Al octavo día la tormenta empezó a disminuir
y una media luna pálida saludó a los madrugadores de Kalvala. Sin embargo,
todavía no había motivo de alegría para la desolada aldea. Más
de la mitad
de sus renos
había muerto de hambre, al no haber podido escarbar en la enorme
acumulación de nieve, para encontrar
el nutritivo liquen
sepultado bajo ella.
Tan
pronto como despertó, Tulo fue con su gran libro verde hasta el prado. Akbar
estaba silenciosa, hasta que el chico se
paró directamente debajo del árbol.
-¡Vamos, vamos!
Debo decir que
luces demasiado deprimido para ser el primero que va a redactar una
copia terrenal de Credenda.
Yo
pensaba que el ver al fin todos mis siglos de investigación redactados en
papel, aunque no fuera pergamino,
sería una experiencia emocionante. Ahora,
ya no me
siento tan segura.
Tulo
dejó caer contra el árbol su gran libro verde y replicó con desaliento:
-Hoy
vendrán por ti, estrella Akbar.
-¡Oh, Oh!
debí suponerlo. Me cuesta mucho mantenerme al día en cuanto a noticias desde este
punto tan bajo.
¿Así que lo lograste?
¿Me cumpliste tu primera promesa?
Tulo
afirmó con un movimiento de cabeza.
-La
tienda, la iglesia, la escuela y la clínica te
tendrán cada una
durante dos semanas, antes que yo te devuelva al
firmamento con mi cometa.
-¡Excelente!
Me
parece una solución
brillante a un problema difícil.
-La idea
fue de Jaana. Ellos querían dividirte en cuatro partes.
-Os
agradezco el haberme salvado la vida.
Pero
ahora no te pongas tan triste... todavía podremos seguir viéndonos
diariamente.
-No
puedo evitarlo Akbar. Sé que estamos haciendo lo debido, pero no puedo soportar
la idea de renunciar
a ti. Primero
papá, luego mamá... y ahora tú.
Te quiero cerca, porque eres mi mejor amiga. No me importaría que no tuvieras
luz ni calor. Renunciaría a todo, incluso a tu don, con tal de tenerte cerca de
mí.
El color
de la estrella se desvaneció hasta convertirse en un rosa oscuro.
-Por
favor no llores, mi querido amigo. Estoy muy orgullosa de tu acto de renuncia,
no es fácil dejar de ser egoísta en este planeta.
Los humanos
fracasan más en
este campo que en cualquier
otro... Apenas se dan cuenta de que con su egoísmo están trocando su día de
mañana por un poco de polvo. ¡Qué tristeza! En fin, no cabe duda que tú has
cumplido tu parte del
trato. Déjame pues
cumplir la mía antes que lleguen.
¿Estás preparado para redactar Credenda?
Tulo hizo
una seña afirmativa
y abrió su gran
libro verde en
la primera página
en blanco. Mientras se sacaba el lápiz del bolsillo, irguió la cabeza y
preguntó:
-Estrella
Akbar, si vivo según las palabras de tu don, ¿ellas me harán rico y
famoso?
De la
parte superior de la estrella se levantó
un verdadero manantial
de centellas de todos colores:
-¡Jovencito!
Esto es lo primero que tienes que
aprender: la riqueza
y la fama
son tan efímeras como
el viento. Las
dos perecerán siempre, y las
cosas que están destinadas a perecer
no traen placer
a nadie. Cualquier cosa que quieras de la vida, no
olvides jamás que si tienes
que trabajar con
ahínco para conseguirla... y
luego con mayor
ahínco aún para conservarla, tu
objetivo es vano. Todos los
ingenios terrenales verdadera-mente preclaros
han escrito o
anunciado de viva
voz ese mensaje, en una u otra forma, pero los seres humanos tienen ojos
que no ven y oídos que no oyen y mentes que no razonan.
Nunca
será feliz el hombre mientras no cese en su vana búsqueda de la piedra
filosofal.
Tulo se
sentía desconcertado.
-En todo
lo que he leído no he encontrado nunca nada sobre la piedra filosofal.
Las
centellas dejaron de caer.
-Los terrícolas
han estado buscando neciamente durante
épocas enteras la piedra filosofal.
