-¡Tulo,
Tulo, despierta, despierta!
-Varno
sacudió con suavidad a su sobrino, hasta
que el exhausto muchacho volvió en sí lo suficiente para alcanzar el cordel que
colgaba sobre su
cama: Tiró de él...
Volvió a tirar... una vez
más...
-¿Qué ha
pasado con nuestras luces, tío?
En medio
de la oscuridad, Varno refunfuñó:
-No sé.
Probablemente las líneas
de corriente se han caído como te
advertí... Pero no es por eso por lo que estoy aquí. .
-¿Qué
pasa, tío?
-¿Y tú
preguntas qué pasa?
Aquí estás, dormido, mientras el
mundo podría acabarse sin que siquiera te enteres. ¡Por lo que yo sé, este
podría ser el fin! ¡Apresúrate, vístete y sígueme!
Tulo
siguió torpemente los pasos de su tío hasta la puerta posterior, balanceándose
soñoliento mientras Varno luchaba con el picaporte. Cuando
la puerta se
abrió de par en
par, el
chico parpadeó varias
veces, hasta que sus ojos se
acostumbraron al resplandor.
-Tío,
¿qué hace toda esa gente en nuestro prado?
-¿Me preguntas
qué hace? ¿Estás
ciego? ¡Mira lo que hay en tu árbol!
-Es
nuestra estrella.
-¿Tu
estrella? -gritó Varno.
-Sí,
nuestra estrella -repitió Tulo con calma. La atrapamos anoche.
-¿Tú la
atrapaste? ¿Tú... atrapaste...
una estrella?
Varno se
arrodilló para estudiar
el rostro de su
sobrino a la
luz del vívido
resplandor que llenaba la cabaña. Sacudió la cabeza, se puso de pie y
caminó hacia la mesa de la cocina, donde tropezó con Jaana que se había
despertado al oírlos hablar.
-Alguno
de ustedes, por favor... por favor dígame algo acerca de esto... de esta
estrella.
Mientras los
chicos hablaban, arrebatándose la palabra mutua-mente, la
cabeza del tío oscilaba de un lado a otro, una profunda arruga le surcaba la
frente y no podía dejar de abrir y cerrar la boca. Cuando terminaron el relato,
preguntó:
-¿Dónde
está esa gran cometa?
-En el
granero.
-Varno
se ausentó durante al menos cinco minutos. Al volver, su actitud y su voz eran
mucho más amables.
- ¿Y qué
piensan hacer con esta presa suya?
-Vamos a
ponerla aquí... dentro del hogar, para
que pueda calentar
e iluminar nuestra cabaña durante
la tormenta y
la oscuridad.
¿No estás
orgulloso de nosotros
tío? -preguntó Tulo. No es fácil
atrapar una estrella.
-¿Dices
que no es fácil? Yo no diría que no es
fácil... ¡Es imposible!
¡Imposible, eso es! ¿Qué
puedo decir? ¿Quién
pensó jamás que veríamos
un milagro en
esta parte olvidada del mundo? No entiendo. No entiendo
nada.
La gente sencilla
de Kalvala se
regocijó cuando se le
narró el hecho
extraordinario.
Las ancianas
cayeron de rodillas
entonando acciones de gracias. Los jóvenes se tomaron de la mano y
cantaron. Los niños bailaron y jugaron
como si hubieran
estado en plena feria.
Todos olvidaron por
un momento sus calamidades y
recibieron con los
brazos abiertos lo que el pastor Bjork llamó una luz venida de
Dios.
Muchas
horas más tarde, cuando ya los aldeanos se habían retirado y Jaana yacía dormida,
Tulo se puso a escribir los desconcertantes acontecimientos de las últimas
veinticuatro horas en su gran libro verde. De pronto sintió un ímpetu
irrefrenable de volver al prado. Se vistió a toda prisa y salió.
Por
estar en una ligera prominencia del terreno,
el prado había
quedado casi libre
de nieve, debido a la fuerza del viento. En torno al árbol había manchas
de liquen de los renos, amarillo y gris en las que hasta el hielo se había
derretido. Tulo cojeó un poco bajo la ramada
y extendió los
brazos todo lo
alto para sentir el calor de la estrella. Los copos de nieve que le
caían en la palma de las ma-nos no tardaban en convertirse en gotas de
lluvia.
-Hola Tulo.
Desconcertado,
el chico giró
en redondo, tratando de ave-riguar
quién se había quedado en el prado. No vio a nadie.
-Hola
Tulo -volvió a decir una voz sonora y grave. No temas, mira hacia arriba.
Tulo se
aferró al tronco del árbol en busca de apoyo y dirigió la mirada hacia la
estrella, mientras balbuceaba:
-¿Tú
puedes hablar?
-Claro.
-¿Y
sabes mi nombre?
