Primera parte
A medianoche, contemplando la luna,
fuera del cerco que rodea su casa, Moritô, pensativo, va pisando las hojas
muertas.
Monólogo de Moritô
Ya asomó la luna. Si hasta ahora esperé
con impaciencia su salida, llegada esta noche su luz me llena de temor. Mi
cuerpo tiembla al imaginar que en sólo
una noche pueda quedar destruido lo que fui hasta
ahora, para convertirme en criminal
desde mañana. ¡Imaginar el
cuadro, cuando estas
manos se tiñan con el rojo de la
sangre! ¡Cómo habré de maldecirme cuando llegue ese momento! No sería tan grande
mi sufrimiento si se tratara de un enemigo que odio; pero no guardo ningún rencor
a quien debo
matar esta noche.
Yo
conozco a este
hombre desde hace tiempo. Aunque su nombre, Wataru Saemonno-Jo,
sólo lo supe ahora por este incidente, recuerdo
haber conocido antes
sus rasgos finos y su cutis
blanco, casi impropios de un hombre. Es verdad que en ese momento tuve
celos al
saber que era
el marido de
Kesa, pero ya esos celos se han disipado sin dejar rastros en mi corazón.
Por eso, aunque
sea Wataru mi rival amoroso, no siento por él ni odio ni rencor. Más
aún, podría decir que hasta siento compasión por él; cuando mi tía de
Koromogawa me enteró
de los esfuerzos
y sacrificios que había realizado para conquistar a Kesa, llegué a
tenerle verdadera simpatía. ¿Acaso no se dijo que por el deseo de casarse con
ella se había iniciado en el difícil arte de las poesías waka[1]?
Cuando imagino
esos poemas de
amor escritos por este
hombre grave y
prosaico, debo sonreír a pesar mío. Pero mi sonrisa no es ninguna
burla. Me enternece
el proceder de Wataru, que hasta
de eso fue capaz para obtener el favor de una mujer. Hasta es posible que su
pasión, que le lleva a esos extremos
por conquistar a
esa mujer que
es mi amada, me produzca cierta
satisfacción.
Pero, ¿ es qué amo realmente tanto
a Kesa para decir
todo esto? Yo
amaba a Kesa antes de que perteneciera a Wataru; o tal
vez creía amarla. Aunque pensándolo ahora, veo que tras
ese amor se
ocultaban motivos inconfesables. ¿Qué buscaba yo en ella? Debo
confesar que era la mujer
cuyo cuerpo deseaba,
siendo yo virgen por entonces. Si
se me permitiese la
exageración, diría que el
amor que sentía por ella era un deseo carnal sentimentalmente embellecido.
Porque, si bien durante los tres
años siguientes a la separación no la
olvidé, ¿habría
pensado igualmente en ella en caso de haberla poseído? No
puedo decir con
certeza que no la
haya olvidado. Después de separarnos había en mí añoranza una gran parte de
pesar por no haberla conocido
íntimamente. Luego, obse-sionado
y torturado por ese oscuro sentimiento, inicié la presente relación, esa relación que
siempre había temido
y que tanto deseara. Y ahora me pregunto: "¿La
amo de verdad?"
Pero antes
de responder es
preciso que recuerde, aunque me
desagrade, todo lo sucedido hasta este momento.
Cuando me encontré casualmente con
Kesa después de tres años -en ocasión de celebrarse la Consumación en Puente
Watanabe, durante medio año me valí de toda clase de ardides para poder encontrarme
secretamente con ella. Finalmente tuve éxito, y no sólo logré la
entrevista sino que
también pude poseer su cuerpo,
tal como lo habla soñado.
Sobre esto debo aclarar que lo que
me obsesionaba en ese
momento no era,
como dije antes, la
frustración de mi
primer deseo.
