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viernes, 1 de febrero de 2013

Kesa y moritô

Primera parte
   
A medianoche, contemplando la luna, fuera del cerco que rodea su casa, Moritô, pensativo, va pisando las hojas muertas.
   
Monólogo de Moritô 
   
Ya asomó la luna. Si hasta ahora esperé con impaciencia su salida, llegada esta noche su luz me llena de temor. Mi cuerpo tiembla al  imaginar  que  en  sólo  una  noche  pueda quedar destruido lo que fui hasta ahora, para convertirme  en  criminal  desde  mañana. ¡Imaginar  el  cuadro,  cuando  estas  manos  se tiñan con el rojo de la sangre! ¡Cómo habré de maldecirme cuando llegue ese momento! No sería tan grande mi sufrimiento si se tratara de un enemigo que odio; pero no guardo ningún  rencor  a  quien  debo  matar  esta  noche. 
Yo  conozco  a  este  hombre  desde  hace tiempo. Aunque su nombre, Wataru Saemonno-Jo, sólo lo supe ahora por este incidente, recuerdo  haber  conocido  antes  sus  rasgos finos y su cutis blanco, casi impropios de un hombre. Es verdad que en ese momento tuve celos  al  saber  que  era  el  marido  de  Kesa, pero ya esos celos se han disipado sin dejar rastros  en  mi  corazón.  Por  eso,  aunque  sea Wataru mi rival amoroso, no siento por él ni odio ni rencor. Más aún, podría decir que hasta siento compasión por él; cuando mi tía de Koromogawa  me  enteró  de  los  esfuerzos  y sacrificios que había realizado para conquistar a Kesa, llegué a tenerle verdadera simpatía. ¿Acaso no se dijo que por el deseo de casarse con ella se había iniciado en el difícil arte de las poesías waka[1]
Cuando  imagino  esos  poemas  de  amor escritos  por  este  hombre  grave  y  prosaico, debo sonreír a pesar mío. Pero mi sonrisa no es  ninguna  burla.  Me  enternece  el  proceder de Wataru, que hasta de eso fue capaz para obtener el favor de una mujer. Hasta es posible que su pasión, que le lleva a esos extremos  por  conquistar  a  esa  mujer  que  es  mi amada, me produzca cierta satisfacción. 
Pero, ¿ es qué amo realmente tanto a Kesa  para  decir  todo  esto?  Yo  amaba  a  Kesa antes de que perteneciera a Wataru; o tal vez creía amarla. Aunque pensándolo ahora, veo que  tras  ese  amor  se  ocultaban  motivos  inconfesables. ¿Qué buscaba yo en ella? Debo confesar  que  era  la  mujer  cuyo  cuerpo  deseaba,  siendo yo  virgen por entonces. Si se me  permitiese  la  exageración,  diría  que  el amor que sentía por ella era un deseo carnal sentimentalmente  embellecido.  Porque,  si bien durante los tres años siguientes a la separación  no  la  olvidé,  ¿habría  pensado igualmente en ella en caso de haberla poseído?  No  puedo  decir  con  certeza  que  no  la haya olvidado. Después de separarnos había en mí añoranza una gran parte de pesar por no  haberla  conocido  íntimamente.  Luego, obse-sionado y torturado por ese oscuro sentimiento, inicié la presente relación, esa relación  que  siempre  había  temido  y  que  tanto deseara. Y ahora me pregunto: "¿La amo de verdad?"
Pero  antes  de  responder  es  preciso  que recuerde, aunque me desagrade, todo lo sucedido hasta este momento. 
