Tuntu
Van Gribin, presidente
del consejo de la aldea de
Kalvala introdujo a sus tímidos visitantes a una gran sala con paredes recubiertas de
papel tapiz y muy iluminada
por ocho gruesas velas, tres lámparas de petróleo y un hogar crepitante.
El
alcalde -título que Van Gribin se había atribuido en forma extraoficial- hizo
entrar su rechoncha figura en el hueco de una silla de mimbre, quedando
frente a Tulo
y Jaana.
Luego,
dijo jadeante:
-¡Vaya, vaya!
Este sí que es un
honor.
Pensar
que tengo como huéspedes a la única pareja del mundo que posee su propia
estrella... ¡Sorprendente!... ¡pasmoso!
Quisiera poder entretenerme largamente con ustedes, pero en menos de una
hora estaremos celebrando aquí una reunión
del consejo, para ver qué medidas podemos tomar para hacer
frente a esta terrible crisis que nos ha caído encima. Las
provisiones de alimento
y el combustible son
muy escasas, las
velas son tan caras como un
diamante, y las líneas de corriente eléctrica están
sepultadas bajo to-neladas
de nieve. Somos
una balsa de
vida en medio de un océano de terror. Es terrible, terrible. Sin
embargo, encontraremos un camino.
No hay que
temer. Nada de
temor...
Ahora,
díganme ustedes, gentiles niños, ¿qué están haciendo aquí, cuando tienen un
tesoro tan reconfortante en casa?
Con timidez,
Tulo restregó sus
mojadas botas sobre el
gigantesco tapete de
piel de oso negro que tenía bajo
la silla, y dijo mascullando:
-Señor, hemos
venido a ofrecer
nuestra estrella a la
aldea, para que
todos puedan gozar de su luz.
-¿Qué cosa?
-exclamó Van Gribin: No puedo
creer lo que
estoy oyendo.Ustedes... ustedes dos... ¿están dispuestos a renunciar a
su preciosa estrella por el bien de la aldea?
Los dos
niños asintieron con un movimiento de cabeza.
-¡Esto
es pasmoso! Es un milagro casi tan grande
como el que
la estrella esté
aquí. Y ¿dónde querrían que se le
colocara?
Tulo
sacudió la cabeza.
-No
sabemos, señor. Dejamos eso al juicio de usted.
-¡Oh no,
no... a mi juicio no! Con toda seguridad,
no... pero esperen...
los miembros del consejo
no tardarán en
llegar. Dejemos que ellos
decidan. Es la forma oficial... y estoy seguro de que también legal. Sí, sí.
Dejaremos que el consejo decida. ¡Todavía no puedo creerlo! ¡Vaya, vaya!
Los
otros miembros del consejo de la aldea eran
Finn LaVeeg el
dueño de la
tienda, el pastor Erno Bjork, de
la iglesia, Arrol Nobis, el maestro de
la escuela y Hjorta Malni,
el único médico en muchos kilómetros a la redonda.
Una vez
que todos se sentaron en torno a la
gran mesa del
comedor de Van
Gribin, y que Tulo y Jaana se
acurrucaron juntos en el extremo, el alcalde pidió orden, pasó por alto los demás
asuntos, y en
tono dramático anunció el
donativo inapreciable que la aldea acababa de recibir de parte de los dos jóvenes
visitantes.
Un
prolongado y sonoro aplauso hizo eco a sus palabras. Volvió a imponer silencio
con un golpe sobre la mesa, y con su mejor voz de presidente del consejo
declaró:
-Queda abierta
la discusión para
recibir sugerencias del estimable consejo acerca del sitio más
beneficioso para colocar la estrella. Pastor Bjork, ¿sería tan amable de
iniciar la discusión?
El
pastor se puso de pie. Su imponente figura destacó en medio de los demás.
Levantó los brazos como si estuviera en su púlpito y se dirigió a los
niños:
-Amigos
míos, hoy hemos sido bendecidos en forma extra-ordinaria, al participar en uno
de los
actos más nobles
que la
Tierra haya
contemplado jamás. El
hecho de que
estos dos hermosos niños, cuyos padres conocimos y amamos todos
nosotros, vengan aquí, por propia
decisión a ofrecer
a sus vecinos
su más preciado tesoro
sin pensar en
ninguna retribución o recompensa, es caridad y amor de lo más
aquilatado...
