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viernes, 1 de febrero de 2013

Buriónushka

No se sabe en qué reino ni en qué país vivían un zar y una zari­na que tenían una hija: la zarevna María. Pero la zarina murió y el zar volvió a casarse con una mujer llamada Yáguishna*. Esta dio a luz a dos hijas, la una con dos ojos y la otra con tres.
La madrastra, que no quería a la zarevna María, le mandó que fuera al campo a cuidar de una vaca llamada Buriónushka, debido a su color canela oscuro, y por toda comida le dio un mendrugo de pan.
La zarevna llegó al campo, se inclinó ante la pata derecha de Buriónushka, y se encontró ricamente ataviada y con todo lo que necesitaba de comida y bebida. Vestida como una señora, cuidó de la vaca todo el día. Al atardecer volvió a inclinarse ante la pata derecha de la vaca, se encontró vestida como de costumbre y vol­vió a casa con el mendrugo de pan, que dejó encima de la mesa.
«¿De qué se alimentará la muy perra?», se preguntaba la ma­drastra. Conque al día siguiente le dio el mismo mendrugo y man­dó con ella a su hija mayor diciéndole:
-Entérate de lo que come la zarevna María.
Llegaron al campo y la zarevna le dijo a su hermanastra:
-Ven, hermanita, que te rebusque en la cabeza y empezó a rebuscarle en la cabeza mientras murmuraba: ¡Duerme, duer­me, hermanita! ¡Duerme, duerme, querida! ¡Qué se duerma un ojito! ¡Que se duerman los dos!
Y la hermana se durmió. Entonces la zarevna se levantó, fue hasta donde estaba la vaca Buriónushka, se inclinó ante su pata derecha y se encontró lujosamente vestida y con todo lo que nece­sitaba de comida y bebida. Así anduvo todo el día como una seño­ra. Al atardecer, la zarevna María volvió a vestirse como de costumbre.
-¡Despierta, hermanita! ¡Levanta, querida! -le dijo a su hermanastra. Volvamos a casa.
«¡Dios mío! -pensó la hermanastra. Me he pasado el día dur­miendo y no he visto nada. Mi madre me regañará.» Llegaron a casa, y la madre le preguntó:
-¿Qué ha comido y ha bebido la zarevna María? -No he visto nada.
Yáguishna la regañó. A la mañana siguiente le dijo a la hija de los tres ojos:
-Ve tú, y fíjate a ver de lo que se alimenta esa perra.
Las dos muchachas fueron al campo donde pacía Buriónush­ka y la zarevna María dijo a su hermanastra:
Cuentos populares rusos
-¡Hermanita! Ven que te rebusque en la cabeza.
-Sí, hermanita. Sí, querida.
La zarevna María se puso a rebuscarle diciendo:
-¡Duerme, duerme, hermanita! ¡Duerme, duerme, querida! ¡Que se duerma un ojito! ¡Que se duerman los dos!
Pero se le olvidó que esa hermanastra tenía tres ojos y con ese tercer ojo estuvo viendo lo que hacía la zarevna María. La vio lle­gar hasta Buriónushka, inclinarse ante su pata derecha, quedando ricamente ataviada y con todo lo que necesitaba de comida y de bebida. Al ponerse el sol, volvió a inclinarse ante la pata derecha de Buriónushka, de nuevo quedó vestida como de costumbre y despertó a su hermanastra de los tres ojos.
-¡Despierta, hermanita! ¡Levanta, querida! Vamos a casa.
Llegó la zarevna María a su casa y dejó el mendrugo de pan encima de la masa. La madre le preguntó a su hija si había descu­bierto de qué se alimentaba la zarevna María, y la hija de los tres ojos se lo contó todo. La madrastra ordenó entonces al marido que matara a la vaca Buriónushka, y él obedeció. La zarevna María le pidió:
-Dame por lo menos un trocito de los intestinos.
El padre le tiró un trozo, que ella plantó en el huerto. En su lugar creció un arbusto que se cuajó de frutos dulces y en cuyas ramas se posaban diferentes avecillas y entonaban canciones de re­yes y de campesinos.
El zarévich Iván, que oyó hablar de la zarevna María, fue a ver a la madrastra, puso un frutero encima de la mesa y dijo:
-Tomaré por esposa a la joven que me traiga este frutero lle­no de bayas.
