Cuando
Tulo abrió los ojos pudo ver a su madre que con ternura le ponía aceite en la
pierna, aunque no
podía sentir sus
manos.
Por tener
la cabeza baja,
Inga no se dio
cuenta de que su hijo estaba despierto, mientras ella
le frotaba la
pálida rodilla. Era un
tratamiento que había
estado repitiéndose dos veces al
día desde que el doctor Malni, de la
clínica, le había
quitado el entablillado, justamente antes de
Navidad.
Con su
voz suave, Inga hablaba en voz alta:
-Dios mío,
él es tan
pequeño y tú tan
grande. Él tan frágil y tú tan poderoso. No lo abandones ahora
Señor. Que vuelva
caminar... por favor.
Tulo
sintió que algo fresco le tocaba la rodilla...
luego otra vez...
y una vez
más. Su madre lloraba
y las lágrimas
caían sobre la pierna retorcida del chico como gotas de
un bloque de hielo que se derrite en primavera.
-¡Mamá,
puedo sentirte! ¡Siento tus lágrimas!
¡Ahora siento tu
mano! ¡Por favor,
no llores!
El
cuenco con aceite salpicó el piso. Inga se cubrió las pálidas mejillas con las
mantas y gritó:
-¡Tulo,
Tulo! ¿De veras? ¡Dios bendito!
-¡Sí! Y
mira, puedo mover un poco los dedos de los pies.
Inga se
arrodilló y besó la rodilla herida.
-Pronto
estarás caminando y corriendo tan bien como siempre. ¡Te lo dije! ¡Te lo
dije!
Más
tarde, cuando le llevó de comer, había una
extraña expresión en la
cara del chico.
Después, de
colocarle la fuente
sobre las piernas, le
preguntó:
-¿Qué
sucede, hijo?
-Mamá,
cuando pides ayuda a Dios, ¿crees que te oye?
-Por supuesto.
Él oye a
todos, ya hablen en voz alta o con el corazón.
-¿Te ha
contestado alguna vez?
-Siempre. Mira
lo que ha
sucedido hoy aquí.
-¿Él
siempre hace lo que le pides?
-¡Oh...
no!
Tulo se
sentía confundido.
-Entonces,
no siempre te contesta...
Inga sonrió
y sus ojos
se abrieron más aún.
-Siempre recibo
una respuesta... pero
como los planes
de Dios no
son reconocidos para ninguno
de nosotros, a
veces su respuesta es "no".
En los
días de prueba que siguieron, Tulo trató de caminar, apoyando la pierna herida,
pero cada vez que ésta se doblaba, Tulo se dejaba caer
sobre la cama
desanimado. Sin embargo, Inga no
le permitía estar compadeciéndose. Le aseguraba que si persistía lograría hacerlo.
Mañana sería mejor.
Dios, que estaba muy
ocupado, no tardaría en oír sus
plegarias. Lo único que tenían que hacer era esperar... seguir intentándolo...
y creer.
Mientras esperaba,
Tulo tuvo cuatro
visitas. La primera fue del Pastor Bjork, un hombre regordete,
de pelo cano y anteojos
de armazón dorada, que
había presidido la ceremonia del
matrimonio de Inga
y Pedar, hacía quince años. La
pequeña iglesia de Erno Bjork
estaba siempre necesitada
de reparaciones materiales,
pero él afirmaba
que las pequeñas cantidades de
dinero que recibía de sus
parroquianos estaban mejor
empleadas cuando ayudaba a los necesitados, que cuando compraba cosas
tan sin importancia como pintura o clavos. Una vez dijo en un sermón que siempre
que se veía
una iglesia grande fastuosa, uno
podía estar seguro de que era un monumento a la vanidad del pastor más que un
altar para Dios.
El
Pastor Bjork le llevó a Tulo un libro: "La historia del pueblo Sami".
Tulo lo leyó en tres días,
sorprendido y fascinado
al saber que más de dieciocho siglos antes, el
historiador romano Tácito había
escrito sobre las
tribus bárbaras de los Fennis, los antepasados de su familia, y que
Ottar, un explorador noruego, había llamado en 892 al pueblo Sami "cazadores
que también crían renos".
Por vez
primera desde el
accidente, Tulo quiso escribir
un poema sobre
el soberbio patrimonio del pueblo
Sami. El regalo sabiamente escogido por el Pastor Bjork habla sido mucho más
benéfico que las frases comunes que pudiera haberle dicho.
