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lunes, 27 de enero de 2014

Una invernada entre los hielos - Cap II. El proyecto de juan cornbutte

Inmediatamente después que la joven, confiada a los cuidados de amigos caritativos, fue sacada del bergantín, el segundo de a bordo, Andrés Vasling, refirió a Juan Cornbutte el horroroso acontecimiento que le privaba de volver a ver a su hijo.
Este suceso infausto estaba consignado en el diario de a bordo en los siguientes términos:

"Encontrándose el navío, el 26 de abril, a la altura del Maelström, al pairo a causa del borrascoso temporal reinante y de los vientos del Sudoeste, distinguiéronse las señales que en demanda de socorro hacía una goleta a sotavento.
"Esta goleta, desprovista de su trinquete, corría hacia el remolino con las velas recogidas, y, viendo el capitán Luis Cornbutte que la pérdida del barco era inminente, resolvió ir a bordo para prestarle auxilio, a pesar de las observaciones que le hicieron los hombres de la tripulación.
"Mandó echar la chalupa al mar y se embarcó en ella con el marinero Cortrois y el timonel Pedro Nouquet. La tripulación los siguió con la vista hasta el momento en que desaparecieron envueltos en la bruma.
"Llegó la noche, el estado del mar empeoraba más a cada momento que transcurría, y, como La Joven Audaz, atraída por las violentas corrientes que hay en aquellos parajes, corría el riesgo de ser engullida por la vorágine del Maelström, tuvo que huir, viento en popa.
"Durante algunos días recorrió inútilmente el lugar del siniestro: la chalupa del bergantín, la goleta, el capitán Luis Cornbutte y los dos marineros no volvieron a aparecer.
"Andrés Vasling reunió entonces a la tripulación, tomó el mando del navío e hizo vela hacia Dunkerque.”

