Translate

sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. X

-¡Tulo, Tulo, despierta, despierta! 
-Varno sacudió con suavidad a su sobrino, hasta que el exhausto muchacho volvió en sí lo suficiente para alcanzar el cordel que colgaba  sobre  su  cama: Tiró  de  él...  Volvió  a tirar... una vez más... 
-¿Qué ha pasado con nuestras luces, tío? 
En medio de la oscuridad, Varno refunfuñó: 
-No  sé.  Probablemente  las  líneas  de  corriente se han caído como te advertí... Pero no es por eso por lo que estoy aquí. . 
-¿Qué pasa, tío? 
-¿Y  tú  preguntas  qué  pasa?  Aquí  estás, dormido, mientras el mundo podría acabarse sin que siquiera te enteres. ¡Por lo que yo sé, este podría ser el fin! ¡Apresúrate, vístete y sígueme! 
Tulo siguió torpemente los pasos de su tío hasta la puerta posterior, balanceándose soñoliento mientras Varno luchaba con el picaporte.  Cuando  la  puerta  se  abrió  de  par  en par,  el  chico  parpadeó  varias  veces,  hasta que sus ojos se acostumbraron al resplandor. 
-Tío, ¿qué hace toda esa gente en nuestro prado? 
-¿Me  preguntas  qué  hace?  ¿Estás  ciego? ¡Mira lo que hay en tu árbol! 
-Es nuestra estrella. 
-¿Tu estrella? -gritó Varno. 
-Sí, nuestra estrella -repitió Tulo con calma. La atrapamos anoche.
-¿Tú  la  atrapaste?  ¿Tú...  atrapaste...  una estrella? 
Varno  se  arrodilló  para  estudiar  el  rostro de  su  sobrino  a  la  luz  del  vívido  resplandor que llenaba la cabaña. Sacudió la cabeza, se puso de pie y caminó hacia la mesa de la cocina, donde tropezó con Jaana que se había despertado al oírlos hablar. 
-Alguno de ustedes, por favor... por favor dígame algo acerca de esto... de esta estrella.
Mientras  los  chicos  hablaban,  arrebatándose la palabra mutua-mente, la cabeza del tío oscilaba de un lado a otro, una profunda arruga le surcaba la frente y no podía dejar de abrir y cerrar la boca. Cuando terminaron el relato, preguntó: 
-¿Dónde está esa gran cometa? 
-En el granero. 
-Varno se ausentó durante al menos cinco minutos. Al volver, su actitud y su voz eran mucho más amables. 
- ¿Y qué piensan hacer con esta presa suya? 
-Vamos a ponerla aquí... dentro del hogar, para  que  pueda  calentar  e  iluminar  nuestra cabaña  durante  la  tormenta  y  la  oscuridad.
¿No  estás  orgulloso  de  nosotros  tío?  -preguntó Tulo. No es fácil atrapar una estrella. 
-¿Dices que no es fácil? Yo no diría que no es  fácil...  ¡Es  imposible!  ¡Imposible,  eso  es! ¿Qué  puedo  decir?  ¿Quién  pensó  jamás  que veríamos  un  milagro  en  esta  parte  olvidada del mundo? No entiendo. No entiendo nada. 
La  gente  sencilla  de  Kalvala  se  regocijó cuando  se  le  narró  el  hecho  extraordinario.
Las  ancianas  cayeron  de  rodillas  entonando acciones de gracias. Los jóvenes se tomaron de la mano y cantaron. Los niños bailaron y jugaron  como  si  hubieran  estado  en  plena feria.  Todos  olvidaron  por  un  momento  sus calamidades  y  recibieron  con  los  brazos abiertos lo que el pastor Bjork llamó una luz venida de Dios. 
Muchas horas más tarde, cuando ya los aldeanos se habían retirado y Jaana yacía dormida, Tulo se puso a escribir los desconcertantes acontecimientos de las últimas veinticuatro horas en su gran libro verde. De pronto sintió un ímpetu irrefrenable de volver al prado. Se vistió a toda prisa y salió. 
Por estar en una ligera prominencia del terreno,  el  prado  había  quedado  casi  libre  de nieve, debido a la fuerza del viento. En torno al árbol había manchas de liquen de los renos, amarillo y gris en las que hasta el hielo se había derretido. Tulo cojeó un poco bajo la ramada  y  extendió  los  brazos  todo  lo  alto para sentir el calor de la estrella. Los copos de nieve que le caían en la palma de las ma-nos no tardaban en convertirse en gotas de lluvia. 
 -Hola Tulo. 
 Desconcertado,  el  chico  giró  en  redondo, tratando de ave-riguar quién se había quedado en el prado. No vio a nadie. 
-Hola Tulo -volvió a decir una voz sonora y grave. No temas, mira hacia arriba. 
Tulo se aferró al tronco del árbol en busca de apoyo y dirigió la mirada hacia la estrella, mientras balbuceaba: 
-¿Tú puedes hablar? 
-Claro. 
-¿Y sabes mi nombre? 
-Yo sé mucho sobre ti muchachito. 
-¿Cómo hablas? No te veo ninguna boca. 
Una lluvia de centellas plateadas brotó de la cima de aquel globo resplandeciente y cayó flotando perezosamente hasta el suelo.  
