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domingo, 18 de agosto de 2013

La zarevna serpiente

Un cosaco que iba de camino en su caballo penetró en un bosque oscuro. Luego encontró un almiar en un calvero. El cosaco se detuvo a descansar un poco. Tendido al pie del almiar encendió su pipa. Estuvo fumando un rato y no se dio cuenta de que había dejado caer una chispa en la paja.
Después de descansar subió al caballo y reanudó su marcha; pero no se había alejado diez pasos, cuando brotó una llamarada que iluminó el bosque entero.
El cosaco volvió la cabeza y vio que el almiar estaba ardiendo y, en medio de las llamas, una linda doncella gritaba:
-¡Cosaco valiente! ¡Sálvame de la muerte!
-¿Cómo te voy a salvar? Estás rodeada de llamas y no puedo llegar a ti...
-Mete tu pica en el fuego y yo escaparé por ella.
El cosaco metió el extremo de su pica en el fuego, volviendo la cabeza para no abrasarse.
La linda doncella se convirtió al momento en serpiente, escapó del fuego deslizándose por la pica y desde allí saltó al cuello del cosaco. Se enroscó dando tres vueltas y se agarró la cola con los dientes.
El cosaco, que se llevó un susto tremendo, no sabía qué hacer. Ni siquiera se atrevía a moverse. Pero la serpiente le dijo con palabra humana:
-No temas, apuesto cosaco. Llévame al cuello siete años mientras buscas el reino de estaño y, cuando lo encuentres, quédate a vivir en él siete años más sin moverte de allí. Si lo haces todo así, habrás ganado la felicidad.
Partió el cosaco en busca del reino de estaño. Transcurrió mucho tiempo y corrió mucha agua hasta que, finalizando ya el séptimo año, se halló delante de una montaña, abrupta: en la cima de la montaña se alzaba un castillo de estaño rodeado de un alto muro blanco.
El cosaco trepó al galope. El muro se abrió para dejarle paso y penetró en un patio espacioso.
La serpiente se desprendió al momento de su cuello, pegó contra la tierra húmeda convirtiéndose en una preciosa muchacha y desapareció sin dejar rastro.
Condujo el cosaco a su buen caballo a la cuadra y luego entró en el palacio, donde se puso a recorrer los aposentos. Todo eran espejos, vasijas de plata y colgaduras de terciopelo, pero en ninguna parte había alma humana.
«¿Dónde me habré metido? -se preguntó el cosaco. ¿Quién me dará de comer? Parece que acabaré muriéndome de hambre.»
Nada más pasarle esta idea por la mente, se halló ante una mesa servida con todos los manjares y todas las bebidas apetecibles. Bebió y comió para reponer fuerzas y pensó luego que debía ver cómo estaba su caballo. Entró en la cuadra y lo encontró comiendo la avena que llenaba un pesebre.
«Vaya -se dijo, la cosa no está mal. Parece que aquí se puede vivir a gusto.»
El cosaco se pasó mucho tiempo en el castillo de estaño, y al fin le entró un mortal aburrimiento. Porque se dice pronto eso de estar siempre totalmente solo, sin poder intercambiar una palabra con nadie... Tan desesperado estaba, que agarró una borrachera y decidió marcharse de allí. Pero por todos lados tropezaba con altos muros que no tenían puertas ni ninguna salida.
Se puso tan furioso, que agarró una estaca, volvió al castillo y empezó a romper los espejos y los cristales, a desgarrar las colgaduras de terciopelo, a romper las sillas y tirar los objetos de plata por los suelos. «A ver si aparece el dueño de todo esto y me deja marchar», pensaba.
Pero nadie apareció. El cosaco se echó a dormir. Cuando se despertó al día siguiente anduvo un poco de aquí para allá y luego sintió hambre. Buscó por todas partes, pero no encontró comida. «Me está bien empleado –pensó-. El que la hace la paga. Ayer hice todo este estropicio y ahora tendré que pasar hambre.»
No hizo más que expresar así su arrepentimiento cuando aparecieron delante de él todos los manjares y las bebidas apetecibles ya servidos.
Pasaron tres días. Una mañana, al despertarse, el cosaco vio por la ventana que su buen caballo estaba ensillado al pie de las escaleras del porche. ¿Qué significaría aquello? Se aseó, se vistió, hizo sus oraciones, empuñó su larga pica y salió al patio espacioso. De repente apareció una hermosa doncella.
