Jaana
esperó a que su hermano, cansado de una noche de escribir en su gran libro verde,
se satisficiera con el pastel helado, para decirle:
-Tulo,
anoche dormí muy poco. Estuve pensando
en nuestra estrella. No me parece justo que dentro de poco nosotros seamos los
únicos que tengamos luz y calor en
Kalvala.
-No es más que
una pequeña estrella
-replicó el chico. No podría servir a todos los hogares de la aldea.
Además... se nos ha acabado hasta el último leño, no hay electricidad y sólo
tenemos velas y combustible para unos cuantos días.
-Pero ya
hay muchas familias sin combustible o velas, y aquel malvado LaVeeg ha aumentado
tanto sus precios, que no pueden ya pagárselos.
¿Qué harán ellos?
Tulo caminó hacia la puerta, pretendiendo
no escuchar.
-Cuando
venga tío Varno dile que estoy en el
prado haciendo preparativos
para traer a Akbar a la cabaña.
-¿Traer
a quién?
-A la estrella.
-La llamaste
Ak... Ak... Akbar.
¿Ya le has dado nombre?
Tulo escapó
sin contestar y
avanzó cojeando por el prado
hasta el gran árbol con su resplandeciente ocupante.
-Buenos
días, hombrecito. Parece que una nube oscura ensombrece tu semblante. ¿Algo
anda mal?
-Buenos días,
estrella Akbar. Sí, es mi hermana. Piensa que soy egoísta por querer
encerrarte en nuestra
cabaña, cuando muchos otros te necesitan más que
nosotros.
-Y tú
estás molesto porque
sabes que lo que ella dice es cierto, y ahora tu
conciencia te remuerde. No hay acusador tan fuerte como la conciencia que mora
en nuestra interior.
Después de
unos momentos de
silencio, Akbar prosiguió:
-Ahora que
hablamos de conciencia,
¿por qué ya no
escribes aquellos encantadores poemas y
cuentos que solías
escribir tan bien? ¿Por qué estás
desperdiciando tu talento al no usarlo?
Tulo
bajó la cabeza para no tener que ver de frente a su inquisidora. Dio un
puntapié a la nieve, se encogió de hombros y replicó con tristeza:
-¿Con qué
objeto? Soy un
lisiado, tengo poca cultura y
nunca tendremos dinero para que pueda ir a la universidad. Lo que escribo
no tiene
importancia, y nadie
ha prestado jamás atención a un
poeta Sami. Mamá y yo teníamos
muchos planes maravillosos,
pero todos eran demasiado
buenos para ser reales.
Akbar
prorrumpió en una prolongada lluvia de estrellas rojas.
-Eres una
persona muy necia.
¡Nadie es demasiado bueno
para ser real!
Esa es la clase de compasión por sí mismo y de lamentos por
la propia desgracia
que te he
dicho que hemos oído
durante miles de
años en centenares de
idiomas, prácticamente desde todos
los rincones de
este planeta. Ustedes los terrícolas son muy afortunados
porque no todos optan por
darse por vencidos
ante la adversidad. De
ser así, hace
mucho tiempo que todos
ustedes habrían desaparecido.
¿Qué
piensas hacer con tu deuda?
A Tulo
le sorprendió la dureza de las palabras de la estrella. Por eso... le respondió
desafiante:
-¿Deuda?
¡No le debo nada a nadie, ni siquiera a LaVeeg!
-¡Ah,
claro que sí hombrecito! Junto con el poder de elegir, recibiste el mayor honor
que nuestro Creador puede otorgar: la centella de la vida. Incluida en ella
vino la obligación de poner en juego los propios talentos personales, cualesquiera
que sean, para
dejar este mundo convertido en un
lugar mejor que el que encontramos al
llegar. Miles de millones de seres humanos han fracasado en el cumplimiento de
esta obligación y han desperdi-ciado
sus vidas. Por
otro lado, si
utilizas tu talento y pagas tu
deuda...
Tulo no
pudo contenerse:
-¿Qué sucederá...
qué sucederá, estrella Akbar?
-Paga tu
deuda, da algo de ti mismo cada día
al mundo en
que vives, y
tu vida aquí estará llena de armonía, satisfacción y
amor... seguidos de una eternidad jubilosa en el Reino perdurable.
Tulo
frunció el entrecejo.
