Translate

lunes, 27 de enero de 2014

Una invernada entre los hielos - Cap V. La isla liverpool

A la sazón, navegaba el bergantín por un mar casi  libre de obstáculos.
La claridad blanquecina e inmóvil que se divisaba en el horizonte revelaba la presencia de llanuras fijas.
Juan Cornbutte continuaba navegando con rumbo al cabo Brewster, aproximándose cada vez más a las regiones de temperatura excesivamente fría, por llegar a ellas muy debilitados los rayos solares a causa de su oblicuidad.
El 3 de agosto encontróse el bergantín frente a grandes bloques de hielo ¡móviles y unidos entre sí y, como los pasos que entre algunos de ellos había no tenían sino un cable de anchura, La Joven Audaz veíase en la precisión de dar mil vueltas que a veces la colocaban con la proa flechada al viento.
Penellán, que cuidaba de María con solicitud paternal, obligábala, a pesar del frío, a pasearse todos los días durante dos o tres horas sobre el puente, porque el ejercicio era una de las condiciones indispensables de la salud.
El valor de María no se debilitaba, sino que, por el contrario, crecía a medida que aumentaban las contrariedades, y hasta ella misma alentaba a los marineros con sus palabras, por lo que todos la hacían objeto de una verdadera adoración.
Andrés Vasling, que se mostraba con ella más solícito cada día, aprovechaba todas las ocasiones que se le presentaban para hablarle; pero la joven, por una especie de presentimiento, acogía sus servicios con cierta frialdad. Se comprende fácilmente que lo por venir, más que lo presente, era el objeto de las conversaciones de Andrés Vasling, quien no ocultaba que había muy pocas probabili-dades de que se hubieran salvado los náufragos. Según su opinión, la pérdida de estos infelices era un hecho consumado, y la joven debía, por consiguiente, confiar a otras manos el cuidado de su existencia.
Sin embargo, María no había llegado aún a comprender los proyectos de Andrés Vasling, porque, con gran disgusto de éste, las conversa-ciones no se prolongaban nunca. Penellán encontraba siempre medios de intervenir y desvirtuar el efecto de los conceptos emitidos por el segundo del bergantín, pronunciando palabras de esperanza que María escuchaba con delectación.
Por lo demás, la joven tenía también sus ocupaciones, pues, por consejo del timonel, preparó sus ropas de invierno y tuvo precisión de cambiar completamente su indumentaria.
Como el corte de sus vestidos femeninos no era el que convenía en aquellas frías latitudes, se hizo una especie de pantalón forrado, cuyos pies estaban guarnecidos de piel de foca, y una falda estrecha que sólo le llegaba a media pierna a fin de que no estuviera en contacto con las capas de nieve, con que el invierno iba a cubrir las planicies de hielo. Un manto de pieles, estrechamente ceñido al talle y guarnecido de un capuchón, le protegería la parte superior del cuerpo.
También los marineros, en los intervalos de sus trabajos, se confeccionaban trajes a propósito para preservarse del frío. Se hicieron gran cantidad de botas altas de piel de foca, que debían permitirles atravesar impunemente las nieves en sus viajes de exploración.
En estos trabajos se invirtió todo el tiempo que duró la navegación por los pasos.
Andrés Vasling, que era un tirador muy hábil, mató muchos pájaros acuáticos, de los cuales eran numerosas las bandadas que voltejeaban en torno del buque. Una especie de patos y perdices nivales proveyeron a la tripulación de carne excelente, que sirvió para abstenerse de comer conservas saladas durante algunos días.
Al fin, después de dar numerosos rodeos, llegó el bergantín a la vista del cabo Brewster, donde se lanzó una chalupa al mar y Juan Cornbutte y Penellán ganaron la costa, que estaba completa-mente desierta.
Luego, dirigióse el bergantín a la isla de Liverpool, descubierta en 1821 por el capitán Scoresby, y la tripulación, al ver a los indígenas que corrían hacia la playa, prorrumpió en exclamaciones de júbilo.
Gracias a algunas palabras que del lenguaje de los naturales de aquel país sabía Penellán y a algunas frases usuales que ellos habían aprendido oyendo hablar a los balleneros que frecuentaban aquellos parajes, pronto quedó establecida la comunicación entre unos y otros.
Aquellos groenlandeses eran pequenos y rechonchos; su estatura no pasaba de cuatro pies y diez pulgadas; tenían tez rojiza, cara redonda, frente aplastada, y los cabellos, lacios y negros, les caían sobre la espalda. Sus dientes estaban cariados, y todos parecían que estaban afectados de esa especie de lepra peculiar de las tribus ictiófagas.
A cambio de trozos de hierro y de cobre, de los que son muy ávidos, aquellas pobres ¿gentes entregaban pieles de osos, de vacas y de perros marinos, de lobos de mar y de todos los animales comprendidos en la denominación general de focas.
Juan Cornbutte obtuvo a precio muy bajo muchos objetos que habían de serle de gran utilidad.
El capitán hizo entonces comprender a los indígenas de la isla que iba en busca de un navío que había naufragado y les preguntó si no tenían alguna noticia de él. Uno de ellos dibujó inmediatamente sobre la nieve una especie de barco e indicó que un buque de aquella especie había sido, tres meses antes, empujado hacia el Norte. También indicó que el deshielo y la ruptura de los carámbanos les habían impedido acudir en su socorro, y así era en efecto, porque sus piraguas, demasiado ligeras y que ellos manejaban con pagayas, no podían darse a la mar en tales condiciones.
Estas noticias, aunque imperfectas, acrecentaron la esperanza de los marineros, y Juan Cornbutte no tuvo que esforzarse mucho para internarlos más en el mar polar.
Antes de abandonar la isla de Liverpool, el capitán adquirió seis perros esquimales, que pronto se aclimataron a bordo, y en la mañana del 10 de agosto levó anclas el bergantín, que, impelido por una fresca brisa, no tardó en penetrar en los pasos del Norte.
Eran, a la sazón, los días más largos del año, es decir, los días en que el sol, que en aquellas elevadas latitudes no se pone nunca, llegaba al punto más alto de las espirales que describe en el horizonte.
Sin embargo, esta falta absoluta de la noche no era muy sensible, porque el bergantín encontrábase con frecuencia sumído en tinieblas a causa de la bruma, la lluvia y la nieve que lo envolvían.