Cuando me senté frente a ella en la
habitación de la casa de Koromogawa, noté que mi pesar anterior
había desaparecido. Seguramente el hecho de que en ese momento
yo no fuera ya virgen había contribuido a disminuir mi
deseo. Pero más
que eso, la
razón más poderosa estaba en que ella, físicamente, ya
no era la
de antes. Ciertamente,
la Kesa
de ahora no es la de tres años atrás. Su rostro
ha perdido lozanía
y una sombra
negruzca circunda sus ojos. La excitante y deliciosa carne que había en
sus mejillas y debajo del mentón,
ha desaparecido como
por encanto. Se podría
aventurar que lo
único que no ha cambiado en ella son sus luminosos ojos negros... Este cambio fue sin duda un rudo golpe para
mi deseo; recuerdo que la fuerte impresión me obligó a desviar la mirada cuando
me enfrenté con ella.
Y bien: ¿por qué entonces, tuve
relaciones con esa mujer a la que no deseaba mayormente? Primero,
sentí un extraño
deseo de conquistarla. Cuando
estuvimos frente a frente,
ella comenzó a
exagerar deliberada-mente el amor
que sentía por su marido. Yo únicamente entendía que lo que me contaba sonaba a
falso y vacío. "Esta mujer conserva el orgullo por su marido, pensé, pero
podría ser un síntoma de rebeldía, para no despertar mi compasión.
"Entonces sentí
que minuto a
minuto un firme deseo de
desmentir sus palabras se iba agitando dentro de mí. Naturalmente, si me
preguntaran por qué creía que era falso, o si no había vanidad de mi parte en
suponer que mentía, no encontraría
el menor argumento para replicar. Lo cierto es que
estuve comple-tamente convencido de que mentía; y lo sigo creyendo.
No
solamente me dominaba
el ansia de conquistar a Kesa. Aparte de ese deseo-
con sólo decirlo me
lleno de vergüenza-
estaba poseído por un deseo puramente carnal. Sin embargo, el motivo no
era la insatisfacción de antes. Era más bajo, un deseo sexual que no exigía que
fuese ella quien tuviera que saciarlo. Quizá ni el hombre que compra viera una
prostituta sería tan obsceno como
lo era yo en aquel momento. Como quiera que fuese,
por todos estos motivos trabé íntima relación con Kesa;
mejor dicho, la
deshonré. Y volviendo ahora a la pregunta del principio,
no considero indispensable saber
si la amo. A
veces, hasta la odio. Cuando "aquello"
concluyó y por
la fuerza atraje
a mis brazos a esa mujer que lloraba, la encontré más infame que yo: los
cabellos rizados y el empolvado rostro
sudoroso, todo en
ella revelaba la fealdad,
tanto de su alma como de
su cuerpo. Si
realmente la había
amado hasta ese momento, ese amor tuvo que desaparecer para
siempre aquel día. O
si no
la había amado, puedo decir que ese día nació en mí un nuevo odio por
ella. ¡ Y hoy tengo que matar a un hombre que no odio a causa de una mujer que
no amo! Pero esto no
es culpa de nadie.
Yo lo dije,
impúdicamente, con mi propia boca: "Matemos a Wataru".
Pienso si
no estaría loco
cuando susurré estas palabras al
oído de Kesa. Sin embargo lo hice, a pesar de no desearlo, resistiéndome
íntimamente. Ahora, recapacitando, no comprendo por qué habría de querer
transmitirle semejante deseo; aunque si forzara una explicación diría
que cuanto más
la aborrecía más grande era mi
tentación de deshonraría.
Y nada era más indicado para ello
que matar a Wataru, el esposo que Kesa se jactaba de amar, y
hacer que aceptara
mi proposición aun contra su
voluntad.
Debió ser así como la convencí,
como en una pesadilla, de
que lo matásemos.
Por si esto no
fuera suficiente para
justificar mi propósito, diría
que una fuerza desconocida -tal vez la
del diablo o
del demonio- había anulado
mi voluntad impulsándome
a esta perversión. No obstante,
susurré insistentemente al oído de
Kesa esas mismas palabras.
