Explica una entrevista entre arthmour, clara y yo
Con
las primeras luces de la mañana me dirigí a mi lugar habitual entre las
montañas de arena para esperar a mi ya adorada Clara.
La
mañana era fría, gris y melancólica. El viento que se había calmado poco antes
de la salida del sol, volvió a soplar en violentas ráfagas, y la lluvia caía
sin misericordia. Tanto en aquella desolada playa como en los campos de liquen
no se veía alma viviente, y, sin embargo, tenía la sensación de que la vecindad
estaba poblada de enemigos. La luz que me había despertado súbitamente y el
sombre-.ro encontrado en la playa eran dos señales del peligro que rodeaba a
Clara y a todos los habitantes del pabellón.
Serían
poco más de las siete y media, cuando se abrió la puerta y vi a aquella figura
adorada adelantarse en medio de la lluvia. Yo la estaba esperando en la playa
antes de que ella cruzara las colinas de arena.
-¡Me
ha costado tanto poder venir! -dijo ella. No querían dejarme salir lloviendo.
-¡Clara!
-la dije. ¿No tenéis miedo?
-No
-contestó con una sencillez que me llenó de confianza; porque mi esposa fue la
más valiente, al mismo tiempo que la mejor de las mujeres. No siempre van
estas dos condiciones unidas, pero ella las reunió como nadie. Le expliqué
cuanto había sucedido y aunque sus mejillas palidecieron visiblemente,
permaneció por completo dueña de sí misma.
-Ahora
os lo puedo decir -repuse. No es a mí a quien buscaban, pues si así hubiera
sido, me hubieran matado esta noche.
Ella
apoyando su mano en mi brazo acabó la frase diciendo:
-Y yo no había tenido ningún presentimiento.
Su
tono llenó mi corazón de alegría, y a pesar de que no nos habíamos dicho una
palabra de amor, yo me sentía inmensamente feliz en estar y conversar con ella.
Ahora que la he perdido y que yo he de acabar mi peregrinación solo, es mi
única alegría el recordar nuestros amores y la honrada y durable afección que
nos ha unido.
No
sé el tiempo que hubiéramos prolongado nuestro coloquio pues a los enamorados
se les pasa el tiempo de prisa, a no ser por una carcajada que resonó a
nuestro lado y que nos sacó bruscamente de nuestro éxtasis. No era una
explosión de alegría; parecía más bien un desahogo de amargos sentimientos. Los
dos nos volvimos y a pocos pasos de nosotros estaba Northmour, con las manos a
la espalda, más blanco que el cuello de su camisa y con las narices dilatadas
por la rabia.
-¡Ah!
¡Cassilis! -dijo en cuanto vio mi rostro.
-El
mismo -respondí, porque no me alteré lo más mínimo.
-¿Es decir, señorita Hudlstone -dijo en voz baja y
silbando las palabras al salir de entre sus apretados dientes, que es así como
cumplís vuestra palabra a vuestro padre y a mí? ¿Es este el valor que dais a la
vida de vuestro padre? Y ¿tan enamorada estáis de este caballero
que por él lo arriesgáis todo?
-¡Señorita
Hudlstone! -empecé yo a decir, pero él me interrumpió brutal-mente diciendo:
-¡Callad!
Hablo con esta joven.
-¡Esta joven es mi esposa! -dije yo con altivez, y ella
para afirmarlo se acercó un paso a mí.
-¿Vuestra
qué? -dijo él. ¡Mentira!
-Northmour
-le dije; todos sabemos que tenéis muy mal carácter, y yo soy el hombre menos
a propósito para irritarme por palabras inútiles. Por tanto, os propongo que
bajéis la voz, porque estoy convencido de que no estamos solos. Dirigió una
mirada a su alrededor; y era evidente que mi serenidad le había calmado un
poco. Yo no dije más que una palabra en explicación de las anterio-res:
-¡Italianos!
Lanzó
un juramento redondo, y su mirada pasó sucesivamente de uno a otro.
-El
señor Cassilis -dijo Clara, sabe tanto como yo.
-Lo
que yo necesito saber -dijo con violencia- es de dónde viene el señor Cassilis
aquí, y qué demonios tiene que hacer aquí. Habéis dicho que estáis casado y yo
no lo creo; y si lo estáis, ya veréis que pronto las arenas pantanosas
pronuncian el divorcio. Ya recordaréis, Cassilis, que a cuatro minutos y medio,
tengo ese cementerio particular para los amigos.
-Puede
que no haya sido tan rápido para ese Italiano -dije yo.
Me
miró durante unos instantes, y después me preguntó con relativa cortesía qué es
lo que quería decir, añadiendo:
-Me
lleváis mucha ventaja en sangre fría, Cassilis.
Me
apresuré a satisfacer su curiosidad, y le conté cuanto había sucedido; él
escuchó con profunda atención, lanzando algunas interjecciones, mientras
referí cómo había venido a Graden, y que era yo a quien había querido asesinar
la noche de su llegada y por último cuanto sabía acerca de los italianos.
-¡Bueno!