Yáguishna mandó a la mayor de sus hijas a traer las bayas, pe­ro las avecillas no la dejaron siquiera acercarse al arbusto, acome­tiéndola como para saltarle los ojos. Mandó a la otra hija, pero tam­poco a ella le permitieron las avecillas arrancar las bayas. Finalmente, mandó a la zarevna María.
La zarevna tomó el frutero y fue a recoger bayas: por cada una que cogía ella, las avecillas ponían dos o tres en el frutero. Volvió a la casa, colocó el frutero encima de la mesa y le hizo una reve­rencia al zarévich.
En seguida se celebró la boda con un banquete lleno de ale­gría; el zarévich Iván se llevó a la zarevna María y fueron viviendo felices.
Al cabo de cierto tiempo, ni muy largo ni muy corto, la zarevna María tuvo un hijo. Sintió deseos de ver a su padre y fue a visitarle en compañía de su marido. La madrastra transformó a la zarevna María en oca, y a su hija mayor le dio el aspecto de la esposa del zarévich. Con ella volvió el zarévich Iván a su casa.
A la mañana siguiente, el viejo ayo se levantó muy temprani­to, se lavó muy bien lavado, tomó al niño en brazos y fue al campo abierto hasta cerca de un arbusto. En esto llegaron volando unas ocas grises.
-¡Ocas grises! ¡Bellas ocas! ¿Habéis visto a la madre de este niño?
-Viene en otra bandada.
Llegó volando otra bandada.
-¡Ocas grises! ¡Bellas ocas! ¿Habéis visto a la madre de este niño?
La madre del niño se posó en el suelo, se quitó una pelleja, se quitó otra, tomó al niño en brazos y se puso a amamantarle, llorando al mismo tiempo que decía:
-Hoy le daré de mamar, y mañana también; pero al otro día emprenderé el vuelo hasta más allá de los bosques oscuros y las altas montañas.
El viejo ayo regresó a casa. El niño estuvo durmiendo hasta la mañana siguiente sin despertarse, mientras la falsa esposa se que­jaba de que el viejo hubiera ido al campo con el niño, causándole mucha fatiga.
Por la mañana, el viejo ayo volvió a levantarse muy temprano, a lavarse muy bien lavado y se fue con el niño al campo. Pero tam­bién el zarévich Iván se levantó, siguió al ayo sin que éste se diera cuenta y se escondió detrás del arbusto.
Llegaron volando unas ocas grises, y el viejo les preguntó:
-¡Ocas grises! ¡Bellas ocas! ¿Habéis visto a la madre de este niño?
-Viene con otra bandada.
Llegó volando otra bandada.
-¡Ocas grises! ¡Bellas ocas! ¿Habéis visto a la madre de este niño?
La madre del niño se posó en el suelo, se quitó una pelleja, se quitó otra, las tiró sobre el arbusto y se puso a amamantar al niño mientras se despedía de él:
-Mañana emprenderé el vuelo hasta más allá de los bosques oscuros y las alta montañas.
Le devolvió el niño al ayo y dijo:
-Parece que huele a quemado.
Cuando quiso volver a ponerse sus pellejas, no las encontró: el zarévich Iván las había quemado. El zarévich la agarró por un brazo, pero ella se convirtió en una rana, luego en una lagartija, después en otros bichos parecidos y, finalmente, en un huso. El zarévich Iván partió el huso por la mitad, arrojó hacia atrás la parte ancha y hacia delante la punta, y se encontró frente a la zarevna María, tan joven y tan bella. Volvieron juntos a su casa. Al verlos, la hija de Yáguishna se puso a gritar:
-¡Ahí llega la verdugal ¡Ahí llega la asesina!
El zarévich reunió a sus nobles y sus boyardos y les preguntó:
-¿Con qué esposa queréis que viva?
-Con la primera -dijeron ellos.
-Bien, señores, pues viviré con la que antes trepe a lo alto del portón.
La hija de Yáguishna trepó en seguida por el portón, mientras que la zarevna María quiso intentarlo, pero no lo consiguió. En­tonces el zarévich Iván tomó una escopeta y disparó contra la falsa esposa.
Y, lo mismo que en los primeros tiempos, vivió feliz y contento con la zarevna María.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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