Un cosaco
que iba de camino en su caballo penetró en un bosque oscuro. Luego encontró un
almiar en un calvero. El cosaco se detuvo a descansar un poco. Tendido al pie
del almiar encendió su pipa. Estuvo fumando un rato y no se dio cuenta de que
había dejado caer una chispa en la paja.
Después
de descansar subió al caballo y reanudó su marcha; pero no se había alejado
diez pasos, cuando brotó una llamarada que iluminó el bosque entero.
El cosaco
volvió la cabeza y vio que el almiar estaba ardiendo y, en medio de las llamas,
una linda doncella gritaba:
-¡Cosaco
valiente! ¡Sálvame de la muerte!
-¿Cómo te
voy a salvar? Estás rodeada de llamas y no puedo llegar a ti...
-Mete tu
pica en el fuego y yo escaparé por ella.
El cosaco
metió el extremo de su pica en el fuego, volviendo la cabeza para no abrasarse.
La linda
doncella se convirtió al momento en serpiente, escapó del fuego deslizándose
por la pica y desde allí saltó al cuello del cosaco. Se enroscó dando tres
vueltas y se agarró la cola con los dientes.
El
cosaco, que se llevó un susto tremendo, no sabía qué hacer. Ni siquiera se
atrevía a moverse. Pero la serpiente le dijo con palabra humana:
-No
temas, apuesto cosaco. Llévame al cuello siete años mientras buscas el reino de
estaño y, cuando lo encuentres, quédate a vivir en él siete años más sin
moverte de allí. Si lo haces todo así, habrás ganado la felicidad.
Partió el
cosaco en busca del reino de estaño. Transcurrió mucho tiempo y corrió mucha
agua hasta que, finalizando ya el séptimo año, se halló delante de una montaña,
abrupta: en la cima de la montaña se alzaba un castillo de estaño rodeado de un
alto muro blanco.
El cosaco
trepó al galope. El muro se abrió para dejarle paso y penetró en un patio
espacioso.
La
serpiente se desprendió al momento de su cuello, pegó contra la tierra húmeda
convirtiéndose en una preciosa muchacha y desapareció sin dejar rastro.
Condujo
el cosaco a su buen caballo a la cuadra y luego entró en el palacio, donde se
puso a recorrer los aposentos. Todo eran espejos, vasijas de plata y colgaduras
de terciopelo, pero en ninguna parte había alma humana.
«¿Dónde
me habré metido? -se preguntó el cosaco. ¿Quién me dará de comer? Parece que
acabaré muriéndome de hambre.»
Nada más
pasarle esta idea por la mente, se halló ante una mesa servida con todos los
manjares y todas las bebidas apetecibles. Bebió y comió para reponer fuerzas y
pensó luego que debía ver cómo estaba su caballo. Entró en la cuadra y lo
encontró comiendo la avena que llenaba un pesebre.
«Vaya -se
dijo, la cosa no está mal. Parece que aquí se puede vivir a gusto.»
El cosaco
se pasó mucho tiempo en el castillo de estaño, y al fin le entró un mortal
aburrimiento. Porque se dice pronto eso de estar siempre totalmente solo, sin
poder intercambiar una palabra con nadie... Tan desesperado estaba, que agarró
una borrachera y decidió marcharse de allí. Pero por todos lados tropezaba con
altos muros que no tenían puertas ni ninguna salida.
Se puso
tan furioso, que agarró una estaca, volvió al castillo y empezó a romper los
espejos y los cristales, a desgarrar las colgaduras de terciopelo, a romper las
sillas y tirar los objetos de plata por los suelos. «A ver si aparece el dueño
de todo esto y me deja marchar», pensaba.
Pero
nadie apareció. El cosaco se echó a dormir. Cuando se despertó al día siguiente
anduvo un poco de aquí para allá y luego sintió hambre. Buscó por todas partes,
pero no encontró comida. «Me está bien empleado –pensó-. El que la hace la paga.
Ayer hice todo este estropicio y ahora tendré que pasar hambre.»
No hizo
más que expresar así su arrepentimiento cuando aparecieron delante de él todos
los manjares y las bebidas apetecibles ya servidos.
Pasaron
tres días. Una mañana, al despertarse, el cosaco vio por la ventana que su buen
caballo estaba ensillado al pie de las escaleras del porche. ¿Qué significaría
aquello? Se aseó, se vistió, hizo sus oraciones, empuñó su larga pica y salió
al patio espacioso. De repente apareció una hermosa doncella.
