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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. I

La vida de cada hombre es un cuento de
hadas... escrito por la mano de Dios
 
                         Hans Cristian Andersen

Algunos tienden a ver siempre el lado negro de las cosas; toda compasión por sí mismo les parece poca. Otros saben sonreír a los acontecimientos, son capaces  de  sacar  optimismo  del  infortunio.  Los  primeros  viven siempre  bajo  un  cielo  sombrío  que  presagia tormenta;  los  segundos  saben  descubrir  el brillo de las estrellas aun a través de los nubarrones  más  negros.  Hay  quien  lucha  con denuedo por engrandecerse, adquirir poder y riqueza.  Y hay  quien  se  propone  dejar  a  su paso un mundo mejor del que se encontró al llegar. La nieve es una tumba fría en la que sepultan las más  bellas  ilusiones,  donde  se congelan los más caros ensueños. Para otros es una pista tersa por la que pueden deslizarse sin tropiezos, mientras gozan de su sedante blancura que palpita  en  nuestro  interior.
Todos tenemos ojos para  ver  brillar  luz  en medio de la tormenta. Todos somos capaces de  enriquecer  el  patrimonio  del  género humano. 

Cap.I

Los iracundos vientos del invierno llegaron prematuramente a las desoladas extensiones del reno, al norte del Círculo Polar Ártico. Por encima de sus estridentes ráfagas pudo escucharse el eco del aullido quejumbroso de un lobo  solitario  en  medio  de  las  densas  nieblas... y aquel temible ruido, heraldo del peligro, penetró las paredes de todos los hogares y cabañas en la remota ciudad lapona de Kalvala. 
Tulo Mattis dejó caer su lápiz e hizo a un lado el gran libro con cubierta de piel verde.
Contuvo la respiración y escuchó. El lobo aulló de nuevo, hasta que se oyó un solo estallido, era el disparo de un rifle, a través de la tundra helada. 
Con  un  suspiro  de  alivio,  Tulo  se  levantó de la mesa y avanzó  cojeando  con  esfuerzo hacia la pequeña recámara de su hermana. Al pasar, se detuvo para acariciar la gruesa piel gris de su Nikku, su perro de confianza que dormitaba indolente.  
-Perro -le dijo, estás volviéndote viejo y perezoso. Todavía recuerdo cuando el aullido de un lobo, te había hecho arañar la puerta hasta agujerearla. Al acercarse a la cama de Jaana,  la  voz  asustada  de  la  niña  salió  de debajo de un cúmulo de frazadas. 
-Tulo, ¿oíste al lobo? 
-Sí. Estoy seguro de que tío Varno le disparó. Nada podrá jamás hacer daño a nuestro reno,  mientras  él  esté  haciendo  guardia.  Y nadie podrá dañarte a ti tampoco... así que...a dormir pequeñita. 
El gran libro verde estaba todavía abierto cuando Tulo volvió a la mesa de la cocina. Se le acercó hasta ponerlo directamente bajo el foco  sin  pantalla,  y  leyó  las  palabras  que había  escrito  para  consignar  su  catorceavo cumpleaños... 
   
