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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XI

Jaana esperó a que su hermano, cansado de una noche de escribir en su gran libro  verde,  se  satisficiera  con  el  pastel helado, para decirle: 
-Tulo, anoche dormí muy poco.  Estuve pensando en nuestra estrella. No me parece justo que dentro de poco nosotros seamos los únicos que tengamos luz  y calor en Kalvala. 
-No  es  más  que  una  pequeña  estrella  -replicó el chico. No podría servir a todos los hogares de la aldea. Además... se nos ha acabado hasta el último leño, no hay electricidad y sólo tenemos velas y combustible para unos cuantos días. 
-Pero ya hay muchas familias sin combustible o velas, y aquel malvado LaVeeg ha aumentado tanto sus precios, que no pueden ya pagárselos.  ¿Qué  harán  ellos?  Tulo  caminó hacia la puerta, pretendiendo no escuchar. 
-Cuando venga tío Varno dile que estoy en el  prado  haciendo  preparativos  para  traer  a Akbar a la cabaña. 
-¿Traer a quién? 
 -A la estrella. 
-La  llamaste  Ak...  Ak...  Akbar.  ¿Ya  le  has dado nombre? 
Tulo  escapó  sin  contestar  y  avanzó  cojeando por el prado hasta el gran árbol con su resplandeciente ocupante. 
-Buenos días, hombrecito. Parece que una nube oscura ensombrece tu semblante. ¿Algo anda mal? 
-Buenos  días,  estrella  Akbar.  Sí,  es  mi hermana. Piensa que soy egoísta por querer encerrarte  en  nuestra  cabaña,  cuando  muchos otros te necesitan más que nosotros. 
-Y  tú  estás  molesto  porque  sabes  que  lo que ella dice es cierto, y ahora tu conciencia te remuerde. No hay acusador tan fuerte como la conciencia que mora en nuestra interior. 
Después  de  unos  momentos  de  silencio, Akbar prosiguió: 
-Ahora  que  hablamos  de  conciencia,  ¿por qué  ya  no  escribes  aquellos  encantadores poemas  y  cuentos  que  solías  escribir  tan bien? ¿Por qué estás desperdiciando tu talento al no usarlo? 
Tulo bajó la cabeza para no tener que ver de frente a su inquisidora. Dio un puntapié a la nieve, se encogió de hombros y replicó con tristeza: 
-¿Con  qué  objeto?  Soy  un  lisiado,  tengo poca cultura y nunca tendremos dinero para que pueda ir a la universidad. Lo que escribo no  tiene  importancia,  y  nadie  ha  prestado jamás atención a un poeta Sami. Mamá y yo teníamos  muchos  planes  maravillosos,  pero todos  eran  demasiado  buenos  para  ser  reales. 
Akbar prorrumpió en una prolongada lluvia de estrellas rojas. 
-Eres  una  persona  muy  necia.  ¡Nadie  es demasiado  bueno  para  ser  real!  Esa  es  la clase de compasión por sí mismo y de lamentos  por  la  propia  desgracia  que  te  he  dicho que  hemos  oído  durante  miles  de  años  en centenares  de  idiomas,  prácticamente  desde todos  los  rincones  de  este  planeta.  Ustedes los terrícolas son muy afortunados porque no todos  optan  por  darse  por  vencidos  ante  la adversidad.  De  ser  así,  hace  mucho  tiempo que  todos  ustedes  habrían  desaparecido.
¿Qué piensas hacer con tu deuda? 
A Tulo le sorprendió la dureza de las palabras de la estrella. Por eso... le respondió desafiante: 
-¿Deuda? ¡No le debo nada a nadie, ni siquiera a LaVeeg! 
-¡Ah, claro que sí hombrecito! Junto con el poder de elegir, recibiste el mayor honor que nuestro Creador puede otorgar: la centella de la vida. Incluida en ella vino la obligación de poner en juego los propios talentos personales,  cualesquiera  que  sean,  para  dejar  este mundo convertido en un lugar mejor que  el que encontramos al llegar. Miles de millones de seres humanos han fracasado en el cumplimiento de esta obligación y han desperdi-ciado  sus  vidas.  Por  otro  lado,  si  utilizas  tu talento y pagas tu deuda... 
Tulo no pudo contenerse: 
-¿Qué  sucederá...  qué  sucederá,  estrella Akbar? 
-Paga tu deuda, da algo de ti mismo cada día  al  mundo  en  que  vives,  y  tu  vida  aquí estará llena de armonía, satisfacción y amor... seguidos de una eternidad jubilosa en el Reino perdurable. 
