En las primeras horas del cuarto día de la
tormenta, los chicos
arrastraron su inmensa cometa sobre la nieve hasta llegar a
la pradera. Las largas
colas blancas del
artefacto, ribeteadas de listones
se agitaban ruidosamente al viento, como la cola de un
salmón al que la resaca ha dejado en la playa.
Poco antes,
Tulo había enrollado
la bola gigantesca de
hilo y cordel
alrededor de un punto cercano al árbol azotado por el
viento.
Luego se arrodilló y a toda prisa sujetó con
nudos la
punta principal de
la cuerda a la
brida de
la cometa. Satisfecho
de su labor, hizo
señas a Jaana,
para que recogiera
la linterna y diera marcha atrás.
Casi a
renglón seguido, una violenta ráfaga
de aire helado
azotó la pradera,
esparciendo nieve pulverizada, con la fuerza de un arado gigantesco. De
un brinco, Tulo se puso de pie, levantó
la cometa tomándola
por el armazón, y con toda su
fuerza la arrojó lejos de sí. Como si no hubiera sido más que una hoja seca de abedul
la cometa roja fue levantada por el viento, y sus caudas ondearon con fuerza
hasta desaparecer en medio de la lóbrega oscuridad.
El cordel
corrió, metro tras
metro, entre los dedos de Tulo.
Su corazón golpeaba con fuerza
mientras la cuerda
vibraba y parecía desgarrarse al paso por sus guantes.
El hilo seguía subiendo mientras Jaana
se afanaba en desenrollarlo de la
bola, que a cada momento se reducía más y más. Tulo apuntaló las piernas y
enterró las botas en aquel suelo resbaladizo. Le llenaba de asombro el ver que
esta cometa parecía
seguir elevándose sin interrupción, a despecho de todas las
corrientes de aire descendente, que suelen tener en continua tensión al que la
dirige.
Cuando
Jaana al fin tiró de la manga del abrigo de su hermano, ya habían pasado más de
dos horas. A Tulo le dolía todo el cuerpo.
Su
rodilla, todavía convaleciente parecía estar a punto de ceder en cualquier
momento. Se le habían dormido los brazos y le ardían los dedos de las manos.
Sacudió con desaliento la cabeza cuando la chica le señaló la bola de cordel,
que ya se había reducido a menos de la décima parte de su tamaño original. Como
buen pescador que era, Tulo siguió soltando el cordel, a pesar de que preveía
que el desenlace fatal se aproximaba. Si llegaba al fin de la cuerda y la
cometa seguía subiendo, no tenía más que una alternativa: sujetarla con fuerza
hasta que se rompiera o se lo llevara consigo a las alturas, o bien... soltarla
y dejar que la cometa se perdiera.
Las
manitas enguantadas del chico, que ya dejaban pasar el cordel de mala gana, se
juntaron como cuando
él oraba al
lado de su cama
todas las noches.
Empezó a musitar, como
había oído a
su madre tantas
veces:
"Por
favor, ayúdame... por favor, ayúdame":
Una rápida
mirada a la
cara angustiada de Jaana
le advirtió que su provisión
de cordel estaba a punto de
agotarse.
De pronto,
la cuerda dejó
de surcar sus manos. El tirón de lo alto cesó. Tulo
trató de hacer bajar ligeramente
el cordel, temeroso de que se tratara de ráfaga
descendente. El aparato se negó a ceder. El chico intentó otra vez, ahora con
más fuerza.
-¿Qué
pasa, Tulo? ¿Algo malo?
-No sé
-gritó, sobreponiéndose al
viento.
La cometa
no parece estar
subiendo, pero tampoco parece
caer. Quisiera poder
verla.
Cada vez
que tiro del cordel, vuelve a su posición.
Podría ser sólo
el viento, pero
temo que si tiro con demasiada fuerza, se rompa...
¡Es
exactamente lo que pasaba en mi sueño... exactamente lo mismo!
Después
de unos momentos de indecisión, Tulo resolvió jugarse el todo por el todo. Tiró
con furia salvaje del cordel. Más de tres metros de cinta pasaron por las
manos. Tiró de nuevo y otra porción de la cuerda cayó a tierra. Mano
sobre mano Tulo
siguió tirando y haciendo esfuerzos. En poco tiempo, un montón
enorme de cordel se había formado a sus pies.
