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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XIII

Al octavo día la tormenta empezó a disminuir y una media luna pálida saludó a los madrugadores de Kalvala. Sin embargo, todavía no había motivo de alegría para la desolada aldea.  Más  de  la  mitad  de  sus  renos  había muerto de hambre, al no haber podido escarbar en la enorme acumulación de nieve, para encontrar  el  nutritivo  liquen  sepultado  bajo ella. 
Tan pronto como despertó, Tulo fue con su gran libro verde hasta el prado. Akbar estaba silenciosa, hasta que  el chico se paró directamente debajo del árbol. 
-¡Vamos,  vamos!  Debo  decir  que  luces demasiado deprimido para ser el primero que va a redactar una copia terrenal de Credenda.
Yo pensaba que el ver al fin todos mis siglos de investigación redactados en papel, aunque no  fuera  pergamino,  sería  una  experiencia emocionante.  Ahora,  ya  no  me  siento  tan segura. 
Tulo dejó caer contra el árbol su gran libro verde y replicó con desaliento: 
-Hoy vendrán por ti, estrella Akbar. 
-¡Oh, Oh! debí suponerlo. Me cuesta mucho mantenerme al día en cuanto a noticias desde este punto  tan  bajo.  ¿Así  que  lo  lograste? ¿Me cumpliste tu primera promesa?
Tulo afirmó con un movimiento de cabeza. 
-La tienda, la iglesia, la escuela y la clínica te  tendrán  cada  una  durante  dos  semanas, antes que yo te devuelva al firmamento con mi cometa. 
-¡Excelente!  Me  parece  una  solución  brillante a un problema difícil. 
-La idea fue de Jaana. Ellos querían dividirte en cuatro partes.  
-Os agradezco el haberme salvado la vida.
Pero ahora no te pongas tan triste... todavía podremos seguir viéndonos diariamente. 
-No puedo evitarlo Akbar. Sé que estamos haciendo lo debido, pero no puedo soportar la idea  de  renunciar  a  ti.  Primero  papá,  luego mamá... y ahora tú. Te quiero cerca, porque eres mi mejor amiga. No me importaría que no tuvieras luz ni calor. Renunciaría a todo, incluso a tu don, con tal de tenerte cerca de mí. 
El color de la estrella se desvaneció hasta convertirse en un rosa oscuro. 
-Por favor no llores, mi querido amigo. Estoy muy orgullosa de tu acto de renuncia, no es fácil dejar de ser egoísta en este planeta.
Los  humanos  fracasan  más  en  este  campo que en cualquier otro... Apenas se dan cuenta de que con su egoísmo están trocando su día de mañana por un poco de polvo. ¡Qué tristeza! En fin, no cabe duda que tú has cumplido tu  parte  del  trato.  Déjame  pues  cumplir  la mía antes que lleguen. ¿Estás preparado para redactar Credenda? 
Tulo  hizo  una  seña  afirmativa  y  abrió  su gran  libro  verde  en  la  primera  página  en blanco. Mientras se sacaba el lápiz del bolsillo, irguió la cabeza y preguntó: 
-Estrella Akbar, si vivo según las palabras de tu don, ¿ellas me harán rico y famoso? 
De la parte superior de la estrella se levantó  un  verdadero  manantial  de  centellas  de todos colores: 
-¡Jovencito! Esto es lo primero que tienes que  aprender:  la  riqueza  y  la  fama  son  tan efímeras  como  el  viento.  Las  dos  perecerán siempre, y las cosas que están destinadas a perecer  no  traen  placer  a  nadie.  Cualquier cosa que quieras de la vida, no olvides jamás que  si  tienes  que  trabajar  con  ahínco  para conseguirla...  y  luego  con  mayor  ahínco  aún para conservarla, tu objetivo es vano. Todos los  ingenios  terrenales  verdadera-mente  preclaros  han  escrito  o  anunciado  de  viva  voz ese mensaje, en una u otra forma, pero los seres humanos tienen ojos que no ven y oídos que no oyen y mentes que no razonan.
Nunca será feliz el hombre mientras no cese en su vana búsqueda de la piedra filosofal. 
Tulo se sentía desconcertado. 
-En todo lo que he leído no he encontrado nunca nada sobre la piedra filosofal. 
Las centellas dejaron de caer. 