-Yo sé
mucho sobre ti muchachito.
-¿Cómo
hablas? No te veo ninguna boca.
Una
lluvia de centellas plateadas brotó de la cima de aquel globo resplandeciente y
cayó flotando perezosamente hasta el suelo.
Temo que
me juzgas como si fuera un ser de la
Tierra , y no soy. Como estrella mi voz no es más que una
parte muy pequeña de la energía que irradio.
-¿Puedes
verme?
-Con
bastante claridad. En realidad tengo todos los sentidos que tienes tú, pero
esto no es extraño, puesto
que todos estamos hechos de la misma materia. También
tengo sentimientos y estados
de ánimo como
tú.
Lloro,
río... tengo buenos y malos ratos.
-¿También
tienes, hambre?
-Por
supuesto. Desde que fui formada se me
llamó Akbar... A
ver... eso debe
haber sido hace unos cien mil años.
Tulo ya
se sentía muy a gusto, conversando
con su huésped
celestial, como si hablar con una estrella fuera cosa de
todos los días.
Sonrió e
hizo deslizar por su lengua el extraño nombre, con cierta picardía:
-Akbar... ¡Akbar!
Si eres tan
vieja, ¿por qué estás tan pequeña?
El color
de Akbar adquirió tintes rojos.
-Soy
pequeña porque soy una estrella muy joven.
En unos billones
de años seré
tan grande como esas
estrellas que ustedes
los terrícolas han llamado Cabra, Pólux, Arturo.... incluso Vega. Sin
embargo, puedo asegurarte que ni mi juventud ni mi tamaño me impiden cumplir
mis deberes.
-¿Todas
las estrellas hablan?
-Sí, en
lenguajes incontables. Pero las mayores
están tan alejadas
entre sí, que
rara vez tienen la oportunidad de hacerlo. El aislamiento es uno de los
precios que tienen que pagar por su grandeza. Las estrellas menores como yo,
capaces de ir
de un lado
a otro, somos muy importantes allá
en lo alto.
Tú nos has visto volar a través
del firmamento algunas veces... Yo lo sé. Siempre estamos de prisa, yendo a
alguna parte para ayudar en la forma
que podamos. Por
eso estoy ahora aquí.
Tulo
estaba azorado.
-¿Quieres
decir que viniste aquí para ayudarme?
-Sí.
-Mi
cometa... tú... tú ¿me dejaste atraparte con ella?
-Desde
luego. Toda la cuerda que pudiera haber en este planeta no habría bastado para
alcanzarme si yo no hubiera querido ser capturada. Sin que esto quiera restar
méritos a tu forma maravillosa de manejar ese diablillo rojo. Estuviste
magnífico.
Lleno de
regocijo, Tulo giró
en redondo.
Casi
perdió el equilibrio.
-¡Gracias, estrella
Akbar! ¡Gracias! Qué maravillosa eres al haber querido hacer
todo este viaje y bajar aquí, sólo para ayudarme a calentar e
iluminar nuestra cabaña
durante este terrible temporal.
La estrella palideció hasta adquirir un suave tono de
azul. Luego repuso:
-Jovencito, yo
no vine para
eso... aunque estoy dispuesta
a servirte también
así, si lo deseas. En
realidad he venido
con un don para
ti... un don
que será más
valioso que una pequeña luz
pasajera y un poco de calor para tu cabaña. Tulo dio vuelta al árbol con toda
calma, mirando de soslayo aquel globo resplandeciente por todos lados.
-¿Un
don? No entiendo.
Una estruendosa
y rugiente carcajada sacudió al árbol de las estrellas.
-Mi don
no viene envuelto en bonito papel y sujeto con un listón... si es eso lo que
estás buscando, Tulo. Ten
paciencia. Trataré de explicarte. Tú sabes, por lo que has
estudiado en la escuela, que esta Tierra es sólo un pequeño planeta en medio de
una inmensa galaxia de estrellas que los terrícolas llaman la Vía Láctea. Bueno...
pues hay más de mil millones de galaxias como la Vía Láctea allá en el
espacio. Son tantas que me intimida el solo pensar en ellas. Además, únicamente
en esta galaxia hay más de cien mil millones de estrellas... y
más de cien
millones de planetas con vida en su superficie.
-¡Eso no
lo sabía! -interrumpió Tulo.
-Claro que
no. A los
terrícolas les queda todavía
mucho por aprender.
Sin embargo, por razones que
nunca hemos puesto en tela de juicio... de todos los planetas con vida, en
todos los miles
de millones de
galaxias del universo... este
pequeño planeta vuestro es el único en el que a la gente se le ha dado un
poder especial... la
facultad de elegir.
Solamente aquí, por
muy desesperada que
sea una situación vosotros
sois capaces de gobernar vuestro
propio destino mediante
las decisiones que tomáis.
