo el Hermano Lustig, y se marcharon juntos.
Pronto llegaron a la
casa de un campesino donde ellos oyeron gritos y lamentaciones fuertes adentro;
entonces ellos entraron, y allí el marido yacía enfermo de muerte muy cerca de
su final, y su esposa gritaba y lloraba en voz muy alta.
-"Pare esos
aullidos y llantos" -dijo San Pedro, "pondré a su marido bien otra
vez,"
Y tomó un
bálsamo de su bolsillo, y curó al hombre enfermo en un momento, de modo que
pudo levantarse y estar con salud perfecta. Con gran complacencia el hombre y
su esposa dijeron,
-"¿Cómo podemos
recompensarle? ¿Qué le daremos?"
Pero San Pedro no
tomaría nada, y entre más le ofrecían los campesinos, más se negaba. El Hermano
Lustig, sin embargo, dio un codazo a San Pedro, y le dijo, "Toma algo;
bastante seguro que lo necesitamos."
Con mucho cuidado la
mujer trajo un cordero y le dijo a San Pedro que él realmente debería tomarlo,
pero él insistió en que no. Entonces el Hermano Lustig le empujó el
costado, y le dijo,
-"Tómelo ya, no
sea tonto estúpido; ¡estamos en gran necesidad de el!"
Y San Pedro,
cediendo, dijo por fin,
-"Bien, tomaré
el cordero, pero no lo cargaré. Si tú insistes en quererlo, deberás
cargarlo."
-"No es
nada" -dijo el Hermano Lustig. "Lo cargaré fácilmente," y lo
tomó en su hombro.
Entonces ellos se
marcharon y llegaron a un bosque, pero el Hermano Lustig había comenzado
a sentir el cordero pesado, y tenía hambre, por lo que le dijo a San
Pedro,
-"Mira, este
parece un buen lugar, aquí podríamos cocinar el cordero, y comerlo."
-"Como
quieras" -contestó San Pedro, "pero no sé nada de cocina; si
quieres lo cocinas tú, ahí hay una caldera para ti, y yo mientras tanto
me pasearé un poco hasta que todo esté listo. Sin embargo, no debes comenzar a
comer hasta que yo haya vuelto, yo vendré en el tiempo correcto."-
-"Bien, ve,
entonces" -dijo el Hermano Lustig, "entiendo de cocina y lo
manejaré."
Entonces San Pedro
se marchó, y el Hermano Lustig mató al cordero, encendió un fuego, lanzó la
carne en la caldera, y la hirvió. El cordero estaba ya completamente listo y el
apóstol Pedro no había vuelto, entonces el Hermano Lustig lo sacó de la
caldera, lo cortó, y le buscó el corazón.
-"Se dice que
esta es la mejor parte" -dijo él, y la probó, pero por fin él se comió
todo aquello por completo.
Segundos después San
Pedro volvió y dijo,
-"Puedes comerte
todo el cordero tú solo, yo solamente tendré el corazón, pásamelo por
favor."-
Entonces el Hermano
Lustig tomó un cuchillo y el tenedor, y fingió mirar ansiosamente entre
la carne del cordero, pero sin ser capaz de encontrar el corazón, hasta que por
fin dijo repentinamente,
-"¡No hay
ninguno aquí!"-
-"¿Pero cómo
puede ser?" -dijo el apóstol.
-"¡No lo
sé!" -contestó el Hermano Lustig, "¡pero mira!, ¡que tontos que
somos, buscándole el corazón al cordero, y ninguno de nosotros recordaba que un
cordero no tiene ningún corazón!
-"¡Ah!", -dijo San Pedro, "¡eso es algo completamente nuevo! Si cada animal
tiene un corazón, ¿por qué un cordero va a estar sin él?"
-"No, no. Ten
por seguro, mi hermano" -dijo el Hermano Lustig, "que un cordero no
tiene ningún corazón; sólo considéralo seriamente, y luego verás que realmente
no tiene ninguno."
