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domingo, 12 de enero de 2014

Lindo clavel

Había una vez una Reina a quien Dios no había dado hijos. Cada mañana salía al jardín a pasear y rogaba al Cielo que le concediera un niño o una niña. Cierto día se le apareció un ángel y le dijo:
‑Puedes estar contenta: vas a tener un hijo que tendrá el poder de que Dios le conceda todo cuanto desee.
La Reina se apresuró a ir adonde estaba el Rey y le dio la feliz noticia; y cuando pasó el tiempo conveniente, les nació un hijo que fue recibido con gran alegría.
Todas las mañanas la Reina ‑salía con su hijito al jardín, donde se guardaban las más raras especies de fieras; allí lo bañaba en una límpida y clara fuente. Y sucedió que un día, cuando ya el niño fue un poco mayor, teniéndolo sobre su regazo, la Reina se quedó dormida.
El viejo Cocinero de palacio, que sabía que el Príncipe tenía el poder de conseguir cuanto deseaba, se acercó y robó al principito; después mató un pato y con su sangre roció los vestidos de la Reina. Luego huyó, llevándose al niño a un lugar secreto, donde lo entregó a una nodriza. No contento con esto, el maligno Cocinero fue en busca del Rey y acusó a la Reina de haber permitido que su hijo fuera devorado por un animal feroz.
Cuando el Rey vio los vestidos de la Reina cubiertos de sangre, creyó la calumnia del Cocinero y fue presa del más violento furor. Mandó construir una alta torre en la que no pudiesen penetrar ni el sol ni la luna. Después hizo conducir allí a su esposa y tapió la puerta. Dentro de la torre perma-neció la infortunada durante siete años, sin comer ni beber, condenada a morir de hambre y sed, pero dos ángeles del Cielo, en forma de blancas palomas, venían todos los días, trayéndole alimento mañana y tarde, hasta que los siete años transcurrieron.
En tanto, el malvado Cocinero pensó: "Si el niño tiene realmente el poder de conseguir lo que desea, y yo permanezco aquí, puedo fácilmente caer en desgracia". Dejó, por tanto, el palacio, y fue adonde tenía al principito, que ya andaba y hablaba. Y el Cocinero le dijo:
-Desea para mí un hermoso castillo, con parques y jardines y todo lo necesario para alhajarlo espléndidamente.
Y apenas las palabras que el Cocinero le dictaba salían de labios del niño, se cumplían los deseos expresados.
Pasado algún tiempo, el Cocinero dijo:
-No es conveniente que estés siempre solo; ¿por qué no deseas una linda niña que te acompañe?
El Príncipe formuló el deseo, e inmediatamente tuvo ante sí la niña más hermosa que pudiera pintar el más fino pintor. Como dos compañeros, crecieron el uno al lado del otro, jugando juntos y queriéndose bien, mientras el viejo Cocinero se iba a cazar y se daba vida de gran señor. Sin embargo, mientras gozaba de esta espléndida situación, el remordimiento le atenazaba y no pudo por menos de pensar que si el Príncipe deseaba un día volver al lado del Rey su padre, él se encontraría en un terrible apuro. Entonces llamó a la niña en secreto y le dijo:
‑Esta noche, cuando el Príncipe esté dormido, ve a su lado y húndele este cuchillo en el corazón. Después tráeme su corazón y su lengua; si no lo haces así, perderás la vida.
Luego se marchó de caza y cuando volvió al siguiente día, le dijo la niña, que no había obedecido su mandato:
-¿Cómo puedo verter la sangre inocente de quien en toda su vida no ha hecho daño a criatura alguna?
Pero el Cocinero volvió a decirle:
-Si no me obedeces perderás la vida.
Cuando aquel mal hombre se hubo marchado, la niña ordenó que cogieran y mataran a un ciervo; le sacó el corazón y le cortó la lengua, poniéndolo todo en un plato. Cuando vio volver al Cocinero, dijo al joven Príncipe:
-Métete en la cama y tápate bien con las ropas.
El viejo bribón llegó y dijo:
-¿Dónde están la lengua y el corazón del Príncipe?
La niña le tendió el plato, pero en esto el Príncipe salió de bajo las ropas de la cama y dijo:
‑¡Maldito bribón! ¿Conque querías matarme? Pues oye ahora tú sentencia. Te convertirás en un perro negro, con una cadena de oro alrededor del cuello, y no comerás sino carbones encendidos, cuyas llamas saldrán a todas horas de tu boca.
Al decir el Príncipe estas palabras, el Cocinero quedó transformado en un perro de aguas negro, sujeto por una cadena de oro. A su lado, en una caldera, estaban los carbones encendidos que le servían de alimento, mientras rojas y terribles llamas surgían de su boca.
El Príncipe permaneció algún tiempo en el castillo, pensando en su, madre y preguntándose si aún estaría viva. Por fin, dijo un día a su compañera:
‑Voy a irme a mi país. Si quieres venir conmigo, te llevaré. La niña contestó:
-¡Ay de mí! Tu país está muy lejos de aquí y, además, ¿qué haré yo en una tierra extranjera, donde no conozco a nadie?
