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domingo, 18 de agosto de 2013

La zarevna en el reino subterráneo

Eranse un zar y una zarina que tenían un hijo y una hija. Le ordenaron al hijo que, cuando ellos murieran, se casara con la hermana. Algún tiempo después de haberle ordenado al hijo que se casara con la hermana -no sé si poco o mucho- murieron los padres.
El hermano le dijo entonces a la hermana que se preparase para la ceremonia y él fue a pedirle al pope que los desposara. Cuando iba a vestirse para el casamiento, la hermana tomó tres muñecas, las colocó en las ventanas, ella se plantó en medio de la habitación y dijo:
-¡Cucú, muñequitas!
La primera preguntó:
-¿Qué ocurre?
-El hermano quiere desposar a la hermana -dijo la segunda.
-Abrete, tierra, y trágatela -pronunció la tercera.
Lo mismo dijeron todas otra vez, y luego otra.
Vino el hermano a preguntarle a la hermana:
-¿Estás ya vestida?
-Todavía no he terminado -contestó la hermana.
El volvió a sus aposentos a esperar que se vistiera la hermana.
La hermana dijo otra vez:
-¡Cucú, muñequitas!
La primera preguntó:
-¿Qué ocurre?
-El hermano quiere desposar a la hermana -dijo la segunda.
-Abrete, tierra, y trágatela -pronunció la tercera.
Efectivamente, se la tragó la tierra y fue a parar al otro mundo. Cuando el hermano volvió a buscarla no la encontró, y así se quedó.
Ya en el otro mundo, la zarevna, anda que te anda, llegó a un sitio donde se alzaba un roble. Se acercó al roble y se desnudó. El roble se abrió. Ella colocó su ropa en aquel agujero y, vestida de viejecita, continuó su camino. Anda que te anda, se encontró ante un palacio y pidió que la admitieran de sirvienta. Y la admitieron para encender las estufas.
El zar, en cuyo palacio servía la zarevna, tenía un hijo soltero. El domingo, cuando el hijo del zar se disponía a ir a la iglesia, le mandó a aquella sirvienta que le diera un peine. Ella tardó un poco en cumplir su orden; el zarévich se enfadó y la pegó con el peine en la mejilla. Luego terminó de arreglarse y fue a la iglesia.
La zarevna, vestida de viejecita, se encaminó hacia el roble, donde había escondido su ropa, y el roble se abrió. Ella se vistió, convirtiéndose en una preciosa zarevna y fue a la iglesia también.
Al verla en la iglesia, el zarévich le preguntó a su lacayo de dónde era. Y el lacayo, a sabiendas de que era la viejecita dedicada a encender las estufas en los aposentos de palacio y de que el zarévich la había pegado con el peine, contestó:
-Es de la ciudad de Pegapeinetazos.
El zarévich volvió a palacio y se puso a indagar dónde se encontraba esa ciudad en su reino, pero no la encontró.
Sucedió otra vez que, estando enfadado, el zarévich pegó a aquella sirvienta con una bota y luego se fue a la iglesia. Allí estaba ella también, con el vestido que guardaba en el roble. Al ver nuevamente a aquella hermosa desconocida, el zarévich le preguntó a su lacayo si sabía de dónde era.
-Es de Pegabotazos.
El zarévich estuvo buscando aquella ciudad por su reino, pero no la encontró. Se puso entonces a pensar y cavilar en el modo de hablar con aquella hermosa doncella, pues se había enamorado y deseaba desposarla. Hasta que se le ocurrió ordenar que untaran resina en el lugar de la iglesia donde ella solía colocarse.
El domingo acudió la zarevna a la iglesia, vestida con su traje, y fue a ocupar el sitio de siempre. Terminado el oficio, en cuanto dio un paso para volver al palacio, uno de sus zapatos se quedó allí pegado. De modo que volvió con un zapato solo.
Dio el zarévich orden de que despegaran el zapato, lo llevó a palacio y luego hizo que se lo probaran todas las muchachas del reino. Pero a nadie le sirvió más que a la viejecita encargada de encender las estufas. El zarévich empezó a hacerle preguntas, y ella le confesó quién era y de dónde.
Entonces él la desposó. Yo estuve allí también. Bebí vino, bebí hidromiel, que por las barbas me chorreó, pero en la boca no me entró.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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