El tercer
día de la
tormenta, Tulo fabricó una cometa gigantesca.
Cuando
Jaana despertó, él ya había recortado muy bien dos grandes varas de sauce,
las había sujetado
con una cinta
hecha de tendón de reno trenzado,
formando con ellas una cruz enorme,
y había tendido
sobre su armazón una vieja sábana
roja de algodón.
Jaana
exclamó con sorpresa:
-¡Ésta
tiene que ser la cometa más grande del mundo!
Su hermano
se puso de
pie y estudió
su obra con orgullo.
-Oh no,
ha habido cometas veinte o más veces más grandes que ésta.
-¿Qué
vas a hacer con ella?
-Voy a
hacer lo que
mamá quiere que haga.
-¡Tulo!...
mamá ya murió.
-Anoche tuve
un sueño, fue
tan real que desperté y no pude volver a dormir, por
estar pensando en él.
-¿Soñaste
con mamá?
-Durante
el sueño, yo estaba en la pradera, cerca del árbol de las estrellas, echando a
volar una cometa roja muy grande. El viento era fuerte, el sol muy brillante, y
mi cometa subía tan alto que apenas podía verla. Entonces oí que alguien se
reía, me di la vuelta y vi a mamá, sentada sobre las ramas de nuestro árbol. Me
decía una y otra vez: "Arriba, más alto". Solté más y más el cordel
para dejarla elevarse. Me hacía feliz ver que mamá le daba tanto gusto.
-¡Oh,
cómo quisiera yo tener un sueño así!
Tulo
levantó las manos.
-Espera. Todavía
hay más, Pronto
resonó un trueno y
brilló un relámpago.
El cielo se oscureció y la nieve empezó a caer. Traté
de recoger el cordel para salvar a mi cometa de la tempestad,
pero no logré
hacerla bajar.
Seguí
tirando, siempre con más fuerza, hasta temer que se rompiera. Luego empecé a parar.
De pronto todo se llenó de luz, como si fuera
pleno día, y
cuando busqué a
mamá, había desaparecido..., pero
el árbol de las
estrellas brillaba como si estuviera en llamas.
-Eso es
muy triste, Tulo... y también muy hermoso.
-Jaana,
piensa que mamá y el árbol de las estrellas
aparecieron en mi
sueño para traerme un mensaje, y
creo que sé cuál es.
Te lo
diré dentro de poco. Por ahora ten confianza en mí. Debemos ir de prisa a la
aldea y comprar todo el
cordel y la cuerda
fina que tenga el señor LaVeeg en
su tienda.
-¿Para
nuestra cometa?
-Confía
en mí y... ¡apresúrate!
La
entrada al Almacén General de LaVeeg estaba
obstaculizada por grandes
montones de nieve y cuando los dos chicos empujaron la puerta para
entrar, buena cantidad de nieve suelta se escurrió dentro de la tienda.
-¡Muchachos
tontos! ¡Pronto, pronto, ¡cierren esa puerta!
¿No ven lo
que están haciendo con el piso de
mi almacén?
La voz
plañidera de Finn
LaVeeg estaba muy de acuerdo con
la expresión de su cara y con su personalidad. Había vivido sin amigos, solo y
apenas tolerado por los aldeanos, en la trastienda del único almacén general de
Kalvala durante más de cuarenta años. Sus anteojos, con armazón de hueso,
remendado en un ángulo, descansaban sobre un mechón de pelo cano amarillento y
despeinado, por encima de aquella
frente, siempre llena de arrugas. Mientras los niños se
acercaban, el viejo siguió
marcando productos enlatados que
iba sacando de
un montón de
cajas de cartón que tenía
enfrente. Tulo no pudo contenerse.
-¡Señor LaVeeg,
mi tío me
dijo que su tienda estaba vacía, y ya veo que sus
alacenas están bien provista de todo! LaVeeg tosió con nerviosismo y se enjugó
con la punta del sucio delantal que tenía puesto.
