Al
este de Castel-le-Gâchis cuatro filas de enormes álamos y grandes copas forman
un hermoso paseo, completamente oscuro de noche y en el que los bancos de
piedra alternan con los viejos árboles. No corría ni una gota de aire; una
pesada atmósfera saturada de perfumes embalsamaba la avenida y todas las hojas
permanecían inmóviles sobre su rama. Después de llamar en vano a la puerta de
una o dos posadas, allí resolvieron por fin los ajetreados artistas terminar la noche. Después de
una lucha de cortesía para dejar León su gabán a Elvira, se sentaron juntos y
en silencio en el primer banco que hallaron.
León
lió un cigarrillo y lo fumó hasta el fin tratando solamente de recordar los
nombres de las constelaciones que veía entre las hojas. El reloj de la iglesia
interrumpió el silencio, dando cuatro campa-nadas seguidas de otra mucho más
potente; las vibraciones de esta última expiraron en el aire y el silencio
volvió a ser absoluto.
-¡La
una! -dijo León. Faltan cuatro horas para que amanezca. La noche es templada y
hermosa, tengo fósforos y tabaco. No exige-remos, Elvira. Por una vez esto es
encantador. Siento un bienestar interior, me parece que revivo. Esto es la
poesía de la vida.
Acuér-date , querida mía, de las novelas de Cosper.
-León
-dijo la esposa fieramente. ¿Cómo puedes decir semejantes tonterías? ¡Pasar una
noche en la calle! ¡Si esto es una pesadilla! ¡Nos vamos a morir!
-Te
exaltas sin motivo -replicó él tratando de tranquilizarla. Aquí no se está mal.
Anda, ¿quieres que ensayemos una escena? ¿Vamos con Aliestes y Celimene? ¿No?
¿O un trozo de todos Huérfanos? Anda, ven, eso te distraerá, o si prefieres
alguna otra, voy a declamar para ti sola como nunca, siento el pecho lleno de
inspiración.
-¡Cállate!
-gritó ella, o me vas a volver más loca de lo que estoy. ¿No habrá nada capaz
de entristecerse, ni aun esta horrorosa situación?
-¡Oh,
horrorosa no es la palabra! -observó León. ¿Dónde querrías estar ahora? Decid,
bella joven, dónde queréis ir.
Canturreó
el artista.
-Mira
-dijo de pronto, cogiendo la guitarra: otra buena idea; ¡vamos a cantar esta
canción! Esto te tranquilizará los nervios, te lo aseguro.
Y
sin esperar contestación empezó a preludiar en el instrumento. A los primeros
acordes se despertó un joven que dormía sobre un banco vecino.
-¡Hola!
-gritó el durmiente. ¿Quién sois?
-¿Bajo
qué rey servís? -declamó el artista. ¡Responded o morid! -añadió, continuando
sus clásicas citas de una tragedia francesa.
El
joven se levantó, acercándose a la pareja. Era un muchacho alto y robusto, de
aspecto distinguido, con el rostro algo mofletudo. Vestía terno gris y un
sombrero de cazador del mismo color y al aproximarse vieron que llevaba un
saquito de viaje debajo del brazo.
-¿También
acampáis aquí? -preguntó, con marcado acento inglés. Me alegro por la compañía.
León
explicó sus desventuras y el recién venido a su vez les dijo que era estudiante
de Cambridge, que daba una vuelta por el continente y que habiéndosele acabado
el dinero para pagar su alojamiento ya hacía tres noches que dormía allí y
temía tener que dormir aún otras dos.
-Afortunadamente
hace un tiempo hermosísimo concluyó.
-¿Oyes
esto, Elvira? -dijo León. Mi señora -continuó, se ha afectado ridículamente por
este trivial incidente. Por mi parte lo encuentro romántico y nada
desagradable; pero os ruego que toméis asiento -añadió con perfecta cortesía,
haciendo sitio en el banco al estudiante.
-Gracias
-dijo éste, aceptando la
invitación. Sí , no deja de tener sus encantos cuando uno se
acostumbra. Para lo que hay siempre endiabladas dificultades es para lavarse.
Por lo demás, soy muy aficionado a las estrellas, al aire fresco y a todas esas
cosas.
-¡Ah!
-dijo León. El señor sin duda es artista.
-¿Artista?
-repitió el inglés con aire sorprendido. No que yo sepa.
-Perdonad
-dijo el actor; las aficiones que acabáis de exponer...
-¡Bah!
-exclamó el estudiante. Le pueden a uno gustar las estrellas y ser lo que a uno
le plazca.
-Pero
eso quiere decir que tenéis alma de artista, señor... ¿Puedo sin indiscreción
preguntamos vuestro nombre? -interrogación.
-Me
llamo Stubbs -contestó el inglés.
