Translate

sábado, 27 de diciembre de 2014

Los ayudantes de chokcho

El hombre debe saber defenderse. Y defender a sus parientes. Los agravios no se deben perdonar.
Vivía en una aldea un nanayo llamado Beldí. Tenía un hijo al que había puesto de nombre Chokchó. Todavía era muy pequeñito. Apenas sabía andar.
Beldí estuvo de caza todo el invierno y juntó muchas pieles: cebellinas, ardillas, zorros, focas, osos, turones, lobos... Beldí contemplaba las pieles, muy contento, y hacía sus cálculos:
-Iré al reino de Nikán, a la ciudad de San-Sin, venderé allí las pieles y traeré provisiones para todo el invierno. Compraré una red nueva, una escopeta, pólvora, cartuchos y juguetes para Chokchó.
En efecto, llegó el verano y Beldí hizo sus preparativos para marcharse a San-Sin.
-Llévame contigo, padre -le pidió el hijo.
Pensó Beldí que era peligroso, porque podían atacarlos los bandoleros o suceder cualquier otro percance durante el viaje.
-¡Qué dices, hijito! -contestó Beldí. ¿Cómo se puede dejar la casa sin un hombre? ¿Quién iba a defender a tus hermanas y a tu madre? Tú tienes que quedarte.
Se marchó Beldí.
Pasó mucho tiempo. En ese tiempo, Chokchó aprendió a manejar el cuchillo y se entretenía en tallar objetos de madera: hizo una cuchara, una barca pequeñita. También talló un reno, un trineo, un oso, algunos perros... Muchos juguetes distintos... Y el padre no volvía.
Las hojas de los árboles se pusieron amarillas, la hierba se marchitó. Y Beldí no aparecía.
Luego vinieron unos hombres del campamento vecino.
La madre de Chokchó preparó mos para los visitantes y también les agasajó con yukola. Los hombres estuvieron allí un buen rato, fumando, comiendo yukola, y por fin dijeron:
-Nosotros fuimos con Beldí a San-Sin. A comerciar. Y hemos vuelto.
-¿Y mi padre? -preguntó Chokchó.
Los hombres se miraron unos a otros.
-Tu padre -contaron- hizo trato con un hombre llamado Lian, que le compró todas las pieles. Conque se marcharon juntos para ajustar cuentas, y tu padre no volvió. Resultó que el manchú Lian no era un comerciante, sino un bandolero. Se quedó con todas las pieles de Beldí y luego le mató.
-¿Y por qué no defendisteis a mi padre? -preguntó Chokchó.
-Ese manchú Lian tenía una banda muy numerosa. Y nosotros éramos pocos. No nos atrevimos a salir en defensa de tu padre porque los hombres de Lian podían perseguirnos, quitarnos nuestras mercancías y matarnos...
-Hicisteis mal -dijo Chokchó.
Aquellos hombres se sintieron agraviados, montaron en su barca y se fueron.
La madre de Chokchó se puso a llorar, y las hermanitas también lloraban.
Tanto lloraron, que los ojos se les pusieron todos hinchados.
-¿Qué será ahora de nosotros? -se lamentaban.
Pero las lágrimas y las lamentaciones no les devolverían a
Beldí. Y había que vivir. Después de mucho llorar, pusieron manos a la obra. La hermana mayor tomó la jabalina y se fue al bosque a cazar. La hermana menor se montó en una barca para pescar en el Amur. La madre se quedó en casa para cuidar del hogar y hacer la comida.
Entonces le dijo Chokchó a su madre:
-Hazme unos unti de perro y cuéceme unas tortitas. Voy a ir en busca de Lian. Cuando le encuentre, vengaré a mi padre y recuperaré nuestras pieles.
-¡Qué dices, Chokchó! -protestó la madre. ¿Cómo vas a ir tú? Todavía eres pequeño.
Chokchó la miró fijamente.
-Mi padre dijo que yo era un hombre. Y los hombres deben defender a su familia y vengarse de los enemigos.
Viendo la madre que Chokchó había tomado una firme decisión y no podría disuadirle, le coció unas tortitas y le hizo unos unti de perro.
Tomó Chochó su cuchillo, se ciñó la frente con el bogdó de cazador, metió yukola en un zurrón, se calzó los unti de perro y se marchó después de despedirse de sus hermanas y de su madre.
Anda que te anda, se encontró Chokchó en su camino con un bosque muy grande, de árboles altísimos. No se veía el fin de aquel bosque donde rumoreaban los pinos y los robles meciendo sus cimas. Pero Chokchó no sintió miedo. Se metió en el bosque y siguió su camino, mordisqueando una tortita, unas veces cantando y otras jugueteando con su cuchillo para entrenarse, cuando oyó una voz que preguntaba:
-¿Adónde vas, pequeño nanayo?