Temo que me juzgas como si fuera un ser de la Tierra, y no soy. Como estrella mi voz no es más que una parte muy pequeña de la energía que irradio. 
-¿Puedes verme? 
-Con bastante claridad. En realidad tengo todos los sentidos que tienes tú, pero esto no es  extraño,  puesto  que  todos  estamos hechos de la misma materia. También tengo sentimientos  y  estados  de  ánimo  como  tú.
Lloro, río... tengo buenos y malos ratos. 
-¿También tienes, hambre? 
-Por supuesto. Desde que fui formada se me  llamó  Akbar...  A  ver...  eso  debe  haber sido hace unos cien mil años. 
Tulo ya se sentía muy a gusto, conversando  con  su  huésped  celestial,  como  si hablar con una estrella fuera cosa de todos los días.
Sonrió e hizo deslizar por su lengua el extraño nombre, con cierta picardía: 
-Akbar...  ¡Akbar!  Si  eres  tan  vieja,  ¿por qué estás tan pequeña? 
El color de Akbar adquirió tintes rojos. 
-Soy pequeña porque soy una estrella muy joven.  En  unos  billones  de  años  seré  tan grande  como  esas  estrellas  que  ustedes  los terrícolas han llamado Cabra, Pólux, Arturo.... incluso Vega. Sin embargo, puedo asegurarte que ni mi juventud ni mi tamaño me impiden cumplir mis deberes. 
-¿Todas las estrellas hablan? 
-Sí, en lenguajes incontables. Pero las mayores  están  tan  alejadas  entre  sí,  que  rara vez tienen la oportunidad de hacerlo. El aislamiento es uno de los precios que tienen que pagar por su grandeza. Las estrellas menores como  yo,  capaces  de  ir  de  un  lado  a  otro, somos  muy  importantes  allá  en  lo  alto.  Tú nos has visto  volar a través del firmamento algunas veces... Yo lo sé. Siempre estamos de prisa, yendo a alguna parte para ayudar en la forma  que  podamos.  Por  eso  estoy  ahora aquí. 
Tulo estaba azorado. 
-¿Quieres decir que viniste aquí para ayudarme?
-Sí. 
-Mi cometa... tú... tú ¿me dejaste atraparte con ella? 
-Desde luego. Toda la cuerda que pudiera haber en este planeta no habría bastado para alcanzarme si yo no hubiera querido ser capturada. Sin que esto quiera restar méritos a tu forma maravillosa de manejar ese diablillo rojo. Estuviste magnífico. 
Lleno  de  regocijo,  Tulo  giró  en  redondo.
Casi perdió el equilibrio. 
-¡Gracias,  estrella  Akbar!  ¡Gracias!  Qué maravillosa eres al haber querido hacer todo este viaje y bajar aquí, sólo para ayudarme a calentar  e  iluminar  nuestra  cabaña  durante este  terrible  temporal.  La  estrella  palideció hasta adquirir un suave tono de azul. Luego repuso: 
-Jovencito,  yo  no  vine  para  eso...  aunque estoy  dispuesta  a  servirte  también  así,  si lo deseas.  En  realidad  he  venido  con  un  don para  ti...  un  don  que  será  más  valioso  que una pequeña luz pasajera y un poco de calor para tu cabaña. Tulo dio vuelta al árbol con toda calma, mirando de soslayo aquel globo resplandeciente por todos lados. 
-¿Un don? No entiendo. 
Una estruendosa y rugiente carcajada sacudió al árbol de las estrellas. 
-Mi don no viene envuelto en bonito papel y sujeto con un listón... si es eso lo que estás buscando,  Tulo.  Ten  paciencia.  Trataré  de explicarte. Tú sabes, por lo que has estudiado en la escuela, que esta Tierra es sólo un pequeño planeta en medio de una inmensa galaxia de estrellas que los terrícolas llaman la Vía Láctea. Bueno... pues hay más de mil millones de galaxias como la Vía Láctea allá en el espacio. Son tantas que me intimida el solo pensar en ellas. Además, únicamente en esta galaxia hay más de cien mil millones de estrellas...  y  más  de  cien  millones  de  planetas con vida en su superficie. 
-¡Eso no lo sabía! -interrumpió Tulo. 
-Claro  que  no.  A  los  terrícolas  les  queda todavía  mucho  por  aprender.  Sin  embargo, por razones que nunca hemos puesto en tela de juicio... de todos los planetas con vida, en todos  los  miles  de  millones  de  galaxias  del universo... este pequeño planeta vuestro es el único en el que a la gente se le ha dado un poder  especial...  la  facultad  de  elegir.  Solamente  aquí,  por  muy  desesperada  que  sea una  situación  vosotros  sois  capaces  de  gobernar  vuestro  propio  destino  mediante  las decisiones  que  tomáis.  Aquí  se  les  permite pensar  en  lo  que  quieran,  decir  lo  que  les parezca, ponerse lo que más les guste, comer lo  que  prefieran...  incluso  trabajar  o  jugar, según les plazca. Aquí, ustedes tienen libertad  de  ser  amables  u  odiosas,  valientes  o cobardes, ricos o pobres, perezosos o trabajadores, pecadores o santos... y desde luego, de sufrir las consecuencias o recibir el premio a  sus  acciones.  Todo...  todo...  está  en  sus manos,  gracias  a  la  facultad  de  elegir  que han  recibido  al  nacer.  ¡Nadie  ha  nacido  en este planeta sin esa facultad, desde los días del jardín del Edén! 
