Translate

lunes, 27 de enero de 2014

Una invernada entre los hielos - Cap VIII. Plan de explotación

El 9 de octubre celebró Juan Cornbutte consejo, en el que fueron admitidos todos los hombres de la tripulación, para que la solidaridad y el valor individual acrecentasen el celo de todos.
Este consejo tuvo por objeto acordar el plan de las operaciones que se debían realizar, y Juan Cornbutte con el mapa en la mano, empezó por exponer con toda claridad la situación presente.
La costa oriental de Groenlandia se extiende perpendicularmente hacia el Norte, y aunque los descubrimientos posteriores de los navegantes han precisado el límite exacto de estos parajes, "en la época a que nos referimos no había sido aún reconocida tierra alguna en el espacio de quinientas leguas que separan a Groenlandia de Spitzberg. Únicamente la isla Shannon se encontraba a una distancia de cien millas al Norte de la, bahía Gael‑Hamkes, donde iba a invernar La Joven Audaz.
Sí, como era muy probable, el buque noruego había sido arrastrado en esa dirección y en la hipótesis de que no hubiera podido llegar a la isla de Shannon, allí era donde Luis Cornbutte y los demás náufragos debieron refugiarse durante el invierno.
A pesar de la oposición de Andrés Vasling, ésta fue la opinión que prevaleció en el consejo celebrado por los tripulantes de La Joven Audaz, por lo que se decidió hacer las exploraciones por el lado de la isla de Shannon.
Al efecto, se adoptaron en seguida las disposiciones necesarias.
Juan Cornbutte había adquirido en la costa de Noruega un trineo de esquimales, construido con tablas curvas por delante y por detrás, que lo mismo podía deslizarse sobre la nieve que sobre el hielo; tenía doce pies de largo por cuatro de ancho y en él podían cargarse provisiones para algunas semanas.
Fidel Misonne no tardó mucho en ponerlo en disposición de ser utilizado, trabajando para ello en el almacén de nieve, porque fuera habría sido imposible trabajar. Como el cañón de la estufa, que a través de una de las paredes laterales salía del exterior por un agujero practicado en el hielo, iba derritiendo con el calor los puntos de contacto, Juan Cornbutte hizo envolver con tela metálica esta parte del cañón, con lo que obtuvo un resultado satisfactorio.
Mientras Misonne preparaba el trinco, Penellán, con la ayuda de María, confezcionaba los trajes de repuesto, que habían de llevarse al hacer la exploración; pero como por fortuna había botas de piel de foca en abundancía, no fue preciso hacer más.
Juan Cornbutte y Andrés Vasling, por su parte, se ocuparon en preparar las provisiones, y, al efecto, escogieron un pequeño barril de alcohol destinado a calentar una cocinilla portátil, tomaron la cantidad que se creyó suficiente de té y de café, y se completó la alimentación con una caja de galletas, doscientas libras de pemmican y algunos frascos de aguardiente. Además, se convino en dedicar todos los días algún tiempo a la caza para proveerse de carne fresca.
También se puso en el trineo cierta cantidad de pólvora distribuida en varios sacos, la brújula, el sextante y el anteojo; pero estos instrumentos fueron colocados de modo tal que quedaron por completo al abrigo de todo choque.
El 11 de octubre el sol desapareció del horizonte por completo, y desde entonces fue necesario tener constantemente encendida una lámpara en la cámara de la tripulación.
Urgía, pues, empezar inmediatamente las exploraciones, porque, por los motivos que a continuación se dirán, no había tiempo que perder.
En el mes de enero bajaría tanto el termómetro y sería, por consiguiente, tan intenso el frío, que no se podría salir fuera del bergantín sin exponerse a perecer, y, por lo menos durante dos meses, la tripulación se vería condenada a la reclusión absoluta. Después empezaría el deshielo, que duraría hasta que el bergantín pudiera darse a la vela.
Estas dificultades impedirían, naturalmente, hacer ninguna exploración. Además, si Luis Cornbutte y sus compañeros vivían aún, no podrían soportar los rigores del invierno ártico, por lo que era preciso encontrarlos antes o renunciar a la esperanza de salvarlos.
Andrés Vaslíng, perfectamente enterado de todo esto, no cesaba de oponer obstáculos a la expedición, pues sir mayor deseo era el de que no apareciese el capitán Luis Cornbutte.
De todos modos, los preparativos que se consideraron necesarios para el viaje quedaron terminados el 20 de octubre, y, entonces se procedió a elegir los hombres que hablan de partir; pero, desde luego, Juan Cornbutte y Penellán tenían que formar parte de la caravana, porque la joven, que deseaba ir, no podía prescindir de la protección del uno o del otro.
Se discutió mucho si María podría soportar las fatigas de una expedición tan penosa; pero como se la había visto sufrir, valiente y sin proferir la menor queja, pruebas muy duras, se decidió, al fin, que emprendiera el viaje, s'i bien se le reservó, para el caso en que fuera necesario, un puesto en el trineo, donde se construyó una garita de madera, herméticamente cerrada.
María, hija de un marinero y acostumbrada desde la niñez a las penalidades del mar, vio satisfechos sus deseos, porque le repugnaba separarse de sus protectores, y Penellán no se asombraba de verla luchar contra los peligros de las aguas polares y contra aquellos horribles climas.
La expedición quedó, por consiguiente, organizada. María, Juan Cornbutte, Andrés Vasling, Penellán, Aupie y Fidel Misonne emprenderían el viaje, Turquiette quedaría encargado de la custodia de bergantín, y Gervique y Grandlin permanecerían a su lado.
Como Juan Cornbutte, con el propósito de prolongar la exploración todo cuanto fuera posible, resolvió dejar depósitos de víveres a lo largo del camino, uno por cada siete u ocho días de marcha se recogieron nuevas provisiones de toda especie, que se colocaron en el trineo tan pronto como éste estuvo completamente dispuesto.
El trineo, con el toldo de pieles de búfalo con que fue cubierto, los víveres y todo lo demás que se colocó en él, pesaba unas setecientas libras, peso que podía ser arrastrado fácilmente sobre el hielo por un tiro de cinco perros.
Conforme había previsto el capitán, el 22 de octubre cambió repentinamente la temperatura: el cielo se despejó, brillaron las estrellas con intensa claridad y la luna apareció en el horizonte, del que no desapareció luego hasta quince días después.
El termómetro había bajado a veinticinco grados bajo cero.
La expedición debía emprender el viaje al día siguiente.

1.016. Verne (Julio)

No hay comentarios:

Publicar un comentario