-¿Qué sabe
Varno? Yo he estado guardando artículos en mi cabaña, detrás de la tienda,
durante mucho tiempo. Yo sabía... ¡claro que lo sabía!, que tarde o temprano
tendríamos una tempestad
como ésta y
que todas las provisiones
valdrían oro. Hay
que saber prever. Uno
debe estar preparado
para lo peor en todo momento. Los
aldeanos pagarán por estas cosas...
¡ya lo creo
que pagarán!
Todo lo
voy a vender al doble. Oferta y demanda,
demanda y oferta.
Tú sabes. Siguió marcando los
productos con su
grueso lápiz de color,
mascullando en voz
alta mientras garabateaba sus
números, sin tener en cuenta que no estaba solo. Jaana siguió a su hermano
hasta el armario donde estaba el cordel y la cuerda, y ambos empezaron a
acarrear todos los rollos y carretes hasta el mostrador, junto a la caja
registradora. Al fin,
LaVeeg levantó la vista y gruñó:
-¿Qué
están haciendo ustedes dos?
Ellos
respondieron a coro:
-Estamos
comprando cordel.
-¿Y para
qué quieren tanto?
Tulo palideció.
No había previsto
-como debía haberlo hecho-
que una compra
tan insólita despertaría la curiosidad del tendero.
Jaana se
dio luego cuenta de su desconcierto y respondió con mal fingida modestia:
-Yo voy
a hacer cinturones de cordel trenzado y a tejer suéteres y chales para vender
el próximo verano, cuando pongamos nuestra tienda junto a la carretera.
LaVeeg
refunfuñó:
-¿Van a
decirme que piensan
ir allá otra vez? ¿Sin su madre?
-Sí.
-¿Qué necesidad?
Van a perderlo
todo.
¿Qué saben
ustedes dos de
comercio y de finanzas?
En fin, ese
no es problema
mío.
Tengo
más cuerda y algo de hilo de tripa de reno
en la buhardilla.
¿Quieren llevarse eso también? Ni siquiera le subiré el precio
si se llevan todo.
Tulo
titubeó. Llevaba consigo la mitad de
todos sus ahorros. Sin embargo, asintió con la cabeza.
Unas
horas después, los dos chico estaban sentados
juntos ante la
chimenea, contemplando las llamas
de uno de sus troncos, rodeados de rollos de estambre, hilo y cordel, que
habían amontonado en torno a la cometa roja.
-Tulo,
me prometiste... Ya no puedo esperar más, por favor dime: ¿qué tiene que ver
todo esto con tu sueño? ¿Vas a volar tu linda cometa en medio de esta
tempestad?
Tulo contempló
los azules ojos
confiados de su hermana
y se esforzó
por encontrar palabras que le
ayudaran a entender.
-Pronto
se acabarán nuestras reservas de combustible
y velas, lo
mismo que se han
acabado los leños.
Tío Varno dice
que es cuestión de un poco
de tiempo que
la tormenta derribará también
las líneas de energía eléctrica.
Jaana, tú y
yo no somos
ratones nórdicos, podemos sobrevivir como ellos, en plena oscuridad y
congelados hasta la primavera.
Estoy convencido de
que mamá cuida todavía de nosotros de alguna
manera.
-¿Cómo?
-Pienso que anoche
vino hasta mí
en el sueño, para
decirme que mandara
a lo alto una cometa especial, grande y fuerte,
que ya tengo hecha.
-¿Por qué
Tulo? ¿Cómo puede
salvarnos una cometa volante como la que viste en tu sueño?
Tulo se
puso de pie y señaló el enorme diamante de tela.
-Esta cometa
será nuestra red.
Mañana vamos a pescar con ella... en lo alto del cielo, hasta que atrapemos
una estrella... una estrella que nos dé luz y calor en la cabaña, ¡hasta que
llegue la primavera y vuelva a brillar el sol!
Durante
toda la noche, mientras el pueblo de
Kalvala dormía con
sus temores, Tulo y
Jaana Mattis trabajaron
con frenesí, atando cuerdas, y
cordeles hasta formar
una bola gigantesca, preparándose
para su asalto
al cielo.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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