-¡Mira, una
luz, Tulo, veo
una luz! -gritó Jaana. ¡Y allí está nuestra cometa!
¡Trae algo brillante enredado! ¿Será una estrella? ¡Sigue tirando, Tulo, no
pares!
A medida
que la luz descendía, su resplandor
hacía que el
árbol proyectara sombras que bailaban en la nieve. Hasta la
cabaña, a más de cien metros de distancia, les resultaba visible.
Aferrando con
fuerza el cordel,
Tulo se acercó al árbol, hasta
lograr que la cometa y su radiante presa
quedaran directamente sobre él.
Con todo cuidado
fue bajando al raído gigante rojo, que aún se esforzaba
por volar hacia la enramada. Las robustas ramas del árbol,
que nunca habían
sostenido nada que pesara
más que un
errante búho gris, ahora se cerraban para envolver a aquel
resplandeciente visitante del espacio.
-¡Es tan
pequeña y redonda!
-exclamó Jaana. ¡Es una
verda-dera estrella! ¿No es
cierto Tulo? Yo creía que las estrellas tenían cinco puntas. ¡Todas las de la
iglesia y las de mi escuela las tienen!
El
chico, que todavía se esforzaba con desesperación por entender lo que acababan
de lograr, murmuró pasmado:
-Probablemente las
estrellas son como
la gente o los renos o los árboles. Las hay de muchas formas,
tamaños y colores.
No sé.
¡Mira,
parece estar ardiendo... pero las ramas del árbol no se queman! ¡No puedo creer
que la hayamos alcanzado!
Tulo se
encaramó al gran árbol y cortó la cinta
que se había
enredado en las
ramas.
Luego
golpeó con el pie la cometa y la hizo caer con suavidad al suelo. La estrella
estaba al alcance de su mano. Podía sentir su calor.
Los ojos
le lloraban por la intensidad de sus luces, ora verdes, ora azules, ora
plateados.
Sentía
la tentación de estirar el brazo y tocarla, pero no se atrevió.
Cuando descendió
del árbol, la
estrella palpitaba despidiendo centellas de oro y plata. Jaana juntó las
manos, empuñándolas en un gesto de júbilo y exclamó:
-¡Ahora
sí tenemos un verdadero árbol de estrellas! ¡El único en el mundo!
Tulo
movió la cabeza con asombro y dijo:
-¡Y todas
sus ramas resplandecen!
¡Tal como las vi en mi sueño!
n
-Les
pido su estrella, no para mí sino para los
ciudadanos del mañana.
Está en manos de
ustedes el suministrarles la
preciosa luz del
conocimiento.
El
doctor Malni manifestaba pena de tener que hablar, pero recordó en tono
inseguro a la asamblea que su pequeña clínica ofrecía la única atención médica
de que disponía la aldea. Citó las vidas
que se habían salvado
y los bebés que habían venido al mundo durante el último año. Incluso,
mencionó el trabajo hecho en la rodilla de Tulo. Terminó con esta
declaración:
-Nuestra
clínica estará pronto en completa oscuridad. Si llegaran a necesitarse mis
servicios, la luz de la
estrella podría significar la diferencia entre la vida y la
muerte para alguien.
El último
en hablar fue
el pastor Bjork.
Habló
del milagro que había bendecido a esa tierra y de la mano de Dios que había
guiado a Tulo para enviar su cometa hasta la estrella. Su iglesia -añadió en
tono sombrío- debía ser un refugio para todos en esos momentos de peligro,
estaba vacía y en tinieblas, puesto que él había repartido todas sus velas y
combustible entre los
necesitados. Respiró profundamente, y con una inclinación de
cabeza hacia Tulo y Jaana, dijo:
-Con la
mayor humildad les pido que el milagro de Dios se ponga en la casa de Dios...
su iglesia.
Después, los
ojos de todos
se volvieron hacia los chicos.
Tulo miró con desesperación a su hermana que parecía estar a punto de romper a llorar. Se mordió el
labio y musitó impotente:
-¡No sé
que hacer... no sé! Durante los críticos
minutos que siguieron,
la sonrisa de satisfacción del alcalde
Van Gribin fue
desapareciendo poco a poco a medida que resultaba evidente
que Tulo y
Jaana no podían llegar a una decisión. Al final él
tronó los dedos con fuerza y anunció:
-Señores,
creo tener la respuesta. Mis largos años de experiencia en asuntos de conciliación,
me enseñan que no hay más que una solución
a nuestro problema.