-Los terrícolas han estado buscando neciamente durante  épocas  enteras la piedra filosofal. Se supone que es una  sustancia mágica que haría capaz, al que la encontrara, de cambiar metales básicos como el plomo y el cobre en oro y plata. Y se cree que a esto le seguiría, con toda seguridad, la felicidad y el bienestar: ¡Qué ridiculez! ¡La mentira más grande que se haya propagado en la Tierra es que el dinero puede hacerte feliz! La siguiente es que el éxito y la fama merezcan algún sacrificio. 
-Estrella Akbar... ¿dónde está... esa piedra filosofal? 
-¡No hay piedra filosofal! -rugió la estrella, haciendo que todo el árbol se estremeciera.
No hay ahora ni ha habido jamás un camino fácil para vivir bien, sin violar las leyes de la naturaleza. Te aseguro que cada vez que violes esas leyes... ¡estarás condenado al fracaso! Yo he visto que quienes siguen la senda corta hacia la fama o la fortuna no hacen más que brillar por un momento antes de hundirse en  las  tinieblas  perpetuas,  como  nuestros necios  meteoros.  ¡Basta  de  hablar  de  ellos!
¡Vamos  a  lo  nuestro!  Empecemos  nuestro trabajo tú y yo.  
Tulo se apoyó en el árbol y dijo: 
-Estoy listo. 
-Es muy simbólico, querido hombrecito, que  conserves  Credenda  en  ese  libro.  Quizá no sepas esto Tulo, pero un libro mayor, en la contaduría  de  la  Tierra  se  llama  "libro  de asientos definitivos". En él se registran todos los  activos  y  pasivos  de  un  negocio...  Ahora bien,  esta  lista  no  es  más  que  una  sencilla guía para ayudar a cualquiera a llevar el balance de los activos y pasivos de su vida. Tu gran libro verde será un cáliz perfecto para...  
De pronto aparecieron, allá en la oscuridad detrás del prado, las luces vacilantes de tres lámparas de queroseno. El chico puso a un lado el libro y se levantó de un salto poseído del pánico. 
-¡Oh, no... no! ¡Estrella Akbar, ya vienen por ti y todavía no hemos empezado siquiera a escribir! ¿Qué hacemos... qué  hacemos?
La  estrella  respondió  con  voz  tranquilizadora: 
-Haz lo que cualquiera debe hacer siempre cuando se encuentra en una situación difícil, mantente  firme.  Tendremos  muchas  horas para estar juntos después que me hayan llevado  de  aquí.  Recibirás  mi  don.  No  temas.
Ahora haz que me sienta orgullosa de ti, conserva la calma. 
Antes  que  Tulo  pudiera  contestar,  el  tío Varno  estaba  ya  a  su  lado,  con  un  enorme rollo de cuerda muy gruesa y con un aspecto que era a un tiempo de enojo y de renuencia.
Detrás  de  Varno  se  hallaban  los  cuatro miembros del consejo con su sonriente alcalde. 
Varno  posó  la  mano  sobre  el  pequeño hombro de Tulo, hizo un leve movimiento con la cabeza frunciendo el ceño a los demás, y preguntó: 
-¿Es verdad que les has dado permiso de llevarse tu estrella?  
-Sí, tío. 
-Y, ¿tomaste esa decisión por tu libre voluntad y determinación, sin presión o influjo de nuestro... distinguido alcalde... o de alguno de estos otros caballeros? 
-Jaana y yo comprendimos que no debíamos guardar la estrella para nosotros, cuando podía servir a tantos otros. 
Muy  bien.  Entonces  debemos  proceder.
Aleja a tu hermanita de este árbol, para que las dos estén a  salvo  cuando  saquemos  de aquí la estrella. 
-Por favor ten cuidado, tío. 
Varno sonrió y dijo:  
-¿Cuidado por mí... o por tu preciosa estrella? 
Los  dos  chicos  observaban  las  maniobras con preocupación. El alcalde y el maestro de la escuela condujeron a los cuatro renos hasta que el trineo  quedó  exactamente  bajo  el árbol. Una pequeña mano cogió la de Tulo y este pudo sentir los sollozos que sacudían el cuerpecito  de  su  hermana  que  se  apoyaba con fuerza en él. 
Subido en el árbol, Varno dio varias vueltas a la estrella con su cuerda, hasta sujetarla  con  seguridad.  Hizo  varios  nudos.  Luego trepó a la siguiente rama e hizo que el resto de la cuerda diera vuelta sobre la que tenía encima, formando una polea, para poder levantar la pesada esfera y sacarla de su cuna de  hojas  de  árbol.  Luego  la  harían  oscilar, alejándola del tronco para bajarla al trineo.  
