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viernes, 17 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XV

Aclamaciones,  gritos  de  júbilo  de  los  aldeanos saludaron al trío cuando apareció en el prado. 
-Quizá debimos cobrar algo por el espectáculo -gruñó Varno, mientas luchaba en medio de  los  pliegues  temblorosos  de  la  cometa reconstruida, que él había insistido en llevar desde la cabaña, a pesar de la furia del viento. 
   El  alcalde  Van  Gribin  se  acercó,  acompañado  de  los cuatro  miembros  del  consejo.
Levantó la voz para que todos pudieran oírlo: 
-¡Hijo mío! Esta es una fecha histórica que el  pueblo  de  Kalvala  no olvidará  nunca.  No necesito decirte que nuestros mejores deseos están  contigo  en  este  valiente  esfuerzo  que haces por librarnos de nuestra calamidad invernal. El consejo entero se une a mí para... 
-¡Tulo! -gritó el tío. ¡Date prisa, por favor!
No puedo sujetar este monstruo rojo por más tiempo. Quiere volar, y si no tengo cuidado, me llevará con él. Por favor... hagamos lo que sea  preciso  para  lanzarlo  al  aire...  ¡pronto, pronto! 
Varno  levantó  la  cometa  cuanto  pudo  y esperó con ansias. Al fin, el árbol de las estrellas se doblegó bajo el ímpetu de una violenta ráfaga de viento. Tulo gritó:  
-¡Ahora! 
Varno lanzó la cometa hacia el firmamento, con un rugido de levantador de pesas. En ese  mismo  instante,  la  cometa  se  proyectó hacia lo alto, como si hubiera sido disparada por una catapulta. 
Tulo  necesitaba  todas  sus  fuerzas  para dominar la cuerda, que se desenrollaba quejumbrosa entre sus dedos. Pronto pudo sentir el calor de la fricción, que pasaba a través de sus guantes de cuero. Levantó la cabeza en el momento preciso para ver la cauda blanca de la cometa desaparecer entre aquella bóveda turbulenta de nubes cargadas de nieve. 
Pasaron más de tres horas de agonía. Los aldeanos  empezaban  a  inquietarse.  A  pesar del frío, el sudor cubría ya la cara de Tulo y tenía en la boca la sensación y el sabor de la carne  de  reno  seca.  Un  dolor  punzante  y agudo  se  le  clavaba  con  insistencia  en  los hombros. Su rodilla derecha estaba dormida.
La cabeza le palpitaba con fuerza, los ojos le ardían por el flagelar del viento. Quería desistir...  darse  por  vencido...  Poner  fin  a la  agonía... ¡pero no podía! Ese vuelo de la cometa era para él una deuda con Akbar... con mamá... y con toda la aldea. 
De pronto, lo mismo que en el primer vuelo, el tirón de la cuerda hacia arriba cesó. 
-¿Qué sucede, Tulo? ¿Hemos capturado algo? 
-No sé, Jaana -repuso jadeante. Así lo espero.  Quédate  junto  a  mí  mientras  trato  de recoger el cordel. 
Tulo  tiró  y  la línea  no ofreció  resistencia.
Siguió tirando hacia abajo con suavidad, una mano sobre otra, la cuerda obediente continuó cayendo, hasta que el vuelo en torno a sus pies quedó cubierto de lazo. Los ruidosos aldeanos cerraron el círculo en torno a él. 
-¡La veo, la veo! -gritó con voz aguda una mujer. 
-!Yo  también!  -confirmó  Jaana.  Es  una luz...  una luz... y viene  acercán-dose.  ¡Lo  logramos,  Tulo,  lo  logramos!  ¡Tenemos  otra estrella!  La  muchedumbre  se  adelantó,  empujando y abriéndose paso. Lloraban y reían mientras se empeñaban en felicitar y tocar a su joven héroe. 
-¡Atrás!, -gritó Varno, levantando las manos para proteger a su sobrino. ¡Por favor... por favor... denle libertad... y tengan cuidado!