12 de diciembre
El periodo de oscuridad ha caído ya sobre nosotros.  
Faltan dos meses para la salida del sol. 
Pero aun cuando el sol de medianoche del verano  estuviera  brillando,  y  la  brecina  y  la vara de oro cubrieran toda nuestra pradera, éste habría sido el cumpleaños más triste de mi vida. Lo que mi hermana y yo hemos perdido  en  los  doce  últimos  meses,  no  puede recuperarse nunca. 
He leído que uno puede siempre encontrar un  germen  de  felicidad  en  toda  adversidad, con tal que quiera buscarlo. Yo he buscado en vano, y lo único que mis esfuerzos han logrado es un dolor en el corazón, que no quiere abandonarme. 
No  debo  perder  la  esperanza.  Debo  permanecer fuerte por el bien de Jaana. 
Tulo cerró el gran libro con mucha calma.
Se enjugó los grandes ojos cafés, y se volvió hacia  el  retrato  ovalado  de  su  madre,  en marco  dorado,  que  siempre  estaba  sobre  la mesa. Tomó en el hueco de las manos la venerada imagen... estaba seguro de que el susurro  del  viento  volvería  a  traerle  una  vez más el sonido familiar de su cálida voz... 
"Hijo mío, Dios debe tener planes especiales  para  ti.  ¿De  qué  otra  manera  podría  alguien  explicar  ese  don  tuyo  de  la  palabra?
Algún  día  nuestro  pueblo  entero  honrará  tu nombre,  y  las  palabras  que  escribas  se  encuadernarán  en  piel,  para  que  su  verdad  y hermo-sura  sean  perdurables  e  iluminen  a todo el mundo como una estrella de esperanza".   
Los sollozos hicieron estremecer el cuerpecito de Tulo. Se llevó la fotografía a los labios y  besó  el  vidrio  una  y  otra  vez. 
-¡Mamá... mamá... te extraño... te extraño... te extraño! 
El  arañar  impaciente  de  Nikku  sobre  la puerta  interrumpió  el  monólogo  autocompasivo  de  Tulo.  Por  mera  costumbre,  se  echó encima su capa de lana y la gorra de cuatro picos  que  Jaana  le  había  tejido,  y  siguió  al perro en su recorrido nocturno por la pradera. 
La nieve había cesado, las nubes se habían disipado,  y  el  viento  no  era  ya  más  que  un suave  murmullo.  En  lo  alto,  en  lugar  de  su acostum-brado pigmento azul oscuro, con flecos  de  estrellas,  el  firmamento  lucía  como una  manta  ondulante  hecha  de  retazos  de colores  fosforescentes.  Brillantes  llamaradas de inten-sidad solar se levantaban de repente, oleadas de resplan-decientes centellas verdes caían como cascada sobre erupciones soberbias de alhucema y oro. El muchacho nunca había visto los resplandores nocturnos en un acto tan brillante. Aun la nieve bajo sus pies rielaba a la luz de una trémula aurora, transformando  la  pradera  en  un  mágico  lago  tachonado  de  rubíes  y  esmeraldas,  ópalos  y diamantes. 
A Tulo lo había cautivado a tal punto aquella  danza  de  luces,  que  olvidó  sus  tristezas.
Olvidó incluso su rodilla herida, al ponerse a galopar y bailar a través de pequeños ventisqueros  aislados,  mientras  reía  y  cantaba  y recogía grandes puñados de blancos cristales que res-plandecían como polvo de diamantes cuando  los  dejaba  caer  sobre  Nikku.  Por  fin llegó al gran árbol. Allí se dejó caer. Su respiración era anhelante. Su animal empapado de nieve  se  agazapó  junto  a  él  ladrándole  con impaciencia,  incitándolo  al  retozo  una  vez más.  Pero  Tulo  se  acostó  boca  arriba  para contemplar las tambaleantes coronas de fuegos  celestiales  en  su  constante  cambio  de colores por entre la espesa silueta de las ramas de los árboles. 
El gran árbol había sido una piedra milenaria de la aldea durante tanto tiempo que aun el  más  anciano  no  podía  recordar  cuándo había  empezado  esa  tradición.  Su  robusto tronco se erguía hacia lo alto más de quince metros en un territorio en el que la oscuridad y  los  interminables  inviernos  bajo  cero,  con sus  cortos  veranos,  no  dejaban  crecer  más que sauces enanos, retorcidos abedules, abetos  y  pinos  atrofiados.  Las  agujas  del  árbol eran largas y verdes y sus ramas se multiplicaban y crecían sin cesar, como si sus raíces estuvieran medrando  en medio de una exuberante selva tropical. Algunos decían que lo había  plantado,  muchos  siglos  antes,  Stallo, el gigante legendario del pueblo Sami. En un costado del tronco cerca del suelo, la creencia de la gente de que el contacto con su madera traía buena suerte, había hecho que acabaran con  la  corteza  a  base  de  frotarla.  Jaana  lo llamaba su árbol de las estrellas porque insistía  con  inocencia  en  afirmar  que  al  menos desde  su  altura  poco  ventajosa,  ellas  colgaban realmente como frutos de la maciza enramada. Nadie se lo discutía. 
Por encima de todo el árbol de las estrellas se había convertido en un símbolo de esperanza, tanto para los jóvenes como para los ancianos  de  Kalvala,  en  un  ejemplo  vivo  de que no sólo era posible sobrevivir, sino incluso  crecer y alcanzar buena estatura aun en medio de las peores condiciones.  
De pronto Tulo se sentó, recargándose sobre la áspera corteza. Un extraño pensamiento había pasado por  su mente, mientras las luces del Septentrión continuaban sus evoluciones formando dibujos irisados a través de la bóveda del firmamento. 
-Anciano perro, ¿crees que aquellos sabios antepasados  nuestros,  aquellos  venerables maestros  que  en  otra  época  protegían  a nuestro pueblo con sus tambores y palabras mágicas, ¿crees que decían la verdad cuando afirmaban que si uno silbaba a las luces del Norte podía invocar a los muertos? 
Nikku ladró, demostrando que estaba listo para seguir jugando con su joven amo. 
-Me lo pregunto... Me lo pregunto. 
Con mucha suavidad, Tulo empezó a silbar la tonada de una canción de cuna que su madre solía cantar a Jaana cuando aún yacía en su cama de madera. Juntó las pequeñas manos en forma de cuerno y lanzó agudas notas hacia lo alto, en dirección del gallardete más de vivos colores.  
Luego  cerró los  ojos... y mientras la melancólica tonada de la canción de cuna seguía flotando, hacia el firmamento, a través de las vibrantes  agujas  del  pino,  los  pensamientos de Tulo retrocedieron en el tiempo hasta los sucesos  de  su  corto  pasado  que  ya  habían dado alguna forma a su vida y que en un futuro  acabarían  por  sellar  su  destino  en  una forma que él no podía prever al estar sentado bajo el árbol de las estrellas... silbando en la dirección del cielo... 

1.003. Andersen (Hans Christian)

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