-Hola,
apuesto cosaco. Han transcurrido ya los siete años y me has salvado
definitivamente de la muerte. Has de saber que soy la hija de un rey. Koschéi,
el Esqueleto Perpetuo, se enamoró de mí y me arrebató de junto a mi padre y mi
madre. Quería casarse conmigo, pero yo me burlé de él. Entonces se puso muy
furioso y me transformó en serpiente. Gracias por el servicio que me has
prestado. Ahora vamos a ver a mi padre. En recompensa, te ofrecerá oro y
piedras preciosas; pero tú no aceptes nada de eso. Pídele solamente un
barrilillo que tiene en el sótano.
-¿Tanto
vale?
-Ese
barrilillo, si lo empujas rodando hacia la derecha, hace que surja un palacio.
Si lo empujas hacia la izquierda, desaparece el palacio.
-Está
bien -dijo el cosaco.
Montó en
su caballo, hizo subir también a la hermosa doncella y se pusieron en camino,
cruzando los altos muros, que se abrieron solos para dejarles paso.
Al cabo
del tiempo, no sé si poco o mucho, llegó al reino que buscaba. El rey se llevó
una gran alegría al recobrar a su hija. Para expresar su gratitud al cosaco le
ofreció sacos de oro y de perlas. Pero el apuesto cosaco los rechazó.
-Gracias,
pero no necesito oro ni perlas. Prefiero, como recuerdo, el barrilillo que hay
en el sótano.
-Mucho
pides, muchacho. En fin... No importa: para mí, lo que más vale es mi hija. A
cambio de que haya vuelto, no me importa desprenderme del barrilillo.
Llévatelo, y que Dios te acompañe.
El cosaco
tomó el regio regalo y se fue a recorrer mundo.
Había
caminado ya mucho cuando se encontró con un viejo muy viejecito.
-¿No
podrías darme de comer, buen mozo? -pidió el viejo.
El cosaco
se apeó del caballo, desató el barrilillo, lo hizo rodar hacia la derecha y al
momento surgió un maravilloso palacio. Entraron los dos en -los fastuosos
aposentos y se sentaron a una mesa que ya estaba puesta.
-iA ver,
mis fieles servidores! -gritó el cosaco. Traed comida y bebida para mi
invitado.
No había
terminado de hablar, cuando ya traían los criados un buey asado entero y tres
calderos de cerveza. Empezó el viejo a engullir y, entre bocado y elogio, se
zampó el buey entero, se bebió los tres calderos de cerveza y suspiró
-Algo
escasa ha sido la colación; ¡pero qué se le va a hacer! Gracias por el pan y la
sal.
Salieron
del palacio, que desapareció como por ensalmo cuando el cosaco hizo rodar el
barrilillo hacia la izquierda.
-¿Por qué
no hacemos un cambio? -propuso el viejo. Yo te doy una espada, y tú me das el
barrilillo.
-¿Pues
qué tiene de particular la espada?
-Es una
espada que, con sólo enarbolarla, abate todo lo que encuentra delante por
difícil que parezca. ¿Ves aquel bosque? Pues voy a demostrarte lo que te he
dicho.
El viejo
desenvainó su espada, la enarboló y ordenó:
-Espada
que todo lo abates: tala aquel oscuro bosque.
La espada
escapó de sus manos y empezó a cortar árboles y apilar los troncos. Cuando
terminó, volvió ella sola a su amo.
Sin
pensarlo poco ni mucho, el cosaco le dio el barrilillo al viejo a cambio de la
espada, pero al instante la enarboló, y la espada mató al viejo. Entonces el
cosaco ató el barrilillo al arzón, montó a caballo y se le ocurrió volver donde
el rey.
Pero la
ciudad capital de aquel rey estaba asediada por un poderoso enemigo. En cuanto
el cosaco vio aquel ejército incalculable, enarboló la espada.
-Espada
que todo lo abates -dijo: sírveme como es tu deber y acaba con las tropas que
ves.
Empezaron
a caer cabezas, corrió la sangre y no había transcurrido una hora cuando el
campo quedó cubierto de cadáveres.
El rey
salió al encuentro del cosaco, le abrazó, le besó y allí mismo decidió casarle
con su hija, la hermosa princesa.
Fue una
boda fastuosa. También a mí me invitaron. Con hidromiel me regalaron. Yo bebí a
más y mejor, pero en la boca nada me entró.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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