-"Bien, está
correcto" -dijo San Pedro, "si no hay ningún corazón, entonces no
quiero ninguna parte del cordero; y puedes comértelo todo tú solo."-
-"Lo que no pueda
comer ahora, lo llevaré en mi mochila" -dijo el Hermano Lustig, y se
comió la mitad del cordero, y puso el resto en su mochila.
Siguieron adelante,
y luego San Pedro hizo que una gran corriente de agua viniera directamente a
atravesárseles en su camino, quedando obligados a pasar por en medio de
ella. San Pedro dijo,
-"Pasa tu
primero."
-"No" - ontestó el Hermano Lustig, "tu debes ir primero," y él pensó, "si el agua es demasiado profunda me quedaré aquí."
Y así San
Pedro se internó a caminar entre las aguas, las cuales sólo le llegaron a
su rodilla. El Hermano Lustig comenzó a pasar también, pero las aguas se
hicieron más profundas y rápidamente le llegaron hasta su garganta. Entonces él
gritó,
-"¡Hermano,
ayúdame!"
San Pedro
dijo,
-"¿Entonces
confesarás que tú te comiste el corazón del cordero?"-
-"No" -dijo él, "no lo he comido."
Entonces la
corriente de agua se puso más profunda y se elevó hasta su boca.
-"¡Ayúdame
hermano!" -gritaba el soldado.
San Pedro
dijo,
-"¿Entonces
admites que te has comido el corazón del cordero?"
-"No" -contestó él, "no lo he comido."-
San Pedro, sin
embargo, no lo dejaría ahogarse, bajó las aguas y le ayudó con eso.
Y siguieron
adelante, hasta llegar a un reino donde oyeron que la hija del rey estaba enferma
de muerte.
-"¡Mira,
hermano!" -dijo el soldado a San Pedro, "esta es una oportunidad
para nosotros; ¡si podemos curarla tendremos provisiones para toda la
vida!"-
Pero San Pedro
no caminaba ni a la mitad de la velocidad que lo hacía el Hermano Lustig.
-"Vamos, mueva
sus piernas, mi querido hermano," -dijo él, "que podemos ponernos
allí a tiempo."
Y San Pedro más bien
andaba más despacio y más despacio, aunque el Hermano Lustig hiciera todo que
podía para apurarlo. Por fin ellos oyeron que la princesa había muerto.
-"¡Ahora sí que
la hicimos bien!" -dijo el Hermano Lustig; "¡esto resulta del modo
tan lento de tu andar!"
- "Mantente
tranquilo" -contestó San Pedro, "puedo hacer más que curar a la
gente enferma; puedo traer muertos a la vida otra vez."-
-"Bien. Si tu
puedes hacer eso" -dijo el Hermano Lustig, "está muy bien,
pero tu deberías ganar al menos la mitad del reino para nosotros por
ello."
Entonces fueron al
palacio real, donde todos estaban en gran pena, y San Pedro le dijo al Rey que
él restauraría a su hija a la vida. Él fue llevado donde ella yacía, y
dijo,
-"Tráigame una
caldera y un poco de agua," y cuando esto fue hecho, él pidió a todos
salir, y no permitió a nadie más permanecer con él, excepto al Hermano Lustig.
Entonces él cortó en piezas el cuerpo de la muchacha muerta, las puso en
el agua, encendió un fuego bajo la caldera, y las hirvió. Y cuando la carne
había desaparecido de los huesos, él sacó los hermosos huesos blancos, y los
puso en una mesa, y los juntó en su orden natural. Cuando hubo hecho esto, dio
un paso adelante y dijo tres veces,
-"En nombre de la Trinidad Santa ,
mujer muerta, levántate."
Y a la tercera vez,
la princesa se levantó, viva, sana y hermosa. Entonces el rey no cabía de la
alegría, y dijo a San Pedro,
-"Pide la
recompensa que quieras; aun si fuera la mitad mi reino, yo te lo daría."
Pero San Pedro
dijo,
-"No quiero
nada por ello."
