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lunes, 27 de enero de 2014

Una invernada entre los hielos - Cap XII. Regreso al bergantin

En aquel momento, un hombre casi moribundo salió de la casa arrastrándose sobre el hielo.
Era Luis Cornbutte.
‑¡Hijo mío!
‑¡Amado mío!
Estos dos gritos fueron pronunciados al mismo tiempo, y Luis Cornbutte cayó desvanecido en los brazos de su padre y de María, que lo condujeron a la casa, donde, a fuerza de cuidados, consiguieron reanimarlo.
‑¡Padre mío! ¡María! ‑exclamó Luis Cornbutte. ¡Loado sea Dios, que ha permitido que os vea antes de morir!
‑No morirás ‑respondió Penellán, porque todos tus amigos están a tu lado.
Necesariamente debía de ser muy grande el odio que Andrés Vasling tuviera a Luis Cornbutte para no estrecharle la mano; pero es lo cierto que no se la estrechó.
La alegría tenía fuera de sí a Pedro Nouquet, que no cesaba de abrazar a todo el mundo. Luego, echó leña a la estufa, y, al poco rato, reinaba en la casita una temperatura bastante agradable.
Allí había otros dos hombres, a quienes ni Juan Cornbutte ni Penellán conocían. Eran Jocki y Herming, los dos únicos marineros noruegos que quedaban de la tripulación del Frooern.
‑¿Pero es cierto, queridos amigos, que estamos salvados? ‑dijo Luis Cornbutte. ¡Padre mío! ¡María! ¿Por qué os habéis expuesto a tantos peligros?
‑No nos pesa, hijo mío ‑respondió Juan Cornbutte. Tu bergantín, La Joven Audaz, está sólidamente anclado entre los hielos, a sesenta leguas de aquí. A él iremos todos juntos.
‑¡Qué contento va a ponerse Cortrois ‑dijo Nouquet, cuando al volver les encuentre a ustedes aquí!
Esta exclamación fue acogida con un triste silencio, que interrumpió Penellán para notificar a Pedro Nouquet y a Luis Cornbutte la muerte de su compañero, a quien el frío había matado.
‑Amigos míos ‑dijo luego Penellán, esperaremos aquí que el frío disminuya. ¿Tienes provisión de víveres y de leña?
‑Sí, quemaremos lo que nos queda del Frooern.
Efectivamente, el Frooern había sido empujado por los vientos a cuarenta millas del lugar en que invernaba Luis Cornbutte Allí fue destrozado por los hielos flotantes, y los náufragos se vieron arrojados a la orilla meridioral de la isla de Shannon, justamente con una parte de los despojos del buque, que les sirvió para construir su cabaña.
Los náufragos eran entonces cinco: Luis Cornbutte, Cortrois, Pedro Nouquet, Jockí y Herming. Los demás tripulantes noruegos se habían sumergido en el mar con la chalupa en el momento del naufragio.
Tan pronto como Luis Cornbutte, arrastrado por los hielos, vio que éstos se cerraban en torno de él, formando una sola masa, adoptó las medidas necesarias para invernar. Era un hombre enérgico, sumamente activo y estaba dotado de gran valor; pero, esto no obstante, había sido vencido por aquel clima horrible y, cuando su padre lo encontró, no esperaba ya sino la muerte
Además, no eran los elementos los únicos enemigos con que tenía que luchar, sino que también tenía que habérselas con los dos marineros noruegos, que no le querían bien a pesar de deberle la salvación.
Estos hombres eran dos salvajes, que casi carecían de sentimien-tos naturales, y, por eso, cuando Luis Cornbutte pudo hablar a solas con Penellán, le recomendó mucho que desconfiase de ellos.
En cambio, Penellán informó de la conducta de Andrés Vasling a Luis Cornbutte, que se resistió a creerlo; pero el timonel le demostró que, desde su desaparición, el segundo del bergantín había procedido de manera de asegurarse la mano de María.
El día fue dedicado por completo al descanso y a las expansiones naturales de personas que se vuelven a ver después de una larga ausencia, durante la cual se ha temido que los seres amados hayan desaparecido para siempre.
Fidel Misonne y Pedro Nouquet cazaron algunos pájaros de mar, cerca de la casa, de la que no era prudente alejarse, y estos víveres frescos y el fuego, que no se cesó de reanimar, devolvieron la fuerza a los más débiles. Hasta Luis Cornbutte experimentó una gran mejoría. Era el primer momento de placer que aquella honrada gente tenía, y lo celebraron con entusiasmo delirante en la miserable cabaña construida a seiscientas leguas de su país, en los mares del Norte, donde había una temperatura de treinta grados bajo cero.
El frío no disminuyó en intensidad hasta el fin de la luna, por lo que fue imposible a Juan Cornbutte y sus compañeros pensar en el regreso hasta el 17 de noviembre, es decir,.ocho días después de haber sido encontrados los náufragos por los exploradores. A la sazón, sólo podían guiarse por la luz de las estrellas, pero el frío era bastante menos intenso. Además, había caído una ligera nevada.
Antes de ponerse en marcha para dirigirse al bergantín, se abrió una tumba para sepultar el cadáver del infortunado Cortrois, ceremonia que impresionó hondamente a sus compañeros. De los salvados del naufragio era el primero que fallecía sin ver de nuevo su amada patria.