Los dos
visitantes siguientes fueron el tío Varno y su hijo Erkki. Aunque Inga recibía
la visita de su cuñado casi todos los días para ofrecer ayuda
en cualquier forma
posible, aquel era el primer encuentro de Erkki y Tulo desde que el
primero lo había embromado en el corral, por no traer una estela de cometa en
la punta de su lazada.
Varno e
Inga observaban con
ansiedad desde la puerta de la recámara, al apenado Erkki acercarse a la
cama de Tulo y musitar:
-Espero que
pronto estés caminando, primo Tulo.
Mientras lo
decía, dejaba caer
con cierta torpeza, junto a la
rodilla herida del menor, un paquete envuelto en papel café. Luego dio
unos pasos atrás.
Tulo desgarró con
impaciencia la envoltura y puso al descubierto un gran libro verde
encuadernado en piel.
-Es un
diario -explicó Erkki. En él puedes escribir
lo que te
acontece cada día.
Tiene más de mil páginas si las cuentas por los dos lados.
Tulo
hojeó el libro y pudo ver sus hojas rayadas.
Dio las gracias
a Erkki, y
no quiso herir los sentimientos
del tío Varno explicándoles que no era un diario sino una especie de libro
mayor de contabilidad. Cuando ya se habían marchado, el chico dijo a Inga en
qué consistía el regalo, y por vez primera desde que habían vuelto a Kalvala
pudo oírse el sonido alegre de la risa en casa de los Mattis.
Inga tuvo
que sujetarse el
estómago para poder reír a
carcajadas cuando Tulo observó en tono serio:
-Mamá,
con todo nuestro dinero, este libro llega en el momento oportuno.
A medida
que la primavera se acercaba de nuevo, el sentimiento de frustración de Tulo
crecía. A pesar de sus tenaces esfuerzos y de los estímulos maternos, no podía
mantenerse en pie y caminar siquiera un paso sin caer. Y sin embargo,
rechazaba con obstinación
los servicios de un viejo bastón, que Inga había descubierto en la buhardilla.
Decía que los bastones eran para los ancianos.
El cuarto
visitante fue Arrol
Nobis, el maestro de la escuela.
Cuando Inga lo saludó, llevaba bajo el brazo un periódico. A diferencia de sus
predecesores, no quiso entrar a la recámara del muchacho. Prefirió colocarse
fuera, e hizo señas a la madre del joven inválido para que retirara la cortina
que cubría el claro de la puerta, para que Tulo pudiera verlo.
-Tulo
Mattis -anunció, ¿sabes qué es esto?
-Es un
periódico -fue la respuesta insegura que se oyó desde la recámara.
-¿Cómo
se llama?
-Sabmelas.
-Exacto... y
este es el
último número. Tú ahora no puedes verlo desde allí, pero
tiene un magnífico artículo en estas dos columnas, a la derecha de la plana
principal. Silencio... -lo escribió una persona muy talentosa. Silencio.
-Tú, en
especial, podrías apreciar su estilo de escritor y su forma de emplear las palabras. Es
un artículo maravilloso
sobre los amores del hombre con
las cometas.
El maestro hizo una pausa y sonrió. Luego
añadió:
-Me tomé
la libertad de presentarte este trabajo sin permiso del autor.
Inga miró
fijamente a Arrol.
Al fin comprendió
el propósito de
sus palabras. Con ojos asombrados volvió la cabeza en el momento
preciso en que Tulo salía de su recámara
y avanzaba inseguro,
con los brazos extendidos en
busca de apoyo.
Cuando ya estaba cerca,
apoyó ambas manos
sobre el pecho del maestro para
mantenerse en pie.
Mientras sostenía
al chico con un brazo, Arrol Nobis hizo una galante
inclinación hacia Inga y, haciendo un movimiento semicircular hacia Tulo
añadió:
-Querida
señora, tengo el gusto de presentarle a nuestro propio y verdadero Lázaro.
Esa
noche, convencido de que en realidad le
habían devuelto la
vida, Tulo redactó
su primera nota en el gran libro
verde, que se convirtió en su fiel diario.
1.003. Andersen (Hans Christian)
No hay comentarios:
Publicar un comentario