-Muchas
gracias -repuso León. El mío es Berthelini, León Berthelini, antiguo actor de
los teatros de Montrouge-Belleville y Montmartre. Modesto como me veis, he
creado más de un papel importante. La prensa me dedicó unánimes elogios en el
papel del Diablo de las Montañas en el drama del mismo título. Mi esposa, a
quien tengo el gusto de presentaros, también es una artista y también es
creadora; ha creado más de veinte canciones en uno de los principales
music-hall de París. Pero volviendo a vos, señor Stubbs, os decía que teníais
alma de artista y me permitiréis ser juez en la materia. Espero
que no sacrificaréis vuestros instintos. Yo os aconsejo y os ruego que sigáis
la vida de artista.
-Os
lo agradezco -contestó el inglés frotándose las manos; pero pienso ser
banquero.
-¡No!
-exclamó con energía León. ¡No me digáis eso! Un joven de vuestras condiciones
no puede caer tan bajo. ¿Qué importan algunas privaciones aisladas, mientras
trabajáis para un fin tan noble y elevado como es el arte?
«Este
tío está loco», pensó Stubbs; «y la mujer no deja de ser agradable y él mismo
parece bastante simpático». Y continuó en voz alta:
-¿Me
habéis dicho que sois actor?
-Ciertamente
que lo soy -repuso León, o mejor dicho, ¡ay!, lo he sido.
-Y
desearíais que yo me hiciera también actor continuó el estudiante; pero hombre,
¡si yo nunca he podido aprenderme las lecciones! Tengo la misma memoria que un
chorlito y en cuanto a declamar creo que un gato lo haría mejor.
-La
escena no es la única carrera para un artista -dijo León. Sed escultor,
bailarín, poeta o novelista; en una palabra, seguid los impulsos de vuestro
corazón y haced algo memorable antes de que os sorprenda la muerte.
-Y
a eso llamáis arte -preguntó Stubbs.
-¡Claro
está! -afirmó Berthelini. ¿No son todas distintas ramas?
-Yo
no sé -dijo el inglés: siempre he creído que un artista es un pobre hombre.
El
cantor le miró con sorpresa.
-Sin
duda -dijo, no nos comprendemos bien a causa de la diferencia de idiomas; esa
Torre de Babel, ¡cuántos perjuicios ha causado! Si pudiera yo hablar inglés
seguiríais más fácilmente mi razonamiento.
-En
confianza os diré que no lo creo -replicó el otro. Aunque parece que vos sois
muy fuerte en la materia.
En cuanto a mí, admiro las estrellas y me gusta verlas
brillar, ¡son tan bellas! Pero que me ahorquen si tengo la menor idea de lo que
es arte; ya comprendéis, no está en mi camino. No soy intelectual, lo
reconozco; no sabéis los sudores que paso para no llevar calabazas en los
exámenes. Pero tengo buen genio -dijo, viendo al artista muy desencantado, a
pesar de que la escasa luz no permitía juzgar bien las fisonomías-. Y no me
disgustan las comedias, la música, las guitarras y todas esas cosas.
El
antiguo actor tuvo la intuición de que no llegarían a un completo -acuerdo
sobre esas cosas y cambió de conversación.
-¿Es
decir, que viajáis a pie? -preguntó. ¡Qué romántico y qué valiente! ¿Qué os
parece mi patria y qué efecto os han causado nuestras elevadas y abruptas
montañas?
-El
hecho es que... -empezó Stubbs, e iba a añadir que no le habían hecho ningún
efecto y que no le importaban un comino, lo que en el fondo tampoco era verdad;
pero comprendiendo que el artista y sobre todo el patriota se hubiera
resentido, sustituyó su juicio primero por este otro: El hecho es.., que está
todo muy bien. A mí me dijeron que no valía nada, hasta en la guía de viaje lo
dice, pero sin razón; todo esto es endiabladamente bonito, ¡palabra de honor!
En
este momento, y de la manera más inesperada, Elvira rompió a llorar.
-¡Mi
voz! -gimió la infeliz.
León , si permanezco más tiempo aquí, perderé la voz.
-Pues
no estarás ni un instante más -dijo el ex cómico resuelta-mente. Aunque tenga
necesidad de llamar en todas las puertas, aunque sea preciso quemar la ciudad,
yo te encontraré un refugio.
Guardó
la guitarra en su caja, consoló a su esposa con algunas caricias y tomándola
del brazo y quitándose el sombrero, dijo al estudiante:
-Señor
Stubbs, el recibimiento que puedo ofrecemos es más que proble-mático; sin
embargo, os ruego nos concedáis el placer de vuestra compañía. Según me habéis
dicho, tenéis algunas dificultades momentáneas y yo tendré un verdadero placer
en anticiparos lo que necesitéis. Además, no nos hemos de separar tan pronto
después de habernos conocido en tan especiales condiciones.
-¡Oh
yo...! -empezó a decir el estudiante. No se deja con gusto a un compañero como
vos...
-No
quisiera tener que llegar a las amenazas -respondió riendo León, pero si rehusáis
lo llevaría muy a mal.
«Yo
no sé donde quiere ir a parar ese hombre», pensó el inglés, y después añadió en
voz alta:
-Bien,
como queráis.
Y
volvió a decirse a sí mismo: «¡Pero vaya una forma de obligarle a uno contra su
voluntad».
1.064. Stevenson (Robert Louis) - 062
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