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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. V

Cuando Tulo abrió los ojos pudo ver a su madre que con ternura le ponía aceite en la pierna,  aunque  no  podía  sentir  sus  manos.
Por  tener  la  cabeza  baja,  Inga  no  se  dio cuenta de que su hijo estaba despierto, mientras  ella  le  frotaba  la  pálida  rodilla.  Era  un tratamiento  que  había  estado  repitiéndose dos veces al día desde que el doctor Malni, de la  clínica,  le  había  quitado  el  entablillado, justamente antes de Navidad. 
Con su voz suave, Inga hablaba en voz alta: 
-Dios  mío,  él  es  tan  pequeño  y  tú  tan grande. Él tan frágil y tú tan poderoso. No lo abandones  ahora  Señor.  Que  vuelva  caminar... por favor. 
Tulo sintió que algo fresco le tocaba la rodilla...  luego  otra  vez...  y  una  vez  más.  Su madre  lloraba  y  las  lágrimas  caían  sobre  la pierna retorcida del chico como gotas de un bloque de hielo que se derrite en primavera. 
-¡Mamá, puedo sentirte! ¡Siento tus lágrimas!  ¡Ahora  siento  tu  mano!  ¡Por  favor,  no llores! 
El cuenco con aceite salpicó el piso. Inga se cubrió las pálidas mejillas con las mantas y gritó:  
-¡Tulo, Tulo! ¿De veras? ¡Dios bendito! 
-¡Sí! Y mira, puedo mover un poco los dedos de los pies. 
Inga se arrodilló y besó la rodilla herida. 
-Pronto estarás caminando y corriendo tan bien como siempre. ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! 
Más tarde, cuando le llevó de comer, había una  extraña expresión  en  la  cara  del  chico.
Después,  de  colocarle  la  fuente  sobre  las piernas, le preguntó: 
-¿Qué sucede, hijo? 
-Mamá, cuando pides ayuda a Dios, ¿crees que te oye? 
-Por  supuesto.  Él  oye  a  todos,  ya  hablen en voz alta o con el corazón. 
-¿Te ha contestado alguna vez? 
-Siempre.  Mira  lo  que  ha  sucedido  hoy aquí. 
-¿Él siempre hace lo que le pides?  
-¡Oh... no! 
Tulo se sentía confundido. 
-Entonces, no siempre te contesta... 
Inga  sonrió  y  sus  ojos  se  abrieron  más aún. 
-Siempre  recibo  una  respuesta...  pero  como  los  planes  de  Dios  no  son  reconocidos para  ninguno  de  nosotros,  a  veces  su  respuesta es "no". 
En los días de prueba que siguieron, Tulo trató de caminar, apoyando la pierna herida, pero cada  vez que  ésta se doblaba, Tulo se dejaba  caer  sobre  la  cama  desanimado.  Sin embargo, Inga no le permitía estar compadeciéndose. Le aseguraba que si persistía lograría  hacerlo.  Mañana  sería  mejor.  Dios,  que estaba muy ocupado,  no tardaría en oír sus plegarias. Lo único que tenían que hacer era esperar... seguir intentándolo... y creer. 
Mientras  esperaba,  Tulo  tuvo  cuatro  visitas. La primera fue del Pastor Bjork, un hombre  regordete,  de  pelo  cano  y  anteojos  de armazón  dorada,  que  había  presidido  la  ceremonia  del  matrimonio  de  Inga  y  Pedar, hacía quince años. La pequeña iglesia de Erno Bjork  estaba  siempre  necesitada  de  reparaciones  materiales,  pero  él  afirmaba  que  las pequeñas cantidades de dinero que recibía de sus  parroquianos  estaban  mejor  empleadas cuando ayudaba a los necesitados, que cuando compraba cosas tan sin importancia como pintura o clavos. Una vez dijo en un sermón que  siempre  que  se  veía  una iglesia  grande fastuosa, uno podía estar seguro de que era un monumento a la vanidad del pastor más que un altar para Dios. 
El Pastor Bjork le llevó a Tulo un libro: "La historia del pueblo Sami". Tulo lo leyó en tres días,  sorprendido  y  fascinado  al  saber  que más de dieciocho siglos antes, el historiador romano  Tácito  había  escrito  sobre  las  tribus bárbaras de los Fennis, los antepasados de su familia, y que Ottar, un explorador noruego, había llamado en 892 al pueblo Sami "cazadores que también crían renos". 
Por  vez  primera  desde  el  accidente,  Tulo quiso  escribir  un  poema  sobre  el  soberbio patrimonio del pueblo Sami. El regalo sabiamente escogido por el Pastor Bjork habla sido mucho más benéfico que las frases comunes que pudiera haberle dicho. 
Los dos visitantes siguientes fueron el tío Varno y su hijo Erkki. Aunque Inga recibía la visita de su cuñado casi todos los días para ofrecer  ayuda  en  cualquier  forma  posible, aquel era el primer encuentro de Erkki y Tulo desde que el primero lo había embromado en el corral, por no traer una estela de cometa en la punta de su lazada. 
Varno  e  Inga  observaban  con  ansiedad desde la puerta de la recámara, al apenado Erkki acercarse a la cama de Tulo y musitar: 
-Espero que pronto estés caminando, primo Tulo. 
Mientras  lo  decía,  dejaba  caer  con  cierta torpeza, junto a la rodilla herida del menor, un paquete envuelto en papel café. Luego dio unos  pasos  atrás.  Tulo  desgarró  con  impaciencia la envoltura y puso al descubierto un gran libro verde encuadernado en piel. 
-Es un diario -explicó Erkki. En él puedes escribir  lo  que  te  acontece  cada  día.  Tiene más de mil páginas si las cuentas por los dos lados.  
Tulo hojeó el libro y pudo ver sus hojas rayadas.  Dio  las  gracias  a  Erkki,  y  no  quiso herir los sentimientos del tío Varno explicándoles que no era un diario sino una especie de libro mayor de contabilidad. Cuando ya se habían marchado, el chico dijo a Inga en qué consistía el regalo, y por vez primera desde que habían vuelto a Kalvala pudo oírse el sonido alegre de la risa en casa de los Mattis.
Inga  tuvo  que  sujetarse  el  estómago  para poder reír a carcajadas cuando Tulo observó en tono serio: 
-Mamá, con todo nuestro dinero, este libro llega en el momento oportuno. 
A medida que la primavera se acercaba de nuevo, el sentimiento de frustración de Tulo crecía. A pesar de sus tenaces esfuerzos y de los estímulos maternos, no podía mantenerse en pie y caminar siquiera un paso sin caer. Y sin  embargo,  rechazaba  con  obstinación  los servicios de un viejo bastón, que Inga había descubierto  en  la  buhardilla.  Decía  que  los bastones eran para los ancianos.  
El  cuarto  visitante  fue  Arrol  Nobis,  el maestro de la escuela. Cuando Inga lo saludó, llevaba bajo el brazo un periódico. A diferencia de sus predecesores, no quiso entrar a la recámara del muchacho. Prefirió colocarse fuera, e hizo señas a la madre del joven inválido para que retirara la cortina que cubría el claro de la puerta, para que Tulo pudiera verlo. 
-Tulo Mattis -anunció, ¿sabes qué es esto? 
-Es  un  periódico -fue  la  respuesta insegura que se oyó desde la recámara.  
-¿Cómo se llama? 
-Sabmelas. 
-Exacto...  y  este  es  el  último  número.  Tú ahora no puedes verlo desde allí, pero tiene un magnífico artículo en estas dos columnas, a la derecha de la plana principal. Silencio... -lo escribió una persona muy talentosa. Silencio. 
-Tú, en especial, podrías apreciar su estilo de escritor y  su forma de emplear las palabras.  Es  un  artículo  maravilloso  sobre  los amores del hombre con las cometas. 
 El maestro hizo una pausa y sonrió. Luego añadió: 
-Me  tomé  la  libertad  de  presentarte  este trabajo sin permiso del autor. 
Inga  miró  fijamente  a  Arrol.  Al  fin  comprendió  el  propósito  de  sus  palabras.  Con ojos asombrados volvió la cabeza en el momento preciso en que Tulo salía de su recámara  y  avanzaba  inseguro,  con  los  brazos extendidos  en  busca  de  apoyo.  Cuando  ya estaba  cerca,  apoyó  ambas  manos  sobre  el pecho del maestro para mantenerse en pie. 
Mientras  sostenía  al  chico  con  un  brazo, Arrol Nobis hizo una galante inclinación hacia Inga y, haciendo un movimiento semicircular hacia Tulo añadió: 
-Querida señora, tengo el gusto de presentarle a nuestro propio y verdadero Lázaro. 
Esa noche, convencido de que en realidad le  habían  devuelto  la  vida,  Tulo  redactó  su primera  nota  en  el  gran libro  verde,  que  se convirtió en su fiel diario. 
   
1.003. Andersen (Hans Christian)

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