Eranse un
zar y su esposa que tenían dos hijos: el zarévich Dmitri y la zarevna María. Al
cuidado de ésta había ayas y niñeras, pero ninguna lograba hacerla dormir.
Unicamente su hermano lo conseguía: llegaba junto a su cuna y se ponía a
cantar.
Ea, ea, mi linda hermanita,
ea, ea, que es muy bonita...
Cuando crezca se casará
con el zarévich Iván...
La niña
cerraba los ojitos y se quedaba dormida.
Al cabo
de los años, el zarévich Dmitri fue a visitar al zarévich Iván. Se pasó en su
palacio tres meses, jugando y divirtiéndose. Al despedirse, le invitó a que le
devolviera la visita.
-Gracias.
Así lo haré.
De vuelta
a palacio, Dmitri tomó un retrato de su hermana y lo colgó encima de su cama.
Era tan linda la zarevna, que se habría pasado la vida contemplándola.
De
repente se presentó el zarévich Iván a devolverle la visita a Dmitri y penetró
en sus aposentos cuando estaba dormido. Nada más ver el retrato de la zarevna
María, Iván se enamoró de ella. Obcecado por los celos, desenvainó la espada y
la levantó sobre la cabeza de Dmitri. Pero no quiso Dios que cometiera un
crimen. Como si alguien le hubiera avisado, el zaréuích Dmitri se despertó en
ese instante y preguntó:
-¿Qué vas
a hacer?
-Voy a
matarte.
-¿Por
qué, zarévich Iván?
-¿Es éste
el retrato de tu prometida?
-No. Es
el de mi hermana, la zarevna María.
-¿Cómo no
me habías hablado nunca de tu hermana? Yo no podré ya vivir sin ella.
-Muy
bien: cásate con ella y seremos hermanos.
Iván se
echó en brazos de Dmitri y los dos zaréviches se pusieron de acuerdo en todo.
El
zarévich Iván volvió a su palacio para preparar la boda, mientras Dmitri
disponía un viaje para llevar a María a su prometido. Partieron en dos barcos:
en uno iba el hermano y en el otro la hermana con un aya y su hija. Los barcos
estaban ya en alta mar cuando el aya le dijo a la zarevna María:
-Quítate
ese precioso vestido y acuéstate sobre este lecho de plumas. Descansarás mejor.
La
zarevna se quitó el vestido; pero, en cuanto se tendió en el lecho de plumas,
el aya pegó una ligera palmada sobre su blanco cuerpo, convirtién-dola en un
ánade gris que emprendió el vuelo y escapó del barco hacia el mar azul.
El aya le
puso entonces el vestido de la zarevna a su hija y esperaron las dos, dándose
mucha importancia. Llegaron a la tierra del zarévich Iván. El corrió a
recibirlas llevando el retrato de la zarevna María. En cuanto miró a la novia,
vio que no se parecía nada al retrato.
Indignado
contra el zaréuích Dmitri, ordenó que le encerrasen en una mazmorra sin más
alimento que un mendrugo de pan y un vaso de agua al día y que pusieran
centinelas por todas partes con la consigna rigurosa de no permitir ninguna
visita.
Al filo
de la medianoche voló el ánade gris a ver a su hermano querido. Se remontó del
mar iluminando el reino entero con el resplandor que parecían despedir sus alas
al moverse. Llegó hasta la cárcel, entró por un ventanuco, colgó las alas de un
clavo y fue a la celda de su hermano.
-iZarévich
Iván, hermano mío querido! Mucho sufres tú en esta celda con un vaso de agua y
un mendrugo de pan por todo alimento, pero también sufro yo nadando por el mar
azul. La culpable es la malvada aya, que me despojó de mi precioso vestido y se
lo puso a su hija.
Los
hermanos estuvieron lamentándose y llorando juntos. A primera hora de la
mañana, el ánade gris regresó volando al mar azul.
El
zarévich Iván fue informado por sus servidores de la visita al prisionero del
ánade gris que había iluminado el reino entero al volar. Y él ordenó que le
avisaran en cuanto viniera otra vez.
Cerca ya
de medianoche se encrespó de repente el mar, el ánade gris echó a volar
alumbrando el reino entero con el resplandor que parecían despedir sus alas al
moverse. Llegó hasta la cárcel, dejó las alas en el ventanuco y fue a la celda
de su hermano.
Los
servidores despertaron inmediatamente al zarévich Iván. Corrió a la cárcel, vio
las alas en el ventanuco y mandó que las quemaran. Luego prestó oído y escuchó
lo que hablaban el hermano y la hermana.
-¡Hermano
mío querido! -decía la zarevna María. Mucho sufres tú en esta celda con un
vaso de agua y un mendrugo de pan, pero también sufro yo nadando por el mar
azul. La culpable es la malvada aya, que me despojó de mi precioso vestido y se
lo puso a su hija... ¡Ay, hermano! Parece que huele a quemado...
-No,
hermana. Yo no noto nada...
El
zarévich abrió la celda y entró. La zarevna María corrió en seguida al
ventanuco, pero encontró sus alas medio chamuscadas. El zarévich Iván la tomó
entonces de sus blancas manos, y ella empezó a convertirse en diferentes bichos
repugnantes. Pero el zarévich Iván, sin asustarse, no le soltaba las manos...
Finalmente, quedó convertida en huso. El zarévich lo partió por la mitad,
arrojó un trozo delante de él y el otro hacia atrás al tiempo que decía:
-Que éste
se vuelva una linda doncella y detrás aparezca un blanco abedul.
A sus
espaldas surgió un abedul blanco y, delante, la zarevna María recobró toda la
hermosura de su forma humana.
Iván le
pidió perdón a Dmitri y los tres fueron a palacio. Al día siguiente se celebró
la boda del zarévich Iván con la zarevna María. Los invitados festejaron y se
divirtieron a sus anchas.
En cuanto
al aya y su hija, fueron enviadas a un lugar tan lejano, que nunca más se supo
nada de ellas.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario