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sábado, 18 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. VIII

El  tercer  día  de  la  tormenta,  Tulo  fabricó una cometa gigantesca. 
Cuando Jaana despertó, él ya había recortado muy bien dos grandes varas de sauce, las  había  sujetado  con  una  cinta  hecha  de tendón de reno trenzado, formando con ellas una  cruz  enorme,  y  había  tendido  sobre  su armazón una vieja sábana roja de algodón. 
Jaana exclamó con sorpresa: 
-¡Ésta tiene que ser la cometa más grande del mundo! 
Su  hermano  se  puso  de  pie  y  estudió  su obra con orgullo. 
-Oh no, ha habido cometas veinte o más veces más grandes que ésta. 
-¿Qué vas a hacer con ella? 
-Voy  a  hacer  lo  que  mamá  quiere  que haga. 
-¡Tulo!... mamá ya murió. 
-Anoche  tuve  un  sueño,  fue  tan  real  que desperté y no pude volver a dormir, por estar pensando en él. 
-¿Soñaste con mamá? 
-Durante el sueño, yo estaba en la pradera, cerca del árbol de las estrellas, echando a volar una cometa roja muy grande. El viento era fuerte, el sol muy brillante, y mi cometa subía tan alto que apenas podía verla. Entonces oí que alguien se reía, me di la vuelta y vi a mamá, sentada sobre las ramas de nuestro árbol. Me decía una y otra vez: "Arriba, más alto". Solté más y más el cordel para dejarla elevarse. Me hacía feliz ver que mamá le daba tanto gusto. 
-¡Oh, cómo quisiera yo tener un sueño así! 
Tulo levantó las manos.
-Espera.  Todavía  hay  más,  Pronto  resonó un  trueno  y  brilló  un  relámpago.  El  cielo  se oscureció y la nieve empezó a caer. Traté de recoger el cordel para salvar a mi cometa de la  tempestad,  pero  no  logré  hacerla  bajar.
Seguí tirando, siempre con más fuerza, hasta temer que se rompiera. Luego empecé a parar. De pronto todo se llenó de luz, como si fuera  pleno  día,  y  cuando  busqué  a  mamá, había  desaparecido...,  pero  el  árbol  de  las estrellas brillaba como si estuviera en llamas. 
-Eso es muy triste, Tulo... y también muy hermoso. 
-Jaana, piensa que mamá y el árbol de las estrellas  aparecieron  en  mi  sueño  para traerme un mensaje, y creo que sé cuál es.
Te lo diré dentro de poco. Por ahora ten confianza en mí. Debemos ir de prisa a la aldea y comprar  todo  el  cordel  y la  cuerda  fina  que tenga el señor LaVeeg en su tienda. 
-¿Para nuestra cometa? 
-Confía en mí y... ¡apresúrate! 
La entrada al Almacén General de LaVeeg estaba  obstaculizada  por  grandes  montones de nieve y cuando los dos chicos empujaron la puerta para entrar, buena cantidad de nieve suelta se escurrió dentro de la tienda. 
-¡Muchachos tontos! ¡Pronto, pronto, ¡cierren  esa  puerta!  ¿No  ven  lo  que  están haciendo con el piso de mi almacén? 
La  voz  plañidera  de  Finn  LaVeeg  estaba muy de acuerdo con la expresión de su cara y con su personalidad. Había vivido sin amigos, solo y apenas tolerado por los aldeanos, en la trastienda del único almacén general de Kalvala durante más de cuarenta años. Sus anteojos, con armazón de hueso, remendado en un ángulo, descansaban sobre un mechón de pelo cano amarillento y despeinado, por encima  de  aquella  frente,  siempre  llena  de arrugas. Mientras los niños se acercaban,  el viejo  siguió  marcando  productos  enlatados que  iba  sacando  de  un  montón  de  cajas  de cartón que tenía enfrente. Tulo no pudo contenerse. 
-¡Señor  LaVeeg,  mi  tío  me  dijo  que  su tienda estaba vacía, y ya veo que sus alacenas están bien provista de todo! LaVeeg tosió con nerviosismo y se enjugó con la punta del sucio delantal que tenía puesto. 