Cuando me encontré casualmente con Kesa después de tres años -en ocasión de celebrarse la Consumación en Puente Watanabe, durante medio año me valí de toda clase de ardides para poder encontrarme secretamente con ella. Finalmente tuve éxito, y no sólo logré  la  entrevista  sino  que  también  pude poseer su cuerpo, tal como lo habla soñado.
Sobre esto debo aclarar que lo que me obsesionaba  en  ese  momento  no  era,  como  dije antes,  la  frustración  de  mi  primer  deseo.
Cuando me senté frente a ella en la habitación de la casa de Koromogawa, noté que mi pesar  anterior  había  desaparecido.  Seguramente el hecho de que en ese momento yo no fuera ya virgen había contribuido a disminuir  mi  deseo.  Pero  más  que  eso,  la  razón más poderosa estaba en que ella, físicamente,  ya  no  era  la  de  antes.  Ciertamente,  la Kesa de ahora no es la de tres años atrás. Su rostro  ha  perdido  lozanía  y  una  sombra  negruzca circunda sus ojos. La excitante y deliciosa carne que había en sus mejillas y debajo  del  mentón,  ha  desaparecido  como  por encanto.  Se  podría  aventurar  que  lo  único que no ha cambiado en ella son sus luminosos ojos negros...  Este cambio fue sin duda un rudo golpe para mi deseo; recuerdo que la fuerte impresión me obligó a desviar la mirada cuando me enfrenté con ella. 
Y bien: ¿por qué entonces, tuve relaciones con esa mujer a la que no deseaba mayormente?  Primero,  sentí  un  extraño  deseo de  conquistarla.  Cuando  estuvimos  frente  a frente,  ella  comenzó  a  exagerar  deliberada-mente el amor que sentía por su marido. Yo únicamente entendía que lo que me contaba sonaba a falso y vacío. "Esta mujer conserva el orgullo por su marido, pensé, pero podría ser un síntoma de rebeldía, para no despertar mi compasión. 
"Entonces  sentí  que  minuto  a  minuto  un firme deseo de desmentir sus palabras se iba agitando dentro de mí. Naturalmente, si me preguntaran por qué creía que era falso, o si no había vanidad de mi parte en suponer que mentía,  no  encontraría  el  menor  argumento para replicar. Lo cierto es que estuve comple-tamente convencido de que mentía; y lo sigo creyendo. 
No  solamente  me  dominaba  el  ansia  de conquistar a Kesa. Aparte de ese deseo- con sólo  decirlo  me  lleno  de  vergüenza-  estaba poseído por un deseo puramente carnal. Sin embargo, el motivo no era la insatisfacción de antes. Era más bajo, un deseo sexual que no exigía que fuese ella quien tuviera que saciarlo. Quizá ni el hombre que compra viera una prostituta  sería  tan  obsceno  como  lo  era  yo en aquel momento. Como quiera que fuese, por todos estos motivos trabé íntima relación con  Kesa;  mejor  dicho,  la  deshonré.  Y  volviendo ahora a la pregunta del principio, no considero  indispensable  saber  si  la  amo.  A veces, hasta la  odio. Cuando "aquello" concluyó  y  por  la  fuerza  atraje  a mis brazos a esa mujer que lloraba, la encontré más infame que yo: los cabellos rizados y el  empolvado  rostro  sudoroso,  todo  en  ella revelaba  la  fealdad,  tanto  de  su  alma  como de  su  cuerpo.  Si  realmente  la  había  amado hasta ese momento, ese amor tuvo que desaparecer  para  siempre  aquel  día.  O si  no  la había amado, puedo decir que ese día nació en mí un nuevo odio por ella. ¡ Y hoy tengo que matar a un hombre que no odio a causa de una mujer que no  amo! Pero  esto no  es culpa  de  nadie.  Yo  lo  dije,  impúdicamente, con mi propia boca: "Matemos a Wataru". 