-"¡Ah,
tontito!" -pensó el Hermano Lustig, y dio un codazo en el costado a su
camarada, y le dijo,
-"¡No seas tan
estúpido! Si tú no tienes ninguna necesidad de algo, yo si la tengo."-
San Pedro, en
realidad, no tendría necesidad de nada, pero cuando el rey vio que al otro le
gustaría tener algo, ordenó a su tesorero que llenara la mochila del Hermano
Lustig con oro. Entonces ellos continuaron su camino, y cuando llegaron a un
bosque, San Pedro dijo al Hermano Lustig,
-"Ahora,
dividiremos el oro."-
-"Sí",
claro" -contestó él.
Así que San Pedro
dividió el oro, y lo repartió en tres montones. El Hermano Lustig pensó,
-"¿Qué locura
le ha entrado a él en su cabeza ahora? ¡Hace tres partes, y sólo hay dos de
nosotros!"
Pero San Pedro
dijo,
-"Lo he
dividido correctamente; hay una parte para mí, una para ti, y una para el que
comió el corazón del cordero."
-"¡Ah, yo lo
comí!"- contestó el Hermano Lustig, y de prisa recogió el oro.
-"Usted puede confiar en lo que digo."
-"¿Pero cómo
puede ser eso posible" -dijo San Pedro, "cuando un cordero no tiene
ningún corazón?"
-"¿Eh, qué,
hermano, en qué estás pensando? Los corderos tienen corazones como los otros
animales, ¿por qué deberían sólo ellos no tener ninguno?"
-"Bien, así
sea" -dijo San Pedro, "guárdate el oro, pero ya no seguiré contigo;
iré por mi camino solo."
-"Como quieras,
querido hermano" -contestó el Hermano Lustig.
-"Adiós."
San Pedro tomó un
camino diferente, y el Hermano Lustig pensó,
-"Es una cosa
buena que él se haya retirado por su propia voluntad. Es realmente un
santo extraño, después de todo."
El tuvo bastante
dinero, pero no sabía manejarlo, lo malgastó, lo regaló, y pasado algún tiempo
ya no tenía nada. Y andando llegó a un cierto país donde él oyó de nuevo
que la hija de un rey había recién muerto.
-"¡Ah,
já!" -pensó él, "eso puede ser muy bueno para mí; le traeré a la
vida otra vez, y veré que me sean bien pagados mis servicios."
Entonces fue a la
corte donde el rey, y ofreció levantar de nuevo a la vida a la muchacha
muerta.
Ya el rey había oído
que un soldado desempleado viajaba por el mundo y traía a personas muertas a la
vida otra vez, y pensó que el Hermano Lustig era ese hombre; pero como no tenía
mucha confianza en él, consultó a sus concejales primero, quienes dijeron
que debería de darle una oportunidad, ya que su hija estaba muerta, y la
situación no empeoraría por ello. Entonces el Hermano Lustig pidió que le fuera
traída una caldera y agua, y solicitó a todos salir de la habitación. Ya solo,
cortó en piezas el cuerpo de la muchacha muerta, las puso en el agua,
encendió un fuego bajo la caldera, y las hirvió, como él había visto a San
Pedro hacerlo. Y cuando la carne había desaparecido de los huesos, él sacó los
hermosos huesos blancos, y los puso en una mesa, pero como no sabía el
orden en que había que ponerlos, colocó a todos ellos en posiciones
incorrectas, en una total confusión.
Entonces poniéndose
de pie frente a ellos dijo,
-"En nombre de la Trinidad más santa,
doncella muerta, te pido que te levantes" y él dijo eso tres veces, pero
los huesos no se movieron.
Y lo volvió a decir
tres veces más, pero también fue en vano:
-"¡Muchacha
confundida, levántate!" -gritó él, "¡Levántate, o será peor para
ti!"-
No más había dicho
eso, cuando San Pedro de repente apareció con su anterior forma, como un
soldado desempleado; entró por la ventana y dijo,
-"Hombre sin
Dios, ¿qué estás haciendo? ¿Cómo puede la doncella muerta levantarse, cuando
has esparcido sus huesos en tal confusión?"-
-"Querido
hermano, he hecho todo a lo mejor de mi capacidad" -contestó él.