-Nunca he
oído hablar del Reino perdurable.
-Ya lo
sé. La gente de este planeta sigue siendo un grupo de infantes cuando se trata
de conocimiento universal. ¡Levanta la mirada, hijo! ¡Mira lo que tienes arriba
de la cabeza!
Por vez
primera, después de más de una semana, las estrellas se hicieron visibles
re-pentinamente. Tulo clavó la mirada en el cielo y esperó a que Akbar volviera
a hablar...
-¿Ves aquella
brillante estrella a la izquierda? Es Luis Pasteur. ¿Has estudiado algo relacionado
con él?
-Sí.
-Y
aquella estrella a la izquierda de la de
Pasteur... ¿puedes verla?
-Sí.
-Es Séneca.
¿Sabes algo de
aquel gran romano?
-¡Oh sí! He estudiado muchos de
sus sabios proverbios.
-Si es
así, no has
perdido el tiempo
con tus libros. Ahora mira hacia
tu cabaña ¿Ves aquella estrella encima de la
chimenea?
-Es Galileo...
y junto a
él está Benjamín Franklin.
-¡Él
también volaba cometas!
-Así es,
en efecto. Una noche por poco no se mató. Pero te aseguro que está allá arriba
por mucho más
que su habilidad
para volar cornetas.
-Estrella
Akbar, ¿quieres decirme que todo lo que tengo hacer para convertirme en una
estrella brillante en
el Reino perdurable
es usar el talento
que Dios me
ha dado para hacer de este mundo algo mejor?
-Hijo
mío, hemos estado tratando de hacer que
los terrícolas comprendan
ese mensaje, durante miles de
años. En el pasado, muchos no han querido escucharlo, hoy muchos más harán lo
mismo. Está naciendo
más y más gente en la Tierra , gente que crece y
muere... por la creencia de que su vida no tiene objeto, carece de significado y de un plan. Para ellos, Dios
con su magnífico universo lleno de orden y finalidad no es más que un cuento de
hadas. No es de admirar que no tengan esperanzas ni
ilusiones y que
su valor para
enfrentarse a las
adversidades de la
vida sea mínimo. Es natural que
no sepan vivir.
-¡Bravo! -gritó
el chico, dando
un brinco tan alto que se golpeó
la cabeza con la rama más baja el árbol.
Sin hacer
caso de su
rodilla temblorosa,
Tulo se
puso a correr alrededor del árbol de las
estrellas en círculos
cortos, apuntando hacia una
estrella y luego
hacia otra. Cada vez que lo hacía, Akbar pronunciaba un
nombre en lo que ya resultaba la lista más insólita:
-Juana de
Arco... Tomás Edison...
Víctor Hugo... Mahatma
Gandhi... Shakespeare... Hipócrates...
Tolstoi... Marco Polo... Inga Mattis...
-¿Quién?
El
cuerpo de Tulo se paralizó mientras su mano seguía apuntando hacia el
firmamento.
-Inga
Mattis. Esa estrella que estás señalando es tu madre. ¿Qué te sorprende,
Tulo?
-¿Mi
madre? Pero ella no es famosa como los
demás que has
mencionado. ¿Cómo es posible que...?
-Muchachito querido
-dijo Akbar, es evidente que
no has prestado
atención a mis palabras.
No es necesario
que seas rico o
famoso o
un genio para
cumplir tu propio destino. Todo lo que se te pide, es
que utilices los dones que tienes... lo mejor que puedas. Si eres hábil con el
martillo, ¡construye!
Si sabes
manejar el azadón, ¡planta! Si eres feliz sobre las aguas, ¡pesca! Si la pluma
es tu vocación, ¡escribe!
Las lágrimas
rodaron por las
mejillas de Tulo sin vergüenza
alguna, mientras levantaba los dos brazos hacia la minúscula estrella
brillante:
-¡Mamá,
mamá!
-¡Sí! Y
si miras con atención verás a tu padre junto a ella. Este planeta, es sin duda
un lugar mejor, gracias
a esas dos
personas honradas,
trabajadoras que nunca
perdieron un momento quejándose de su suerte.
Las
palabras de Akbar eran algo más que lo
que su joven
mente podía comprender.
Tulo
cayó de rodillas llorando.
