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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XIV

Mientras  el  alcalde  Van  Gribin  roncaba despreocupado  en  una  cama  abrumada  de mantas,  los  miembros  de  su  consejo  no  lograban conciliar el sueño después del trágico acontecimiento de la pradera. 
Finn LaVeeg,  amargado  por  el  repentino cambio  de  su  suerte,  recorría  iracundo  los sombríos pasillos de su tienda desierta, apenas iluminada por dos pequeñas velas de sus mermadas existencias. Ya no lograría las ventas y ganancias que se había prometido antes que volviera el sol y se despejaran los caminos. Se golpeó la cabeza contra un anaquel lleno  de  productos  envasados,  y  maldijo  a todos, desde el alcalde hasta Tulo Mattis. 
Hjorta Malni hizo la última visita del día a los  dos  pacientes  de  su  pequeña  clínica,  y apagó las dos lámparas de petróleo después de añadir una manta a cada cama. Sabía que, de no presentarse una emergencia, su combustible duraría cuatro días, pero si había que usar la sala de operaciones, se consumiría en poco tiempo. 
Arrol Nobis se sentó ante el escritorio de la escuela, que presentaba un aspecto sombrío.
Se  puso  a  dibujar  pequeñas  estrellas  sobre una  libreta  ama-rilla,  mientras  el  pabilo  de una velita de cumpleaños parpadeaba cercano a la extinción. Su situación parecía desesperada. Era seguro que la escuela se cerraría oficialmente  y  en  Kalvala,  la  costumbre  era pagar al maestro sólo los días que trabajara. 
Este invierno -se lamentó- será el más frío en muchos sentidos. 
Erno Bjork estaba sentado solo, en su oscura iglesia repasando las circunstancias ex-traordinarias de los últimos días. ¿Cuándo se había producido el último milagro en la Tierra? ¿Qué prueba tenían ellos para el mundo de fuera? Nadie creería en la palabra de aldeanos  sencillos  e  incultos  que  con  actitud típicamente Sami, tal vez ni siquiera querrían revelar nada a  los  extraños.  Desde  luego, estaba allí un pedazo de roca carbonizada a medio  enterrar.  Sacudió  la  cabeza  y  pidió ayuda a Dios. 
LaVeeg fue el primero en llegar a una posible solución a la crisis. A pesar de la hora tan  avanzada,  con  ayuda  de  su  trineo  y  de dos  viejos  renos,  se  abrió  camino  entre  la ventisca hasta la cabaña de los Mattis. 
-Jovencitos  -dijo  el  tendero  a  los  niños, cuyos  ojos  estaban  enrojecidos  por  haber sido  despertados  en  forma  tan  descortés, tengo  una  respuesta  brillante  para  nuestro problema. ¡Sólo a mí podía habérseme ocurrido! 
Tulo y Jaana se frotaron los  párpados  y esperaron con paciencia. 
-¡Ustedes deben echar a volar su cometa para coger otra estrella! Lo hicieron una vez y pueden hacerlo otra, no cabe duda. Lo que es más importante: tienen todo el cordel.  Fue muy, muy inteligente de su parte el comprar toda mi cuerda, de lo contrario, la aldea entera estaría ahora tratando de pescar estrellas.
Sólo tú puedes salvar a la aldea, mi muchachito. Encuentra otra estrella y déjame conservarla hasta la primavera, y tu recompensa será grande: Recuerdo que tu madre siempre hablaba de enviarte a la universidad. Tráeme la estrella, compartiré contigo todas mis ganancias del invierto, más que suficiente para pagar tu matrícula de un año por lo menos.
¿Qué me dices? 
Tulo sacudió la cabeza, todavía soñoliento, sin poder salir de su asombro. 
-¿Otra estrella señor LaVeeg? No sé... no sé 
-Vamos, piensa bien. Es la gran oportunidad para que hagas algo grande con tu persona... y quizá sea la última, mi oferta no va a esperar. Es ya casi de medianoche. Comunícame tu decisión a mediodía... hoy mismo.
¿Entendiste? 
Aquella mañana, muy temprano, mientras los  chicos  estaban  todavía  en  la  cama,  alguien  llamó  de  nuevo  a  su  puerta.  Cuando Jaana  abrió,  la  corpulenta  figura  del  pastor Bjork llenó la entrada.  
La niña preparó un poco de café. El clérigo, nervioso, tomó unos tragos de su taza y luego dijo: 
-Chicos, he querido venir para expresarles en persona y en forma privada mis condolencias por su gran pérdida. Sabemos que lo que
Dios  da,  puede  quitarlo,  pero  este  milagro admirable  y  su  precipitada  desaparición  de entre  nosotros  es  un  misterio  que  no  podemos juzgar. He estado orando para recibir luz y creo que Dios ha oído mis súplicas. Tulo y Jaana, ustedes deben echar a volar de nuevo su cometa. Mándenla a los cielos, y si atrapan otra  estrella  por  favor  tráiganla  a  la iglesia, para que reconforte y de valor a nuestra gente.  Háganlo  y  yo  les  recompensaré  con  lo único que tengo... orando todos los días por su  felicidad  eterna.  No  había  pasado  una hora, cuando el doctor Malni llegó también a la  cabaña.  Volvió  a  darles  el  pésame  por  lo sucedido y con toda cortesía preguntó a Tulo cómo estaba su rodilla. Luego explicó: 