Se supone que es una sustancia mágica
que haría capaz, al que la encontrara, de cambiar metales básicos como el plomo
y el cobre en oro y plata. Y se cree que a esto le seguiría, con toda
seguridad, la felicidad y el bienestar: ¡Qué ridiculez! ¡La mentira más grande
que se haya propagado en la
Tierra es que el dinero puede hacerte feliz! La siguiente es
que el éxito y la fama merezcan algún sacrificio.
-Estrella
Akbar... ¿dónde está... esa piedra filosofal?
-¡No hay
piedra filosofal! -rugió la estrella, haciendo que todo el árbol se estremeciera.
No hay
ahora ni ha habido jamás un camino fácil para vivir bien, sin violar las leyes
de la naturaleza. Te aseguro que cada vez que violes esas leyes... ¡estarás
condenado al fracaso! Yo he visto que quienes siguen la senda corta hacia la
fama o la fortuna no hacen más que brillar por un momento antes de hundirse
en las
tinieblas perpetuas, como
nuestros necios meteoros. ¡Basta
de hablar de
ellos!
¡Vamos a
lo nuestro! Empecemos
nuestro trabajo tú y yo.
Tulo se
apoyó en el árbol y dijo:
-Estoy
listo.
-Es muy
simbólico, querido hombrecito, que
conserves Credenda en
ese libro. Quizá no sepas esto Tulo, pero un libro
mayor, en la contaduría de la Tierra se
llama "libro de asientos definitivos". En él se
registran todos los activos y
pasivos de un
negocio... Ahora bien, esta
lista no es
más que una
sencilla guía para ayudar a cualquiera a llevar el balance de los
activos y pasivos de su vida. Tu gran libro verde será un cáliz perfecto
para...
De
pronto aparecieron, allá en la oscuridad detrás del prado, las luces vacilantes
de tres lámparas de queroseno. El chico puso a un lado el libro y se levantó de
un salto poseído del pánico.
-¡Oh,
no... no! ¡Estrella Akbar, ya vienen por ti y todavía no hemos empezado siquiera
a escribir! ¿Qué hacemos... qué hacemos?
La estrella
respondió con voz
tranquilizadora:
-Haz lo
que cualquiera debe hacer siempre cuando se encuentra en una situación difícil,
mantente firme. Tendremos
muchas horas para estar juntos
después que me hayan llevado de aquí.
Recibirás mi don.
No temas.
Ahora
haz que me sienta orgullosa de ti, conserva la calma.
Antes que
Tulo pudiera contestar,
el tío Varno estaba
ya a su
lado, con un enorme
rollo de cuerda muy gruesa y con un aspecto que era a un tiempo de enojo y de
renuencia.
Detrás de
Varno se hallaban
los cuatro miembros del consejo
con su sonriente alcalde.
Varno posó
la mano sobre
el pequeño hombro de Tulo, hizo
un leve movimiento con la cabeza frunciendo el ceño a los demás, y
preguntó:
-¿Es
verdad que les has dado permiso de llevarse tu estrella?
-Sí,
tío.
-Y,
¿tomaste esa decisión por tu libre voluntad y determinación, sin presión o
influjo de nuestro... distinguido alcalde... o de alguno de estos otros
caballeros?
-Jaana y
yo comprendimos que no debíamos guardar la estrella para nosotros, cuando podía
servir a tantos otros.
Muy bien.
Entonces debemos proceder.
Aleja a
tu hermanita de este árbol, para que las dos estén a salvo
cuando saquemos de aquí la estrella.
-Por
favor ten cuidado, tío.
Varno
sonrió y dijo:
-¿Cuidado
por mí... o por tu preciosa estrella?
Los dos
chicos observaban las
maniobras con preocupación. El alcalde y el maestro de la escuela condujeron
a los cuatro renos hasta que el trineo
quedó exactamente bajo
el árbol. Una pequeña mano cogió la de Tulo y este pudo sentir los sollozos
que sacudían el cuerpecito de su
hermana que se apoyaba
con fuerza en él.
Subido
en el árbol, Varno dio varias vueltas a la estrella con su cuerda, hasta
sujetarla con seguridad.
Hizo varios nudos.