Pienso  si  no  estaría  loco  cuando  susurré estas palabras al oído de Kesa. Sin embargo lo hice, a pesar de no desearlo, resistiéndome íntimamente. Ahora, recapacitando, no comprendo por qué habría de querer transmitirle semejante deseo; aunque si forzara una explicación  diría  que  cuanto  más  la  aborrecía más grande era mi tentación de deshonraría.
Y nada era más indicado para ello que matar a Wataru, el esposo que Kesa se jactaba de amar,  y  hacer  que  aceptara  mi  proposición aun contra su voluntad. 
Debió ser así como la convencí, como en una  pesadilla,  de  que  lo  matásemos.  Por  si esto  no  fuera  suficiente  para  justificar  mi propósito, diría que una fuerza desconocida -tal  vez  la  del  diablo  o  del  demonio-  había anulado  mi  voluntad  impulsándome  a  esta perversión.  No  obstante,  susurré  insistentemente al oído de Kesa esas mismas palabras. 
Por fin ella alzó vivamente su rostro y me dijo, sin vacilar, que aceptaba mi determinación. Me decepcionó la facilidad con que me dio  su  respuesta;  fue  más:  al  mirarla,  sorprendí  en  sus  ojos  un  misterioso  brillo  que hasta    entonces no  le había conocido. "Adúltera" fue la impresión instantánea. Al mismo tiempo, me invadió una desazón que me  hizo  descubrir,  repentina-mente,  todo  el horror que encerraba mi intención de matar.
No creo necesario agregar que junto a ello su repulsiva  y  sensual  presencia  de  adúltera mortificaba  obstinadamente  mi  conciencia.
De ser posible, habría retirado mi promesa en el  acto.  Deseé  vivamente  degradar  hasta  el límite a aquella mujer. Así mi conciencia podría escudarse en mi indignación, aun cuando la  hubiera  ofendido  deliberadamente.  Pero me faltó valor para ello; confieso que cuando clavó en mí su mirada, mudando repentinamente de expresión... lo que me llevó a comprometerme en forma vergonzosa a matar a Wataru un día fijo, a determinada hora, fue el miedo  a  la  posible  venganza  de  Kesa  en  el supuesto  caso  de  que  yo  me  arrepintiera.
Ahora mismo siento que me persigue tenaz-mente ese miedo. Quien quiera burlarse por creerme cobarde, que se burle. Yo he de decirle que no conoció a la Kesa de ese momento. 
"Si  no  mato  al  marido,  de  algún  modo provocará  mi  muerte,  aunque  no  sea  ella quien la ejecute. Siendo así, prefiero matar", me dije con desesperación ante aquellos ojos que  lloraban  sin  lágrimas.  ¿Acaso  no  pude confirmar mi temor cuando vi que, bajando la vista, sonreía poniendo un hoyuelo en su pálido rostro? 
¡Ah!  Por  esa  maldita  promesa  deberé sumar a mi más impura alma el peso de un crimen. Si consiguiera romper este pacto antes de que llegue la medianoche... Pero tampoco lo podría soportar. Ante todo, he dado mi palabra. Después... He dicho que temía la venganza de Kesa; es verdad. Pero hay todavía algo más. ¿Qué es? ¿Qué fuerza poderosa es ésta que empuja a un cobarde como yo a matar a un inocente? No lo sé, no lo sé...
Sin embargo, no puede ser. Desprecio a esa mujer. La temo. La odio. Pero a pesar de todo, a pesar de todo eso, es posible que hoy mate, precisamente porque la amo. 
Moritô, prosiguiendo su marcha, acalla el monólogo. Claro de luna. Se oye una voz que canta una balada. 
   
