No hace tanto tiempo que esto
sucedió. Aún hay ancianos que lo recuerdan todo. Cierto que van quedando pocos
ancianos de esos.
En la tribu de los Beldí había dos
mellizos llamados Udoga y Chubak. Ya se sabe que el nacimiento de niños
mellizos augura mucha felicidad para la tribu a la que pertenecen. Los niños se
iban criando como todos los niños, pero, aunque todavía eran pequeños de
estatura, ganaban en inteligencia a los ancianos. Sólo habían transcurrido cinco
inviernos, y Udoga y Chubak fueron ya de caza. Todo les salía bien. Las gentes
forestales y las gentes de las aguas les tenían cariño a los mellizos, les
ayudaban en todo y les procuraban buena suerte en todo lo que hacían.
Se dio un año malo: quedaron pocos
animales en el bosque y escaseaban los peces. Los ancianos empezaron a decir
que debían marcharse de allí porque, en aquel sitio, los demonios habían espan-tado
a los animales y los peces.
Después de escuchar a los ancianos
dijo Udoga:
-¿Por qué es malo el sitio?
Tensó la cuerda de su pequeño arco,
miró a su alrededor y soltó una flecha a la taigá. Voló la flecha,
no sé si mucho rato o no, pero luego volvió sola a su sitio. Detrás de la
flecha fueron llegando patos, gansos, perdices y amontonándose a los pies de
Udoga. Miraron los ancianos, y todas las aves estaban heridas en el ojo
izquierdo. Se miraron diciéndose: «Si todas las veces ocurre igual, no se
quedará la aldea sin carne.»
Volvió a decir Udoga a los
ancianos:
-¿Por qué es malo el sitio?
Con una sola mano arrojó una red al
río. La red se hundió en el agua.
«¡Mala cosa! -pensaron los ancianos.
Eso es que el demonio de las aguas se ha llevado la red.»
Esperaron un poco. De pronto, el
río empezó a agitarse, como si hirviera, y a cubrirse de pompas de aire. Chubak
metió entonces la mano en el agua, agarró la red y tiró de ella. Sacó tantos
peces como nudos tenía la
red. Los ancianos se miraron los unos a los otros. «Si todas
las veces ocurre igual, no se quedará la aldea sin pescado», pensaron.
Chubak preguntó a las mujeres:
-¿En qué lado de la panza tenían
más huevas los salmones el año pasado?
-En el lado izquierdo -le
contestaron.
-Esto significa que este año
subirán los peces por la orilla izquierda -dijo Chubak. Hay que fijarse en las
cosas. Fuisteis a pescar a la orilla derecha y por eso os pareció que no había
peces, que se habían marchado a otra parte.
Añadió Udoga:
-Las aves y los animales van detrás
de los peces. Teníais que haber ido a cazar a la otra orilla.
Desde entonces, los ancianos les
pedían siempre consejo a los mellizos y todo marchaba bien.
Sin embargo, al poco tiempo ocurrió
otra desgracia. Llegó de la orilla opuesta un noyon manchú con soldados y
cañones. Venía a exigirles tributo a los Beldí: una marta cebellina, una nutria
y un zorro por persona.
Los Beldí se pusieron muy tristes:
nunca le habían pagado tributo a nadie, y... Pero, ¿qué podían hacer? Los
soldados que venían con el manchú de la coleta eran dos veces más numerosos que
todos los Beldí.
Fueron los ancianos a consultar a
los mellizos. Udaga y Chubak se miraron y luego dijo Udoga:
-No paguéis el tributo. Nosotros no
somos manchúes. Nosotros somos gentes de la tierra y el agua del Amur. Iremos
mi hermano y yo a ver al noyon.
Las mujeres andaban llorando por la
aldea.
-No deben ir -gritaban. Ese noyon
manchú es un mal hombre. Matará a nuestros mellizos, matará nuestra
felicidad...
Por mucho que se lamentaron las
mujeres, Udoga y Chubak fueron a ver al noyón. Estaba a bordo de un gran sampán
pintado de colores, sentado en un estrado, bajo un palio de seda que mecía el
viento, rodeado de guardas. En una esquina, el verdugo afilaba su sable corvo.
El noyon tenía la mano derecha posada sobre un cojín. Sus uñas, que llegaban
hasta el suelo, se habían doblado y enrollado y estaban protegidas cada una por
una funda de plata. Cinco jóvenes esclavas le limpiaban las uñas al noyon. Un
grueso escribiente estaba sentado a sus pies con un gran libro abierto.
Al ver a los mellizos preguntó el
noyon:
-¿Qué hacen aquí esos chicos
nanayos?
El escribiente se volvió, se
inclinó hasta tierra delante del noyon y dijo:
-Estos niños han venido a decir,
noble noyon, que en seguida se presentarán los ancianos nanayos con el tributo
que has ordenado exigirles.
El noyón se puso todavía más ufano.
