Los viajeros estaban deprimidos.
Recostados en sus hamacas, permanecían abstraídos, olvidados del libro que
trajeran para leer. Cierto es que la atmósfera pesaba cada vez más; un sol a
cada hora más brillante hacía arder la extensa llanura del océano como la boca
de un crisol de plomo. El agua parecía antimonio derretido con su espuma
argéntea batiendo el casco. Luciano calculaba que habíamos dejado atrás Puerto
Ferrol. Nos aproximábamos a Ecuador navegando ahora sobre las más profundas
"hoyas" del océano Pacífico, y que comprendidas entre los 20° y 40°
de latitud bordean el casco norte de la América del Sur.
Mi condenado primo ocupaba su días
estudiando astrología encerrado en su camarote y completamente desnudo. Cuando
aparecía en el puente se dirigía a los pasajeros y les interrogaba sobre el
día, mes, año y hora de sus nacimientos. Luego de meditar, les decía con todo
misterio: -Usted, que tiene a Marte en el signo de Virgo, debe cuidar sus
intestinos... Usted...
Algunos terminaron por creerle brujo.
Más de una señora, al verlo pasar, se persignaba a sus espaldas.
Por supuesto, era imposible
arrancarle una sola palabra acerca del destino del "Blue Star". El
castigo del Capitán obró como antídoto contra su manía agoreril, pero si
alguien entraba en su camarote, podía ver ostentosamente extendido sobre la
litera el chaleco salvavidas. Las ancianas que el primer día de nuestra partida
se apartaron de él, indignadas por su pintoresco vocabulario, se convirtieron
poco menos que en sus devotas. Le rodeaban y agasajaban corno si fuera un
santón. El mismo Ab-el-Korda estaba seguro de que a mi primo lo asistía un
"djin", es decir, un genio. En cambio, el pastor protestante argüía
que las dotes proféticas de mi primo tenían origen en una fuente diabólica. Algunos
marineros pensaban que lo más práctico sería atarle un plomo al cuello y
lanzarlo al mar, pero todos rezaban con más asiduidad, y semejante regresión
indicaba en estas personas un saludable temor por el destino de sus pellejos.
Las misas del pastor, efectuadas en el comedor, atraían a los que navegaban en
el maldito buque, menos al hijo del emir de Damasco, que cumplía con su ritual
muslímico, escrupulosamente encerrado en su camarote.
Pero estaba escrito que en cuanto a
sorpresas no habíamos terminado. El acontecimiento más sensacional, por sus
características extrañas, se produjo dos noches después que se reparó la avería
del timón.
Daban las diez de la noche en el
reloj del entrepuente cuando los que acabábamos de tomar té en el comedor
fuimos testigos del más extraordinario espectáculo que pudiéramos imaginar, y
este extraordinario espectáculo consistió en que el Capitán traía, poco menos
que arrastrándola por los cabellos, a la segunda hermana de la esposa del
caballero peruano. Un marinero mantenía cogida por las piernas a la escuálida
señorita, mientras que las, manos de la solterona, revestidas de guantes de
goma roja se agitaban poco menos que desesperadamente en el espacio. El Capitán
sostenía en la mano libre una tijera. Sin ninguna contemplación, ayudado por el
marinero, introdujo a la solterona en el comedor y la depositó violentamente
sobre una silla, donde la mujer, sin quitarse los guantes de goma, comenzó a
reparar el desorden de sus cabellos con espectacular calma.
Los testigos nos agrupamos
silenciosamente en torno de los actores de este suceso y el Capitán,
mostrándonos la tijera, se explicó:
-Acabo de detener a la señorita Corita en
el mismo momento que con esta tijera pretendía cortar el cable principal del
alumbrado de los camarotes, para producir una nueva alarma.
Estupefactos miramos a la señorita Corita
como si la viéramos por primera vez. El hecho era innegable y lo comprobamos
minutos después, revisando el cable mordido por la hoja de acero de la tijera
que aún conservaba partículas de cobre. La solterona, sorprendida, no había
tenido tiempo de quitarse los guantes. El Capitán prosiguió:
-Esta dama es la que ha incendiado
el camarote del pastor Rosemberg; esta dama es la que arrojó al agua el
equipaje de la
señorita Herder , y ahora pretendía acrecentar la atmósfera de
temor que aquí existe provocando un peligroso corto circuito. Prevengo a la
tripulación y al pasaje que procederé sin contemplaciones contra todos los
alarmistas y saboteadores.
Mientras el Capitán hablaba,
nosotros examinábamos a la peligrosa solterona. Sentada en el borde de una
silla, su piel, en la estampa demacrada y lívida, parecía erizarse como la de
un gato frente a un mastín. De pronto alguien volvió la cabeza y descubrió al
caballero peruano observando atónito el semblante de su cuñada. Parsimonioso
avanzó entre nosotros, se detuvo en la misma línea que estaba detenido el
Capitán y preguntó:
-Dinos, Corita, ¿por qué has hecho
eso?
Doña Corita envolvió a su cuñado en
una mirada despreciativa y sardónica. Luego, muy serena, respondió al tiempo
que se examinaba las uñas:
-Como el señor Luciano presagia
siempre desgracias, quise hacerle fama de adivino.
Mi primo, más que sorprendido, se
retiró avergonzado; nosotros no atinábamos a pronunciar palabra, tanto nos
desconcertaba el desparpajo de la incendiaria. El Capitán ,
que de sobras conocía las ventajas de su posición, se encaró con el caballero
peruano y le dijo:
-Si usted no se compromete a pagar
los perjuicios que esta señorita ha ocasionado en el camarote del buque, en el
equipaje del señor Rosemberg y en el de la señorita Herder ,
me veré obligado a desembarcarla detenida en Malabrigo.
El caballero peruano se inclinó
ceremonioso y respondió:
-Indemnizaré a todos los
damnificados. Les agradecería me presentaran el monto de sus daños. El Capitán
prosiguió: -Esta señorita irá detenida en su camarote hasta Malabrigo. Allí
deberá desembarcar porque constituye un peligro para el pasaje.
-Perfectamente.
Un gran círculo de silencio se
había hecho en torno de los interlocutores, mientras que la incendiaria,
plácidamente, con una tijera de bolsillo se recortaba las uñas.
El caballero peruano, lívido a
consecuencia de la humillación que estaba sufriendo, se mordía los labios; la
solterona de tanto en tanto nos envolvía en su grisácea mirada cínica;
finalmente el Capitán dio término a la escena, llamando a un marinero y
ordenándole que llevara detenida a la señorita Corita a
su camarote. Tras ella salieron su cuñado y el Capitán, y nosotros, una vez que
los tres desaparecieron, quedamos comentando el extrañísimo caso. ¡De manera
que esta venenosa señorita era la que trabajaba de Fatalidad a bordo!
1.019. Alt (Roberto)
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