-"¡Por esta
vez, te ayudaré a salir de la dificultad, pero una cosa te digo, y esto
es que si alguna vez vuelves a intentar lo mismo, será peor para ti, y
además no vas ahora a pedir ni a aceptar nada del rey por lo hecho!"-
Dicho eso, San Pedro
puso los huesos en su orden correcto, y dijo a la doncella tres veces,
-"En Nombre de la Trinidad más santa,
doncella muerta, levántate" y la hija del rey se levantó, sana y hermosa
como había sido.
Entonces San Pedro
se marchó otra vez por la ventana, y el Hermano Lustig se alegró de que todo
finalizó tan bien, pero estaba muy fastidiado de pensar que después de todo él
no debía tomar nada por ello.
-"Sol amente me gustaría saber" -pensó él, "que es lo que tiene en su cabeza este compañero, que lo que me da con
una mano, me lo quita con la otra. ¡Eso no tiene ningún sentido en
absoluto!"
Entonces el
Rey ofreció al Hermano Lustig darle lo que deseara obtener, pero él no se
atrevió a pedir nada; sin embargo, por indirectas y astucias, él encontró la
forma de hacer que el Rey ordenara que su mochila quedara llena de oro, y así
con ella se marchó. Cuando él salió, San Pedro estaba en la puerta, y le dijo,
-"Mira que
clase de hombre eres; ¿no te prohibí tomar recompensa, y sin embargo sales con
la mochila llena de oro?"
"¿Cómo puedo
impedir eso" -contestó el Hermano Lustig, "si la gente me lo pone
allí?"
-"Bien, te diré
que si de nuevo tratas de regresar un difunto a la vida, vas a sufrir por
eso."
-"Hey, hermano,
no tengas ningún temor, ahora tengo dinero, ¿por qué debería yo preocuparme con
estar limpiando huesos?"
-"¡Tengamos
fe" -dijo San Pedro, "de que el oro durará mucho tiempo! A fin de
que después de esto ya nunca pongas los pies en caminos prohibidos, le otorgaré
a tu mochila esta propiedad, a saber, que cualquier cosa que desees que ingrese
en ella, allí estará. Adiós, ya nunca más me verás."
-"Hasta
la vista", dijo el Hermano Lustig, y pensó para sí mismo,
-"Estoy muy
contento de que te alejes, compañero extraño; y por cierto no te seguiré"
Pero sobre el
poder mágico que le había sido otorgado a su mochila, no pensó más.
El Hermano Lustig
viajó con su dinero, y despilfarró y malgastó lo que tenía como lo había hecho
antes. Cuando por fin no le quedaban más que cuatro monedas, pasó por una
posada y pensó,
-"El dinero
tendrá que irse" y pidió el valor de tres monedas en vino y el valor de
una moneda en pan.
Cuando estaba
sentado con lo pedido, un olor a ganso asado hizo camino a su nariz. El
Hermano Lustig miró a su alrededor a hurtadillas, y vio que el anfitrión
tenía dos gansos listos en el horno. Inmediatamente él recordó que su camarada
había dicho que cualquier cosa que él deseara tener en su mochila debería
llegar allí, y se dijo,
-"¡Ah, já! Debo
intentar eso con los gansos."
Entonces él salió, y
cuando estaba fuera de la puerta, -dijo:
-"Deseo aquellos
dos gansos asados del horno en mi mochila,"
Y no más
terminando de decirlo, lo desabrochó y miró hacia adentro, y encontró que ya
estaban ahí.
-"¡Ah,
funcionó" -dijo, "ahora soy un hombre realizado!" y se marchó
a un prado y sacó la carne asada.
Cuando estaba en
medio de su comida, dos jornaleros llegaron y miraron con ojos hambrientos al
segundo ganso, que aún no había sido tocado. El Hermano Lustig pensó,
-"Uno es
bastante para mí" y llamó a los dos hombres y les dijo,
-"Tomen el
ganso, y cómanlo a mi salud."
