Inmediatamente después que la
joven, confiada a los cuidados de amigos caritativos, fue sacada del bergantín,
el segundo de a bordo, Andrés Vasling, refirió a Juan Cornbutte el horroroso
acontecimiento que le privaba de volver a ver a su hijo.
Este suceso infausto estaba
consignado en el diario de a bordo en los siguientes términos:
"Encontrándose el navío, el 26
de abril, a la altura del Maelström, al pairo a causa del borrascoso temporal
reinante y de los vientos del Sudoeste, distinguiéronse las señales que en
demanda de socorro hacía una goleta a sotavento.
"Esta goleta, desprovista de
su trinquete, corría hacia el remolino con las velas recogidas, y, viendo el capitán
Luis Cornbutte que la pérdida del barco era inminente, resolvió ir a bordo para
prestarle auxilio, a pesar de las observaciones que le hicieron los hombres de
la tripulación.
"Mandó echar la chalupa al mar
y se embarcó en ella con el marinero Cortrois y el timonel Pedro Nouquet. La
tripulación los siguió con la vista hasta el momento en que desaparecieron
envueltos en la bruma.
"Llegó la noche, el estado del
mar empeoraba más a cada momento que transcurría, y, como La Joven Audaz ,
atraída por las violentas corrientes que hay en aquellos parajes, corría el
riesgo de ser engullida por la vorágine del Maelström, tuvo que huir, viento en
popa.
"Durante algunos días recorrió
inútilmente el lugar del siniestro: la chalupa del bergantín, la goleta, el
capitán Luis Cornbutte y los dos marineros no volvieron a aparecer.
"Andrés Vasling reunió
entonces a la tripulación, tomó el mando del navío e hizo vela hacia
Dunkerque.”
Juan Cornbutte, después de haber
leído este relato, tan escueto como el del suceso más sencillo de a bordo,
lloró durante largo rato, sin que sirviera de lenitivo a su dolor otra cosa que
la satisfacción de que su hijo hubiera hallado la muerte por socorrer a sus
semejantes.
Después, el infortunado padre salió
del bergantín, cuya vista le mortificaba, y regresó a su casa abismado en
profundo desconsuelo.
La triste noticia de la
desaparición del capitán y de dos marineros de La Joven Audaz se
supo pronto en todo Dunkerque, y los amigos del viejo marino Juan Cornbutte se
apresuraron a testimoniarle su sentimiento.
Los tripulantes del bergantín
refirieron más tarde todos los detalles del desgraciado acontecimiento, y
Andrés Vasling explicó a María todas las circunstancias que habían concurrido
en el acto de heroismo realizado por su infeliz novió.
Juan Cornbutte, después de haber
llorado amargamente, reflexionó con detenimiento, Y el resultado de estas
reflexiones fue que, cuando al día siguiente de su llegada lo visitó Andrés
Vasling, se apresuró a preguntarle:
‑¿Tiene completa seguridad de que
mi hijo ha muerto?
‑¡Ay! Desgraciadamente, sí, señor
Juan ‑respondió el interpelado.
¿Se hizo todo lo necesario para volver a encontrarlo?
Absolutamente todo lo que se podía hacer, se hizo señor Cornbutte; pero, por
desgracia, no nos cabe la menor duda de que los dos marineros y él fueron
engullidos por la vorágine del Maelström.
Andrés, ¿le interesa continuar
siendo el segundo del bergantín?
Eso depende de quién sea el
capitán, señor Cornbutte.
‑El capitán seré yo, Andrés ‑dijo
el viejo marino. Voy a proceder inmediatamente a la descarga de mi barco y,
luego, organizaré la tripulación y saldré a buscar a mi hijo.
‑Su hijo ha muerto ‑insistió Andrés
Vasling.
‑Sí, es posible, Andrés ‑repuso
Juan Cornbutte; pero, como también es probable que esté vivo, quiero registrar
todos los puertos de Noruega a los que haya podido ser impulsado, para ver si
lo encuentro. Cuando adquiera la convicción de que no he de volver a verlo,
vendré a morir aquí.
