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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XII

Tuntu  Van  Gribin,  presidente  del  consejo de la aldea de Kalvala introdujo a sus tímidos visitantes a una gran sala con paredes recubiertas  de  papel  tapiz  y  muy  iluminada  por ocho gruesas velas, tres lámparas de petróleo y un hogar crepitante. 
El alcalde -título que Van Gribin se había atribuido en forma extraoficial- hizo entrar su rechoncha figura en el hueco de una silla de mimbre,  quedando  frente  a  Tulo  y  Jaana.
Luego, dijo jadeante: 
-¡Vaya,  vaya!  Este  sí  que  es  un  honor.
Pensar que tengo como huéspedes a la única pareja del mundo que posee su propia estrella... ¡Sorprendente!... ¡pasmoso!  Quisiera poder entretenerme largamente con ustedes, pero en menos de una hora estaremos celebrando aquí  una  reunión  del  consejo,  para ver qué medidas podemos tomar para hacer frente a esta terrible crisis que nos ha caído encima.  Las  provisiones  de  alimento  y  el combustible  son  muy  escasas,  las  velas  son tan caras como un diamante, y las líneas de corriente  eléctrica  están  sepultadas  bajo  to-neladas  de  nieve.  Somos  una  balsa  de  vida en medio de un océano de terror. Es terrible, terrible. Sin embargo, encontraremos un camino.  No  hay  que  temer.  Nada  de  temor...
Ahora, díganme ustedes, gentiles niños, ¿qué están haciendo aquí, cuando tienen un tesoro tan reconfortante en casa? 
Con  timidez,  Tulo  restregó  sus  mojadas botas  sobre  el  gigantesco  tapete  de  piel  de oso negro que tenía bajo la silla, y dijo mascullando: 
-Señor,  hemos  venido  a  ofrecer  nuestra estrella  a  la  aldea,  para  que  todos  puedan gozar de su luz. 
-¿Qué  cosa?  -exclamó Van  Gribin:  No puedo  creer  lo  que  estoy oyendo.Ustedes... ustedes dos... ¿están dispuestos a renunciar a su preciosa estrella por el bien de la aldea? 
Los dos niños asintieron con un movimiento de cabeza. 
-¡Esto es pasmoso! Es un milagro casi tan grande  como  el  que  la  estrella  esté  aquí.  Y ¿dónde querrían que se le colocara? 
Tulo sacudió la cabeza. 
-No sabemos, señor. Dejamos eso al juicio de usted. 
-¡Oh no, no... a mi juicio no! Con toda seguridad,  no...  pero  esperen...  los  miembros del  consejo  no  tardarán  en  llegar.  Dejemos que ellos decidan. Es la forma oficial... y estoy seguro de que también legal. Sí, sí. Dejaremos que el consejo decida. ¡Todavía no puedo creerlo! ¡Vaya, vaya! 
Los otros miembros del consejo de la aldea eran  Finn  LaVeeg  el  dueño  de  la  tienda,  el pastor Erno Bjork, de la iglesia, Arrol Nobis, el  maestro  de  la  escuela  y  Hjorta  Malni,  el único médico en muchos kilómetros a la redonda. 
Una vez que todos se sentaron en torno a la  gran  mesa  del  comedor  de  Van  Gribin,  y que Tulo y Jaana se acurrucaron juntos en el extremo, el alcalde pidió orden, pasó por alto los  demás  asuntos,  y  en  tono  dramático anunció el donativo inapreciable que la aldea acababa de recibir de parte de los dos jóvenes visitantes. 
Un prolongado y sonoro aplauso hizo eco a sus palabras. Volvió a imponer silencio con un golpe sobre la mesa, y con su mejor voz de presidente del consejo declaró: 
-Queda  abierta  la  discusión  para  recibir sugerencias del estimable consejo acerca del sitio más beneficioso para colocar la estrella. Pastor Bjork, ¿sería tan amable de iniciar la discusión? 
El pastor se puso de pie. Su imponente figura destacó en medio de los demás. Levantó los brazos como si estuviera en su púlpito y se dirigió a los niños:  
-Amigos míos, hoy hemos sido bendecidos en forma extra-ordinaria, al participar en uno de  los  actos  más  nobles  que  la  Tierra  haya contemplado  jamás.  El  hecho  de  que  estos dos hermosos niños, cuyos padres conocimos y amamos todos nosotros, vengan aquí, por propia  decisión  a  ofrecer  a  sus  vecinos  su más  preciado  tesoro  sin  pensar  en  ninguna retribución o recompensa, es caridad y amor de lo más aquilatado...  