Miró Chokchó a su alrededor. No había nadie. Pero la voz habló otra vez, y Chokchó contestó:
-Voy a vengar la muerte de mi padre.
-¡Ayúdame y yo te ayudaré! Seré tu amigo -dijo la voz.
Chokchó descubrió entonces una bellota encima de una piedra. Había caído del árbol a la tierra, pero pegó en una piedra y allí estaba secándose.
-Llévame contigo -dijo la bellota. De algo te serviré...
Chokchó recogió la bellota y siguió adelante.
Se encontró los restos de una vieja hoguera. Se detuvo allí a descansar. Se quitó los unti, puso los pies en alto, le pegó un mordisco a una tortita y de pronto oyó una voz chirriante que le preguntaba:
-¿Adónde te diriges, hombre?
-Voy a vengar la muerte de mi padre. ¿Y tú quién eres? ¿Dónde estás?
-Al lado tuyo.
Miró Chokchó y vio junto a lo que había sido la hoguera, entre las cenizas, un pincho de los que usan los cazadores para asar la carne sobre el fuego. Alguien lo había arrojado allí. Estaba retorcido y cubierto de orín. Chokchó lo sacó de entre las cenizas, lo limpió frotándolo con arena para quitarle el orín, lo afiló... Nada, que lo dejó como nuevo.
-¡Gracias, Chokchó! Ya que me has ayudado, te ayudaré yo a ti. Llévame contigo -le dijo el pincho al muchacho.
Chokchó cogió el pincho y siguió adelante. Oyó otra voz al pasar junto a una cabaña de pescador abandonada, preguntándole adónde iba. Chokchó contestó. Le habían hablado un rodillo y un mazo de curtir pieles de pescado. Alguien había clavado un clavo en el rodillo y le había roto el mango al mazo. Chokchó sacó el clavo del rodillo y le hizo un mango nuevo al mazo.
-¡Gracias, Chokchó! -dijeron. Ya que nos has ayudado, te ayuda-remos nosotros a ti. Llévanos contigo.
Chokchó cogió el rodillo y el mazo y siguió adelante.
Anda que te anda, llegó a un arroyo. Pero el arroyo se había desbordado y cortaba el camino. No sabía qué hacer.
En esto oyó que le llamaban de nuevo:
-¡Eh, vecino! Ayúdame y yo te ayudaré. Seré tu amigo.
Chokchó vio que el agua había socavado la tierra al pie de un abedul y, al caer, el abedul había dejado atrapado un lucio. El pobre estaba debajo del abedul, pegando coletazos, pero sin poderse mover ni para atrás ni para delante, a punto de asfixiarse. Chokchó echó a un lado el abedul y liberó al lucio. Entonces le dijo el pez:
-¿Tienes que pasar el arroyo? Pues móntate encima de mí y yo te pasaré.
Chokchó se montó encima del lucio y al instante se encontró en la otra orilla.
-Llévame contigo, que de algo te serviré -dijo el lucio.
Metió Chokchó al lucio en un zurrón y siguió adelante.
Divisaba ya Chokchó el Amur cuando se encontró un esquí tirado en la hierba. «¡Qué lástima! -pensó Chokchó. Pero no tiene pareja.» Y precisamente descubrió el otro esquí entre unas ramas secas adonde lo había arrojado alguien. Chokchó se tomó el trabajo de ir a buscarlo para dejarlo junto al otro. Entonces le dijeron los esquíes:
-Ya que nos has ayudado, nosotros te ayudaremos a ti. ¿A dónde vas, pequeño nanayo?
-Voy a vengar la muerte de mi padre -contestó Chokchó. Lo que ocurre es que no tengo muchas fuerzas y no sé si llegaré... ¡El camino es tan largo! ¿Cómo voy a cruzar el Amur?
-Por eso no te preocupes -dijeron los esquíes. Móntate en nosotros y te llevaremos más deprisa.
A Chokchó le entró risa:
-¿Cómo se puede andar en esquíes sobre la hierba?
De todas maneras, se puso los esquíes por si acaso. Entonces les crecieron alas a los esquíes, que se remontaron por los aires y echaron a volar. Iban tan raudos, que por poco se llevó el aire el bogdó del muchacho. Volaban sobre el Amur, que parecía entera-mente una sinuosa cinta azul.
Los esquíes continuaban su vuelo y Chokchó casi perdía el aliento oyendo el viento silbar en sus oídos y viendo pasar a toda velocidad, debajo de él, los ríos, los campamentos, los bosques...
Llegaron los esquíes a San-Sin.
Chokchó se asustó al verlo.