Jaana
dirigió una mirada insegura a Tulo.
Éste se
encogió de hombros. El pastor continuó:
-Estoy
de acuerdo en que aquí somos las cinco
personas que de
una u otra manera
prestan sus servicios
a todos los
habitantes de Kalvala... Sin embargo, con el debido respeto a
este consejo, opino
que la decisión sobre el lugar en que debe colocarse
la estrella no debe tomarla nadie más que sus dueños, Tulo y Jaana Mattis.
La cara
de LaVeeg, el dueño de la tienda, se
iluminó, mientras decía
algo, entre dientes.
Los demás guardaron
respetuoso silencio. El pastor
Bjork concluyó:
-Propongo
que cada miembro exprese sus preferencias
en cuanto a la nueva
ubicación de la estrella
y dé razones
para apoyarlas.
Después...
dejaremos que los niños decidan... y mi opinión es que nos atengamos al juicio
de ellos.
Arrol
Nobis respondió inmediatamente:
-¡Yo
apoyo las dos mociones!
Finn
LaVeeg se puso de pie sin esperar a que
se le concediera
la palabra. Miró
a los dos chicos e hizo el
esfuerzo por esbozar una especie de sonrisa, hasta dejar salir sus dos dientes amarillos.
Su voz fue
casi un gemir constante, mientras recordaba a la
asamblea, una y otra vez, cuán importante era su tienda para la vida de la
aldea, y cómo era imposible que atendiera en forma debida a sus clientes en la
oscuridad. Concluyó su largo soliloquio dando un golpe en la mesa con su
huesudo puño y ratificando en tono exigente:
-Ustedes deben
permitir que la
estrella ilumine mi gran almacén, ¡o la vida de esta aldea se
extinguirá!
Arrol
Nobis, en cambio, hizo una tranquila y breve exposición del valor de la
educación y de su incapacidad de enseñar a los niños sin luz. Explicó
con paciencia que
cada día de estudio perdido era irreparable. Concluyó
sus observaciones en estos términos:
-Les
pido su estrella, no para mí sino para los
ciudadanos del mañana.
Está en manos de
ustedes el suministrarles la
preciosa luz del
conocimiento.
El
doctor Malni manifestaba pena de tener que hablar, pero recordó en tono
inseguro a la asamblea que su pequeña clínica ofrecía la única atención médica
de que disponía la aldea. Citó las vidas
que se habían salvado
y los bebés que habían venido al mundo durante el último año. Incluso,
mencionó el trabajo hecho en la rodilla de Tulo. Terminó con esta
declaración:
-Nuestra
clínica estará pronto en completa oscuridad. Si llegaran a necesitarse mis
servicios, la luz de la
estrella podría significar la diferencia entre la vida y la
muerte para alguien.
El último
en hablar fue
el pastor Bjork.
Habló
del milagro que había bendecido a esa tierra y de la mano de Dios que había
guiado a Tulo para enviar su cometa hasta la estrella. Su iglesia -añadió en
tono sombrío- debía ser un refugio para todos en esos momentos de peligro,
estaba vacía y en tinieblas, puesto que él había repartido todas sus velas y
combustible entre los
necesitados. Respiró profundamente, y con una inclinación de
cabeza hacia Tulo y Jaana, dijo:
-Con la
mayor humildad les pido que el milagro de Dios se ponga en la casa de Dios...
su iglesia.
Después, los
ojos de todos
se volvieron hacia los chicos.
Tulo miró con desesperación a su hermana que parecía estar a punto de romper a llorar. Se mordió el
labio y musitó impotente:
-¡No sé
que hacer... no sé! Durante los críticos
minutos que siguieron,
la sonrisa de satisfacción del alcalde
Van Gribin fue
desapareciendo poco a poco a medida que resultaba evidente
que Tulo y
Jaana no podían llegar a una decisión. Al final él
tronó los dedos con fuerza y anunció:
-Señores,
creo tener la respuesta. Mis largos años de experiencia en asuntos de conciliación,
me enseñan que no hay más que una solución
a nuestro problema.