-¡Yo sé de Adán y Eva! 
La luz de Akbar vibró con rapidez. 
-Bueno... desde que esos dos hicieron una elección  equivocada,  nosotros  hemos  estado observando las acciones de ustedes con gran interés. Triste es decirlo, pero en la mayoría de los casos, los terrícolas nos han desilusionado mucho. Cuando se ven ante una alternativa, suelen optar por la solución equivocada.  Es  cierto  que  ha  habido  seres  humanos notables a través de los siglos, que han usado sus facultades con sabiduría, pero la mayoría desperdicia tal cantidad de su precioso patrimonio que es la vida, compadeciéndose a sí mismos y hundiéndose en fracasos y disculpas vanas, que no tienen tiempo para disfrutar  del  paraíso  que  ha  sido  creado  aquí.
Lamento decirlo, pero los humanos no saben vivir. Lo único que son capaces de hacer bien es morir... un poco cada día. Tú, Tulo, no eres mejor que los demás. 
-¿Yo?  
-Sí, ¡tú! ¡Recuerda los torrentes de compasión que has vertido sobre ti mismo durante el año pasado, y luego dime si estoy equivocada! 
-¿El don que traes para mí me ayudará a cambiar? ¿Me enseñará a vivir? 
-Mi don no te servirá de nada si tú no estás  dispuesto  a  hacer  un  esfuerzo  por  cambiar. Una vida debe cambiar desde dentro. 
-Hablas como mamá.
-Te he conocido tanto como ella. He sido tu estrella especial y he cuidado de ti desde que naciste. He sufrido contigo... y he triunfado contigo mientras aprendías el arte de escribir. He llorado contigo. He reído a tu lado.
He orado cuando orabas. Luego tuviste aquel accidente  y  casi renunciaste  a  la  vida  como tantos otros seres terrestres, cuando ésta los trata mal. Mi don es para ti... y para cualquier otro ser humano que crea que su vida es un fracaso porque no ha sido capaz de escalar la alta montaña o de llenar de oro una bodega. 
Las  palabras  de  Akbar  asustaron  a  Tulo.
Todo  lo  que  él  quería era  una  estrellita  que diera luz y calor a su pequeña cabaña. Replicó  con  tal  timidez  que  sus  palabras  apenas podían  oírse  por  encima  de  los  gemidos  del viento. 
-Estrella  Akbar,  ¿has  estado  antes  en  la Tierra
La estrella despidió un tenue resplandor. 
-Estrella Akbar... 
-Sí, sí, ya te oí. Estaba pensando si debo o no  responder.  Aunque  después  nadie  va  a creerte si le dices que tú y yo hemos estado hablando.  
-Mi hermana sí... tan pronto como te oiga hablar. 
-¡Ah!  Pero  no  me  oirá,  Tulo.  Una  estrella sólo puede ser oída por la persona de la Tierra que le corresponde. Tulo insistió: 
-De todos modos contéstame, estrella Akbar. Por favor. ¿Has estado aquí antes? 
El brillo de la estrella disminuyó y ella contestó con un resabio evidente de orgullo: 
-Sí. Una vez descendí con una misión muy especial.  Fui  elegida  y enviada  a  la  Tierra hace  muchos  años  de  los  de  tu  calendario, para  señalar  una  pequeña  cueva,  detrás  de una posada, en un lugar que estaba situado a unos  treinta  y  un  grados  de  latitud  norte  y treinta y tres grados de longitud oeste, según recuerdo. Después de haberla localizado, mis órdenes eran hacer lo que la mayoría de las estrellas  nunca  osan  intentar.  Yo  debía  permanecer en una posición fija, apenas a unos mil  metros  sobre  la  cueva  y  despedir  unas luces más brillantes, durante siete días y siete noches. Luego tenía libertad de volver a mi sitio. Fue muy difícil... ¡pero lo hice! 
La voz de Tulo tuvo un tono de quebranto cuando preguntó: 
-¿Cuánto tiempo hace de eso, estrella Akbar?  
-Yo diría que unos dos mil años terrestres. 
-¿Recuerdas el nombre del lugar? 
-No  lo  olvidaré  jamás.  Era  una  pequeña aldea, más o menos del tamaño de ésta, sólo que aquélla estaba en medio de un desierto, se llamaba Belén. 

1.003. Andersen (Hans Christian)

No hay comentarios:

Publicar un comentario