Erase un
posadero a cuya mujer le gustaban tanto los cuentos que le prohibió alojar a
quien no supiera contarlos. Como esta manía perjudicaba el negocio, el marido
se dijo: «Tengo que escarmentarla con eso de los cuentos.»
Conque
una vez, en pleno invierno y ya de noche, llamó un viejecito todo aterido y
pidió posada. El marido salió a abrirle.
-¿Tú
sabes contar cuentos? -le preguntó. Porque mi mujer no me deja admitir a nadie
que no sepa.
El viejo,
viendo que la cosa se enredaba y él estaba muerto de frío, contestó:
-¡Claro
que sil
-¿Y
estarás mucho tiempo contando?
-Pues
toda la noche.
Bueno,
pues muy bien: el posadero dejó entrar al viejo y le dijo a su mujer:
-Mira:
aquí tienes a un hombre que promete pasarse toda la noche contando cuentos a
condición de que nadie le contradiga ni le interrumpa.
Y el
viejo insistió en lo mismo:
-Eso es.
Que no me interrumpan, o no contaré ninguno. Conque cenaron, se acostaron y empezó
el viejo:
-Volaba
una lechuza por un huerto y se posó a beber agua en una artesa; volaba una
lechuza por un huerto y se posó a beber agua en una artesa...
Y vuelta
a lo mismo:
-Volaba
una lechuza por un huerto y se posó a beber agua en una artesa...
La mujer
estuvo escuchando un rato, hasta que no pudo aguantarse:
-¡Pues
valiente cuento! Todo es repetir lo mismo...
-¿Y por
qué me has interrumpido? ¿No dije que nadie lo hiciera? Este es un cuento que
se empieza así, pero luego viene otra cosa.
El marido,
que sólo esperaba un pretexto, se levantó al oír lo que decía el hombre y la
emprendió a golpes con su mujer.
-¿No te
han dicho que no interrumpas? No le has dejado terminar el cuento...
Tal
paliza le dio, que la mujer les tomó odio a los cuentos y juró no escuchar
ninguno más.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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