Juan Cornbutte, decidido a avanzar tanto como pudiera, empezó a adoptar medidas higiénicas, y, al efecto, hizo cerrar por completo el entrepuente, que era ventilado únicamente por las mañanas; instaló estufas, cuyos tubos dispuso de modo que produjesen la mayor cantidad posible de calor, y recomendó a los marineros que no se pusieran más que una camisa de lana encima de la de algodón y que se abrocharan herméticamente las zamarras.
Como importaba mucho conservar las provisiones de leña y de carbón para la época en que el frío fuera más intenso, no se encendió fuego aún; pero, en cambio, se distribuían a los hombres de la tripulación, con iegularidad, mañana y tarde, café, té y otras bebidas calientes.
Se cazaron patos y cercetas, que en aquellos parajes abundan mucho, no sólo para nutrirse de carne fresca sino también para economizar los víveres aprovisionados en la despensa.
Juan Cornbutte hizo instalar en la punta del palo mayor una especie de nido de comejas o tonel sin fondo, donde colocó un vigía que debía observar constantemente las llanuras de hielo.
A los dos días de haber perdido de vista el bergantín la isla de Liverpool, empezó a soplar un viento fresco que enfrió súbitamente la tempe-ratura y aparecieron algunos indicios del invierno.
No había tiempo que perder. La Joven Audaz debía apresurarse todo lo posible, antes que el camino se le cerrara.
Avanzó, por consiguiente, entre los pasos que los bloques de hielo ‑algunos de los cuales tenían treinta pies de grueso ‑dejaban entre sí.
En la mañana del 3 de setiembre, llegó el bergantín a la altura de la bahía de Gael‑Hamkes. La tierra estaba entonces a una distancia de treinta millas a sotavento.
La Joven Audaz viose por vez primera en la precisión de detenerse frente a un banco de hielo, de media milla de anchura por lo menos, que no le ofrecía paso alguno, por lo que se resolvió cortarlo con las sierras.
Instaladas estas herramientas fuera del bergantín, encargó su manejo a Penellán, Aupic, Grandlin y Turquiette, quienes trazaron los cortes de manera que el agua pudiera llevarse en su corriente los trozos desprendidos.
En esta operación empleó la tripulación veinte horas, por la dificultad que había de sostenerse sobre el hielo.
Como, para trabajar, veíanse a veces precisados a meterse en el agua, la labor resultó doblemente penosa, porque los trajes de piel de foca no les preservaban de la humedad sino muy imperfectamente.
Además, en aquellas latitudes elevadas el trabajo excesívo fatiga mucho, porque llega a faltar la respiración, y los hombres más robustos se ven obligados a descansar de cuando en cuando.
Al fin, el paso quedó libre y el bergantín pudo ser remolcado hasta más allá del banco de hielo que le había impedido avanzar durante tanto tiempo.

1.016. Verne (Julio)

No hay comentarios:

Publicar un comentario