Varno hizo una seña al alcalde, y todos los miembros  del  consejo  aferraron  la  cuerda  y tiraron de ella. El árbol se estremeció cuando su enramada dejó salir aquella carga. La estrella  no  tardó  en  quedar  libre.  Podía  verla dando vueltas lentamente sobre el fondo de un firmamento color azul negruzco. 
-Parece un adorno gigantesco de árbol de Navidad -sollozó Jaana. 
Nadie  más  dijo  una  palabra,  mientras  la estrella cambiaba color, pasando del plateado al rojo y al dorado y oscilaba con delicadeza y majestad suspendida de la cuerda. Tulo apretaba los puños con fuerza al ver a Akbar descender, centímetro por  centímetro,  hasta  el trineo. 
De  pronto,  un  grito  angustioso  de  Varno llenó la pradera.  
-¡Aprisa,  aprisa!  ¡La  cuerda  está  a  punto de  romperse!  ¡Bájenla  con  más  rapidez... pronto! 
Los que sujetaban la cuerda maniobraron con la mayor habilidad posible, pero su res-puesta fue todavía demasiado lenta. Como un péndulo gigantesco, la estrella se apartó del árbol,  se  deslizó  entre  las  debilitadas  fibras de  la  cuerda  y  se  estrelló  contra  el  suelo, produciendo un manantial de centellas. 
El prado quedó sumido en las tinieblas. 
-Tío  Varno  -gritó  Tulo-  precipitándose hacia  la  estrella,  ¡la  hemos  matado...  la hemos  matado!  Murió  la  luz  de  la  estrella.
¡Ha muerto la estrella Akbar! 
Tulo se dejó caer sobre las cenizas grises, todavía  calientes,  medio  enterradas  entre  el liquen... ¡Estrella Akbar, lo siento... lo siento!
Debiste  haberte  quedado  en  el  firmamento.
Ahora  estás  muerta  por  haber  querido  ayu-darme. ¡Lo siento! 
Arrol Nobis fue el primero en hablar, mientras el cuerpo de Tulo seguía tendido sobre la estrella inerte. 
-Fue la codicia la causante de esta tragedia -murmuró, mirando con enojo a LaVeeg. 
-La torpeza es una explicación mejor  -chilló el aludido, apuntando con su linterna en dirección a las cuerdas rotas. 
El pastor Bjork levantó la mano... y la voz: 
-Dios  ha  hablado.  Es  otra  advertencia  de las consecuencias que pueden sobrevenirnos si seguimos violentando el curso de la naturaleza. Nuestras carreteras, de hecho, profanan los bosques del Omnipotente, nuestras minas mueven sus montañas, nuestras fábricas contaminan su aire. Esta estrella, como todas las demás del cielo, era una joya en la orla del manto  divino.  No  teníamos  derecho  a  codiciarla  para  nuestros  propósitos  mezquinos.
¡Que Dios perdone nuestra trasgresión! 
-Caballeros  -suspiró  el  alcalde  en  tono sombrío, nada de lo que digamos podrá devolver la luz a esta  amable  estrella.  No  podemos convertir las cenizas en polvo de oro.
Volvamos a nuestros hogares y pongámonos en  acción  para  encontrar  otra  solución  a nuestra crisis. 
Cuando todos se habían marchado, Varno se  acercó  a  sus  sobrinos,  que  permanecían arrodillados junto a la estrella caída. 
-Hijos míos, ya no tienen nada que hacer aquí. Déjenme llevarlos conmigo a casa. 
Tomó  a  Jaana  en  brazos,  mientras  Tulo avanzaba cojeando hacia el árbol, para recoger su libro. Luego volvió al lugar de las cenizas y frotó las manos sobre la áspera superficie, que ya se sentía fría. 
-Te ruego que me perdones Akbar. Te dije que quería conservarte junto a mí, aunque no tuvieras luz ni  calor...  Mi  deseo  ha  quedado satisfecho.  
Fue  un  deseo  que  jamás  debí  formular... ¡cómo quisiera estar muerto yo también! 
El árbol de las estrellas gimió ante el ímpetu del viento. 
   
 1.003. Andersen (Hans Christian)

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