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viernes, 1 de febrero de 2013

Bujtán bujtánovich

En cierto reino y en cierto país vivía Bujtán Bujtánovich, un hom­bre que se había construido una estufa sobre pilotes en pleno campo.
Estaba tumbado en el rellano de la estufa, metido hasta el co­do en leche de cucarachas, cuando llegó una zorra y le dijo:
-Oye, Bujtán Bujtánovich: ¿quieres que te case con la hija del zar?
-¿Pero qué estás diciendo?
-¿Tienes algún dinero?
-Sí, claro, pero es solamente una moneda de cinco kópeks.
-Bueno, pues déjamela.
La zorra hizo que le cambiaran la moneda en kópeks, medios kópek y cuartos de kópek y luego se presentó al zar.
-Amable majestad -le dijo, ¿querríais prestarme un chet­verik para medir el dinero de Bujtán Bujtánovich?
-Llévatelo.
La zorra fue a su casa, deslizó unas monedas en el hueco que formaba uno de los aros y devolvió la medida al zar, diciendo:
-Amable majestad, con esta medida no basta. ¿Podríais pres­tarme una que tenga el doble de capacidad para medir las mone­das de Bujtán Bujtánovich?
-¡Llévatela!
La zorra cogió la medida, fue a su casa, metió unas monedas en el hueco que forma uno de los aros y se la llevó de vuelta al zar.
-Amable majestad: ésta tampoco basta. ¿Podríais prestarme otra que sea el doble de ésta?
-¡Llévatela!
La zorra cogió la medida, fue a su casa, metió el resto de las monedas en el hueco que formaba uno de los aros y se la llevó de vuelta a zar.
-¿Te ha bastado ésta, zorrita? -se interesó el zar.
-Sí, perfectamente. Pero ahora, amable majestad, he venido a hablaros de un asunto de sumo interés: he venido a sugeriros que caséis a vuestra hija con Bujtán Bujtánovich.
-Bueno, pero habría que ver al novio primero, ¿no? La zorra se marchó corriendo.
-¡Bujtán Bujtánovich! ¿Tienes algún traje decente? Pues pón­telo y,ven conmigo.
Bujtán Bujtánovich se puso el traje y fue a ver al zar, guiado por la zorra. El camino pasaba por un puentecillo, tan sucio que daba asco verlo. La zorra empujó a Bujtán Bujtánovich, que fue a caer en el lodo todo lo largo que era. La zorra se inclinó sobre él, muy solícita, haciendo aspavientos y, con el pretexto de ayudarle a levantarse, le embadurnó todavía más.
-Espera un momento, Bujtán Bujtánovich. Le explicaré al zar lo que ha ocurrido.
De una carrera llegó al palacio y compareció ante el zar con estas palabras:
-¡Amable majestad! Veníamos Bujtán Bujtánovich y yo por el puente (ese puente que es un lodazal), cuando nos hemos caído en un momento de distracción. Bujtán Bujtánovich se ha puesto perdido de barro y no puede andar así por las calles. ¿No tendríais algún traje de diario que prestarle?
-Sí, claro. Toma.
La zorra salió disparada con el traje. Llegó donde había dejado a Bujtán Bujtánovich y le dijo:
-Cambia tu traje por éste, anda. Y vamos pronto a palacio.
Llegaron a palacio, donde les esperaba ya la mesa puesta. Buj­tán Bujtánovich no tenía ojos más que para admirar su atuendo, ya que nunca se había visto tan lujosamente trajeado.
-Oye -inquirió finalmente el zar llamando la atención de la zorra-: ¿qué le sucede a Bujtán Bujtánovich, que no para de mi­rarse la ropa?
-Pues le ocurre, amable majestad, que se siente avergonza­do. Nunca en su vida se había puesto un traje tan pobre. ¿No po­dríais ofrecerle, amable majestad, el que soléis poneros por Pas­cuas?
Luego, volviéndose disimuladamente hacia Bujtán Bujtánovich, susurró:
-¡Deja de mirarte el traje!
Como no sabía a dónde mirar, Bujtán Bujtánovich fijó los ojos en una silla dorada.
-Oye -preguntó otra vez el zar a la zorra: ¿por qué se fija ahora tanto Bujtán Bujtánovich en la silla?
-Pues porque en su casa, amable majestad, esas sillas suele tenerlas en los cuartos de aseo.
El zar agarró la silla y la arrojó al pasillo.
-No mires a un sitio fijamente -le susurró la zorra a Bujtán Bujtánovich. Mira mejor para acá, para allá...
Pero la conversación saltó en aquel momento a un tema muy interesante: los esponsales.
La boda se celebró al poco tiempo. De sobra es sabido que un zar no necesita hacer provisiones de cerveza ni de vino para un ca­so así, puesto que de todo le sobra.
A Bujtán Bujtánovich le cargaron tres barcos de todo lo habido y por haber, y con esa flota partió hacia su casa. El iba por mar, con su esposa, y la zorra corriendo por la costa. Bujtán Bujtáno­vich vio su estufa en medio del campo y gritó:
-¡Zorrita, zorrita! ¡Mira mi estufa...!
-¡Calla, hombre! No te pongas en evidencia.
Siguieron el viaje. Mientras iba Bujtán Bujtánovich navegan­do, la zorrita se adelantó por la orilla y vio, en un altozano, un in­menso palacio de piedra rodeado de un reino inabarcable. Entró en una isba, y no encontró a nadie. Fue al palacio y en una sala encontró a Culebrón Culebrero estirado cuan largo era en un es­trado, a Cuervo Corvero subido en un saliente de la estufa y a Qui­riqui Quiriquero sentado en el trono.
-¿Cómo estáis aquí tan tranquilos? -les gritó la zorra al entrar. Ahí llegan el zar con el fuego, la zarina con el rayo. In­cendiarán todo esto y moriréis abrasados.
-¡Ay! ¿Dónde nos podríamos esconder, zorrita?
-Tú, Quiriqui Quiriquero, métete en un barril.
Y la zorra encerró a Quiriqui Quiriquero en un barril.
-Tú, Cuervo Corvero, aquí en el almirez.
Y la zorra encerró a Cuervo Corvero en el almirez. En cuanto a Culebrón Culebrero, lo lió en un montón de paja y lo sacó fuera.
Llegaron los barcos, y la zorra ordenó que todos aquellos ani­males fueran arrojados al agua. Los cosacos cumplieron inmedia­tamente su orden.
Bujtán Bujtánovich metió en aquel palacio todo lo que había traído en los tres barcos y allí vivió largos años en la opulencia, rei­nando y gobernando hasta que allí falleció.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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