Para poder transportar más cómodamente las provisiones, construyó Misonne con las tablas de la cabaña una especie de trinco, que debía ser arrastrado por los marineros, turnándose.
Al fin, se emprendió la marcha, bajo la dirección de Juan Cornbutte, quien condujo a la caravana por los parajes ya conocidos.
Cuando llevaba la hora del reposo, el campa-mento se organizaba rápidamente.
Como el aumento de cuatro personas hacía dismi­nuir notable-mente las provisiones, Juan Cornbutte tenía especial cuidado en no separarse del camino ya reco­rrido con objeto de encontrar los depósitos de víveres que, a la ¡da, había ido dejando en el trayecto y que eran casi indis-pensables.
Por fortuna providencial, fue recuperado el trineo, que había quedado varado cerca del promontorio donde los expedicionarios habían arrostrado numerosos peligros. Los perros que lo arrastraban, después de comerse las correas para saciar el hambre, habían atacado a las provisiones, de las que todavía quedaba gran cantidad. Los mismos animales guiaron a la comitiva hasta el trineo.
La caravana, ya mejor provista de víveres, prosiguió caminando hacia la bahía de invernada. Los perros fueron nuevamente enganchados al trineo, y así se continuó caminando, sin que ocurriera ningún incidente que interrumpiese la expedición.
Durante la marcha, se observó que Aupic, Andrés Vasling y los dos marineros noruegos formaban grupo aparte y se abstenían de hablar con los demás compañeros; pero éstos los vigilaban muy de cerca, sin que los disidentes lo advirtiesen.
A Luis Cornbutte y a Penellán inspiraba, sin embargo, serios temores esta disensión.
El 7 de diciembre, es decir, veinte días después de haber sido encontrados los náufragos, divisó la caravana la bahía en que estaba anclado el bergantín La Joven Audaz, que, ¡cosa inaudita!, se encontraba colgado en el aire, sobre unos bloques de hielo, a más de cuatro metros de altura.
La comitiva, inquieta por la suerte que hubiera cabido a sus compañeros, corrió hacia el bergantín, donde fue recibida con gritos de júbilo por Gervique, Turquiette y Grandlin.
Éstos se encontraban, afortunadamente, en buen estado de salud, aunque habían estado expuestos a muy serios peligros, porque la tempestad, que se había extendido por todo el mar Glacial, había roto los hielos que, variando de lugar y deslizándose vinos sobre otros, habían conmovido el lecho sobre el que descansaba el bergantín. Éste se encontró de repente levantado fuera de los límites superficiales del mar, a causa de haberse elevado sobre el agua los carámbanos que, en virtud de su peso específico, adquirieron, al romperse, una incalculable fuerza ascensional.
Al llegar la caravana al bergantín, todos se entregaron a la alegría, regocijándose los exploradores de haber encontrado las cosas en buen estado, lo que les permitía esperar que pasarían un invierno soportable en medio de su natural inclemencia.
El bergantín se conservaba en buen estado, a pesar de los movimientos que había sufrido, así es que cuando llegara el deshielo bastaría deslizarlo sobre un plano inclinado para lanzarlo al mar libre.
Pronto, sin embargo, se ensombrecieron los rostros de Juan Cornbutte y sus compañeros, porque no tardaron en saber que el almacén de nieve, construido en la costa para los víveres, había quedado casi completamente desmantelado durante la terrible borrasca.
Al informarse de esta desgracia, Juan y Luis Cornbutte visitaron la bodega y repostería del bergantín para calcular el tiempo que se podría vivir con las provisiones que quedaban, y aminorar las raciones cuanto fuese necesario para que los víveres durasen hasta la época del deshielo.
Éste no era de esperar que llegase antes del mes de mayo y el bergantín no podría salir de la bahía hasta algún tiempo después. Era, por consiguiente, necesario pasar cinco meses aprisionados entre los hielos durante cuyo tiempo tenían que alimentarse catorce personas. Hecho el cálculo oportuno se vino en conocimiento de que los víveres de que se disponía llegarían, a lo sumo, hasta el momento de la partida, poniendo todos a medía ración. No podía, por lo tanto, prescindirse de la caza si se quería obtener alimentación más abundante.
Para evitar que esta desgracia se repitiera, se resolvió no depositar más víveres en tierra y guardarlos todos a bordo.
También se resolvió, y así se hizo efectivamente, colocar camas en la cámara común de los marineros para los recién llegados.
Durante la ausencia de los expedicionarios, habían abierto Turquiette, Gervique y Grandlin una escalera en el hielo que facilitaba el acceso al puente del bergantín.

1.016. Verne (Julio)

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