Ellos se lo
agradecieron, y se fueron con el ganso a la posada, ordenaron media botella de
vino y un pan, sacaron al ganso que les habían regalado, y comenzaron a comer.
La anfitriona los vio y dijo a su marido,
-"Aquellos dos
comen a un ganso; sólo asómate y ve si no es uno de los nuestros del
horno."
El propietario
corrió al horno y comprobó que estaba vacío.
-"¡Qué!" -gritó él, "¡ustedes par de ladrones!, ¿quieren comer ganso tan
barato como esto? ¡Paguen por él en este momento; o los lavaré bien con
savia de avellana verde!"-
Ellos
contestaron,
-"No somos
ningunos ladrones, un soldado desempleado nos dio el ganso, allí afuera en el
prado."
-"¡No taparán
mis ojos con polvo de esa manera!, el soldado estuvo aquí, pero salió por
la puerta, como un cliente honesto. Cuidé de él yo mismo; ¡ustedes lo robaron y
deberán pagarlo!" Pero como ellos no podían pagar, tomó un palo, y a
golpes los echó de la casa.
El Hermano Lustig
siguió su camino y llegó a un lugar donde había un castillo magnífico, y no
lejos de él una posada desgraciada. Él fue a la posada y pidió el alojamiento
por una noche, pero el propietario se lo negó diciendo,
-"No hay más
cuartos aquí, la casa está llena de invitados nobles."
-"Me sorprende
tanto que ellos vengan aquí en vez de ir a aquel espléndido castillo",
dijo el Hermano Lustig.
-"Ah, en
efecto" -contestó el anfitrión, "pero no es nada bonito dormir allí
una noche; nadie que lo haya intentado hasta ahora, ha salido de allí
vivo."
-"Bien, si otros
lo han intentado" -dijo el Hermano Lustig, "lo intentaré yo
también."
-"Mejor
olvídelo" -dijo el anfitrión, "eso le costará su cuello."
-"Eso no me
matará inmediatamente" -dijo el Hermano Lustig, "sólo deme la
llave, y algún alimento bueno y vino."
Entonces el
anfitrión le dio la llave, alimento y vino, y con todo eso en mano, el Hermano
Lustig entró en el castillo, disfrutó de su cena, y al final, cuando tuvo
sueño, se acostó en la tierra, pues no había ninguna cama. Pronto se durmió,
pero avanzada la noche fue molestado por un gran ruido, y cuando despertó, vio
a nueve horribles diablos en el cuarto, quienes formando un círculo,
bailaban alrededor de él. El Hermano Lustig dijo,
-"Bien, bailen
lo que gusten, pero ninguno de ustedes deberá venir demasiado cerca de
mí."
Pero los
diablos lo acorralaban continuamente más cerca, y casi le daban en su cara con
sus horribles pies.
-"¡Ya paren,
fantasmas de los diablos!" -dijo él, pero ellos se comportaron todavía
peor.
Entonces el Hermano
Lustig se puso enojado, y gritó,
-"¡Ya verán,
pronto los haré calmarse!"-
Y cogió la
pata de una silla y golpeó en medio de ellos. Pero nueve diablos contra un
soldado era todavía demasiado, y cuando él golpeaba a aquellos que tenía
delante de él, los demás lo agarraban por atrás por el pelo, y lo rasgaban
despiadadamente.
-"¡Equipo de
los diablos," -gritó él, "se están sobrepasando, pero
esperen!"
-"¡A mi
mochila, todos los nueve de ustedes!"-
En un instante
todos cayeron adentro, y abrochó la mochila y la lanzó en una esquina.
Enseguida todo quedó de repente tranquilo, y el Hermano Lustig se
arrecostó otra vez, y quedó dormido hasta la llegada del nuevo día.
Entonces llegaron el
posadero y el noble a quien pertenecía el castillo, a ver como le había ido; pero
cuándo percibieron que él estaba alegre y muy bien, se sorprendieron, y
preguntaron,
-"¿No le han
hecho daño los espíritus, entonces?"