-Pero,
¿qué puedo yo hacer para que este mundo
sea mejor? La
simple supervivencia es ya una
lucha.
-¡Qué
afortunado eres! -declaró Akbar.
Tulo
bajó la cabeza.
-Ahora
te burlas de mí, estrella Akbar.
-No. No
es burla, pequeño poeta. Si hubieses nacido en medio del lujo, no tendrías esta
maravillosa oportunidad de
robustecerte y hacerte de
recursos mediante tu
propio esfuerzo. La
lucha es el
único camino seguro para cualquiera que deba desarrollar
toda su capacidad. ¿Se dio
por vencida tu
madre cuando perdieron a tu padre? ¡No! Tú deberías aprender de ese
ejemplo. En vez de actuar como ella, tú has hecho muy poco más que acumular
compasión por ti mismo.
-No
puedo evitarlo. Trato de veras, pero la vida
se me presenta
casi sin esperanza.
Ni siquiera puedo caminar como los demás.
La voz
de Akbar resonó como un trueno.
-Allá arriba
hay otras estrellas...
estrellas como Beethoven, que fue sordo... Milton, que fue ciego...
Darwin, que fue
un inválido... Steinmetz, que era
jorobado... Keller, que era ciega y sorda, y Lincoln que vivió en una pobreza
terrible, mucho peor que la tuya ¡Escúchame, Tulo! La adversidad no es una
maldición. Es una bendición. Las estrellas más brillantes del cielo son las que
han pasado por la prueba y no se han derretido en el crisol de la
tribulación. Muéstrame un
ser humano que jamás
haya sufrido la
adversidad y yo te
mostraré a la persona más infeliz de la Tierra.
¡La
máxima aflicción que un ser terreno puede padecer es la de no verse jamás
afligido!
Poco a
poco el color de la estrella fue adquiriendo
un tono azul
oscuro, y su
voz se hizo suave, cuando
prosiguió:
-Tulo, vives
en un mundo
lleno de gente que
busca discul-pas para
su fracaso cuando en realidad -ojalá lo supieran- no han
fracasado. Erróneamente miden su vida en función del oro y de la fama, y
olvidan la lección que Salomón
aprendió demasiado tarde...
que estas cosas son nada,
sólo vanidad y esforzarse por ir en pos del viento. No puedo permitirte
seguir esa misma senda falsa de ensueños, que no te llevarán más que a despreciarte
cuando acabaras por descubrir que no te
ha conducido a
ningún lado. He
venido para enseñarte a vivir en paz contigo mismo, para que
puedas realizar tu
destino con un corazón
satisfecho... y lo
harás... si aprovechas mi don.
-Tu
don... casi lo había olvidado...
-Tulo,
mi don para ti es una cosa tan sencilla
que temo que
poca gente en la
Tierra reconozca
su valor o su
poder. Es sólo
una colección de palabras que inicié hace muchas edades, mientras
observaba la gloria y la caída de las
civilizaciones terrenas, y
sufría al ver el interminable
desfile de una humanidad que marchaba de la cuna a la tumba sin luz que la
guiara. Muchos sabían
obedecer reglas, leyes y aún
mandamientos... pero pocos sabían vivir en paz, alegría y amor, en lo que,
debía haber sido la niñez de su inmortalidad.
Escuché a
sus grandes filósofos
y profetas, santos, maestros y
poetas, y lloré cuando sus palabras de consejo no eran escuchadas, se
sepultaban con ellos
y quedaban perdidas para
las generaciones futuras.
Decidí hacer algo para
corregir este error...
y empecé a conservar
la sabiduría de
las mentes más preclaras
que han vivido
aquí. Luego, después de unos mil años, más o menos, hice
un pasmoso descubrimiento.
Tulo permanecía
callado y escuchaba
con mucha atención.
-Descubrí
que los seres humanos más sabios y satisfechos, aunque estuvieran separados por
continentes y siglos,
llevaban una vida, tanto
personal como pública,
como si estuvieran regidos
por un código
de leyes diferente del resto de
la humanidad. Coleccioné sus leyes junto con sus principios
y secretos para una buena vida en una lista, y le di un nombre:
"Credenda".
-¿Credenda?
¿Qué
significa, estrella Akbar?
-Perdóname,
Tulo. Siempre he tenido debilidad por el idioma de Séneca y Cicerón. Credenda es
una palabra latina
para designar materia de fe o
doctrinas que deben creerse.