Por fin ella alzó vivamente su
rostro y me dijo, sin vacilar, que aceptaba mi determinación. Me decepcionó la
facilidad con que me dio su respuesta;
fue más: al
mirarla, sorprendí en
sus ojos un
misterioso brillo que hasta
entonces no le había conocido. "Adúltera"
fue la impresión instantánea. Al mismo tiempo, me invadió una desazón que
me hizo
descubrir, repentina-mente, todo
el horror que encerraba mi intención de matar.
No creo necesario agregar que junto
a ello su repulsiva y sensual
presencia de adúltera mortificaba obstinadamente mi
conciencia.
De ser posible, habría retirado mi
promesa en el acto. Deseé
vivamente degradar hasta
el límite a aquella mujer. Así mi conciencia podría escudarse en mi
indignación, aun cuando la hubiera ofendido
deliberadamente. Pero me faltó
valor para ello; confieso que cuando clavó en mí su mirada, mudando repentinamente
de expresión... lo que me llevó a comprometerme en forma vergonzosa a matar a
Wataru un día fijo, a determinada hora, fue el miedo a
la posible venganza
de Kesa en el
supuesto caso de
que yo me
arrepintiera.
Ahora mismo siento que me persigue
tenaz-mente ese miedo. Quien quiera burlarse por creerme cobarde, que se burle.
Yo he de decirle que no conoció a la
Kesa de ese momento.
"Si no
mato al marido,
de algún modo provocará mi
muerte, aunque no
sea ella quien la ejecute. Siendo
así, prefiero matar", me dije con desesperación ante aquellos ojos que lloraban
sin lágrimas. ¿Acaso
no pude confirmar mi temor cuando
vi que, bajando la vista, sonreía poniendo un hoyuelo en su pálido rostro?
¡Ah! Por
esa maldita promesa
deberé sumar a mi más impura alma el peso de un crimen. Si consiguiera
romper este pacto antes de que llegue la medianoche... Pero tampoco lo podría
soportar. Ante todo, he dado mi palabra. Después... He dicho que temía la
venganza de Kesa; es verdad. Pero hay todavía algo más. ¿Qué es? ¿Qué fuerza
poderosa es ésta que empuja a un cobarde como yo a matar a un inocente? No lo
sé, no lo sé...
Sin embargo, no puede ser.
Desprecio a esa mujer. La temo. La odio. Pero a pesar de todo, a pesar de todo
eso, es posible que hoy mate, precisamente porque la amo.
Moritô, prosiguiendo su marcha, acalla
el monólogo. Claro de luna. Se oye una voz que canta una balada.
Sin luz,
Como las sombras,
Las almas de los
hombres
Ardiendo en
llamas de terrenales pasiones
Desaparecen, para
siempre,
De esta vida
pasajera.
Segunda parte
A medianoche, fuera del chodai[2]
Kesa, con la manga del kimono entre los dientes, da la espalda a la lámpara que
ilumina la habitación, pensa-tiva.
Monólogo de Kesa
¿Vendrá? ¿No vendrá? Bien, no creo
que haya cambiado de parecer; se va poniendo la luna y no oigo sus pasos. Si no
viniera... Ah, tendría que vivir
nuevamente, día tras
día, como una mujer indigna. ¡Cómo atreverme a un proceder
tan audaz y
deshonesto! Seré como cualquier
cadáver abandonado en el
camino, puesto que deberé callar, como una muda, aunque
muestre toda mi
vergüenza por el ultraje
padecido. De llegar
a eso, no acabaría de morir ni después de muerta.
No, no, él ha de venir, seguramente. Estoy convencida desde
que observé sus ojos cuando nos
despedimos la última
vez. Él me
teme.
Me teme aunque me odia y me
desprecia. Si realmente me tuviera
fe, no dudaría.
Pero confío en él.
Confío en su
egoísmo. Quiero decir, estoy
segura del miedo abyecto que le inspira su propio egoísmo. Por eso puedo decir
que vendrá esta noche, infaliblemente...