-Hola, apuesto cosaco. Han transcurrido ya los siete años y me has salvado definitivamente de la muerte. Has de saber que soy la hija de un rey. Koschéi, el Esqueleto Perpetuo, se enamoró de mí y me arrebató de junto a mi padre y mi madre. Quería casarse conmigo, pero yo me burlé de él. Entonces se puso muy furioso y me transformó en serpiente. Gracias por el servicio que me has prestado. Ahora vamos a ver a mi padre. En recompensa, te ofrecerá oro y piedras preciosas; pero tú no aceptes nada de eso. Pídele solamente un barrilillo que tiene en el sótano.
-¿Tanto vale?
-Ese barrilillo, si lo empujas rodando hacia la derecha, hace que surja un palacio. Si lo empujas hacia la izquierda, desaparece el palacio.
-Está bien -dijo el cosaco.
Montó en su caballo, hizo subir también a la hermosa doncella y se pusieron en camino, cruzando los altos muros, que se abrieron solos para dejarles paso.
Al cabo del tiempo, no sé si poco o mucho, llegó al reino que buscaba. El rey se llevó una gran alegría al recobrar a su hija. Para expresar su gratitud al cosaco le ofreció sacos de oro y de perlas. Pero el apuesto cosaco los rechazó.
-Gracias, pero no necesito oro ni perlas. Prefiero, como recuerdo, el barrilillo que hay en el sótano.
-Mucho pides, muchacho. En fin... No importa: para mí, lo que más vale es mi hija. A cambio de que haya vuelto, no me importa desprenderme del barrilillo. Llévatelo, y que Dios te acompañe.
El cosaco tomó el regio regalo y se fue a recorrer mundo.
Había caminado ya mucho cuando se encontró con un viejo muy viejecito.
-¿No podrías darme de comer, buen mozo? -pidió el viejo.
El cosaco se apeó del caballo, desató el barrilillo, lo hizo rodar hacia la derecha y al momento surgió un maravilloso palacio. Entraron los dos en -los fastuosos aposentos y se sentaron a una mesa que ya estaba puesta.
-iA ver, mis fieles servidores! -gritó el cosaco. Traed comida y bebida para mi invitado.
No había terminado de hablar, cuando ya traían los criados un buey asado entero y tres calderos de cerveza. Empezó el viejo a engullir y, entre bocado y elogio, se zampó el buey entero, se bebió los tres calderos de cerveza y suspiró
-Algo escasa ha sido la colación; ¡pero qué se le va a hacer! Gracias por el pan y la sal.
Salieron del palacio, que desapareció como por ensalmo cuando el cosaco hizo rodar el barrilillo hacia la izquierda.
-¿Por qué no hacemos un cambio? -propuso el viejo. Yo te doy una espada, y tú me das el barrilillo.
-¿Pues qué tiene de particular la espada?
-Es una espada que, con sólo enarbolarla, abate todo lo que encuentra delante por difícil que parezca. ¿Ves aquel bosque? Pues voy a demostrarte lo que te he dicho.
El viejo desenvainó su espada, la enarboló y ordenó:
-Espada que todo lo abates: tala aquel oscuro bosque.
La espada escapó de sus manos y empezó a cortar árboles y apilar los troncos. Cuando terminó, volvió ella sola a su amo.
Sin pensarlo poco ni mucho, el cosaco le dio el barrilillo al viejo a cambio de la espada, pero al instante la enarboló, y la espada mató al viejo. Entonces el cosaco ató el barrilillo al arzón, montó a caballo y se le ocurrió volver donde el rey.
Pero la ciudad capital de aquel rey estaba asediada por un poderoso enemigo. En cuanto el cosaco vio aquel ejército incalculable, enarboló la espada.
-Espada que todo lo abates -dijo: sírveme como es tu deber y acaba con las tropas que ves.
Empezaron a caer cabezas, corrió la sangre y no había transcurrido una hora cuando el campo quedó cubierto de cadáveres.
El rey salió al encuentro del cosaco, le abrazó, le besó y allí mismo decidió casarle con su hija, la hermosa princesa.
Fue una boda fastuosa. También a mí me invitaron. Con hidromiel me regalaron. Yo bebí a más y mejor, pero en la boca nada me entró.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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