Luego trepó a la siguiente rama e hizo que el resto de la cuerda diera
vuelta sobre la que tenía encima, formando una polea, para poder levantar la
pesada esfera y sacarla de su cuna de
hojas de árbol.
Luego la harían
oscilar, alejándola del tronco para bajarla al trineo.
Varno
hizo una seña al alcalde, y todos los miembros
del consejo aferraron
la cuerda y tiraron de ella. El árbol se estremeció
cuando su enramada dejó salir aquella carga. La estrella no
tardó en quedar
libre. Podía verla dando vueltas lentamente sobre el fondo
de un firmamento color azul negruzco.
-Parece
un adorno gigantesco de árbol de Navidad -sollozó Jaana.
Nadie más
dijo una palabra,
mientras la estrella cambiaba
color, pasando del plateado al rojo y al dorado y oscilaba con delicadeza y
majestad suspendida de la cuerda. Tulo apretaba los puños con fuerza al ver a
Akbar descender, centímetro por
centímetro, hasta el trineo.
De pronto,
un grito angustioso
de Varno llenó la pradera.
-¡Aprisa, aprisa!
¡La cuerda está a punto de
romperse! ¡Bájenla con
más rapidez... pronto!
Los que
sujetaban la cuerda maniobraron con la mayor habilidad posible, pero su
res-puesta fue todavía demasiado lenta. Como un péndulo gigantesco, la estrella
se apartó del árbol, se deslizó
entre las debilitadas
fibras de la cuerda
y se estrelló contra
el suelo, produciendo un
manantial de centellas.
El prado
quedó sumido en las tinieblas.
-Tío Varno
-gritó Tulo- precipitándose hacia la
estrella, ¡la hemos
matado... la hemos matado!
Murió la luz
de la estrella.
¡Ha
muerto la estrella Akbar!
Tulo se
dejó caer sobre las cenizas grises, todavía
calientes, medio enterradas
entre el liquen... ¡Estrella
Akbar, lo siento... lo siento!
Debiste haberte
quedado en el
firmamento.
Ahora estás
muerta por haber
querido ayu-darme. ¡Lo
siento!
Arrol
Nobis fue el primero en hablar, mientras el cuerpo de Tulo seguía tendido sobre
la estrella inerte.
-Fue la
codicia la causante de esta tragedia -murmuró, mirando con enojo a LaVeeg.
-La
torpeza es una explicación mejor -chilló
el aludido, apuntando con su linterna en dirección a las cuerdas rotas.
El
pastor Bjork levantó la mano... y la voz:
-Dios ha
hablado. Es otra
advertencia de las consecuencias
que pueden sobrevenirnos si seguimos violentando el curso de la naturaleza.
Nuestras carreteras, de hecho, profanan los bosques del Omnipotente, nuestras
minas mueven sus montañas, nuestras fábricas contaminan su aire. Esta
estrella, como todas las demás del cielo, era una joya en la orla del manto divino.
No teníamos derecho
a codiciarla para
nuestros propósitos mezquinos.
¡Que
Dios perdone nuestra trasgresión!
-Caballeros -suspiró
el alcalde en
tono sombrío, nada de lo que digamos podrá devolver la luz a esta amable
estrella. No podemos convertir las cenizas en polvo de
oro.
Volvamos
a nuestros hogares y pongámonos en
acción para encontrar
otra solución a nuestra crisis.
Cuando
todos se habían marchado, Varno se
acercó a sus
sobrinos, que permanecían arrodillados junto a la estrella
caída.
-Hijos
míos, ya no tienen nada que hacer aquí. Déjenme llevarlos conmigo a casa.
Tomó a
Jaana en brazos,
mientras Tulo avanzaba cojeando
hacia el árbol, para recoger su libro. Luego volvió al lugar de las cenizas y
frotó las manos sobre la áspera superficie, que ya se sentía fría.
-Te
ruego que me perdones Akbar. Te dije que quería conservarte junto a mí, aunque
no tuvieras luz ni calor... Mi
deseo ha quedado satisfecho.
Fue un
deseo que jamás
debí formular... ¡cómo quisiera
estar muerto yo también!
El árbol
de las estrellas gimió ante el ímpetu del viento.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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