Era un campamento inmenso, con muchas casas. Nunca se imaginó Chokchó que pudiera haber tantas casas reunidas en un mismo sitio. Estaban en hileras, algunas subidas las unas sobre las otras, y eran tantas que no se les veía el fin. Y también había multitud de gente. Sus voces armaban tanto ruido como la tormenta cuando desgaja los árboles. La gente se apretujaba, gritaba, vendía, compraba, cambiaba... Y, entre tanta gente, ningún conocido. Chokchó se puso a preguntar por la casa del manchú Lian, pero se reían de él porque no le entendían. Unos le pegaban un golpe, otros un empujón, y había quien le tiraba de las narices o le insultaba. Felizmente, pasó por allí un anciano que conocía la lengua nanaya. Enterado de lo que buscaba Chokchó, le dijo dónde vivía el manchú Lian. El pequeño nanayo se dirigió hacia allá.
Se detuvo ante una casa muy bonita. El tejado tenía los extremos levantados y de cada extremo colgaban cascabeles de plata. Las ventanas estaban tapadas con papel transparente. En torno a la casa crecían frutales: guindos, manzanos... En las ramas había pajaritos de colores. Y en todas partes sonaba música. Entre los árboles susurraban los arroyos como si estuvieran platicando a media voz.
-¡Eh, Lian! Vengo a luchar contigo -gritó Chokchó cuando entró en la casa, y preparó su pértiga para luchar a vida o muerte.
Nadie contestó al pequeño nanayo. Se conoce que no estaba en la casa el hombre a quien buscaba.
Penetró Chokchó en el aposento de Lian. Dejó la bellota entre la ceniza del hogar para que tuviese un lecho blando. Al lucio, lo soltó en el agua de la palangana. El pincho, lo dejó junto al horno. El mazo y el rodillo, los puso cerca de la puerta. El se sentó, y acabó durmiéndose.
Al atardecer volvió Lian a su casa, borracho y muy contento.
Quiso encender fuego en el hogar y se inclinó para soplar las brasas. La bellota aprovechó para pegar un salto y atizarle en los ojos a Lian. Con un aullido de dolor, corrió Lian a la palangana para enjuagarse los ojos. Pero el lucio asomó el hocico por encima del agua y le arrancó la nariz. Lian retrocedió de un salto y el pincho se le clavó en la espalda. Horrorizado, Lian corrió a la puerta para escapar. Pero allí esperaban a Lian el mazo y el rodillo. Metido por aquí, golpe por allí y estrujón por otra parte, hicieron que Lian viera las estrellas. Y tanto afán pusieron el mazo y el rodillo, que dejaron a Lian convertido en una pelleja.
-¿No ha venido Lian? -preguntó Chokchó al despertarse.
-Ha venido, para desgracia suya -contestaron los amigos de Chokchó. Y ahí tienes lo que ha quedado de él.
Miró Chokchó y vio una piel curtida, blanca y suave. Les dio las gracias a sus amigos, aunque lamentando no haber sido él quien castigara a Lian.
Rebuscó por la casa las pieles que Lian le había robado a Beldí, luego reunió las provisiones de caza y las mercancías que Lian había sustraído a la gente con engaños y lo embaló todo en la pelleja de Lian. Recogió a sus amigos -el mazo y el martillo, la bellota, el lucio y el pincho- y se puso los esquíes.
Los esquíes se remontaron otra vez por los aires y echaron a volar como una flecha delante de las narices de los criados de Lian.
Llegaron hasta el sitio donde el muchacho los había encontrado, y allí los dejó diciendo:
-Gracias por vuestra ayuda. Pero yo no quiero lo que no es mío.
Al lucio, lo soltó en lo más profundo del arroyo. El rodillo y el mazo, los dejó al lado de la cabaña de pescador abandonada: le servirían al amo si volvía. El pincho también quedó donde estuvo, cerca de lo que fue la hoguera. La bellota, la plantó en un sitio donde ablandó la tierra primero para que de ella creciera un árbol nuevo.
Y continuó Chokchó su camino.
Cuando volvió a su casa, era rico. Extendió la pelleja de Lian y todos se sorprendieron en el campamento de que hubieran cabido tantas cosas en ella.
La madre y las hermanas se alegraron mucho de que hubiera vuelto Chokchó. No hacían más que besarle, abrazarle, y no se apartaban ni un paso de él.
Entonces Chokchó dijo, ya como hombre, como cazador;
-Mis unti están totalmente desgastados. Hacedme otros. Mañana iré a la taigá de caza.
Las hermanas le hicieron unos unti nuevos con la pelleja de Lian.
Los unti le duraron mucho, porque no hay en el mundo piel más dura que la del hombre falso y ladrón que no conoce la compasión ni se deja ablandar por las lágrimas de los desdichados.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

No hay comentarios:

Publicar un comentario