Mientras
el alcalde Van
Gribin roncaba despreocupado en
una cama abrumada
de mantas, los miembros
de su consejo
no lograban conciliar el sueño
después del trágico acontecimiento de la pradera.
Finn LaVeeg, amargado
por el repentino cambio de
su suerte, recorría
iracundo los sombríos pasillos de
su tienda desierta, apenas iluminada por dos pequeñas velas de sus mermadas
existencias. Ya no lograría las ventas y ganancias que se había prometido antes
que volviera el sol y se despejaran los caminos. Se golpeó la cabeza contra un
anaquel lleno de productos
envasados, y maldijo
a todos, desde el alcalde hasta Tulo Mattis.
Hjorta
Malni hizo la última visita del día a los
dos pacientes de su pequeña
clínica, y apagó las dos lámparas
de petróleo después de añadir una manta a cada cama. Sabía que, de no presentarse
una emergencia, su combustible duraría cuatro días, pero si había que usar la
sala de operaciones, se consumiría en poco tiempo.
Arrol
Nobis se sentó ante el escritorio de la escuela, que presentaba un aspecto
sombrío.
Se puso
a dibujar pequeñas
estrellas sobre una libreta
ama-rilla, mientras el
pabilo de una velita de
cumpleaños parpadeaba cercano a la extinción. Su situación parecía desesperada.
Era seguro que la escuela se cerraría oficialmente y
en Kalvala, la
costumbre era pagar al maestro
sólo los días que trabajara.
Este
invierno -se lamentó- será el más frío en muchos sentidos.
Erno
Bjork estaba sentado solo, en su oscura iglesia repasando las circunstancias
ex-traordinarias de los últimos días. ¿Cuándo se había producido el último
milagro en la Tierra ?
¿Qué prueba tenían ellos para el mundo de fuera? Nadie creería en la palabra de
aldeanos sencillos e
incultos que con
actitud típicamente Sami, tal vez ni siquiera querrían revelar nada
a los
extraños. Desde luego, estaba allí un pedazo de roca
carbonizada a medio enterrar. Sacudió
la cabeza y
pidió ayuda a Dios.
LaVeeg
fue el primero en llegar a una posible solución a la crisis. A pesar de la hora
tan avanzada, con
ayuda de su
trineo y de dos
viejos renos, se
abrió camino entre
la ventisca hasta la cabaña de los Mattis.
-Jovencitos -dijo
el tendero a los niños, cuyos
ojos estaban enrojecidos
por haber sido despertados
en forma tan
descortés, tengo una respuesta
brillante para nuestro problema. ¡Sólo a mí podía habérseme
ocurrido!
Tulo y
Jaana se frotaron los párpados y esperaron con paciencia.
-¡Ustedes
deben echar a volar su cometa para coger otra estrella! Lo hicieron una vez y
pueden hacerlo otra, no cabe duda. Lo que es más importante: tienen todo el cordel. Fue muy, muy inteligente de su parte el
comprar toda mi cuerda, de lo contrario, la aldea entera estaría ahora tratando
de pescar estrellas.
Sólo tú
puedes salvar a la aldea, mi muchachito. Encuentra otra estrella y déjame conservarla
hasta la primavera, y tu recompensa será grande: Recuerdo que tu madre siempre
hablaba de enviarte a la universidad. Tráeme la estrella, compartiré contigo
todas mis ganancias del invierto, más que suficiente para pagar tu matrícula de
un año por lo menos.
¿Qué me
dices?
Tulo
sacudió la cabeza, todavía soñoliento, sin poder salir de su asombro.
-¿Otra
estrella señor LaVeeg? No sé... no sé
-Vamos,
piensa bien. Es la gran oportunidad para que hagas algo grande con tu persona...
y quizá sea la última, mi oferta no va a esperar. Es ya casi de medianoche.
Comunícame tu decisión a mediodía... hoy mismo.
¿Entendiste?
Aquella
mañana, muy temprano, mientras los
chicos estaban todavía
en la cama,
alguien llamó de
nuevo a su
puerta. Cuando Jaana abrió,
la corpulenta figura
del pastor Bjork llenó la
entrada.
La niña
preparó un poco de café. El clérigo, nervioso, tomó unos tragos de su taza y
luego dijo:
-Chicos,
he querido venir para expresarles en persona y en forma privada mis condolencias
por su gran pérdida. Sabemos que lo que
Dios da,
puede quitarlo, pero
este milagro admirable y
su precipitada desaparición
de entre nosotros es
un misterio que
no podemos juzgar. He estado
orando para recibir luz y creo que Dios ha oído mis súplicas. Tulo y Jaana,
ustedes deben echar a volar de nuevo su cometa. Mándenla a los cielos, y si
atrapan otra estrella por
favor tráiganla a la
iglesia, para que reconforte y de valor a nuestra gente. Háganlo
y yo les
recompensaré con lo único que tengo... orando todos los días
por su felicidad eterna.
No había pasado
una hora, cuando el doctor Malni llegó también a la cabaña.
Volvió a darles
el pésame por lo
sucedido y con toda cortesía preguntó a Tulo cómo estaba su rodilla. Luego
explicó:
-Hijo,
creo que mi clínica ha prestado servicio a la aldea durante largos años, muchas
veces sin cobrar nada. Mi provisión de combustible es mínima. Si alguien sufriera un lamentable
accidente, como te
sucedió a ti, yo no podría operar en la oscuridad. Creo
que tu magnifica cometa
debe volar de
nuevo.