Esa  cosa  puede  atarlos  si  les  cae  encima.
¡Retrocedan por favor, se lo suplico! 
A cada tirón de la cuerda, la estrella descendía, flotando en silencio, con majestad, a través de las tinieblas, bañando las caras extasiadas con un aura de suave luz anaranjada. Con inusitadas lágrimas que le recorrían las  ásperas  mejillas,  Varno  observaba  con admiración la forma en que Tulo guiaba con pericia su cometa y la pequeña estrella, hasta llevarlas exactamente sobre el árbol. Al fin, el chico  hizo  bajar  con  todo  cuidado  a  su  resplandeciente presa, hasta asentarla sobre las mismas ramas robustas que habían abrazado a Akbar. 
Mucho después que el festejo había terminado en la pradera, cuando ya Jaana estaba en cama, Tulo, demasiado excitado para poder  dormir,  volvió  al  lugar  de  los  hechos.
Trepó  por  las  ramas  del  árbol  hasta  quedar cerca de la estrella. Esta era menor que Akbar  y  su  luz  consistía  en  una  serie  siempre cambiante  de  tonos  rosados  y  amarillos.  La mano  le  temblaba  cuando  la  levantó  hasta tocar con suavidad aquella superficie dura y cálida. 
-¡Qué hermosa eres! -suspiró. Gracias por haber escuchado mi oración. 
-No tienes por qué dármelas. 
Tulo se aferró a la rama más cercana. De no haberlo hecho, habría caído al suelo. 
-¿Otra estrella que habla? ¡No es posible! 
-Jovencito, todas nosotras podemos hablar. ¿Ya has olvidado lo que Akbar te dijo?
Lamento haberte azorado, pero pensaba que ya estarías  acos-tumbrado  a  hablar  con  las estrellas. 
-¿Sabes, algo de la... estrella Akbar? 
-La estrella Akbar ha muerto -susurró Tulo. Mira su... cuerpo... allí, bajo el árbol. 
-¡Nunca debió haber venido aquí! Todas las estrellas le  advertimos  que  esta  misión era  mucho  más  peligrosa  que  la  que  había cumplido  con  tanta  perfección  sobre  Belén.
Pero  no  mostraba  la  menor  preocupación.
Tenía gran fe en que tú la ayudarías a volver a los cielos una vez que realizara lo que se había  propuesto.  En  su  calidad  de  estrella guía para eso  estuvo siguiéndote desde que naciste. Muchas de nosotras tenemos por lo menos un ser humano al que cuidamos y tratamos de ayudar sin hacernos muy notorias.
El mío es una pequeñita adorable de un lugar al que ustedes llaman Rhodesia. Al verte progresar tanto con tus escritos, Akbar se convenció  de  que  tú  eras  algo  muy  especial.
Luego  tuviste  ese  lamentable  accidente  y perdiste  la  fe  en  ti  mismo...  ¡eso  le  molestó tanto!  Fue  la  única  vez  que  vi  a  Akbar  en esas  condiciones.  Trató  una  y  otra  vez  de influir en ti, pero tu mente  estaba tan llena de  sentimientos  de  derrota  y  de  compasión por  ti  mismo,  que  fue  imposible,  aun  para Akbar. Al fin decidió que su única esperanza de salvarte de ti mismo era descender hasta aquí.  
Tulo bajó la cabeza.  
-La estrella Akbar dio su preciosa vida por mí... un don nadie de una aldea tan insignificante  que  nadie  sabe  siguiera  de  nuestra existencia y a nadie le interesa. 
-¡Muchachito querido, qué equivocado estás!  Dios  jamás  ha  creado  un  "don  nadie".
¡Ah!  Y  no  hay  aldea  tan  pequeña  que  sea desconocida por su Creador o que sea olvidada  por  Él.  Además,  no  debes  guardar  duelo por esa amiga que es Akbar. ¡No está muerta! 