Jaana dirigió una mirada insegura a Tulo.
Éste se encogió de hombros. El pastor continuó: 
-Estoy de acuerdo en que aquí somos las cinco  personas  que  de  una  u  otra  manera prestan  sus  servicios  a  todos  los  habitantes de Kalvala... Sin embargo, con el debido respeto  a  este  consejo,  opino  que  la  decisión sobre el lugar en que debe colocarse la estrella no debe tomarla nadie más que sus dueños, Tulo y Jaana Mattis. 
La cara de LaVeeg, el dueño de la tienda, se  iluminó,  mientras  decía  algo,  entre  dientes.  Los  demás  guardaron  respetuoso  silencio. El pastor Bjork concluyó: 
-Propongo que cada miembro exprese sus preferencias  en  cuanto  a la nueva  ubicación de  la  estrella  y  dé  razones  para  apoyarlas.
Después... dejaremos que los niños decidan... y mi opinión es que nos atengamos al juicio de ellos. 
Arrol Nobis respondió inmediatamente: 
-¡Yo apoyo las dos mociones! 
Finn LaVeeg se puso de pie sin esperar a que  se  le  concediera  la  palabra.  Miró  a  los dos chicos e hizo el esfuerzo por esbozar una especie de sonrisa, hasta dejar salir sus dos dientes  amarillos.  Su  voz  fue  casi  un  gemir constante, mientras recordaba a la asamblea, una y otra vez, cuán importante era su tienda para la vida de la aldea, y cómo era imposible que atendiera en forma debida a sus clientes en la oscuridad. Concluyó su largo soliloquio dando un golpe en la mesa con su huesudo puño y ratificando en tono exigente:  
-Ustedes  deben  permitir  que  la  estrella ilumine mi gran almacén, ¡o la vida de esta aldea se extinguirá! 
Arrol Nobis, en cambio, hizo una tranquila y breve exposición del valor de la educación y de su incapacidad de enseñar a los niños sin luz.  Explicó  con  paciencia  que  cada  día  de estudio perdido era irreparable. Concluyó sus observaciones en estos términos:  
-Les pido su estrella, no para mí sino para los  ciudadanos  del  mañana.  Está  en  manos de  ustedes  el  suministrarles  la  preciosa  luz del conocimiento. 
El doctor Malni manifestaba pena de tener que hablar, pero recordó en tono inseguro a la asamblea que su pequeña clínica ofrecía la única atención médica de que disponía la aldea.  Citó las  vidas  que  se  habían  salvado  y los bebés que habían venido al mundo durante el último año. Incluso, mencionó el trabajo hecho en la rodilla de Tulo. Terminó con esta declaración: 
-Nuestra clínica estará pronto en completa oscuridad. Si llegaran a necesitarse mis servicios,  la luz  de la  estrella  podría  significar la diferencia entre la vida y la muerte para alguien. 
El  último  en  hablar  fue  el  pastor  Bjork.
Habló del milagro que había bendecido a esa tierra y de la mano de Dios que había guiado a Tulo para enviar su cometa hasta la estrella. Su iglesia -añadió en tono sombrío- debía ser un refugio para todos en esos momentos de peligro, estaba vacía y en tinieblas, puesto que él había repartido todas sus velas y combustible  entre  los  necesitados.  Respiró  profundamente, y con una inclinación de cabeza hacia Tulo y Jaana, dijo: 
-Con la mayor humildad les pido que el milagro de Dios se ponga en la casa de Dios... su iglesia. 
Después,  los  ojos  de  todos  se  volvieron hacia los chicos. Tulo miró con desesperación a su hermana que parecía estar  a punto de romper a llorar. Se mordió el labio y musitó impotente: 
-¡No sé que hacer... no sé! Durante los críticos  minutos  que  siguieron,  la  sonrisa  de satisfacción  del  alcalde  Van  Gribin  fue  desapareciendo poco a poco a medida que resultaba  evidente  que  Tulo  y  Jaana  no  podían llegar a una decisión. Al final él tronó los dedos con fuerza y anunció: 
-Señores, creo tener la respuesta. Mis largos años de experiencia en asuntos de conciliación, me enseñan que no hay más que una solución  a  nuestro  problema.  A  todas  luces, para estos niños es más difícil de lo que preveíamos, rechazar a tres de ustedes. Por eso propongo... propongo -hizo una pausa solemne-...  ¡propongo  que  se  divida la  estrella  en cuatro  partes  iguales!  En  esa  forma  toda  la población, a través de la escuela, la iglesia, la clínica y la tienda compartirán la misma cantidad  de  luz  durante  esos  días  tenebrosos.
