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sábado, 27 de diciembre de 2014

Lado, la niña malcriada

Sucedió esto hace mucho tiempo. Tanto tiempo, que allí donde corría un río hay unos montes y allí donde había piedras ha crecido ahora un bosque.
En casa del cazador Chumdagá, del linaje de los Dungú, nació una niña.
Chumdagá y su mujer llevaban muchos años casados, pero no habían tenido hijos y, aunque Chumdagá hubiera deseado un varón, también se alegró mucho cuando nació la niña. En cuanto a la madre, estaba como loca de felicidad.
Le pusieron a la niña un nombre muy bonito: la llamaron Lado.
El viejo matrimonio hizo todo lo que pudo para que la hija se criara bondadosa, bella y feliz. La madre no la llamó por su nombre durante un año entero para que los diablos malvados no se enteraran del nacimiento de la hija de Chumdagá. La madre sólo la llamaba «guapa mía», «querida mía». La madre colgó del arco de su cuna un mafá garaní, un colmillo de oso, para espantar a los diablos malvados. También colgó, para que la niña no llorara, una oxara, que es un ave hecha de yesca, unos pendientes de corteza de abedul y unas patas de gallo, sin olvidarse de la mukchurá, la viejecita chepuda tallada en madera, para que tuviera felices sueños. Con su propia leche lavaba la madre a la hija. Le hizo una almohada de plumón y un edredón de plumas de cuclillo.
Conforme crecía, Lado iba haciéndose una auténtica preciosidad.
Tenía el rostro ancho, blanco como la luna llena, los ojos como moras, las mejillas sonrosadas igual que la flor del ledo en primavera y los labios como las frambuesas maduras. Crecía Lado tan esbelta como la flor saraná. Un encanto de criatura...
Los padres no se cansaban de contemplarla, embelesados.
Sólo una cosa resultaba mal: Lado no sabía hacer nada. La madre no quería que se le estropearan las manos y por eso Lado no encendía el hogar, no partía astillas, no pescaba con el tridente, no empuñaba los remos ni curtía pieles. La madre no quería que se le irritaran los ojos a su hija y por eso Lado no bordaba las batas con sedas, no cosía pieles ni elegía pelos de reno para los bordados. Las cosas llegaron hasta el extremo de que Lado no sabía ni siquiera preparar la masa ni cocer tortitas. En una palabra, que no sabía hacer nada.
Caminaba Lado por la aldea, tan esbelta y ligera, que los muchachos no podían apartar los ojos de ella. La contemplaban, sacudían la cabeza, pero no se atrevían a acercarse.
Un muchacho vino a pedir a Lado por esposa. No había en la aldea mejor cazador que él. Cuando los animales le veían, lloraban a sabiendas de que no podrían escapar. Vino el muchacho a pedirla, pero Lado se enfurruñó y torció el gesto:
-Hueles a animales del bosque. Apártate. ¿Cómo podría vivir contigo? Me desollaría las manos con tus pieles...
Vino a pedirla otro. No había en la aldea mejor pescador: el muchacho atravesaba diez peces de golpe con su tridente y, en invierno, descubría a través del hielo los lugares donde se escondían los peces. El muchacho vino a pedirla, pero Lado le volvió la espalda y dijo tapándose la nariz con los dedos:
-Hueles a pescado. Apártate. ¿Cómo podría vivir contigo? Andaría siempre mojada por culpa de tus redes.
También la pidió otro muchacho que tenía la mejor traílla de perros, veloces como el viento. No había otros que pudieran competir con ellos. Conque vino el muchacho a pedirla, pero Lado ni siquiera le miró. Apenas le vio en el umbral, agitó las manos y gritó hundiendo la cara en la almohada:
-Hueles a perros. Apártate. ¿Cómo podría vivir contigo? Me cansaría los pies de echarles de comer a los perros...
Los pretendientes se alejaron de Lado diciendo:
-¿Por qué nos reprochas nuestro trabajo? Eso no está bien... La madre les oyó y también le dijo a su hija:
-No deberías recibir mal a la gente ni agraviar a nadie sin razón.
Lado se enfadó mucho con su madre y se puso a gritar, manoteando y roja de rabia:
-¡Ya sé que estáis deseando libraros de mí!
-¿Qué dices, hijita? -protestó la madre. Haz lo que mejor te parezca y vive con nosotros toda la vida si quieres. Por fin logró que Lado se calmara.
Pero el que rueda cuesta abajo también hace rodar las piedras. Después de espantar a sus pretendientes, Lado la tomó con su padre y su madre. Todo le parecía mal: que si su madre se había puesto una bata fea, que si su padre estaba mojado cuando volvía de pescar... Nada estaba a su gusto.