Como no mostraba deseos de partir y él no podía decidirse a marchar sin ella, el Príncipe, con su deseo, la transformó en un lindo Clavel y se la llevó consigo. Después se puso en camino y el perro de aguas le acompañaba también, hasta llegar al país de sus padres.
Llegado allí, el Príncipe se dirigió, ante todo, a la torre donde su madre estaba encarcelada, y como fuese tan alta, tan alta, el joven deseó tener una escalera que llegase hasta la cima. En cuanto la ‑tuvo delante, se apresuró a subir, subir y subir; llamó con la mano y gritó:
-¡Querida madre! ¡Señora Reina! ¿Estás viva todavía?
La Reina, creyendo que eran los ángeles que le traían la comida, contestó:
-Acabo de comer; por hoy no deseo más.
Entonces dijo el Príncipe:
-Soy tu propio hijo querido, que creíste devorado por las fieras, pero estoy vivo todavía, y pronto volveré a rescatarte.
Entonces bajó por la escalera y fue al palacio de su padre. Allí se hizo presentar como un Cazador extranjero que deseaba entrar al servicio del Rey. Éste dijo:
‑En verdad, si es tan hábil en la caza como dice y puede proporcionarme gran número de venados, que venga, que lo tomaré a mi servicio. Pues en este país nunca ha habido caza.
El Cazador prometió traer tanta caza como el Rey pudiera desear para su real mesa. Después ordenó que todos los cazadores del país se le reuniesen en el bosque, e hizo cerrar un gran círculo con una cerca, dejando sólo una puerta; se puso en medio y empezó a desear tan de prisa como le fue posible. Inmediatamente unos doscientos venados entraron en el cercado; los cazadores los mataron y, apilándolos en sesenta grandes carros, los llevaron al Rey. Por primera vez éste pudo satisfacer su apetito con aquella caza, después de no haber probado ni un venado desde hacía tantos años.
El Rey estaba muy contento e invitó a toda la corte a un gran banquete, que se dio al siguiente día. Cuando todo el mundo estuvo reunido, dijo el Rey al Cazador:
-Puesto que eres tan hábil, debes sentarte a mi lado.
El Cazador contestó:
-Rey y señor, os ruego que no os burléis de mí, pues soy sólo un pobre Cazador.
El Rey, sin embargo, insistió, diciendo:
-Te ordeno que te sientes a mi lado.
Y allí se sentó, mas como no podía apartar el pensamiento de su amada madre, deseó que uno de los cortesanos hablase de ella. Tan vivamente lo deseó, que el Gran Mariscal dijo:
‑Majestad, mientras nosotros nos regocijamos aquí, ¿qué ha sido de su Majestad la Reina? ¿Vive todavía en la torre o ha perecido ya de hambre y de sed?
Pero el Rey contestó:
‑La Reina permitió que mi amado hijo fuese devorado por las bestias feroces y no quiero siquiera oír hablar de ella.
Entonces el Cazador se puso de pie y dijo:
-Amado padre mío, la Reina vive todavía y yo soy su hijo. No me devoraron las fieras, sino que fui robado por un Cocinero bribón. Él me arrebató mientras mi madre dormía y roció sus vestidos con la sangre de un pato. -Entonces señaló al perro negro de la cadena de oro, y añadió: -¡He ahí al malvado!
Pidió que le trajeran algunos carbones encendidos y los hizo comer al perro, ante la vista de los cortesanos, hasta que las llamas salieron de la boca del animal. Entonces el Príncipe preguntó al Rey si quería ver al mal Cocinero en su propia forma y deseó que se transformara en persona, apareciendo el bribón con su delantal blanco, su gorro y su cucharón atado al mandil.
Al verlo, el Rey se puso furioso y ordenó que lo metieran en una mazmorra. Entonces el Cazador volvió a decir:
‑Padre mío, ¿queréis conocer a la doncella que con tanto amor me salvó la vida cuando le ordenaron que me matase, aun a riesgo de morir ella misma?
El Rey contestó:
-Sí; me gustaría mucho conocerla.
‑Aquí la tenéis, amado padre, disfrazada de lindo Clavel.
Y, sacando de su bolsillo un clavel tan precioso como el Rey no había visto jamás, lo puso en sus manos. Después pronunció estas palabras:
‑Ahora vais a verla en su verdadera forma.
Formuló su deseo y, un instante después, la doncella estaba ante ellos, en toda su magnífica belleza, que era tanta, que ningún pintor podría pintarla.
El Rey llamó a las damas y caballeros de honor para que le siguieran a la torre en busca de la Reina. Al verlos, la Reina dijo:
-Mil gracias doy a Dios, que ha conservado mi vida tanto tiempo para hacerme llegar a este momento.
Tres días después, la Reina murió. Las dos palomas blancas que la habían alimentado durante su cautividad, siguieron al entierro y per­manecieron siempre sobre su tumba. El Rey condenó al malvado Co­cinero a ser destrozado en cuatro pedazos; el corazón del soberano estaba amargado, sin embargo, por el remordimiento y el dolor, y no tardó en morir.
Su hijo el Príncipe se casó con la linda doncella que le había salvado la vida y que fue siempre conocida con el nombre de Lindo Clavel. Reinaron en su país y, si no se han muerto, vivirán todavía.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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