Viene de
su verbo, credere, que significa confiar o creer.
-Credenda -repitió
Tulo. Suena extraña y... mágica.
-Es cierto.
Suena extraña porque
es una palabra que durante siglos
casi no se ha usado en este planeta. Pero lo mágico, Tulo... lo mágico está ya
dentro de ti... dentro de todas los seres humanos.
Credenda
no es más que la llave que deja salir lo mejor que hay en cada uno, con tal que
lleve sus palabras en el corazón. Es tuya... con tal que llenes dos
requisitos...
-¡Lo que
sea, estrella Akbar, lo que sea!
-No hables
hasta que oigas
lo que voy a
pedirte. En primer lugar, como sé que no eres una persona
egoísta, deberás ir
a ver a los
dirigentes de tu aldea y a decirles que te gustaría colocarme
donde quiera que
ellos juzguen que
sería más benéfico
para el mayor número
de gente en
Kalvala. Diles que te
atendrás a su decisión, con tal que convengan en traerme de nuevo aquí a este
hermoso y singular árbol, tan pronto como vuelva el sol, para que yo pueda
sujetarme a tu cometa y volver
al cielo. Mira,
Tulo, esta vez, a
diferencia de mi primera visita, cuando floté sobre la cueva, no puedo
desprenderme por mí misma de los vínculos de la Tierra sin tu ayuda. ¿Lo
harás por mí y por ti?
Tulo
recargó con fuerza su pequeño rostro contra
la áspera corteza.
Su movimiento afirmativo fue casi
imperceptible.
-Estoy segura,
pequeño amigo, de que
tendrás el valor y la caridad para cumplir mi deseo, porque sabes en tu corazón
qué es lo que debe hacerse.
En cuanto a
mi segunda petición... tú llevas
un diario, ¿no es así? Me refiero a aquel gran libro verde que recibiste cuando
estabas recuperándote de tu accidente...
-Sí...
¿cómo lograste...? ¡Oh, se me olvidaba que sabes todo lo relacionado
conmigo!
-Mañana,
cuando vuelvas de ver a los dirigentes
de la aldea,
trae aquí el
gran libro verde. Yo recitaré
para ti todas y cada una de las palabras de
Credenda, para que
puedas consignarlas en tu
gran libro. Las
palabras son pocas, y
con toda seguridad
podremos terminar la trascripción antes de que vengan a moverme.
Una vez que
me haya ido de
aquí, mi mayor deseo es que encuentres alguna
manera de compartir
Credenda con el mundo,
para que muchos
otros tengan la misma
oportunidad de vivir
una vida armoniosa,
como la que
yo te daré.
¿Estás de acuerdo con todo?
-Sí, estrella
Akbar. Haré todo
lo que me pidas.
-Muy bien.
Estamos de acuerdo. Ahora debo
descansar. En toda
mi vida no
había hablado tanto de una vez. Temo que mi nivel de energía esté muy
bajo. Sin embargo, mañana estaré en toda la plenitud. Que tengas buen día,
Tulo. Te amo mucho, hombrecito.
-Yo
también te amo, estrella Akbar. La luz del árbol de las estrellas guió a Tulo
hasta la cabaña. Al llegar, dio a Jaana la noticia que la hizo feliz, de que había
decidido dar su estrella al pueblo. Luego se sentó ante la mesa de la cocina y
practicó para el día siguiente, escribiendo en el gran libro verde todo lo que
podía recordar de su conversación con Akbar.
Concluyó
su redacción, con fecha 17 de diciembre, con las siguientes palabras:
Ahora
entiendo por qué hay tantas estrellas en el firmamento.
Cuánta
solicitud de Dios al asignar a una estrella particular al cuidado de cada uno
de nosotros. Si todos
conocieran este secreto, con toda seguridad nunca perderían
la esperanza, ni se
sentirían solitarios mientras
vivieran.
Hoy he
aprendido tanto... sin embargo, hay algo
que todavía no
entiendo: ¿por qué
yo, entre los miles de millones de personas que viven en este mundo,
tuve como estrella especial a la misma que estuvo de guardia sobre la
pequeña gruta de
belén, hace tanto, tanto tiempo?
¿Por
qué?
1.003. Andersen (Hans Christian)
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