   Sin luz,
   Como las sombras,
   Las almas de los hombres
   Ardiendo en llamas de terrenales pasiones
   Desaparecen, para siempre,
   De esta vida pasajera.
   
Segunda parte
   
A medianoche, fuera del chodai[2] Kesa, con la manga del kimono entre los dientes, da la espalda a  la  lámpara  que  ilumina la  habitación, pensa-tiva.
   
Monólogo de Kesa

¿Vendrá? ¿No vendrá? Bien, no creo que haya cambiado de parecer; se va poniendo la luna y no oigo sus pasos. Si no viniera... Ah, tendría  que  vivir  nuevamente,  día  tras  día, como una mujer indigna. ¡Cómo atreverme a un  proceder  tan  audaz  y  deshonesto!  Seré como  cualquier  cadáver  abandonado  en  el camino, puesto que deberé callar, como una muda,  aunque  muestre  toda  mi  vergüenza por  el  ultraje  padecido.  De  llegar  a  eso,  no acabaría de morir ni después de muerta. No, no, él ha de venir, seguramente. Estoy convencida  desde  que  observé  sus  ojos  cuando nos  despedimos  la  última  vez.  Él  me  teme.
Me teme aunque me odia y me desprecia. Si realmente  me  tuviera  fe,  no  dudaría.  Pero confío  en  él.  Confío  en  su  egoísmo.  Quiero decir, estoy segura del miedo abyecto que le inspira su propio egoísmo. Por eso puedo decir que vendrá esta noche, infaliblemente... 
Pero  ahora  que  no  puedo  creer  más  en mí,  ¡qué  miserable  me  siento!  Hace  tres años  yo  estaba  segura,  confiaba  sobre  todo en mi belleza. Quizá fuera más acertado decir "hasta aquel día", que "hace tres años". Ese día  en  casa  de  mi  tía,  cuando  me  encontré frente a él en la habitación, una sola mirada bastó para ver reflejada en su alma mi propia miseria. 
Afectando  inocencia,  Moritô  trataba  de seducirme con palabras amables e insinuantes. Pero, ¿ qué consuelo cabe en el alma de una mujer que ha descubierto su propia corrupción? Me sentía mortificada, horrorizada y triste. Prefería la terrible angustia de aquella vez, en que siendo niña, vi un eclipse en brazos  del  aya.  Todos  mis  ensueños  se  disiparon.  Después,  ciñó  mi  cuerpo  una  tristeza semejante a un amanecer después de la lluvia... Sentí el temblor de esa tristeza; y por fin  entregué  a  aquel  hombre  este  cuerpo, este  cuerpo  hecho  cadáver.  A  ese  hombre que no amo, que me odia y es un mujeriego.
¿No habré podido sobreponerme a la angustia  que  sentí  cuando  comprendí  mi  propia pobreza?¿ Acaso habré querido disimular todo con aquel fugaz instante, cálido y delicioso, en que me entregué ocultando mi cara en su  pecho? ¿O  es  que  como  él,  actué  únicamente  por  instinto,  con  ese  oscuro  impulso del deseo? De solo pensarlo me siento morir de vergüenza, ¡de vergüenza, de vergüenza! 
Aunque luchaba por no llorar de ira y de tristeza, las lágrimas me brotaban sin cesar.
Pero no por el solo hecho de que me hubiese violado. Era la angustia y el dolor de ser violada y a la vez humillada, como un perro leproso al que no sólo desprecian sino que maltratan. 
Pero,  ¿qué  fue  lo  que  hice "después"?
Guardo un vago recuerdo, como si todo eso perteneciera a un pasado ya lejano. Recuerdo el instante en que, llorando todavía, sentí en mi  oreja  el  roce  de  sus  bigotes  y  oí  en  un susurro su voz cálida diciendo:" ¡Matemos a Wataru!"
Al escucharlo, no sé bien por qué me sentí extrañamente aliviada. ¿Aliviada? Si pudiera usar la metáfora de que la luz de luna es luminosa, tal vez lo que sentí en ese momento fue, sí, una especie de alivio, aunque ese alivio fuera el claro de luna y no la claridad del sol. Pensándolo bien, ¿no podría ser que esa terrible frase de Moritô hubiese logrado consolarme en cierto modo? ¡Ah! ¿Es posible que yo, la mujer, se complazca en ser amada por un hombre aun al precio de matar a su propio marido?  