Juan Cornbutte, después de haber leído este relato, tan escueto como el del suceso más sencillo de a bordo, lloró durante largo rato, sin que sirviera de lenitivo a su dolor otra cosa que la satisfacción de que su hijo hubiera hallado la muerte por socorrer a sus semejantes.
Después, el infortunado padre salió del bergantín, cuya vista le mortificaba, y regresó a su casa abismado en profundo desconsuelo.
La triste noticia de la desaparición del capitán y de dos marineros de La Joven Audaz se supo pronto en todo Dunkerque, y los amigos del viejo marino Juan Cornbutte se apresuraron a testimoniarle su sentimiento.
Los tripulantes del bergantín refirieron más tarde todos los detalles del desgraciado acontecimiento, y Andrés Vasling explicó a María todas las circunstancias que habían concurrido en el acto de heroismo realizado por su infeliz novió.
Juan Cornbutte, después de haber llorado amargamente, reflexionó con detenimiento, Y el resultado de estas reflexiones fue que, cuando al día siguiente de su llegada lo visitó Andrés Vasling, se apresuró a preguntarle:
‑¿Tiene completa seguridad de que mi hijo ha muerto?
‑¡Ay! Desgraciadamente, sí, señor Juan ‑respondió el interpelado.
 ¿Se hizo todo lo necesario para volver a encon­trarlo? Absolutamente todo lo que se podía hacer, se hizo señor Cornbutte; pero, por desgracia, no nos cabe la menor duda de que los dos marineros y él fueron engullidos por la vorágine del Maelström.
Andrés, ¿le interesa continuar siendo el segundo del bergantín?
Eso depende de quién sea el capitán, señor Cornbutte.
‑El capitán seré yo, Andrés ‑dijo el viejo marino. Voy a proceder inmediatamente a la descarga de mi barco y, luego, organizaré la tripulación y saldré a buscar a mi hijo.
‑Su hijo ha muerto ‑insistió Andrés Vasling.
‑Sí, es posible, Andrés ‑repuso Juan Cornbutte; pero, como también es probable que esté vivo, quiero registrar todos los puertos de Noruega a los que haya podido ser impulsado, para ver si lo encuentro. Cuando adquiera la convicción de que no he de volver a verlo, vendré a morir aquí.
Andrés Vasling, comprediendo que no haría desistir de su propósito al viejo, se retiró sin insistir.
Juan Cornbutte se apresuro a notificar su proyecto a su sobrina, quien vio brillar entre sus lágrimas un destello de esperanza. A la joven no se le había ocurrido poner en duda la muerte de su amado; pero, apenas entrevió la probabilidad de que se hubiera salvado, se aferró a esta esperanza, abandonándose a ella por completo.
Como La Joven Audaz era un bergantín sólidamente construido y no había necesidad de hacerle reparaciones por no haber sufrido avería alguna, Juan Cornbutte decidió emprender inmediatamente el viaje, a cuyo efecto hizo publicar que, si a sus marineros les interesaba volver a embarcarse, la tripulación no sufriría otra modificación que la de encargarse él del mando del buque en remplazo de su hijo.
Como era de esperar, ninguno de los compañeros de Luis Cornbutte faltó al llamamiento, y entre ellos los había muy valientes. Alain Turquiette, el carpintero Fidel Misonne, el bretón Penellán, que reemplazó a Pedro Nouquet en las funciones de timonel de La Joven Audaz, y los bravos y experimentados marinos Grandlin, Aupic y Gervique, todos se apresuraron a ponerse a las órdenes del nuevo capitán.
El único que vaciló durante algún tiempo fue Andrés Vasling, quien, al proponerle de nuevo Juan Cornbutte que recobrara su puesto, opuso algunas dificultades y pidió que se le permitiera reflexionar antes de decidirse.
El segundo del bergantín era un marino inteligente y que maniobraba con mucha habilidad, como lo había demostrado conduciendo a La Joven Audaz a buen puerto, después de la muerte del capitán Luis.
‑Como guste, Andrés Vasling ‑respondió Juan Cornbutte, algo sorprendido de las vacilaciones del segundo. No olvide que, si al fin acepta, será muy bien acogido por todos nosotros.
El viejo marino contaba para todo con el bretón Penellán, persona que le era completa-mente adicta y que durante mucho tiempo había sido su compañero de viajes. Antiguamente, cuando el timonel estaba en tierra, María, siendo niña, había, pasado muchas horas en sus brazos, durante las largas veladas de invierno. Por eso, sin duda, le profesaba gran cariño paternal, al que la joven correspondía con acendrado afecto de hija.
Penellán, pues, activó cuanto le fue posible el armamento del bergantín para que pudiera emprender elviaje cuanto antes, especialmente por la creencia en que el timonel estaba de que Andrés Vasling no había hecho todas las investigaciones que debió hacer para encontrar a los náufragos, aunque lo excusaba la responsabilidad que, como capitán, pesaba sobre él.