Andrés Vasling, comprediendo que no
haría desistir de su propósito al viejo, se retiró sin insistir.
Juan Cornbutte se apresuro a
notificar su proyecto a su sobrina, quien vio brillar entre sus lágrimas un
destello de esperanza. A la joven no se le había ocurrido poner en duda la
muerte de su amado; pero, apenas entrevió la probabilidad de que se hubiera
salvado, se aferró a esta esperanza, abandonándose a ella por completo.
Como La Joven Audaz era
un bergantín sólidamente construido y no había necesidad de hacerle
reparaciones por no haber sufrido avería alguna, Juan Cornbutte decidió
emprender inmediatamente el viaje, a cuyo efecto hizo publicar que, si a sus
marineros les interesaba volver a embarcarse, la tripulación no sufriría otra
modificación que la de encargarse él del mando del buque en remplazo de su
hijo.
Como era de esperar, ninguno de los
compañeros de Luis Cornbutte faltó al llamamiento, y entre ellos los había muy
valientes. Alain Turquiette, el carpintero Fidel Misonne, el bretón Penellán,
que reemplazó a Pedro Nouquet en las funciones de timonel de La Joven Audaz ,
y los bravos y experimentados marinos Grandlin, Aupic y Gervique, todos se
apresuraron a ponerse a las órdenes del nuevo capitán.
El único que vaciló durante algún
tiempo fue Andrés Vasling, quien, al proponerle de nuevo Juan Cornbutte que
recobrara su puesto, opuso algunas dificultades y pidió que se le permitiera
reflexionar antes de decidirse.
El segundo del bergantín era un
marino inteligente y que maniobraba con mucha habilidad, como lo había
demostrado conduciendo a La
Joven Audaz a buen puerto, después de la muerte del
capitán Luis.
‑Como guste, Andrés Vasling ‑respondió
Juan Cornbutte, algo sorprendido de las vacilaciones del segundo. No olvide
que, si al fin acepta, será muy bien acogido por todos nosotros.
El viejo marino contaba para todo
con el bretón Penellán, persona que le era completa-mente adicta y que durante
mucho tiempo había sido su compañero de viajes. Antiguamente, cuando el timonel
estaba en tierra, María, siendo niña, había, pasado muchas horas en sus brazos,
durante las largas veladas de invierno. Por eso, sin duda, le profesaba gran
cariño paternal, al que la joven correspondía con acendrado afecto de hija.
Penellán, pues, activó cuanto le
fue posible el armamento del bergantín para que pudiera emprender elviaje
cuanto antes, especialmente por la creencia en que el timonel estaba de que
Andrés Vasling no había hecho todas las investigaciones que debió hacer para
encontrar a los náufragos, aunque lo excusaba la responsabilidad que, como
capitán, pesaba sobre él.
Antes de que hubieran transcurrido
ocho días, La Joven
Audaz encontrábase ya dispuesta para hacerse a la vela;
pero, esta vez, en lugar de mercancías, fue abastecida de carnes saladas,
galletas, barriles de harina, patatas, tocino, vino, aguardiente, café, tabaco
y de todas aquellas cosas que se consideran necesarias para emprender un viaje
de ¡limitada duración.
Al fin se decidió emprender la
marcha el día 22 de mayo, y la víspera, por la tarde, Andrés Vasling, que no
había respondido aún a la proposición que le había hecho Juan Cornbutte, se
presentó en casa de éste.
Todavía estaba indeciso y no sabía
qué partido adoptar.
Aunque la puerta de la casa de Juan
Cornbutte estaba abierta, el viejo marinero no se encontraba allí; pero Andrés
Vasling no se detuvo, sino que, por lo contrario, se encaminó directamente a la
sala común, que, por cierto, comunicaba con el aposento de María.
A los oídos de Vasling llegó el
rumor de una conversación muy animada, sostenida en la habitación de la joven.
Prestó atención y reconoció las voces de Penellán y de María.
Debía de hacer ya largo rato que
duraba la discusión, porque la joven parecía oponer gran firmeza a las
observaciones del marino bretón.