-¿Qué sabe Varno? Yo he estado guardando artículos en mi cabaña, detrás de la tienda, durante mucho tiempo. Yo sabía... ¡claro que lo sabía!, que tarde o temprano tendríamos  una  tempestad  como  ésta  y  que  todas las  provisiones  valdrían  oro.  Hay  que  saber prever.  Uno  debe  estar  preparado  para  lo peor en todo momento. Los aldeanos pagarán por  estas  cosas...  ¡ya  lo  creo  que  pagarán!
Todo lo voy a vender al doble. Oferta y demanda,  demanda  y  oferta.  Tú  sabes.  Siguió marcando  los  productos  con  su  grueso  lápiz de  color,  mascullando  en  voz  alta  mientras garabateaba sus números, sin tener en cuenta que no estaba solo. Jaana siguió a su hermano hasta el armario donde estaba el cordel y la cuerda, y ambos empezaron a acarrear todos los rollos y carretes hasta el mostrador, junto  a  la  caja  registradora.  Al  fin,  LaVeeg levantó la vista y gruñó:  
-¿Qué están haciendo ustedes dos?  
Ellos respondieron a coro:  
-Estamos comprando cordel. 
-¿Y para qué quieren tanto?  
Tulo  palideció.  No  había  previsto  -como debía  haberlo  hecho-  que  una  compra  tan insólita despertaría la curiosidad del tendero.
Jaana se dio luego cuenta de su desconcierto y respondió con mal fingida modestia: 
-Yo voy a hacer cinturones de cordel trenzado y a tejer suéteres y chales para vender el próximo verano, cuando pongamos nuestra tienda junto a la carretera.  
LaVeeg refunfuñó: 
-¿Van  a  decirme  que  piensan  ir  allá  otra vez? ¿Sin su madre? 
-Sí. 
-¿Qué  necesidad?  Van  a  perderlo  todo.
¿Qué  saben  ustedes  dos  de  comercio  y  de finanzas?  En  fin,  ese  no  es  problema  mío.
Tengo más cuerda y algo de hilo de tripa de reno  en  la  buhardilla.  ¿Quieren  llevarse  eso también? Ni siquiera le subiré el precio si se llevan todo.  
Tulo titubeó. Llevaba  consigo la mitad de todos sus ahorros. Sin embargo, asintió con la cabeza. 
Unas horas después, los dos chico estaban sentados  juntos  ante  la  chimenea,  contemplando las llamas de uno de sus troncos, rodeados de rollos de estambre, hilo y cordel, que habían amontonado en torno a la cometa roja. 
-Tulo, me prometiste... Ya no puedo esperar más, por favor dime: ¿qué tiene que ver todo esto con tu sueño? ¿Vas a volar tu linda cometa en medio de esta tempestad? 
Tulo  contempló  los  azules  ojos  confiados de  su  hermana  y  se  esforzó  por  encontrar palabras que le ayudaran a entender. 
-Pronto se acabarán nuestras reservas de combustible  y  velas,  lo  mismo  que  se  han acabado  los  leños.  Tío  Varno  dice  que  es cuestión  de  un  poco  de  tiempo  que  la  tormenta derribará también las líneas de energía eléctrica.  Jaana,  tú  y  yo  no  somos  ratones nórdicos, podemos sobrevivir como ellos, en plena oscuridad y congelados hasta la primavera.  Estoy  convencido  de  que  mamá  cuida todavía de nosotros de alguna manera. 
-¿Cómo? 
-Pienso  que  anoche  vino  hasta  mí  en  el sueño,  para  decirme  que  mandara  a  lo  alto una cometa especial, grande y fuerte, que ya tengo hecha. 
-¿Por  qué  Tulo?  ¿Cómo  puede  salvarnos una cometa volante como la que viste en tu sueño? 
Tulo se puso de pie y señaló el enorme diamante de tela. 
-Esta  cometa  será  nuestra  red.  Mañana vamos a pescar con ella... en lo alto del cielo, hasta que atrapemos una estrella... una estrella que nos dé luz y calor en la cabaña, ¡hasta que llegue la primavera y vuelva a brillar el sol! 
Durante toda la noche, mientras el pueblo de  Kalvala  dormía  con  sus  temores,  Tulo  y Jaana  Mattis  trabajaron  con  frenesí,  atando cuerdas,  y  cordeles  hasta  formar  una  bola gigantesca,  preparándose  para  su  asalto  al cielo. 

1.003. Andersen (Hans Christian)

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