-"La razón por
la que no me dañaron" -contestó el Hermano Lustig, "es porque tengo
a todos los nueve en mi mochila. Ya usted puede habitar una vez más en su
castillo completamente tranquilo, ninguno de ellos lo frecuentará nunca más.
El noble se lo
agradeció, le hizo ricos regalos, y le pidió que permaneciera en su
servicio, y él lo aseguraría mientras viviera.
-"No,
gracias" -contestó el Hermano Lustig, "estoy acostumbrado a
deambular, viajaré más lejos."
Entonces se marchó,
y llegó a una herrería, puso la mochila que contenía a los nueve diablos en el
yunque, y pidió al herrero y a sus aprendices golpearla. Y ellos la golpearon
con sus grandes martillos con toda su fuerza, y los diablos pronunciaban
aullidos que eran completamente lastimosos. Cuando él abrió la mochila después
de la golpiza, ocho de ellos estaban muertos, pero uno que se había guardado
dentro de un pliegue de la mochila, estaba todavía vivo, y escapándose volvió
otra vez al infierno. Así el Hermano Lustig viajó mucho tiempo por todo el
mundo, y aquellos que lo conocieron pueden contar muchas historias sobre
él, pero pasados los años, por fin envejeció, y pensando en su final fue donde
un ermitaño que era conocido ser un hombre piadoso, y le dijo,
-"Estoy cansado
de deambular, y quiero ahora comportarme de tal manera que pueda entrar al
reino del Cielo."
El ermitaño le
aconsejó,
-"Hay dos caminos,
uno es amplio y agradable, y conduce al infierno, el otro es estrecho y áspero,
y conduce al cielo."
-"Yo sería un
tonto" -pensó el Hermano Lustig, "si tomara el camino estrecho y
áspero."
Y dispuso tomar el
camino amplio y agradable, y al fin vino a dar a una gran puerta negra, que era
la puerta del infierno. El Hermano Lustig llamó, y el portero se asomó para ver
quién estaba allí. Pero cuando él vio al Hermano Lustig, se aterrorizó, ya que
ese portero era el mismo noveno diablo que había sido encerrado en la mochila,
y que se había escapado de ella con solamente un ojo morado. Entonces este
portero empujó el cerrojo otra vez tan rápidamente como pudo, corrió donde el
teniente superior, y le dijo,
-"Está ahí
afuera el mismo tipo de la mochila, que quiere entrar, pero si usted valora
nuestras vidas y nuestra tranquilidad no permita que entre, o él deseará tener
a todo el infierno dentro de su mochila." "Él me tuvo una vez dentro
de ella y me dio un martilleo espantoso."
Entonces le dijeron
al Hermano Lustig que debía marcharse a otra parte, ya que no debería entrar
allí.
-"Si ellos no
me quieren tener aquí" -pensó él, "veré si puedo encontrar un lugar
para mí en el Cielo, ya que debo quedar en algún sitio."
El Hermano
Lustig dio media vuelta y avanzó hasta llegar a la puerta de Cielo, donde él
llamó. San Pedro estaba allí como un estricto portero. El Hermano Lustig lo
reconoció inmediatamente, y pensó,
-"Aquí
encuentro un viejo amigo, esto estará mejor."
Pero San Pedro
dijo,
-"Realmente creo
que quieres entrar al Cielo."
-"Déjame
entrar, hermano, pues debo estar en algún sitio. Si en el Infierno me hubieran
aceptado, no hubiera venido acá."
-"No" -dijo
San Pedro "no debes entrar"
-"Entonces, si
no puedo entrar, toma la mochila, ya que no tendré en adelante nada tuyo."
-"Dámela
entonces." -dijo San Pedro.
Y el Hermano Lustig
le dio la mochila a través de las barras del portón, y San Pedro la colocó al
lado de su asiento. Inmediatamente el Hermano Lustig dijo,
-"Deseo que yo
esté dentro de la mochila."
Y en un instante
quedó dentro de ella y dentro del Cielo, y a San Pedro no le quedó más remedio
que dejarlo permanecer allí.
1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)
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