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domingo, 12 de enero de 2014

Los siete cabritos y el lobo

Erase una vez una vieja Cabra que tenía siete Cabritos, a los que amaba tanto como toda madre suele amar a sus hijos. Cierto día tuvo que ir al bosque a buscar alimento para ellos, y antes de marcharse los llamó y les dijo:
-Queridos hijos, tengo que irme al bosque, pero ¡mucho cuidado con el Lobo! Si llegara a entrar en nuestra casa, os comería con huesos, y carne, y piel, y todo. El bribón suele disfrazarse muy bien, pero le conoceréis por su ronca voz y sus patas negras.
Los Cabritos respondieron:
-Tendremos cuidado, querida madre. Puedes irte tranquila por nosotros.
Balando tiernamente, la vieja Cabra se fue a su trabajo. Antes de que pasara mucho tiempo, alguien llamó a la puerta de la casita, diciendo:
-Abridme la puerta, queridos hijos. Soy vuestra madre que vuelve y os trae la comida.
Pero los Cabritos conocieron en seguida que aquella voz era la del Lobo.
-No queremos abrirte la puerta -gritaron ‑. No eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y bonita, y la tuya es ronca. Tú eres el Lobo que quiere engañarnos.
Se fue el Lobo a la tienda y compró huevos, de los que se tomó las claras, y su voz se volvió suave y cariñosa. Volviendo a casa de la Cabra, llamó a la puerta de nuevo, diciendo:
-Abridme la puerta, mis queridos hijos. Soy vuestra madre que vuelve y os trae la comida.
Pero el Lobo había apoyado una de sus patas en la rendija de la puerta y los Cabritos la vieron y gritaron:
‑No podemos abrirte la puerta. Las patitas de nuestra madre son blancas y lindas. Las tuyas son negras, porque eres el Lobo.
Entonces el Lobo se fue a casa del panadero y le dijo:
-Me he ensuciado las patas; ponme en ellas un poco de masa.
Y cuando el panadero le hubo puesto masa en las patas, se fue al molinero y le dijo:
-Ponme un poco de harina en las patas.
El molinero pensó: "Este viejo Lobo quiere engañar a alguien”, y se negó a lo que le pedía.
Pero el Lobo amenazó:
-Si no lo haces, te comeré.
El molinero, asustado, le enharinó las patas. La gente es miedosa...
Entonces el bribón fue por tercera vez a llamar a casa de la Cabra, y dijo:
-Abridme la puerta, hijos míos. Soy vuestra madre que vuelve del bosque y os trae la comida.
Los Cabritos gritaron:
Enséñanos primero tus patas, para que estemos seguros de que no nos engañas.
Les mostró el Lobo las patas por la rendija, y cuando las vieron tan blancas y finas, creyeron en el engaño y le abrieron la puerta.
¡Ay, ay, ay! Era el Lobo, que entraba en la casa. Los pobres Cabritos, aterrorizados, trataron de esconderse. Uno se metió debajo de la mesa, el segundo se subió a la cama, el tercero se metió en el horno, el cuarto corrió a la cocina, el quinto se encerró en la alacena, el sexto se metió en el lavadero y el séptimo se escondió en la caja del reloj. Pero el Lobo los encontró a todos, menos a uno, y se los comió. Uno tras otro fue tragán-doselos, excepto al más pequeño de todos, que estaba meti. do en la caja del reloj, y al cual no pudo encontrar. Cuando hubo satisfecho su apetito, se marchó y, echándose al lado del río, pronto se quedó dormido.
No tardó mucho la Cabra en volver del bosque. ¡Oh, qué terrible visión contemplaron sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par. La mesa, las sillas, los bancos, todo estaba patas arriba; colchas y mantas caían de la cama, la vajilla estaba hecha pedazos. Por toda la casa buscó a sus hijitos, pero no los pudo encontrar. Uno por uno los llamaba por sus nombres, pero ninguno le contestó. Por último, cuando hubo llamado al pequeño, oyó una débil voz que gritaba:
-Aquí estoy, querida madre, escondido en la caja del reloj.
La madre lo sacó de su escondrijo, y él le contó como el Lobo había venido y devorado a todos sus hermanos.
Es de suponer cómo lloraría la pobre Cabra a sus hijitos.
Por último, siempre apenada, se decidió a salir y el Cabrito más pequefio salió también corriendo, a su lado. Cuando llegaron junto al río, vieron al Lobo dormido bajo un árbol, haciendo temblar las ramas con sus ronquidos. Lo examinaron por todos lados y pudieron observar ciertos movimientos dentro de su vientre hinchado.
-¡Dios mío, Dios mío! -pensó la Cabra‑. ¿Será posible que mis pobres hijos, a quienes esta fiera se ha comido para cenar, vivan todavía?
Envió al Cabrito a casa en busca de tijeras, dedal, agujas e hilo. Entonces cortó un gran ojal en el vientre de la bestia, y, apenas había empezado su tarea, cuando un precioso Cabrito asomó la cabeza por el agujero, y apenas éste fue suficientemente grande, los seis hijitos de la Cabra salieron saltando y bailando, uno tras otro, todos vivos y sin haber sufrido lo más mínimo, pues, en su glotonería, el Lobo se los había tragado enteros y sin masticar. Es fácil imaginar la alegría de la Cabra. Los acariciaba y brincaba tan contenta como un sastrecillo en día de boda.
Por último dijo:
-Id a buscar algunas piedras grandes, hijos míos, y llenaremos con ellas el cuerpo del Lobo, mientras sigue durmiendo.
Cuando los siete Cabritos trajeron, tan de prisa como les fue posible, un gran número de piedras, llenaron con ellas la barriga del Lobo hasta que no cupieron más. La vieja Cabra cosió luego, de prisa, de prisa, el agujero, sin que el animal se diera cuenta de nada ni moviera una pata.
Al fin, cuando el Lobo se despertó, las piedras le habían dado mucha sed, y se acercó al río para beber. Pero las piedras pesaban, pesaban, y tiraban de él hacia la corriente. Entonces exclamó:

-Me duele todo: la carne y el hueso.
En la barriga siento un gran peso.
Los seis cabritos enteros comí,
y ahora, como piedras, tiran de mí.

Y al tocar con el hocico el agua, lag piedras le arrastraron y cayó en la corriente.
Cuando los siete Cabritos supieron lo sucedido, se apresuraron a correr a su casa, gritando con toda su alma:
-¡El Lobo ha muerto, el Lobo ha muerto!
‑Y ellos y su madre cantaron y bailaron alegremente toda la noche.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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