Tulo frunció el entrecejo. 
-Nunca he oído hablar del Reino perdurable. 
-Ya lo sé. La gente de este planeta sigue siendo un grupo de infantes cuando se trata de conocimiento universal. ¡Levanta la mirada, hijo! ¡Mira lo que tienes arriba de la cabeza! 
Por vez primera, después de más de una semana, las estrellas se hicieron visibles re-pentinamente. Tulo clavó la mirada en el cielo y esperó a que Akbar volviera a hablar... 
-¿Ves aquella brillante estrella a la izquierda? Es Luis Pasteur. ¿Has estudiado algo relacionado con él? 
-Sí.
-Y aquella estrella a la izquierda de la de   Pasteur... ¿puedes verla?  
-Sí. 
-Es  Séneca.  ¿Sabes  algo  de  aquel  gran   romano? 
-¡Oh  sí!  He  estudiado muchos  de  sus  sabios proverbios. 
-Si  es  así,  no  has  perdido  el  tiempo  con tus libros.  Ahora  mira hacia  tu  cabaña  ¿Ves aquella estrella encima de la chimenea? 
-Es  Galileo...  y  junto  a  él  está  Benjamín Franklin. 
-¡Él también volaba cometas! 
-Así es, en efecto. Una noche por poco no se mató. Pero te aseguro que está allá arriba por  mucho  más  que  su  habilidad  para  volar cornetas. 
-Estrella Akbar, ¿quieres decirme que todo lo que tengo hacer para convertirme en una estrella  brillante  en  el  Reino  perdurable  es usar  el  talento  que  Dios  me  ha  dado  para hacer de este mundo algo mejor? 
-Hijo mío, hemos estado tratando de hacer que  los  terrícolas  comprendan  ese  mensaje, durante miles de años. En el pasado, muchos no han querido escucharlo, hoy muchos más harán  lo  mismo.  Está  naciendo  más  y  más gente en la Tierra, gente que crece y muere... por la creencia de que su vida no tiene objeto, carece de  significado y de un plan. Para ellos, Dios con su magnífico universo lleno de orden y finalidad no es más que un cuento de hadas. No es de admirar que no tengan esperanzas  ni  ilusiones  y  que  su  valor  para  enfrentarse  a  las  adversidades  de  la  vida  sea mínimo. Es natural que no sepan vivir. 
-¡Bravo!  -gritó  el  chico,  dando  un  brinco tan alto que se golpeó la cabeza con la rama más baja el árbol. 
Sin  hacer  caso  de  su  rodilla  temblorosa,
Tulo se puso a correr alrededor del árbol de las  estrellas  en  círculos  cortos,  apuntando hacia  una  estrella  y  luego  hacia  otra.  Cada vez que lo hacía, Akbar pronunciaba un nombre en lo que ya resultaba la lista más insólita:  
-Juana  de  Arco...  Tomás  Edison...  Víctor Hugo...  Mahatma  Gandhi...  Shakespeare... Hipócrates... Tolstoi... Marco Polo... Inga Mattis... 
-¿Quién? 
El cuerpo de Tulo se paralizó mientras su mano seguía apuntando hacia el firmamento. 
-Inga Mattis. Esa estrella que estás señalando es tu madre. ¿Qué te sorprende, Tulo? 
-¿Mi madre? Pero ella no es famosa como los  demás  que  has  mencionado.  ¿Cómo  es posible que...? 
-Muchachito  querido  -dijo  Akbar,  es  evidente  que  no  has  prestado  atención  a  mis palabras.  No  es  necesario  que  seas  rico  o famoso  o  un  genio  para  cumplir  tu  propio destino. Todo lo que se te pide, es que utilices los dones que tienes... lo mejor que puedas. Si eres hábil con el martillo, ¡construye!
Si sabes manejar el azadón, ¡planta! Si eres feliz sobre las aguas, ¡pesca! Si la pluma es tu vocación, ¡escribe! 
Las  lágrimas  rodaron  por  las  mejillas  de Tulo sin vergüenza alguna, mientras levantaba los dos brazos hacia la minúscula estrella brillante: 
-¡Mamá, mamá! 
-¡Sí! Y si miras con atención verás a tu padre junto a ella. Este planeta, es sin duda un lugar  mejor,  gracias  a  esas  dos  personas honradas,  trabajadoras  que  nunca  perdieron un momento quejándose de su suerte. 
Las palabras de Akbar eran algo más que lo  que  su  joven  mente  podía  comprender.
Tulo cayó de rodillas llorando. 