Irguió la cabeza y se puso a contemplar el cielo azul para que no hiriera sus
ojos la vista de los ancianos nanayos. Así estuvo esperando un buen rato. Ya le
dolía el cuello, pero los ancianos nanayos no aparecían.
Entonces dijo Chubak:
-Los ancianos no vendrán, noble
noyón. Los Beldí no han pagado tributo a nadie. Siempre han pescado en sus
ríos, han cazado en su taigá, han andado por su tierra, han respirado su aire.
Les parece ridículo pagar tributo. Se reirían al pagar. De manera que, para no
ofenderte, no han venido. Nosotros somos pequeños, no compren-demos nada... Te
hemos traído unos presentes, noyon.
Udoga sacó de su petaca un puñado
de tierra del Amur.
-Acepta este puñado de tierra
nuestra, noyon, si es que tienes poco con la tuya -dijo.
Chubak sacó de una cajita un ojo de
lechuza.
-Acepta también mi presente, noyon.
Es un ojo de lechuza. Con él podrás ver, también de noche, que en el Amur viven
gentes valientes.
Luego le presentó Udoga una pluma
de la cola de un águila de pico rojo.
-Acepta esta pluma, noyon, con el
deseo de que vivas tantos años como viva el águila y de que todos te teman a ti
como a un águila. Pero, en el Amur, nadie te tendrá nunca miedo.
Chubak sacó de la misma cajita un
puñado de ceniza.
-Que todos tus enemigos se conviertan
en ceniza, noyon -dijo. Y que se cubran de cenizas todos los malos
pensamientos e intenciones contra las gentes del Amur.
Se sorprendió el noyon de que
hablaran así los pequeños nanayos. Y se asustó: si los niños eran así, ¿cómo
serían los guerreros y los hombres? Sin embargo, el noyon disimuló su miedo y
les gritó a los mellizos:
-¡Mañana enviaré a mis soldados
donde los Beldí! ¡Entregaré al fuego a todos los muertos, y a los vivos los
convertiré en muertos!
Se inclinó Udoga delante de él:
-Tú harás lo que quieras, noble
noyon, pero mañana no resultará. Mejor será que hagas hoy lo que has dicho.
El noyon no hizo caso. Dejó que
transcurriera la noche.
Cuando se dispuso a partir, se desencadenó un aguacero tan
fuerte que se perdieron de vista las orillas y todos los caminos se
convirtieron en lodazales. Los soldados del noyon se pusieron en marcha y
estuvieron a punto de ahogarse en el barro. Se les humedeció la pólvora en los
fusiles. Los soldados se volvieron.
-El sol se puso ayer envuelto en
nubes -explicó Udoga. Eso presagia grandes lluvias. Es una señal que no falla.
Pasó la lluvia. El cielo quedó
tachonado de estrellas.
Dijo el noyon:
-Mañana iré en barcas a las aldeas
de los Beldí, ¡Los aniquilaré a todos! iA los vivos, los convertiré en muertos!
¡Dejaré las casas reducidas a cenizas!
-Tú harás lo que quieras, noble
noyon -dijo Chubak, pero mañana no resultará. Haz hoy lo que has dicho.
El noyon dejó transcurrir la noche. Por la mañana
ordenó izar velas en todos los sampanes y navegar hacia las aldeas de los
Beldí.
Llegó desde occidente un nubarrón
negro con corona blanca y estalló una tormenta como el noyon no había visto en
su vida. El Amur se encrespó, las olas subieron hasta el cielo y las nubes
bajaron hasta la tierra.
Sopló el viento una vez, y desgarró todas las velas de los
sampanes. Sopló el viento por segunda vez, y rompió todos los remos y los
mástiles. Sólo los cascos de los sampanes se salvaron de milagro. Y menos mal
que no sopló el viento por tercera vez.
Dijo Chubak:
-Anoche las estrellas titilaban
mucho: eso es señal de tormenta.
El noyon estaba furioso. Envuelto
en su bata, no quería ver a nadie ni que nadie entrara a verle. De la rabia, se
había partido todas las uñas. Despidió a las jóvenes esclavas y apaleó a su
escribiente.
Se acercaron los mellizos y le
dijeron:
-Hasta ahora hemos hablado
nosotros, noble noyon. Ahora, háblanos tú. Has visto que nosotros conocemos
nuestra tierra y tenemos derecho a tomar de ella peces, pieles y aves como
tributo. Pero tú, ¿cómo quieres tomar tributo de una tierra que no conoces?
El noyon se quedó lívido. «¿Cómo
voy a gobernar un pueblo donde incluso los chiquillos son tan inteligentes?»,
pensó.
Y el noyon manchú se volvió a su
tierra.
Esto ocurrió no hace demasiado
tiempo. Todavía hay ancianos que se acuerdan de los mellizos. O quizá oyeran
hablar de ellos a sus padres... ¡Quién sabe!
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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