Antes de que hubieran transcurrido ocho días, La Joven Audaz encontrábase ya dispuesta para hacerse a la vela; pero, esta vez, en lugar de mercancías, fue abastecida de carnes saladas, galletas, barriles de harina, patatas, tocino, vino, aguardiente, café, tabaco y de todas aquellas cosas que se consideran necesarias para emprender un viaje de ¡limitada duración.
Al fin se decidió emprender la marcha el día 22 de mayo, y la víspera, por la tarde, Andrés Vasling, que no había respondido aún a la proposición que le había hecho Juan Cornbutte, se presentó en casa de éste.
Todavía estaba indeciso y no sabía qué partido adoptar.
Aunque la puerta de la casa de Juan Cornbutte estaba abierta, el viejo marinero no se encontraba allí; pero Andrés Vasling no se detuvo, sino que, por lo contrario, se encaminó directamente a la sala común, que, por cierto, comunicaba con el aposento de María.
A los oídos de Vasling llegó el rumor de una conversación muy animada, sostenida en la habitación de la joven. Prestó atención y reconoció las voces de Penellán y de María.
Debía de hacer ya largo rato que duraba la discusión, porque la joven parecía oponer gran firmeza a las observaciones del marino bretón.
‑¿Qué edad tiene mi tío Juan Cornbutte? ‑preguntaba María.
‑Unos sesenta años ‑respondía Penellán.
‑Pues bien, ¿no va a afrontar toda clase de peligros por encontrar a su hijo?
Nuestro capitán está muy fuerte todavía -replicaba el marinero. Tiene cuerpo de roble y músculos de acero, y nada de extraño es que vuelva de nuevo al mar.
Mi buen Penellán ‑repuso María, se es muy fuerte cuando se ama. Además, tengo mucha confianza en Dios y no dudo que me prestará ayuda. Usted me comprende y también me ayudará.
‑No ‑protestaba Penllán; es imposible, María. ¡Quién sabe adónde iremos y qué peligros tendrémos que afrontar! ¡He visto a muchos hombres vigorosos dejar su vida en los mares!
‑Penellán ‑rearguyó la joven, no desistiré de ningún modo, y, si usted me contraria, creeré que no me ama ya.
Andrés Vasling comprendió, por lo que acababa de oír, cuál era el propósito de la joven; reflexionó un momento y adoptó su partido.
‑Juan Cornbutte ‑dijo avanzando hacia el viejo marino, que entró entonces‑. Voy con usted. Las causas que me impedían embarcar han desapare-cido y puede usted contar conmigo.
‑Jamás lo puse en duda, Andrés Vasling -respondió Juan Cornbutte, estrechándole la mano. ¡María, hija mía! ‑dijo luego con voz alta.
María y Penellán acudieron inmediatamente.
‑Aparejaremos mañana, al despuntar el día, cuando descienda la marea ‑dijo el viejo marino. ¡Mi pobre María, ésta es la última noche que pasaremos juntos!
‑¡Querido tío! ‑exclamó la joven, cayendo en los brazos de Juan Cornbutte.
‑¡María, con la ayuda de Dios te traeré a tu prometido!
‑Sí, traeremos a Luis ‑agregó Andrés Vasling.
‑Entonces, ¿es usted de los nuestros? -preguntó vivamente Penellán.
‑Sí, Penellán; Andrés Vasling será mi segundo respondió Juan Cornbutte.
‑¡Oh! ¡Oh! ‑exclamó el bretón de un modo singular.
‑Sus consejos nos serán muy útiles, porque es hábil y empren-dedor.
‑Es usted, capitán, quien nos enseñará a todos ‑repuso Andrés Vasling, porque todavía tiene usted tanto vigor como sabiduría.
‑Bien, amigos míos, hasta mañana. ¡Hasta la vista, Andrés! ¡Hasta la vista, Penellán!
El segundo y el marinero salieron juntos, quedándose María y Juan Cornbutte frente a frente. ¡Cuántas lágrimas derramaron ambos durante aquella triste nochel
Juan Cornbutte, al ver tan desolada a María, resolvió separarse de ella bruscamente, abandonando la casa por la mañana temprano sin prevenirla.
Con este propósito, diole aquella noche su último beso, y a las tres de la madrugada abandonó el lecho.
Esta partida del bergantín había llevado al muelle a todos los amigos del viejo marino. El cura, que debía consagrar la unión de María y de Luis, acudió también a bendecir nuevamente el barco. Se cambiaron en silencio fuertes apretones de manos, y Juan Cornbutte subió a bordo.
La tripulación estaba en su puesto; Andrés Vasling dio las últimas órdenes; se largaron las velas, y el bergantín se alejó rápidamente, impulsado por una buena brisa Nordeste, mientras que el cura, de pie en medio de los espectadores arrodillados, confiaba el buque a la protección de Dios.
¿A dónde va ese bergantín? ¿Sigue el rumbo peligroso en que perecieron tantos náufragos? ¡No tiene destino cierto! ¡Debe arrostrar todos los peligros y saberlos dominar sin vacilación! ¡Sólo Dios sabe el lugar en que podrá abordar! ¡Que la Providencia le guíe!

1.016. Verne (Julio)

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