Será  menos  luz,  ¡pero  habrá  equidad!  Con cuerdas y poleas podemos bajar fácilmente la estrella del árbol, y luego con martillo y cincel haremos  cuatro  estrellas  y  todas  las  partes quedarán satisfechas. 
Luego el alcalde se hundió en su silla, respirando con fatiga. 
-¡No, jamás! 
La voz de Tulo se escuchó vibrante en el recinto. 
-La estrella no puede romperse. Si la hiciéramos pedazos no podría volver a ocupar su lugar en el cielo. Cuando pasen las tinieblas, voy  a  sujetarla  de  nuevo  a  la  cometa  para enviarla a su hogar en el firmamento. No podemos conservarla. Además, ¡tiene derecho a una oportunidad de crecer!, como la tenemos nosotros. 
El alcalde Van Gribin retorció los labios y rebatió: 
-No es más que un pedazo de roca que casualmente es ígnea. Tú hablas como si estuviese viva. Joven, temo que hayas leído demasiados cuentos de hadas. 
LaVeeg se retiró de la mesa con violencia y se  precipitó  hacia  los  azorados  chicos,  de suerte  que  su  largo  y  retorcido  índice  pudo agitarse frente a sus caras, llenas de tensión. 
-¿Se proponen acaso conservar la estrella para  esa  miserable  cabaña  que  llaman  su hogar, mientras muchos otros podrían beneficiarse con ella? ¡Qué egoístas son!  
Luego se dio vuelta y señaló con ira al alcalde: 
-Y... ¿por qué estamos perdiendo  este tiempo precioso suplicando a un par de huérfanos tontos para que concedan algo que pertenece a toda la aldea? 
-La estrella es nuestra, -exclamó Tulo. 
-¡Oh no, no es así! -gritó LaVeeg y señaló con un movimiento de cabeza a Arrol Nobis-
!Qué! ¿Acaso tan brillante maestro no te ha enseñado lo que es el "dominio eminente"? 
Las dos cabecitas rubias se sacudieron con fuerza. 
-¡Ah, pues muy bien! El dominio eminente es el derecho que tiene el gobierno de apoderarse de cualquier propiedad privada para uso público,  mediante  una  adecuada  compensación para el propietario. Promulgo, caballeros del consejo, que nos apoderemos de la estrella en virtud de un decreto de dominio eminente y... 
-¿Por qué todos ustedes no comparten la estrella en otra forma? -interrumpió una débil voz. 
Todas las cabezas se volvieron hacia Jaana que sonreía. 
-Cada  uno  de  ustedes  -siguió  diciendo- tenga  la  estrella  durante  dos  semanas.  Al final  de  ese  tiempo,  el  sol  ya  habrá  vuelto.
Incluso pueden  echar  suertes  para  ver  a quién le toca primero. 
El único ruido que se oyó en el recinto fue el de los leños que ardían en la hoguera. Al fin, el pastor Bjork juntó las manos apretándolas y susurró con voz ronca: 
-¡De la boca de los infantes...! Hemos sido testigos una vez más de que todos los niños son apóstoles de Dios... enviados para enseñarnos  amor,  caridad,  olvido  de  nosotros mismos, compasión y esperanza. Hoy Kalvala ha recibido una verdadera bendición. Propongo  que  arreglemos  la  sugerencia  de  Jaana
Mattis,  cuya  sabiduría supera  con  mucho  su edad. 
La moción fue aprobada y puesta en práctica.  Con  disgusto  de  todos,  excepto  de  él mismo, Finn LaVeeg ganó el primer turno. La estrella iluminaría  su  tienda  durante  catorce días. Le seguiría la escuela, luego la clínica y al final la iglesia. Se hicieron todos los arreglos para que la estrella se trasladara al día siguiente. 
De regreso a casa, Tulo y Jaana bajaron la cabeza  al  acercarse  a  su  cabaña.  No  tenían valor de mirar hacia el prado. 
A pesar de su aflicción, Tulo escribió todo lo acaecido en el gran libro verde.

1.003. Andersen (Hans Christian)

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