-¡Oh sí! Lo está. Mira... allá abajo... sus cenizas... debajo del árbol. 
-Repito que Akbar no ha muerto. Esas cenizas pueden haber sido suyas, pero así como tú dejarás tu cuerpo cuando te llamen al Reino perdurable... así también Akbar ha regresado allá, está en algún lugar... observándonos  y  escuchándonos  ahora  mismo...  estoy segura. Por supuesto, tendrá que empezar de nuevo  su  vida  y  su  carrera,  pero  dentro  de unos cincuenta mil años más o menos volverá a estar volando como antes. No pasará mucho tiempo. 
Los ojos de  Tulo recorrieron  con júbilo el estrellado firmamento. 
-¡Es la noticia más maravillosa que he oído en mi vida! ¡La estrella Akbar vive! ¡La estrella  Akbar  vive!  ¡Oh,  cómo  quisiera  volver  a verla! 
-La verás, jovencito... la verás. 
-Gracias por traerme tan buenas nuevas... ¡qué ilusión! 
-Yo me llamo Lirra. 
-¿Lirra? Tu voz... es algo diferente de la de Akbar... como si tú fueras una... una... 
-¿Una mujer? Lo soy. Soy mujer. 
-¿De veras? 
-Y,  ¿por  qué  no?  -preguntó  la  estrella.
¿Qué te hace pensar que todos los seres celestiales sean varones? No lo son los terrestres... 
-Lirra es un nombre bello. Tú eres muy bella. 
La estrella brilló con tono rojo escarlata. 
-Gracias Tulo. Un cumplido sincero es una forma excelente de iniciar una amistad.  
El chico permaneció callado un momento.
Luego preguntó en tono inseguro: 
-Estrella  Lirra...  si  Akbar  se  expuso  a  un riesgo tan grande por venir aquí a ayudarme, ¿por  qué  estás  tú  aquí  también?  ¿El  peligro no era igual para ti? 
No hubo respuesta. Tulo insistió con firmeza: 
-Estrella Lirra, ¿por qué viniste? ¿Por qué me dejaste atraparte con mi cometa? 
La estrella brilló con inusitada intensidad. 
-Tenía que venir. Akbar y yo habíamos sido íntimos durante mucho tiempo. Su mayor ambición era ver que este pequeño planeta, al  que  amaba  tanto,  alcanzara  su  máxima plenitud.  Al  principio  yo  no  compartía  sus sueños, ni creía que la Tierra mereciera tanto tiempo y dedicación de su parte. Una y otra vez  señalé  todas  las  horribles  fechorías  que los  terrícolas  realizan  día  tras  día,  por  su abuso de la facultad de elegir. Akbar me respondió  hablándome  de  sus  grandes  héroes, filósofos, santos, profetas, escritores e inventores. Luego me llevaba a volar alrededor de este planeta y me mostraba cientos de millones  de  terrícolas  que  luchaban  a  diario  por mejorar la vida propia y la de sus hijos. Me convenció.  Y,  según  Akbar  tú,  Tulo,  estás destinado a ser una gran estrella de esperanza para todo el género humano. 
-¿Una  estrella  de  esperanza?  Una  vez  mi madre dijo eso de mí... y de mis escritos. Pero no sé  cómo pueda suceder esto,  estrella Lirra. Yo no soy nadie, soy parte de un rebaño que marcha sin rumbo, como nuestros renos.
La vida se presentaba tan sin esperanza para mí,  hasta  que  vino  Akbar...  me  habló  de  mí mismo, de la vida... pero todas mis esperanzas murieron de nuevo cuando ella se hundió. 
Lirra cambió de tema de forma repentina, sin  dejar  que  el  chico  continuara  compadeciéndose. 
-Jovencito,  ¿qué  piensas  hacer  conmigo?