Pero ahora
que no puedo
creer más en mí,
¡qué miserable me
siento! Hace tres años
yo estaba segura,
confiaba sobre todo en mi belleza. Quizá fuera más acertado
decir "hasta aquel día", que "hace tres años". Ese día en
casa de mi
tía, cuando me
encontré frente a él en la habitación, una sola mirada bastó para ver
reflejada en su alma mi propia miseria.
Afectando inocencia,
Moritô trataba de seducirme con palabras amables e
insinuantes. Pero, ¿ qué consuelo cabe en el alma de una mujer que ha descubierto
su propia corrupción? Me sentía mortificada, horrorizada y triste. Prefería la
terrible angustia de aquella vez, en que siendo niña, vi un eclipse en brazos del
aya. Todos mis
ensueños se disiparon.
Después, ciñó mi
cuerpo una tristeza semejante a un amanecer después de
la lluvia... Sentí el temblor de esa tristeza; y por fin entregué
a aquel hombre
este cuerpo, este cuerpo
hecho cadáver. A
ese hombre que no amo, que me
odia y es un mujeriego.
¿No habré podido sobreponerme a la
angustia que sentí
cuando comprendí mi
propia pobreza?¿ Acaso habré querido disimular todo con aquel fugaz
instante, cálido y delicioso, en que me entregué ocultando mi cara en su pecho? ¿O
es que como
él, actué únicamente
por instinto, con
ese oscuro impulso del deseo? De solo pensarlo me siento
morir de vergüenza, ¡de vergüenza, de vergüenza!
Aunque luchaba por no llorar de ira
y de tristeza, las lágrimas me brotaban sin cesar.
Pero no por el solo hecho de que me
hubiese violado. Era la angustia y el dolor de ser violada y a la vez
humillada, como un perro leproso al que no sólo desprecian sino que maltratan.
Pero, ¿qué
fue lo que
hice "después"?
Guardo un vago recuerdo, como si
todo eso perteneciera a un pasado ya lejano. Recuerdo el instante en que,
llorando todavía, sentí en mi oreja el
roce de sus
bigotes y oí
en un susurro su voz cálida
diciendo:" ¡Matemos a Wataru!"
Al escucharlo, no sé bien por qué
me sentí extrañamente aliviada. ¿Aliviada? Si pudiera usar la metáfora de que
la luz de luna es luminosa, tal vez lo que sentí en ese momento fue, sí, una especie
de alivio, aunque ese alivio fuera el claro de luna y no la claridad del sol.
Pensándolo bien, ¿no podría ser que esa terrible frase de Moritô hubiese
logrado consolarme en cierto modo? ¡Ah! ¿Es posible que yo, la mujer, se
complazca en ser amada por un hombre aun al precio de matar a su propio marido?
Seguí llorando
con ese sentimiento
del claro de luna,
triste y aliviada
a la vez. ¿Después... después?... ¿Cuándo habré
aceptado el plan
para ultimar a
Wataru con su complicidad? A
decir verdad, en el mismo momento de aceptarlo fue cuando recordé
a mi marido. Sinceramente, era la primera vez que pensaba en él. Hasta ese
momento sólo había pensado intensamente en mí, solamente en mí, que había sido
injuriada de ese modo. Pero en aquel instante pensé en mi esposo, en mi tímido
esposo... No, no pensé en él, sino que lo "recordé"con tanta nitidez
como si lo hubiese tenido delante de mis ojos; con su
cara sonriente, como
cuando quiere decirme algo. ¿Es
posible que haya sido precisamente cuando decidí ejecutar "mi" plan,
el momento en que recordé el rostro sonriente de mi
marido? En ese
mismo instante me decidí a morir, y hasta me sentí feliz de
haber tomado esa resolución. Pero cuando dejé de llorar y lo miré otra vez, y
de nuevo vi reflejada en él mi propia miseria, sentí que toda mi alegría
se esfumaba. Entonces-
vuelvo a recordar la
angustia de cuando
vi el eclipse con mi aya- fue como si de pronto
desapareciera todo lo que de maldito y misterioso encerraba aquella alegría. ¿Significa
que amo a mi marido el solo hecho de haberme decidido a morir por él? No, no
puede ser... obedezco únicamente al propósito de rehabilitarme, con el pretexto
de sacrificarme por
mi marido...