‑¿Qué edad tiene mi tío Juan
Cornbutte? ‑preguntaba María.
‑Unos sesenta años ‑respondía
Penellán.
‑Pues bien, ¿no va a afrontar toda
clase de peligros por encontrar a su hijo?
Nuestro capitán está muy fuerte todavía
-replicaba el marinero. Tiene cuerpo de roble y músculos de acero, y nada de
extraño es que vuelva de nuevo al mar.
Mi buen Penellán ‑repuso María, se
es muy fuerte cuando se ama. Además, tengo mucha confianza en Dios y no dudo
que me prestará ayuda. Usted me comprende y también me ayudará.
‑No ‑protestaba Penllán; es
imposible, María. ¡Quién sabe adónde iremos y qué peligros tendrémos que
afrontar! ¡He visto a muchos hombres vigorosos dejar su vida en los mares!
‑Penellán ‑rearguyó la joven, no
desistiré de ningún modo, y, si usted me contraria, creeré que no me ama ya.
Andrés Vasling comprendió, por lo
que acababa de oír, cuál era el propósito de la joven; reflexionó un momento y
adoptó su partido.
‑Juan Cornbutte ‑dijo avanzando
hacia el viejo marino, que entró entonces‑. Voy con usted. Las causas que me
impedían embarcar han desapare-cido y puede usted contar conmigo.
‑Jamás lo puse en duda, Andrés
Vasling -respondió Juan Cornbutte, estrechándole la mano. ¡María, hija mía! ‑dijo
luego con voz alta.
María y Penellán acudieron
inmediatamente.
‑Aparejaremos mañana, al despuntar
el día, cuando descienda la marea ‑dijo el viejo marino. ¡Mi pobre María, ésta
es la última noche que pasaremos juntos!
‑¡Querido tío! ‑exclamó la joven,
cayendo en los brazos de Juan Cornbutte.
‑¡María, con la ayuda de Dios te
traeré a tu prometido!
‑Sí, traeremos a Luis ‑agregó
Andrés Vasling.
‑Entonces, ¿es usted de los
nuestros? -preguntó vivamente Penellán.
‑Sí, Penellán; Andrés Vasling será
mi segundo respondió Juan Cornbutte.
‑¡Oh! ¡Oh! ‑exclamó el bretón de un
modo singular.
‑Sus consejos nos serán muy útiles,
porque es hábil y empren-dedor.
‑Es usted, capitán, quien nos
enseñará a todos ‑repuso Andrés Vasling, porque todavía tiene usted tanto vigor
como sabiduría.
‑Bien, amigos míos, hasta mañana.
¡Hasta la vista, Andrés! ¡Hasta la vista, Penellán!
El segundo y el marinero salieron
juntos, quedándose María y Juan Cornbutte frente a frente. ¡Cuántas lágrimas
derramaron ambos durante aquella triste nochel
Juan Cornbutte, al ver tan desolada
a María, resolvió separarse de ella bruscamente, abandonando la casa por la
mañana temprano sin prevenirla.
Con este propósito, diole aquella
noche su último beso, y a las tres de la madrugada abandonó el lecho.
Esta partida del bergantín había
llevado al muelle a todos los amigos del viejo marino. El cura, que debía
consagrar la unión de María y de Luis, acudió también a bendecir nuevamente el
barco. Se cambiaron en silencio fuertes apretones de manos, y Juan Cornbutte
subió a bordo.
La tripulación estaba en su puesto;
Andrés Vasling dio las últimas órdenes; se largaron las velas, y el bergantín
se alejó rápidamente, impulsado por una buena brisa Nordeste, mientras que el
cura, de pie en medio de los espectadores arrodillados, confiaba el buque a la
protección de Dios.
¿A dónde va ese bergantín? ¿Sigue
el rumbo peligroso en que perecieron tantos náufragos? ¡No tiene destino cierto!
¡Debe arrostrar todos los peligros y saberlos dominar sin vacilación! ¡Sólo
Dios sabe el lugar en que podrá abordar! ¡Que la Providencia le guíe!
1.016. Verne (Julio)
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