A todas luces, para estos niños es más difícil de lo
que preveíamos, rechazar a tres de ustedes. Por eso propongo... propongo -hizo
una pausa solemne-... ¡propongo que
se divida la estrella
en cuatro partes iguales!
En esa forma
toda la población, a través de la
escuela, la iglesia, la clínica y la tienda compartirán la misma cantidad de
luz durante esos
días tenebrosos.
Será menos
luz, ¡pero habrá
equidad! Con cuerdas y poleas
podemos bajar fácilmente la estrella del árbol, y luego con martillo y cincel
haremos cuatro estrellas
y todas las
partes quedarán satisfechas.
Luego el
alcalde se hundió en su silla, respirando con fatiga.
-¡No,
jamás!
La voz
de Tulo se escuchó vibrante en el recinto.
-La
estrella no puede romperse. Si la hiciéramos pedazos no podría volver a ocupar
su lugar en el cielo. Cuando pasen las tinieblas, voy a
sujetarla de nuevo
a la cometa
para enviarla a su hogar en el firmamento. No podemos conservarla.
Además, ¡tiene derecho a una oportunidad de crecer!, como la tenemos
nosotros.
El
alcalde Van Gribin retorció los labios y rebatió:
-No es más
que un pedazo de roca que casualmente es ígnea. Tú hablas como si estuviese viva.
Joven, temo que hayas leído demasiados cuentos de hadas.
LaVeeg
se retiró de la mesa con violencia y se
precipitó hacia los
azorados chicos, de suerte
que su largo
y retorcido índice
pudo agitarse frente a sus caras, llenas de tensión.
-¿Se
proponen acaso conservar la estrella para
esa miserable cabaña
que llaman su hogar, mientras muchos otros podrían
beneficiarse con ella? ¡Qué egoístas son!
Luego se
dio vuelta y señaló con ira al alcalde:
-Y...
¿por qué estamos perdiendo este tiempo
precioso suplicando a un par de huérfanos tontos para que concedan algo que pertenece
a toda la aldea?
-La
estrella es nuestra, -exclamó Tulo.
-¡Oh no,
no es así! -gritó LaVeeg y señaló con un movimiento de cabeza a Arrol Nobis.
!Qué!
¿Acaso tan brillante maestro no te ha enseñado lo que es el "dominio
eminente"?
Las dos
cabecitas rubias se sacudieron con fuerza.
-¡Ah,
pues muy bien! El dominio eminente es el derecho que tiene el gobierno de apoderarse
de cualquier propiedad privada para uso público, mediante
una adecuada compensación para el propietario. Promulgo,
caballeros del consejo, que nos apoderemos de la estrella en virtud de un
decreto de dominio eminente y...
-¿Por
qué todos ustedes no comparten la estrella en otra forma? -interrumpió una
débil voz.
Todas
las cabezas se volvieron hacia Jaana que sonreía.
-Cada uno de ustedes
-siguió diciendo- tenga la
estrella durante dos
semanas. Al final de
ese tiempo, el
sol ya habrá
vuelto.
Incluso pueden echar
suertes para ver a
quién le toca primero.
El único
ruido que se oyó en el recinto fue el de los leños que ardían en la hoguera. Al
fin, el pastor Bjork juntó las manos apretándolas y susurró con voz ronca:
-¡De la
boca de los infantes...! Hemos sido testigos una vez más de que todos los niños
son apóstoles de Dios... enviados para enseñarnos amor,
caridad, olvido de
nosotros mismos, compasión y esperanza. Hoy Kalvala ha recibido una
verdadera bendición. Propongo que arreglemos
la sugerencia de
Jaana
Mattis, cuya
sabiduría supera con mucho
su edad.
La moción
fue aprobada y puesta en práctica.
Con disgusto de
todos, excepto de él
mismo, Finn LaVeeg ganó el primer turno. La estrella iluminaría su
tienda durante catorce días. Le seguiría la escuela, luego
la clínica y al final la iglesia. Se hicieron todos los arreglos para que la
estrella se trasladara al día siguiente.
De
regreso a casa, Tulo y Jaana bajaron la cabeza
al acercarse a su cabaña.
No tenían valor de mirar hacia el
prado.
A pesar
de su aflicción, Tulo escribió todo lo acaecido en el gran libro verde.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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