-dijo cuando hube terminado. Ya están aquí por fin, en eso no hay duda; y ahora
puedo preguntaros: ¿qué es lo que vos proponéis?
-Propongo
quedarme a vuestro lado y ayudaros en lo que pueda -contesté.
-Sois
un valiente -dijo con peculiar entonación.
-No
acostumbro a tener miedo -contesté.
-Pero
¿he de entender -preguntó- que estáis casados? Y ¿os atrevéis a decirlo delante
de mi cara señorita Hudlstone?
-No
lo estamos aún -respondió Clara, pero lo estaremos lo más pronto posible.
-¡Bravo!
-gritó Northmour. ¿Y el trato? Aquí podemos hablar con franqueza. ¿Y el trato?
Bien sabéis mejor que nadie lo amenazada que está la vida de vuestro padre, no
tengo más que hacer que meterme las manos en los bolsillos y antes de la noche
ya no existirá.
-Verdad
es, señor Northmour -dijo Clara con gran entereza, pero eso es lo que no
llevaréis a efecto. Hicisteis un trato indigno de un caballero, pero, como
sois caballero, a pesar de todo, no desampararéis a un hombre a quien habéis
empezado a ayudar.
-¡Ah!
-exclamó él. ¿Creéis que voy a dar mi yate por nada? ¿Pensáis quizá que voy a
arriesgar mi libertad y mi vida por amor al prójimo? ¿O que tal vez llegaré a
ser testigo de la boda? Bueno -dijo después con una extraña sonrisa, puede, que
no estéis del todo equivocada; pero preguntad a Cassilis; él me conoce, ¿soy yo
un hombre bueno?
-Sin necesidad de preguntar a nadie -dijo Clara- ya sé yo
también que habláis muchas veces de una manera imprudente y sin pensar lo que
decís, pero al mismo tiempo sé que sois un caballero y que yo no os tengo el
menor miedo.
Northmour
la miró con aire de admirativa aprobación. Después volviéndose a mí dijo:
-¿Habéis
creído que yo os la voy a ceder sin pelear, Frank? La próxima vez lucharemos.
-Y
será la tercera -interrumpí sonriendo.
-¡Ay,
es verdad! -contestó. Ya lo había olvidado, pero a la tercera va la vencida.
-La
tercera vez quizás traigáis a la tripulación del Conde Rojo para que os ayude.
-¿Oís
esto? -preguntó volviéndose a Clara.
-Oigo
-dijo ésta- a dos hombres que hablan como cobardes. Me despreciaría a mí misma
si pensara o hablara así; y, como ninguno de los dos cree lo que dice, la cosa
resulta doblemente tonta y ridícula.
-¡Es
un demonio! -exclamó Northmour, pero no es todavía señora Cassilis, y no digo
más. Entonces me sorprendió Clara.
-Os
dejo. Mi padre ya ha estado bastante solo. Pero acordaos bien de lo que digo.
Tenéis que ser amigos, porque los dos sois míos.
Después
me explicó el motivo de tal determinación; comprendió que mientras estuviera
allí, continuaríamos regañando, y tenía razón, pues en cuanto se fue nos
sentimos los dos más confidenciales.
Northmour
la siguió con la vista, mientras cruzaba la playa.
-¡No
hay otra mujer como ella en el mundo! -exclamó. ¡Qué valiente!
Yo
quise aclarar la situación en seguida.
-Oíd,
Northmour -dije, estamos todos en una situación compro-metida ¿no es cierto?
-Muy
cierto, Frank -contestó mirándome de frente. Todos llevamos un trozo de
infierno pendiente sobre nuestras cabezas. Podéis creerme o no, pero temo
perder esta malhadada vida.
-Decidme
una cosa -pregunté: ¿qué hay de verdad en eso de los italianos? ¿Y qué es lo
que quieren de ese pobre hombre?
-¿No
lo sabéis? -exclamó: pues, ese viejo estafador poseía en depósito los fondos
de la sociedad de Carbonarlos doscientas ochenta mil libras- que naturalmente
arriesgó y perdió. Con ese dinero tenían que haber hecho una revolución en
Padua o el Tridentino y como la revolución no se ha podido llevar a cabo, todos
estos pillos se han dedicado a la caza de Hudlstone y podremos darnos por muy
contentos si salvamos el pellejo.
-¡Los Carbonarlos! -exclamé. ¡Dios le ayude!
-Amén
-respondió Northmour. Ahora atended, convengo en que nuestra situación es muy
comprometida y francamente me alegro de vuestra ayuda. Si no logro salvar al
viejo, quiero al menos salvar a la chica. Venid y permaneced con nosotros en
el pabellón, y aquí tenéis mi mano en prueba de que seré vuestro amigo hasta
que hayamos logrado salvar al viejo o que se haya muerto. Pero una vez
concluido ese asunto -añadió, volveremos a ser rivales y entonces a quien más
pueda.
-Acepto
-dije estrechándole la mano.
-Y
ahora retirémonos al fuerte -dijo mi amigo y empezó a guiarme por el camino a
través de la lluvia.
1.064. Stevenson (Robert Louis) - 062
No hay comentarios:
Publicar un comentario