A la sazón, navegaba el bergantín
por un mar casi libre de obstáculos.
La claridad blanquecina e inmóvil
que se divisaba en el horizonte revelaba la presencia de llanuras fijas.
Juan Cornbutte continuaba navegando
con rumbo al cabo Brewster, aproximándose cada vez más a las regiones de
temperatura excesivamente fría, por llegar a ellas muy debilitados los rayos
solares a causa de su oblicuidad.
El 3 de agosto encontróse el bergantín
frente a grandes bloques de hielo ¡móviles y unidos entre sí y, como los pasos
que entre algunos de ellos había no tenían sino un cable de anchura, La Joven Audaz
veíase en la precisión de dar mil vueltas que a veces la colocaban con la proa
flechada al viento.
Penellán, que cuidaba de María con
solicitud paternal, obligábala, a pesar del frío, a pasearse todos los días
durante dos o tres horas sobre el puente, porque el ejercicio era una de las
condiciones indispensables de la salud.
El valor de María no se debilitaba,
sino que, por el contrario, crecía a medida que aumentaban las contrariedades,
y hasta ella misma alentaba a los marineros con sus palabras, por lo que todos
la hacían objeto de una verdadera adoración.
Andrés Vasling, que se mostraba con
ella más solícito cada día, aprovechaba todas las ocasiones que se le
presentaban para hablarle; pero la joven, por una especie de presentimiento,
acogía sus servicios con cierta frialdad. Se comprende fácilmente que lo por
venir, más que lo presente, era el objeto de las conversaciones de Andrés
Vasling, quien no ocultaba que había muy pocas probabili-dades de que se
hubieran salvado los náufragos. Según su opinión, la pérdida de estos infelices
era un hecho consumado, y la joven debía, por consiguiente, confiar a otras
manos el cuidado de su existencia.
Sin embargo, María no había llegado
aún a comprender los proyectos de Andrés Vasling, porque, con gran disgusto de
éste, las conversa-ciones no se prolongaban nunca. Penellán encontraba siempre
medios de intervenir y desvirtuar el efecto de los conceptos emitidos por el
segundo del bergantín, pronunciando palabras de esperanza que María escuchaba
con delectación.
Por lo demás, la joven tenía
también sus ocupaciones, pues, por consejo del timonel, preparó sus ropas de
invierno y tuvo precisión de cambiar completamente su indumentaria.
Como el corte de sus vestidos
femeninos no era el que convenía en aquellas frías latitudes, se hizo una
especie de pantalón forrado, cuyos pies estaban guarnecidos de piel de foca, y
una falda estrecha que sólo le llegaba a media pierna a fin de que no estuviera
en contacto con las capas de nieve, con que el invierno iba a cubrir las
planicies de hielo. Un manto de pieles, estrechamente ceñido al talle y
guarnecido de un capuchón, le protegería la parte superior del cuerpo.
También los marineros, en los
intervalos de sus trabajos, se confeccionaban trajes a propósito para
preservarse del frío. Se hicieron gran cantidad de botas altas de piel de foca,
que debían permitirles atravesar impunemente las nieves en sus viajes de
exploración.
En estos trabajos se invirtió todo
el tiempo que duró la navegación por los pasos.
Andrés Vasling, que era un tirador
muy hábil, mató muchos pájaros acuáticos, de los cuales eran numerosas las
bandadas que voltejeaban en torno del buque. Una especie de patos y perdices
nivales proveyeron a la tripulación de carne excelente, que sirvió para
abstenerse de comer conservas saladas durante algunos días.
Al fin, después de dar numerosos
rodeos, llegó el bergantín a la vista del cabo Brewster, donde se lanzó una
chalupa al mar y Juan Cornbutte y Penellán ganaron la costa, que estaba
completa-mente desierta.
Luego, dirigióse el bergantín a la
isla de Liverpool, descubierta en 1821 por el capitán Scoresby, y la
tripulación, al ver a los indígenas que corrían hacia la playa, prorrumpió en
exclamaciones de júbilo.
Gracias a algunas palabras que del
lenguaje de los naturales de aquel país sabía Penellán y a algunas frases
usuales que ellos habían aprendido oyendo hablar a los balleneros que
frecuentaban aquellos parajes, pronto quedó establecida la comunicación entre
unos y otros.
Aquellos groenlandeses eran
pequenos y rechonchos; su estatura no pasaba de cuatro pies y diez pulgadas;
tenían tez rojiza, cara redonda, frente aplastada, y los cabellos, lacios y
negros, les caían sobre la espalda. Sus dientes estaban cariados, y todos
parecían que estaban afectados de esa especie de lepra peculiar de las tribus
ictiófagas.