Supongo que no vas a dejarme aquí, en este hermoso árbol, para que ilumine a este prado... Tulo se frotó la frente y suspiró: 
-Lirra,  no  sé  qué  hacer.  Quise  capturar otra  estrella  para  ayudar  a  nuestra  pobre aldea,  pero  después  de  oír  los  consejos  de todos  me  encuentro  muy  confuso.  Lo  único que sí sé es que no voy a dejar que te lleven de  un  lugar  a  otro.  Cualquier  lugar  al  que decidan que debes ir... allí te quedarás hasta que vuelva el sol. Luego mi cometa te devolverá  al  firmamento,  como  pensaba  hacerlo con la estrella Akbar. 
Lirra suspiró: 
-Iré a donde tú quieras, pero si yo pudiera escoger,  elegiría  la  escuela.  Amo  a  los  pe-queños,  porque  cada  uno  que  nace  es  un nuevo pensamiento de Dios. Los humanos no deberían olvidar que no es poca cosa el que sus hijos, que les llegan tan directamente de la mano de Dios, los amen. Probablemente es mi corazón de mujer el que habla, en vez de mi  mente,  pero  me  encantaría  iluminar  un salón de clase para los niños y niñas de Kalvala. 
 Tulo sonrió con tristeza: 
-Muy pronto te perderé a ti también. 
-¡Jovencito,  escúchame  bien!  Nada  se pierde para siempre. Algún día... cuando estés de nuevo con mamá y papá y con Akbar y conmigo,  entenderás.  Tampoco  has  perdido el don de Akbar: Tú me preguntaste por qué vine aquí. Pues bien, Tulo, vine para honrar a Akbar, ayudándolo a hacer realidad sus sueños  para  este  mundo...  y  para  ti.  ¡Vine  a traerte su don! 
-¿Credenda? ¿Tú tienes Credenda? 
-Yo le ayudé a coleccionar toda la sabiduría que al fin él sintetizó en este sencillo pero hermoso trabajo. Yo sé Credenda de memoria. Cuando vi lo que había sucedido aquí la semana  pasada,  supe  que  tenía  que  venir cuando volaras de nuevo tu cometa. 
-¡Entonces  todavía  hay  esperanzas  para mí! Lirra, ¿qué puedo decir? Esto es más de lo  que  uno  merece.  ¡Gracias  por  venir,  gracias! 
-Espera,  Tulo,  hay  otro  asunto  de  la máxima  importancia  que  debemos  tratar.
Akbar tenía la convicción de que un hombre valeroso, armado de fe, conocimiento y verdad, podría cambiar este mundo. Ya ha sucedido en otras épocas. Él quería que tú recibieras  Credenda...  pero  recuerda  que  también quería que hicieras todo lo que estuviera en tu mano por compartir su don con los demás.
Dime... ¿cómo piensas comunicar al mundo tu legado, para que puedan tomar a pecho sus palabras? 
Tulo  cerró  los  ojos  y  reflexionó  sobre  la tremenda pregunta de la estrella. Luego empezó a hablar entre dientes: "Palabras... palabras encuadernadas en piel... tu destino está más allá de Kalvala... estrella de esperanza... mira hacia arriba... sigue adelante..." 
¿Qué  es  eso?  ¿Qué  estás  diciendo?  -preguntó Lirra. 
-Encontraré  la  forma,  estrella  Lirra,  te  lo prometo. Encontraré alguna forma. 
-Muy bien. Dejo todo en tus manos. Vuelve aquí mañana con tu gran libro verde y te entregaré  Credenda...  palabra  por  palabra.
Luego notificarás a tu maestro que tendrá un huésped,  hasta  que  vuelva  el  sol.  Si  él  no puede  utilizarme,  iré  gustosa  a  donde  tú quieras; buenas noches, amiguito. La mañana siguiente, muy temprano, Tulo se vistió y salió  de  prisa  hacia  el  prado.  En  menos  de una hora, el don de Akbar había sido trasmitido  del  mensajero  celestial  al  correo  terreno... 
    
 1.003. Andersen (Hans Christian)

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