Aquí se les
permite pensar en lo
que quieran, decir
lo que les parezca, ponerse lo que más les guste,
comer lo que prefieran...
incluso trabajar o jugar,
según les plazca. Aquí, ustedes tienen libertad
de ser amables
u odiosas, valientes
o cobardes, ricos o pobres, perezosos o trabajadores, pecadores o
santos... y desde luego, de sufrir las consecuencias o recibir el premio a sus
acciones. Todo... todo...
está en sus manos,
gracias a la
facultad de elegir
que han recibido al
nacer. ¡Nadie ha
nacido en este planeta sin esa
facultad, desde los días del jardín del Edén!
-¡Yo sé
de Adán y Eva!
La luz
de Akbar vibró con rapidez.
-Bueno...
desde que esos dos hicieron una elección
equivocada, nosotros hemos
estado observando las acciones de ustedes con gran interés. Triste es
decirlo, pero en la mayoría de los casos, los terrícolas nos han desilusionado
mucho. Cuando se ven ante una alternativa, suelen optar por la solución
equivocada. Es cierto
que ha habido
seres humanos notables a través
de los siglos, que han usado sus facultades con sabiduría, pero la mayoría
desperdicia tal cantidad de su precioso patrimonio que es la vida,
compadeciéndose a sí mismos y hundiéndose en fracasos y disculpas vanas, que no
tienen tiempo para disfrutar del paraíso
que ha sido
creado aquí.
Lamento
decirlo, pero los humanos no saben vivir. Lo único que son capaces de hacer
bien es morir... un poco cada día. Tú, Tulo, no eres mejor que los demás.
-¿Yo?
-Sí,
¡tú! ¡Recuerda los torrentes de compasión que has vertido sobre ti mismo
durante el año pasado, y luego dime si estoy equivocada!
-¿El don
que traes para mí me ayudará a cambiar? ¿Me enseñará a vivir?
-Mi don
no te servirá de nada si tú no estás
dispuesto a hacer
un esfuerzo por
cambiar. Una vida debe cambiar desde dentro.
-Hablas
como mamá.
-Te he
conocido tanto como ella. He sido tu estrella especial y he cuidado de ti desde
que naciste. He sufrido contigo... y he triunfado contigo mientras aprendías el
arte de escribir. He llorado contigo. He reído a tu lado.
He orado
cuando orabas. Luego tuviste aquel accidente
y casi renunciaste
a la vida
como tantos otros seres terrestres, cuando ésta los trata mal. Mi don es
para ti... y para cualquier otro ser humano que crea que su vida es un fracaso
porque no ha sido capaz de escalar la alta montaña o de llenar de oro una
bodega.
Las palabras
de Akbar asustaron
a Tulo.
Todo lo
que él quería era
una estrellita que diera luz y calor a su pequeña cabaña. Replicó con
tal timidez que
sus palabras apenas podían
oírse por encima
de los gemidos
del viento.
-Estrella Akbar,
¿has estado antes
en la Tierra ?
La
estrella despidió un tenue resplandor.
-Estrella
Akbar...
-Sí, sí,
ya te oí. Estaba pensando si debo o no
responder. Aunque después
nadie va a creerte si le dices que tú y yo hemos
estado hablando.
-Mi
hermana sí... tan pronto como te oiga hablar.
-¡Ah! Pero
no me oirá,
Tulo. Una estrella sólo puede ser oída por la persona
de la Tierra
que le corresponde. Tulo insistió:
-De todos
modos contéstame, estrella Akbar. Por favor. ¿Has estado aquí antes?
El brillo
de la estrella disminuyó y ella contestó con un resabio evidente de
orgullo:
-Sí. Una
vez descendí con una misión muy especial.
Fui elegida y enviada a la Tierra hace muchos
años de los
de tu calendario, para señalar
una pequeña cueva,
detrás de una posada, en un lugar
que estaba situado a unos treinta y
un grados de
latitud norte y treinta y tres grados de longitud oeste,
según recuerdo. Después de haberla localizado, mis órdenes eran hacer lo que la
mayoría de las estrellas nunca osan
intentar. Yo debía
permanecer en una posición fija, apenas a unos mil metros
sobre la cueva
y despedir unas luces más brillantes, durante siete días
y siete noches. Luego tenía libertad de volver a mi sitio. Fue muy difícil...
¡pero lo hice!
La voz
de Tulo tuvo un tono de quebranto cuando preguntó:
-¿Cuánto
tiempo hace de eso, estrella Akbar?
-Yo
diría que unos dos mil años terrestres.
-¿Recuerdas
el nombre del lugar?
-No lo
olvidaré jamás. Era
una pequeña aldea, más o menos
del tamaño de ésta, sólo que aquélla estaba en medio de un desierto, se llamaba
Belén.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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