A cambio de trozos de hierro y de
cobre, de los que son muy ávidos, aquellas pobres ¿gentes entregaban pieles de
osos, de vacas y de perros marinos, de lobos de mar y de todos los animales
comprendidos en la denominación general de focas.
Juan Cornbutte obtuvo a precio muy
bajo muchos objetos que habían de serle de gran utilidad.
El capitán hizo entonces comprender
a los indígenas de la isla que iba en busca de un navío que había naufragado y
les preguntó si no tenían alguna noticia de él. Uno de ellos dibujó
inmediatamente sobre la nieve una especie de barco e indicó que un buque de
aquella especie había sido, tres meses antes, empujado hacia el Norte. También
indicó que el deshielo y la ruptura de los carámbanos les habían impedido
acudir en su socorro, y así era en efecto, porque sus piraguas, demasiado
ligeras y que ellos manejaban con pagayas, no podían darse a la mar en tales
condiciones.
Estas noticias, aunque imperfectas,
acrecentaron la esperanza de los marineros, y Juan Cornbutte no tuvo que
esforzarse mucho para internarlos más en el mar polar.
Antes de abandonar la isla de
Liverpool, el capitán adquirió seis perros esquimales, que pronto se
aclimataron a bordo, y en la mañana del 10 de agosto levó anclas el bergantín,
que, impelido por una fresca brisa, no tardó en penetrar en los pasos del Norte.
Eran, a la sazón, los días más
largos del año, es decir, los días en que el sol, que en aquellas elevadas
latitudes no se pone nunca, llegaba al punto más alto de las espirales que
describe en el horizonte.
Sin embargo, esta falta absoluta de
la noche no era muy sensible, porque el bergantín encontrábase con frecuencia
sumído en tinieblas a causa de la bruma, la lluvia y la nieve que lo envolvían.
Juan Cornbutte, decidido a avanzar
tanto como pudiera, empezó a adoptar medidas higiénicas, y, al efecto, hizo
cerrar por completo el entrepuente, que era ventilado únicamente por las
mañanas; instaló estufas, cuyos tubos dispuso de modo que produjesen la mayor
cantidad posible de calor, y recomendó a los marineros que no se pusieran más
que una camisa de lana encima de la de algodón y que se abrocharan
herméticamente las zamarras.
Como importaba mucho conservar las
provisiones de leña y de carbón para la época en que el frío fuera más intenso,
no se encendió fuego aún; pero, en cambio, se distribuían a los hombres de la
tripulación, con iegularidad, mañana y tarde, café, té y otras bebidas calientes.
Se cazaron patos y cercetas, que en
aquellos parajes abundan mucho, no sólo para nutrirse de carne fresca sino
también para economizar los víveres aprovisionados en la despensa.
Juan Cornbutte hizo instalar en la
punta del palo mayor una especie de nido de comejas o tonel sin fondo, donde
colocó un vigía que debía observar constantemente las llanuras de hielo.
A los dos días de haber perdido de
vista el bergantín la isla de Liverpool, empezó a soplar un viento fresco que
enfrió súbitamente la tempe-ratura y aparecieron algunos indicios del invierno.
No había tiempo que perder. La Joven Audaz
debía apresurarse todo lo posible, antes que el camino se le cerrara.
Avanzó, por consiguiente, entre los
pasos que los bloques de hielo ‑algunos de los cuales tenían treinta pies de
grueso ‑dejaban entre sí.
En la mañana del 3 de setiembre,
llegó el bergantín a la altura de la bahía de Gael‑Hamkes. La tierra estaba
entonces a una distancia de treinta millas a sotavento.
Instaladas estas herramientas fuera
del bergantín, encargó su manejo a Penellán, Aupic, Grandlin y Turquiette,
quienes trazaron los cortes de manera que el agua pudiera llevarse en su
corriente los trozos desprendidos.
En esta operación empleó la
tripulación veinte horas, por la dificultad que había de sostenerse sobre el
hielo.
Como, para trabajar, veíanse a
veces precisados a meterse en el agua, la labor resultó doblemente penosa,
porque los trajes de piel de foca no les preservaban de la humedad sino muy
imperfectamente.
Además, en aquellas latitudes
elevadas el trabajo excesívo fatiga mucho, porque llega a faltar la
respiración, y los hombres más robustos se ven obligados a descansar de cuando
en cuando.
Al fin, el paso quedó libre y el
bergantín pudo ser remolcado hasta más allá del banco de hielo que le había
impedido avanzar durante tanto tiempo.
1.016. Verne (Julio)
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