Estaba un
campesino sembrando un campo cerca de un gran camino cuando acertó a pasar por
allí el zar. Se detuvo cerca del campesino y dijo:
-¡Dios te
ayude en la siembra!
-Gracias,
buen hombre -contestó el campesino sin saber que era el zar.
-¿Sacas
mucho provecho de este campo? -preguntó el zar.
-Unos
ochenta rublos cuando es buena la cosecha.
-¿Y qué
haces con el dinero?
-Veinte
rublos son para el tributo, veinte para pagar una deuda, veinte los doy
prestados y veinte los tiro por la ventana.
-¿Quieres
explicarme, amigo, a quién le pagas la deuda, a quién le das el préstamo y por
qué tiras lo demás por la ventana?
-Pago la
deuda manteniendo a mi padre, doy prestado alimentando a mi hijo y lo que tiro
por la ventana es lo que gasto dando de comer a mi hija.
-¡Razón
tienes! -exclamó el soberano.
Luego le
regaló un puñado de plata, se dio a conocer y le hizo jurar que, de no ser en
presencia suya, a nadie le diría lo que acababan de hablar.
-Te lo
pregunte quien te lo pregunte, tú no se lo digas a nadie.
Regresó
el zar a su ciudad capital, convocó a los boyardos y los generales y les dijo:
-A ver
quién acierta una adivinanza. Yendo de camino vi a un campesino sembrando un
campo. Le pregunté qué provecho le daba aquel campo y qué hacía con el dinero.
El campesino contestó que, siendo buena la cosecha, sacaba ochenta rublos. De
ellos, veinte son para pagar el tributo, veinte para pagar una deuda, veinte
los da prestados y los veinte restantes los tira por la ventana. A quien sepa
explicar esta adivinanza, le premiaré con una buena recompensa y grandes
honores.
Los
boyardos y los generales estuvieron piensa que te piensa, pero sin dar con la
solución. Hasta que a uno de los boyardos se le ocurrió ir a ver al campesino
con quien había hablado el zar. Le puso delante un montón de monedas de plata y
luego le pidió:
-Explícame
la adivinanza que ha puesto el zar.
Seducido
por tanto dinero, el campesino se lo explicó todo al boyardo, que volvió al
palacio del zar y acertó la adivinanza.
Viendo el
zar que el campesino no había cumplido su palabra, le hizo comparecer. Llegó el
campesino y, a la primera, confesó que le había explicado él la adivinanza al
boyardo.
-Pues tú
te lo has buscado, hermano: has cometido una falta por la cual serás ejecutado.
-¡Majestad!
Yo no he cometido ninguna falta, puesto que le expliqué la adivinanza al
boyardo en presencia vuestra.
A renglón
seguido, el campesino sacó del bolsillo una moneda de plata de un rublo con la
efigie del zar y se la mostró al soberano.
-Razón
tienes -dijo el soberano. Ese soy yo.
Y dejó al
campesino en libertad después de recompensarle con largueza.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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