-Pero, ¿qué puedo yo hacer para que este mundo  sea  mejor?  La  simple  supervivencia es ya una lucha. 
-¡Qué afortunado eres! -declaró Akbar. 
Tulo bajó la cabeza. 
-Ahora te burlas de mí, estrella Akbar. 
-No. No es burla, pequeño poeta. Si hubieses nacido en medio del lujo, no tendrías esta maravillosa  oportunidad  de  robustecerte  y hacerte  de  recursos  mediante  tu  propio  esfuerzo.  La  lucha  es  el  único  camino  seguro para cualquiera que deba desarrollar toda su capacidad.  ¿Se  dio  por  vencida  tu  madre cuando perdieron a tu padre? ¡No! Tú deberías aprender de ese ejemplo. En vez de actuar como ella, tú has hecho muy poco más que acumular compasión por ti mismo. 
-No puedo evitarlo. Trato de veras, pero la vida  se  me  presenta  casi  sin  esperanza.  Ni siquiera puedo caminar como los demás. 
La voz de Akbar resonó como un trueno. 
-Allá  arriba  hay  otras  estrellas...  estrellas como Beethoven, que fue sordo... Milton, que fue  ciego...  Darwin,  que  fue  un  inválido... Steinmetz, que era jorobado... Keller, que era ciega y sorda, y Lincoln que vivió en una pobreza terrible, mucho peor que la tuya ¡Escúchame, Tulo! La adversidad no es una maldición. Es una bendición. Las estrellas más brillantes del cielo son las que han pasado por la prueba y no se han derretido en el crisol de la tribulación.  Muéstrame  un  ser  humano  que jamás  haya  sufrido  la  adversidad  y  yo  te mostraré a la persona más infeliz de la Tierra.
¡La máxima aflicción que un ser terreno puede padecer es la de no verse jamás afligido! 
Poco a poco el color de la estrella fue adquiriendo  un  tono  azul  oscuro,  y  su  voz  se hizo suave, cuando prosiguió: 
-Tulo,  vives  en  un  mundo  lleno  de  gente que  busca  discul-pas  para  su  fracaso  cuando en realidad -ojalá lo supieran- no han fracasado. Erróneamente miden su vida en función del oro y de la fama, y olvidan la lección que Salomón  aprendió  demasiado  tarde...  que estas  cosas  son nada,  sólo vanidad y esforzarse por ir en pos del viento. No puedo permitirte seguir esa misma senda falsa de ensueños, que no te llevarán más que a despreciarte cuando acabaras por descubrir que no te  ha  conducido  a  ningún  lado.  He  venido para enseñarte a vivir en paz contigo mismo, para  que  puedas  realizar  tu  destino  con  un corazón  satisfecho...  y  lo  harás...  si  aprovechas mi don. 
-Tu don... casi lo había olvidado... 
-Tulo, mi don para ti es una cosa tan sencilla  que  temo  que  poca  gente  en  la  Tierra reconozca  su  valor  o  su  poder.  Es  sólo  una colección de palabras que inicié hace muchas edades, mientras observaba la gloria y la caída  de  las  civilizaciones  terrenas,  y  sufría  al ver el interminable desfile de una humanidad que marchaba de la cuna a la tumba sin luz que  la  guiara.  Muchos  sabían  obedecer  reglas, leyes y aún mandamientos... pero pocos sabían vivir en paz, alegría y amor, en lo que, debía haber sido la niñez de su inmortalidad.
Escuché  a  sus  grandes  filósofos  y  profetas, santos, maestros y poetas, y lloré cuando sus palabras de consejo no eran escuchadas, se sepultaban  con  ellos  y  quedaban  perdidas para  las  generaciones  futuras.  Decidí  hacer algo  para  corregir  este  error...  y  empecé  a conservar  la  sabiduría  de  las  mentes  más preclaras  que  han  vivido  aquí.  Luego,  después de unos mil años, más o menos, hice un pasmoso descubrimiento. 
Tulo  permanecía  callado  y  escuchaba  con mucha atención. 
-Descubrí que los seres humanos más sabios y satisfechos, aunque estuvieran separados  por  continentes  y  siglos,  llevaban  una vida,  tanto  personal  como  pública,  como  si estuvieran  regidos  por  un  código  de  leyes diferente  del  resto  de  la  humanidad.  Coleccioné sus leyes junto con sus principios y secretos para una buena vida en una lista, y le di un nombre: "Credenda". 
-¿Credenda?  ¿Qué  significa,  estrella  Akbar? 