A todas luces, para estos niños es más difícil de lo
que preveíamos, rechazar a tres de ustedes. Por eso propongo... propongo -hizo
una pausa solemne-... ¡propongo que
se divida la estrella
en cuatro partes iguales!
En esa forma
toda la población, a través de la
escuela, la iglesia, la clínica y la tienda compartirán la misma cantidad de
luz durante esos
días tenebrosos.
Será menos
luz, ¡pero habrá
equidad! Con cuerdas y poleas
podemos bajar fácilmente la estrella del árbol, y luego con martillo y cincel
haremos cuatro estrellas
y todas las
partes quedarán satisfechas.
Luego el
alcalde se hundió en su silla, respirando con fatiga.
-¡No,
jamás!
La voz
de Tulo se escuchó vibrante en el recinto.
-La
estrella no puede romperse. Si la hiciéramos pedazos no podría volver a ocupar
su lugar en el cielo. Cuando pasen las tinieblas, voy a
sujetarla de nuevo
a la cometa
para enviarla a su hogar en el firmamento. No podemos conservarla.
Además, ¡tiene derecho a una oportunidad de crecer!, como la tenemos
nosotros.
El
alcalde Van Gribin retorció los labios y rebatió:
-No es más
que un pedazo de roca que casualmente es ígnea. Tú hablas como si estuviese viva.
Joven, temo que hayas leído demasiados cuentos de hadas.
LaVeeg
se retiró de la mesa con violencia y se
precipitó hacia los
azorados chicos, de suerte
que su largo
y retorcido índice
pudo agitarse frente a sus caras, llenas de tensión.
-¿Se
proponen acaso conservar la estrella para
esa miserable cabaña
que llaman su hogar, mientras muchos otros podrían
beneficiarse con ella? ¡Qué egoístas son!
Luego se
dio vuelta y señaló con ira al alcalde:
-Y...
¿por qué estamos perdiendo este tiempo
precioso suplicando a un par de huérfanos tontos para que concedan algo que pertenece
a toda la aldea?
-La
estrella es nuestra, -exclamó Tulo.
-¡Oh no,
no es así! -gritó LaVeeg y señaló con un movimiento de cabeza a Arrol Nobis-
!Qué!
¿Acaso tan brillante maestro no te ha enseñado lo que es el "dominio
eminente"?
Las dos
cabecitas rubias se sacudieron con fuerza.
-¡Ah,
pues muy bien! El dominio eminente es el derecho que tiene el gobierno de apoderarse
de cualquier propiedad privada para uso público, mediante
una adecuada compensación para el propietario. Promulgo,
caballeros del consejo, que nos apoderemos de la estrella en virtud de un
decreto de dominio eminente y...
-¿Por
qué todos ustedes no comparten la estrella en otra forma? -interrumpió una
débil voz.
Todas
las cabezas se volvieron hacia Jaana que sonreía.
-Cada uno de ustedes
-siguió diciendo- tenga la
estrella durante dos
semanas. Al final de
ese tiempo, el
sol ya habrá
vuelto.
Incluso pueden echar
suertes para ver a
quién le toca primero.
El único
ruido que se oyó en el recinto fue el de los leños que ardían en la hoguera. Al
fin, el pastor Bjork juntó las manos apretándolas y susurró con voz ronca:
-¡De la
boca de los infantes...! Hemos sido testigos una vez más de que todos los niños
son apóstoles de Dios... enviados para enseñarnos amor,
caridad, olvido de
nosotros mismos, compasión y esperanza. Hoy Kalvala ha recibido una
verdadera bendición. Propongo que arreglemos
la sugerencia de
Jaana
Mattis, cuya
sabiduría supera con mucho
su edad.
La moción
fue aprobada y puesta en práctica.
Con disgusto de
todos, excepto de él
mismo, Finn LaVeeg ganó el primer turno. La estrella iluminaría su
tienda durante catorce días. Le seguiría la escuela, luego
la clínica y al final la iglesia. Se hicieron todos los arreglos para que la
estrella se trasladara al día siguiente.
De
regreso a casa, Tulo y Jaana bajaron la cabeza
al acercarse a su cabaña.
No tenían valor de mirar hacia el
prado.
A pesar
de su aflicción, Tulo escribió todo lo acaecido en el gran libro verde.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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