-Hijo, creo que mi clínica ha prestado servicio a la aldea durante largos años, muchas veces sin cobrar nada. Mi provisión de combustible es mínima. Si alguien sufriera  un lamentable  accidente,  como  te  sucedió  a  ti, yo no podría operar en la oscuridad. Creo que tu  magnifica  cometa  debe  volar  de  nuevo.
Mándala a lo alto. Déjala realizar su obra mágica y capturar otra estrella... luego tráemela a la clínica para que pueda iluminar la vida de los que son menos afortunados que nosotros. 
Tulo sonrió cohibido. 
-El pastor Bjork ya me ha dicho... 
-¿Ha venido el pastor a hacerte la misma sugerencia? 
-Sí... y también el señor LaVeeg. 
El doctor Malni palideció. Extendió el brazo para tomar su capa y se despidió: 
-No  me  lo  imaginaba...  Sin  embargo,  te  suplico... recuerda por favor a nuestra clínica, si decides hacer otro intento. Arrol Nobis  llegó antes del mediodía. Lucía un color gris y sus ojos estaban entrecerrados por la falta de sueño. 
-Tulo, iré al grano, sin rodeos. Creo que es posible desde el punto de vista matemático, que si haces exactamente lo mismo que hiciste antes, logres atrapar otra estrella. He venido a pedirte que lances de nuevo tu cometa...  por  el  bien  de  los  estudiantes,  que  son tus amigos y condiscípulos... 
El intento de respuesta de Tulo se vio interrumpido por el joven maestro que extendió las palmas de las manos como solía hacerlo en clase, para añadir: 
-Tulo, captura otra estrella para las niños y yo  haré  todo  lo  que  esté  en  mi  mano  para que  se  te  inscriba  en  la  universidad  el  año entrante, con una beca. Tengo amigos e influencias en ese lugar. Incluso te daré clases especiales para que puedas pasar con facilidad el examen de admisión. 
El maestro salió a toda prisa, dejando sin habla a sus dos alumnos. 
A primera hora de la tarde, llegó otro visitante.  Era  tío  Varno.  El  brillo  de  su  pesada lámpara  se  reflejaba  sobre  la  expresión  de asombro de su rostro. Se detuvo a la entrada y señaló el prado con el dedo. 
-Sobrino, ¿has estado hoy en el sitio de tu árbol de las estrellas? 
-No. ¿Por qué? 
Varno sonrió en forma misteriosa 
-Ustedes dos, pónganse ropa de abrigo y vengan conmigo. 
El tío caminaba por  delante, procurando que su linterna iluminara únicamente el sendero  nevado  que  tenían  delante.  Cuando  al fin llegaron a la suave pendiente, a menos de cuarenta metros del árbol, Varno hizo oscilar la linterna en dirección a la base del tronco y exclamó: -¡Miren, miren... y admiren! A Tulo le pareció que todos y cada uno de los renos supervivientes  de  su  muy  mermada  grey  se habían congregado y se agazapaban en líneas circulares en torno al árbol, contemplando las cenizas grises que estaban bajo su enramada. Lo hacían con tal atención, que ni el rayo intenso de la linterna de Varno lograba perturbarlos. 
-Jaana susurró: 
-Tulo,  ni  siquiera  gruñen  como  suelen hacerlo. Yo no oigo más que el viento. 
Tulo preguntó:
-¿Por qué están haciendo eso, tío?
Varno se encogió de hombros y sacudió la cabeza. 
-Tú  eres  el  taumaturgo,  sobrino.  Pensé que sabrías que he vivido con renos todo el tiempo y nunca los había visto actuar así. Se portan, casi como  si  se  hubieran  reunido  a presentar sus respetos a tu estrella caída; es algo que nunca hacen a la muerte de uno de los suyos. ¡Míralos! Aun cuando un lobo atacara  al  rebaño  en  este  momento,  dudo  que uno de ellos siquiera parpadeara. Esto supera toda mi capacidad, lo mismo que cada uno de los  acontecimientos  de  la  semana  pasada.
Pero  si  esas  pavesas  hacen  que  nuestros animales actúen en esa forma, tal vez deberíamos enterrarlas. 
-¡No! -protestaron los niños con un grito. 
Tulo se acercó más, pasando entre los renos, hasta quedar bajo el árbol. Se inclinó y acarició con suavidad la ceniza enterrada. La áspera superficie  exterior  pareció  ceder  a  la presión de sus dedos. Se arrodilló y puso las palmas de las manos sobre los bordes circulares del cúmulo de residuos. 
-¡Tulo, Tulo!
La llamada impaciente de Varno interrumpió la meditación del chico. Este regresó cojeando donde estaban Jaana y su tío. 
-¿Qué hacernos? -insistió Varno. Después de todo es tu estrella...  Esta vez, la voz de Tulo era firme y llena, de confianza. 
-Yo sé qué hacer. Los renos son animales muy sabios, y creo que han venido a traerme un mensaje que sabían que yo comprendería. 
-Tulo,  por  favor  -gruñó  Varno.  Estás  diciendo  necedades.  Tu  cabeza  está  llena  de leyendas  tontas  y  de  cuentos  populares  de Navidad que has leído en tus libros: Un reno no es más que un reno. Tulo levantó la mirada hacia el liado y repitió: 
-Yo sé qué hacer. 
-Dinos, por favor. 
-Voy a echar a volar mi cometa otra vez...
Si es la voluntad de Dios, encontraremos otra estrella que brille para Kalvala. 

 1.003. Andersen (Hans Christian)

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