Éranse en un reino un zar y
una zarina que tenían una hija llamada María. Cuando la zarina murió, el zar se
casó al poco tiempo con una mujer llamada Yaguichno. De este segundo matrimonio
tuvo tres hijas; la mayor tenía un solo ojo, la segunda nació con dos, y la
tercera tenía tres ojos.
La madrastra no quería bien a
su hijastra María, y un día la vistió con un vestido viejo y sucio, le dio una
corteza de pan duro y la envió al campo a apacentar una vaquita parda.
La zarevna[1]
condujo a la vaquita a una pradera verde, entró en la vaca por una oreja y
salió por la otra, ya comida, bebida, lavada y engalanada. Limpia y arreglada
como una zarevna, cuidó todo el día de la vaquita, y cuando el sol se puso
María se quitó su vestido de gala, vistió su traje andrajoso, volvió a casa con
la vaquita y guardó el pedazo de pan duro en el cajón de la mesa.
«¿Qué es lo que habrá
comido?», pensó la
madrastra. Al día siguiente Yaguichno dio a su hijastra la
misma corteza de pan duro y la envió a apacentar la vaquita; pero hizo que la
acompañase su hija mayor, la que tenía un solo ojo, a la que antes de marcharse
dijo:
-Observa, hija mía, qué es lo
que come y bebe María, la cual vuelve saciada sin haber probado el pan que le
doy.
Llegadas las muchachas a la
pradera, María dijo a su hermana:
-Ven, hermanita; siéntate a
mi lado y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a peinar.
Y cuando apoyó la cabeza en
sus rodillas, peinándola, dijo:
-No mires, hermanita; cierra
tu ojito; duerme, hermanita mía, duerme, querida.
Cuando la hermana se durmió,
María se levantó, se acercó a la vaquita, entró en ella por una oreja, salió
por la otra comida, bebida y bien vestida, y todo el día, engalanada como una zarevna,
cuidó de la vaquita.
Cuando empezó a oscurecer,
María se cambió de traje y despertó a su hermana, diciéndole:
-Levántate, hermanita;
levántate, querida; es hora ya de volver a casa.
«¡Qué lástima! -pensó entre
sí la muchacha-. He
dormido todo el día, no he visto lo que ha comido y bebido María y ahora no
sabré lo que decir a mi madre cuando me pregunte.»
Apenas llegaron a casa,
Yaguichno preguntó a su hija:
-¿Qué es lo que ha comido y
bebido María?
-¡Yo no he visto nada, madre!
-respondió la hija.
La madre la riñó, y a la
mañana siguiente envió a su segunda hija, la que tenía dos ojos.
-Ve, hija mía, y mira bien
qué es lo que come y bebe María.
Cuando llegaron al campo
María dijo a su hermana:
-Ven aquí; siéntate a mi lado
y apoya tu cabeza sobre mis rodillas, que te voy a hacer la trenza.
Y cuando apoyó su cabeza
María dijo:
-Cierra, hermanita, un ojo;
cierra el otro también. Duerme, hermana, duerme, querida mía.
La hermana cerró los ojos y
se durmió hasta la noche y, por consiguiente, no pudo ver nada.
El tercer día, Yaguichno
envió a su tercer hija, la que tenía tres ojos, diciéndole:
-Observa bien qué es lo que
come y bebe María Zarevna y cuéntamelo todo.
Llegaron las dos a la pradera
para apacentar a la vaquita parda, y María dijo a su hermana:
-¿Quieres que te peine y te
haga las trenzas?
-Házmelas, hermanita.
-Pues siéntate a mi lado y
descansa tu cabeza sobre mis rodillas.
Cuando tomó esta postura,
María Zarevna pronunció las mismas palabras de siempre.
-Cierra, hermanita, un ojo;
cierra el otro también. Duerme, hermana, duerme, querida mía.
Pero olvidó por completo el
tercer ojo; así que dos ojos dormían, pero el tercero observaba todo lo que
María Zarevna hacía. Ésta se arrimó a la vaquita, entró en ella por una oreja y
salió por la otra, comida, bebida y bien vestida.
Apenas se escondió el Sol,
María se cambió de vestido y despertó a su hermana:
-Levántate, hermanita, que es
ya hora de volver a casa.
Llegaron a casa y María
escondió su corteza seca de pan en el cajón de la mesa.
-¿Qué es lo que ha comido
María? -preguntó a su hija la madrastra.
La hija contó a su madre todo
lo que había visto; entonces ésta llamó al cocinero y le dio orden de matar
inmediatamente a la vaquita parda. El cocinero obedeció y María Zarevna le
suplicó:
-Abuelito, dame, por lo
menos, el rabo de la vaquita.
El viejo se lo dio; ella lo
plantó en la tierra, y en poco tiempo creció un arbolito con unos frutos muy
dulces, en el que se posaban muchos pájaros que cantaban canciones muy bonitas.
Un zarevich llamado Iván,
oyendo hablar de las virtudes y belleza de la zarevna María , se
presentó un día a la madrastra, y poniendo un gran plato sobre la mesa, le
dijo:
-La muchacha que me llene de
fruta este plato se casará conmigo.
La madrastra envió a su hija
mayor a coger la fruta; pero los pájaros no la dejaban acercarse al árbol y por
poco le quitan el único ojo que tenía. Envió a las otras dos hijas; pero éstas
tampoco pudieron coger un solo fruto.
Finalmente, fue María
Zarevna, y apenas se acercó con el plato al árbol y empezó a coger frutos, los
pájaros se pusieron a ayudarla, y mientras ella cogía uno, los pajaritos le
tiraban al plato dos o tres.
En un momento estuvo el plato
lleno. María Zarevna puso entonces el plato sobre la mesa e hizo una reverencia
al zarevich.
Prepararon la boda, se
casaron, tuvieron grandes fiestas y vivieron muchos años muy felices y
contentos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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