Seguí  llorando  con  ese  sentimiento  del claro  de  luna,  triste  y  aliviada  a  la  vez. ¿Después... después?... ¿Cuándo habré aceptado  el  plan  para  ultimar  a  Wataru  con  su complicidad?  A  decir  verdad,  en  el  mismo momento de aceptarlo fue cuando recordé a mi marido. Sinceramente, era la primera vez que pensaba en él. Hasta ese momento sólo había pensado intensamente en mí, solamente en mí, que había sido injuriada de ese modo. Pero en aquel instante pensé en mi esposo, en mi tímido esposo... No, no pensé en él, sino que lo "recordé"con tanta nitidez como si lo hubiese tenido delante de mis ojos; con  su  cara  sonriente,  como  cuando  quiere decirme algo. ¿Es posible que haya sido precisamente cuando decidí ejecutar "mi" plan, el momento en que recordé el rostro sonriente de  mi  marido?  En  ese  mismo  instante  me decidí a morir, y hasta me sentí feliz de haber tomado esa resolución. Pero cuando dejé de llorar y lo miré otra vez, y de nuevo vi reflejada en él mi propia miseria, sentí que toda mi  alegría  se  esfumaba.  Entonces-  vuelvo  a recordar  la  angustia  de  cuando  vi  el  eclipse con mi aya- fue como si de pronto desapareciera todo lo que de maldito y misterioso encerraba aquella alegría. ¿Significa que amo a mi marido el solo hecho de haberme decidido a morir por él? No, no puede ser... obedezco únicamente al propósito de rehabilitarme, con el  pretexto  de  sacrificarme  por  mi  marido...
Yo,  que  carezco  de  valor  para  suicidarme... con un corazón mezquino que teme la malicia de los otros. Pero eso podría serme perdonado.  Puesto  que  hay  algo  más;  fui  aún  más miserable, más ruin. ¿Acaso no quería vengarme del desprecio de aquel hombre y de su bajeza  con  el  pretexto  de  esta  abnegación final? Como corroborándolo, cuando vi el rostro de ese hombre, la extraña sensación- lúcida como la luz de la luna- se desvaneció, y al instante la congoja ojos; con su cara sonriente,  como  cuando  quiere  decirme  algo.  ¿Es posible que haya sido precisamente cuando  decidí  ejecutar "mi" plan,  el  momento  en que recordé el rostro sonriente de mi marido?
En ese mismo instante me decidí a morir, y hasta  me  sentí  feliz  de  haber  tomado  esa resolución.  Pero  cuando  dejé  de  llorar  y  lo miré otra vez, y de nuevo vi reflejada en él mi propia miseria, sentí que toda mi alegría se esfumaba. Entonces- vuelvo a recordar la angustia de cuando vi el eclipse con mi aya- fue como si de pronto desapareciera todo lo que de maldito y misterioso encerraba aquella alegría. ¿Significa que amo a mi marido el solo hecho de haberme decidido a morir por él? No, no puede ser... obedezco únicamente al propósito de rehabilitarme, con el pretexto de sacrificarme por mi marido... Yo, que carezco de valor para suicidarme... con un corazón  mezquino  que  teme  la  malicia  de  los otros.  Pero  eso  podría  serme  perdonado.
Puesto que hay algo más; fui aún más miserable, más ruin. ¿Acaso no quería vengarme del desprecio de aquel hombre y de su bajeza con  el  pretexto  de  esta  abnegación  final?
Como corroborándolo, cuando vi el rostro de ese hombre, la extraña sensación -lúcida como la luz de la luna- se desvaneció, y al instante la congoja heló mi corazón. Yo no muero por mi marido. Yo me propongo morir para mí misma. Estoy dispuesta a ello para vengar la humillación y el rencor que conservo de la infamia. ¡Ay! ni merezco seguir en esta vida, ni soy digna de morir. 
Pero, después de todo, nadie sabe cuánto mejor  es  morir  esta  muerte  que  seguir  viviendo. Aun en mi angustia, repetidas veces le  aseguré,  sonriendo,  que  cumpliría la  promesa de matar a mi marido. Y él, que es bastante sensible, habrá imaginado a través de esas palabras de lo que sería capaz si él dejara  de  hacerlo.  Esto  significa  que  habiendo empeñado su palabra, es imposible que esta noche  deje  de  venir...  ¿ Será  el  rumor  del viento...? Al pensar que la angustia y el sufrimiento  que  me  tortura  desde  aquel  día pueden  desaparecer  hoy  mismo,  siento  que mis nervios descansan. El sol de mañana bañará fríamente mi cuerpo sin cabeza. Cuando mi marido me descubra... No, no pensaré en él. Wataru me ama. Pero yo no tengo fuerzas para hacer algo por su amor. 
Hace  tiempo  que  sólo  puedo  amar  a  un hombre. Ese hombre es, justa-mente, el que vendrá esta noche para matarme. 
Hasta la débil llama de esta lámpara resulta luminosa para mí, maltratada como he sido por el hombre que amo... 
Kesa apaga la luz. Un momento después, se oye un ruido leve al abrirse la puerta del jardín. La luna irradia una suave claridad.
   
Escrito en marzo de 1919

1.002. Akutagawa (Ryunosuke)




[1] Forma poética japonesa, compuesta por 31 sílabas.
[2] Recinto para cama, elevado del piso, cuyos cuatro  costados  se  hallan  cubiertos  por cortinas; usado especialmente en dormitorios de los nobles en el antiguo Japón.  

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