La madre le sirvió cereales hervidos.
-Están a medio cocer -gritó la hija.
La madre le sirvió pescado:
-Está reblandecido -y Lado pegó una patada en el suelo. La madre le sirvió carne.
-¡Está dura! -gritó otra vez la hija.
La madre dejó unas tortitas sobre la mesa.
-Están amargas -escupió la linda Lado.
La madre se puso a llorar al ver que no lograba contentar a su hija. Llamó a los niños de la vecindad y les dio a ellos las tortitas. Los chiquillos se las comieron encantados.
-¡Ay, qué ricas están, madre! ¡Y qué blandas, y qué dulces!
Aquello sacó de quicio a Lado. Echó a su madre a un lado, se puso a patalear, a chillar y salió corriendo de la casa. Miró a su alrededor y todo le pareció mal: había barro, había humo, la gente era fea... Levantó los ojos hacia arriba y vio una bandada de cisnes que pasaba volando por allí. Tenían las plumas limpias y brillantes como la nieve. Los cisnes volaban no se sabía hacia dónde, escapando del invierno.
Entonces gritó Lado:
-Pego un salto hacia atrás, me echo a llorar y lo que quiero ocurrirá. Quiero ser un cisne blanco. Me marcharé con los cisnes a comarcas lejanas en busca de gentes limpias. En busca de otra madre.
Pegó un salto hacia atrás y quedó cubierta de plumas blancas. Se remontó por los aires con sus alas de cisne y echó a volar.
La madre rompió a llorar, llamando a su hija. Lado ni siquiera volvió la cabeza hacia la madre.
Alcanzó Lado a la bandada de cisnes.
Le preguntaron:
-¿De dónde vienes, hermana nueva?
Contestó Lado:
-Me iré con vosotros volando en busca de gentes limpias, que no huelan a pescado. A comarcas lejanas en busca de otra madre. Los cisnes no le dejaron sitio a Lado en la bandada. El que iba en cabeza dijo agitando las alas:
-¿Buscar otra madre? Las personas sólo tienen una madre.
No se puede buscar otra.
Los cisnes rechazaron así a Lado y ella echó a volar sola. Estaba rabiosa contra su madre, rabiosa contra los cisnes. «Volaré hacia otra parte. Encontraré un sitio donde la gente no huela a pescado, donde la gente no huela a animales del bosque, donde la gente no huela a perros. Encontraré un sitio limpio. Encontraré otra madre.»
Los cisnes se marcharon volando. Y Lado también se marchó.
La madre lloró muchas lágrimas después de perder a su hija.
Los árboles se desprendieron de sus hojas, la liebre se puso su piel blanca. Las serpientes se durmieron entre las piedras. El oso se metió en su guarida a pasar allí el invierno. Los cazadores fueron a cazar martas cebellinas. El Amo de las Aguas tapó el río con un manto de hielo para que no tuviera frío.
Y la madre no cesaba de llorar mirando hacia dónde se había marchado Lado.
Los caminos se pusieron negros. El oso despertó en su guarida. Las ardillas agotaron sus reservas de avellanas. Los esquíes se mojaban al correr por la nieve. La curruca volvió de allende los mares.
Pero la madre seguía llorando y mirando al cielo, hacia donde se había marchado Lado. Con tanto mirar al cielo, se olvidó del fuego que ardía en el hogar. Y el fuego empezó a extinguirse. Se apagó del todo el fuego y abandonó la casa. Con él se marchó la vida. Murió la madre de Lado.
Sopló el aire tibio del reino de Nikán. Las viejas hierbas reverdecieron con tallos nuevos. El Amo de las Aguas le quitó al río el cobertor de hielo. El oso salió de su guarida. La liebre perdió su piel blanca en el bosque. En los árboles se hinchaban las yemas. Las aves migratorias volvieron a sus antiguas nidadas.
También volvieron los cisnes de los países lejanos.
Y volvió Lado. Se conoce que no encontró otra madre. Se puso a volar en círculo sobre su aldea, sobre su casa. Y, a todo esto, gritaba llamando a su madre.
-Pego un salto hacia atrás, me echo a llorar y lo que quiera ocurrirá. Quiero volver a ser una muchacha, quiero abrazar a mi madre y enjugar sus lágrimas...
Nadie salía de la casa. Lado giraba en el cielo y lloraba. No podía volver a convertirse en muchacha...
Durante todo el verano voló Lado sobre la aldea con la esperanza de ver salir a su madre de la casa para llamarla. Pero fue en vano. Cuando el viento frío sopló desde el Amur, de nuevo emprendió Lado el vuelo hacia los países cálidos.
Desde entonces vuelve cada primavera y llama a su madre con grito lastimero, pero nadie le responde.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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