-Perdóname, Tulo. Siempre he tenido debilidad por el idioma de Séneca y Cicerón. Credenda  es  una  palabra  latina  para  designar materia de fe o doctrinas que deben creerse.
Viene de su verbo, credere, que significa confiar o creer. 
-Credenda  -repitió  Tulo.  Suena  extraña y... mágica. 
-Es  cierto.  Suena  extraña  porque  es  una palabra que durante siglos casi no se ha usado en este planeta. Pero lo mágico, Tulo... lo mágico está ya dentro de ti... dentro de todas los seres humanos. 
Credenda no es más que la llave que deja salir lo mejor que hay en cada uno, con tal que lleve sus palabras en el corazón. Es tuya... con tal que llenes dos requisitos... 
-¡Lo que sea, estrella Akbar, lo que sea! 
-No  hables  hasta  que  oigas  lo  que  voy  a pedirte. En primer lugar, como sé que no eres una  persona  egoísta,  deberás  ir  a  ver  a  los dirigentes de tu aldea y a decirles que te gustaría  colocarme  donde  quiera  que  ellos  juzguen  que  sería  más  benéfico  para  el  mayor número  de  gente  en  Kalvala.  Diles  que  te atendrás a su decisión, con tal que convengan en traerme de nuevo aquí a este hermoso y singular árbol, tan pronto como vuelva el sol, para que yo pueda sujetarme a tu cometa  y  volver  al  cielo.  Mira,  Tulo,  esta  vez,  a diferencia de mi primera visita, cuando floté sobre la cueva, no puedo desprenderme por mí misma de los vínculos de la Tierra sin tu ayuda. ¿Lo harás por mí y por ti?
Tulo recargó con fuerza su pequeño rostro contra  la  áspera  corteza.  Su  movimiento afirmativo fue casi imperceptible. 
-Estoy  segura,  pequeño  amigo,  de  que tendrás el valor y la caridad para cumplir mi deseo, porque sabes en tu corazón qué es lo que  debe  hacerse.  En  cuanto  a  mi  segunda petición... tú llevas un diario, ¿no es así? Me refiero a aquel gran libro verde que recibiste cuando estabas recuperándote de tu accidente... 
-Sí... ¿cómo lograste...? ¡Oh, se me olvidaba que sabes todo lo relacionado conmigo! 
-Mañana, cuando vuelvas de ver a los dirigentes  de  la  aldea,  trae  aquí  el  gran  libro verde. Yo recitaré para ti todas y cada una de las  palabras  de  Credenda,  para  que  puedas consignarlas  en  tu  gran  libro.  Las  palabras son  pocas,  y  con  toda  seguridad  podremos terminar la trascripción antes de que vengan a  moverme.  Una  vez  que  me  haya  ido  de aquí, mi mayor deseo es que encuentres alguna  manera  de  compartir  Credenda  con  el mundo,  para  que  muchos  otros  tengan  la misma  oportunidad  de  vivir  una  vida  armoniosa,  como  la  que  yo  te  daré.  ¿Estás  de acuerdo con todo?  
-Sí,  estrella  Akbar.  Haré  todo  lo  que  me pidas. 
-Muy bien. Estamos de acuerdo. Ahora debo  descansar.  En  toda  mi  vida  no  había hablado tanto de una vez. Temo que mi nivel de energía esté muy bajo. Sin embargo, mañana estaré en toda la plenitud. Que tengas buen día, Tulo. Te amo mucho, hombrecito. 
-Yo también te amo, estrella Akbar. La luz del árbol de las estrellas guió a Tulo hasta la cabaña. Al llegar, dio a Jaana la noticia que la hizo feliz, de que había decidido dar su estrella al pueblo. Luego se sentó ante la mesa de la cocina y practicó para el día siguiente, escribiendo en el gran libro verde todo lo que podía recordar de su conversación con Akbar. 
Concluyó su redacción, con fecha 17 de diciembre, con las siguientes palabras: 
Ahora entiendo por qué hay tantas estrellas en el firmamento. 
Cuánta solicitud de Dios al asignar a una estrella particular al cuidado de cada uno de nosotros.  Si  todos  conocieran  este  secreto, con toda seguridad nunca perderían la esperanza,  ni  se  sentirían  solitarios mientras  vivieran. 
Hoy he aprendido tanto... sin embargo, hay algo  que  todavía  no  entiendo:  ¿por  qué  yo, entre los miles de millones de personas que viven en este mundo, tuve como estrella especial a la misma que estuvo de guardia sobre  la  pequeña  gruta  de  belén,  hace  tanto, tanto tiempo?  
¿Por qué? 

1.003. Andersen (Hans Christian)

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