Mándala
a lo alto. Déjala realizar su obra mágica y capturar otra estrella... luego
tráemela a la clínica para que pueda iluminar la vida de los que son menos
afortunados que nosotros.
Tulo
sonrió cohibido.
-El
pastor Bjork ya me ha dicho...
-¿Ha
venido el pastor a hacerte la misma sugerencia?
-Sí... y
también el señor LaVeeg.
El
doctor Malni palideció. Extendió el brazo para tomar su capa y se
despidió:
-No me
lo imaginaba... Sin
embargo, te suplico... recuerda por favor a nuestra clínica,
si decides hacer otro intento. Arrol Nobis
llegó antes del mediodía. Lucía un color gris y sus ojos estaban
entrecerrados por la falta de sueño.
-Tulo,
iré al grano, sin rodeos. Creo que es posible desde el punto de vista
matemático, que si haces exactamente lo mismo que hiciste antes, logres atrapar
otra estrella. He venido a pedirte que lances de nuevo tu cometa... por
el bien de
los estudiantes, que
son tus amigos y condiscípulos...
El
intento de respuesta de Tulo se vio interrumpido por el joven maestro que
extendió las palmas de las manos como solía hacerlo en clase, para añadir:
-Tulo,
captura otra estrella para las niños y yo
haré todo lo
que esté en
mi mano para que
se te inscriba
en la universidad
el año entrante, con una beca.
Tengo amigos e influencias en ese lugar. Incluso te daré clases especiales para
que puedas pasar con facilidad el examen de admisión.
El
maestro salió a toda prisa, dejando sin habla a sus dos alumnos.
A
primera hora de la tarde, llegó otro visitante.
Era tío Varno.
El brillo de
su pesada lámpara se
reflejaba sobre la
expresión de asombro de su
rostro. Se detuvo a la entrada y señaló el prado con el dedo.
-Sobrino,
¿has estado hoy en el sitio de tu árbol de las estrellas?
-No.
¿Por qué?
Varno
sonrió en forma misteriosa
-Ustedes
dos, pónganse ropa de abrigo y vengan conmigo.
El tío
caminaba por delante, procurando que su
linterna iluminara únicamente el sendero
nevado que tenían
delante. Cuando al fin llegaron a la suave pendiente, a menos
de cuarenta metros del árbol, Varno hizo oscilar la linterna en dirección a la
base del tronco y exclamó: -¡Miren, miren... y admiren! A Tulo le pareció que
todos y cada uno de los renos supervivientes
de su muy
mermada grey se habían congregado y se agazapaban en
líneas circulares en torno al árbol, contemplando las cenizas grises que
estaban bajo su enramada. Lo hacían con tal atención, que ni el rayo intenso de
la linterna de Varno lograba perturbarlos.
-Jaana
susurró:
-Tulo, ni
siquiera gruñen como
suelen hacerlo. Yo no oigo más que el viento.
Tulo
preguntó:
-¿Por
qué están haciendo eso, tío?
Varno se
encogió de hombros y sacudió la cabeza.
-Tú eres
el taumaturgo, sobrino.
Pensé que sabrías que he vivido con renos todo el tiempo y nunca los
había visto actuar así. Se portan, casi como
si se hubieran
reunido a presentar sus respetos
a tu estrella caída; es algo que nunca hacen a la muerte de uno de los suyos. ¡Míralos!
Aun cuando un lobo atacara al rebaño
en este momento,
dudo que uno de ellos siquiera
parpadeara. Esto supera toda mi capacidad, lo mismo que cada uno de los acontecimientos de
la semana pasada.
Pero si
esas pavesas hacen
que nuestros animales actúen en
esa forma, tal vez deberíamos enterrarlas.
-¡No!
-protestaron los niños con un grito.
Tulo se
acercó más, pasando entre los renos, hasta quedar bajo el árbol. Se inclinó y
acarició con suavidad la ceniza enterrada. La áspera superficie exterior
pareció ceder a la
presión de sus dedos. Se arrodilló y puso las palmas de las manos sobre los bordes
circulares del cúmulo de residuos.
-¡Tulo,
Tulo!
La llamada
impaciente de Varno interrumpió la meditación del chico. Este regresó cojeando
donde estaban Jaana y su tío.
-¿Qué
hacernos? -insistió Varno. Después de todo es tu estrella... Esta vez, la voz de Tulo era firme y llena,
de confianza.
-Yo sé
qué hacer. Los renos son animales muy sabios, y creo que han venido a traerme
un mensaje que sabían que yo comprendería.
-Tulo, por favor -gruñó
Varno. Estás diciendo
necedades. Tu cabeza
está llena de leyendas
tontas y de
cuentos populares de Navidad que has leído en tus libros: Un
reno no es más que un reno. Tulo levantó la mirada hacia el liado y
repitió:
-Yo sé
qué hacer.
-Dinos,
por favor.
-Voy a
echar a volar mi cometa otra vez...
Si es la
voluntad de Dios, encontraremos otra estrella que brille para Kalvala.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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