Yo,
que carezco de
valor para suicidarme... con un corazón mezquino que teme
la malicia de los otros. Pero eso podría serme perdonado. Puesto
que hay algo
más; fui aún
más miserable, más ruin. ¿Acaso no quería vengarme del desprecio de
aquel hombre y de su bajeza con el
pretexto de esta
abnegación final? Como corroborándolo, cuando vi el rostro de ese hombre,
la extraña sensación- lúcida como la luz de la luna- se desvaneció, y al
instante la congoja ojos; con su cara sonriente, como
cuando quiere decirme
algo. ¿Es posible que haya sido
precisamente cuando decidí ejecutar "mi" plan, el
momento en que recordé el rostro
sonriente de mi marido?
En ese mismo instante me decidí a
morir, y hasta me sentí
feliz de haber
tomado esa resolución. Pero
cuando dejé de
llorar y lo miré otra vez, y de nuevo vi reflejada en
él mi propia miseria, sentí que toda mi alegría se esfumaba. Entonces- vuelvo a
recordar la angustia de cuando vi el eclipse con mi aya- fue como si de pronto
desapareciera todo lo que de maldito y misterioso encerraba aquella alegría. ¿Significa
que amo a mi marido el solo hecho de haberme decidido a morir por él? No, no
puede ser... obedezco únicamente al propósito de rehabilitarme, con el pretexto
de sacrificarme por mi marido... Yo, que carezco de valor para suicidarme...
con un corazón mezquino que
teme la malicia
de los otros. Pero
eso podría serme
perdonado.
Puesto que hay algo más; fui aún
más miserable, más ruin. ¿Acaso no quería vengarme del desprecio de aquel
hombre y de su bajeza con el pretexto
de esta abnegación
final?
Como corroborándolo, cuando vi el
rostro de ese hombre, la extraña sensación -lúcida como la luz de la luna- se
desvaneció, y al instante la congoja heló mi corazón. Yo no muero por mi
marido. Yo me propongo morir para mí misma. Estoy dispuesta a ello para vengar
la humillación y el rencor que conservo de la infamia. ¡Ay! ni merezco seguir
en esta vida, ni soy digna de morir.
Pero, después de todo, nadie sabe
cuánto mejor es morir
esta muerte que
seguir viviendo. Aun en mi
angustia, repetidas veces le
aseguré, sonriendo, que
cumpliría la promesa de matar a
mi marido. Y él, que es bastante sensible, habrá imaginado a través de esas
palabras de lo que sería capaz si él dejara
de hacerlo. Esto
significa que habiendo empeñado su palabra, es imposible
que esta noche deje de
venir... ¿ Será el
rumor del viento...? Al pensar
que la angustia y el sufrimiento
que me tortura
desde aquel día pueden
desaparecer hoy mismo,
siento que mis nervios descansan.
El sol de mañana bañará fríamente mi cuerpo sin cabeza. Cuando mi marido me
descubra... No, no pensaré en él. Wataru me ama. Pero yo no tengo fuerzas para
hacer algo por su amor.
Hace tiempo
que sólo puedo
amar a un hombre. Ese hombre es, justa-mente, el que vendrá
esta noche para matarme.
Hasta la débil llama de esta
lámpara resulta luminosa para mí, maltratada como he sido por el hombre que
amo...
Kesa apaga la luz. Un momento
después, se oye un ruido leve al abrirse la puerta del jardín. La luna irradia
una suave claridad.
Escrito en marzo de 1919
1.002. Akutagawa (Ryunosuke)
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