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domingo, 18 de agosto de 2013

La zarina y el gusli

En cierto reino, en cierto país, vivía un zar con su esposa. Vivió con ella mucho tiempo, hasta que se le ocurrió hacer un viaje a la tierra remota donde los judíos crucificaron a Jesús.
Dio sus órdenes a los ministros, se despidió de su esposa y emprendió el viaje. Al cabo del tiempo, no sé si mucho o poco, llegó a la tierra remota donde los judíos crucificaron a Jesús. Gobernaba aquella tierra un maldito rey. Cuando este rey vio al zar, mandó prenderle y encerrarle en una mazmorra. El maldito rey tenía muchos cautivos en sus mazmorras. Por las noches permanecían aherrojados, y por las mañanas los enganchaban al yugo para que arasen la tierra hasta el oscurecer.
Esta vida de sufrimientos padeció el zar durante tres años enteros sin encontrar el modo de escapar de allí ni hacerle conocer su paradero a la zarina. Finalmente, encontró ocasión de enviarle una carta. «Vende todos nuestros bienes -le decía en ella- y ven a pagar mi rescate.»
Al recibo de la carta, lazarino se echó a llorar nada más leerla. «¿Cómo podría yo rescatar al zar? Si voy en persona y me ve el maldito rey, es capaz de tomarme como concubina. Y de los ministros no me fío para encomendarles esta comisión.»
¿Y sabéis lo que se le ocurrió?
Pues cortó sus trenzas doradas, vistió traje de juglar y, con un gusli al hombro, emprendió aquel largo camino sin decir nada a nadie.
Así llegó a la corte del maldito rey y se puso a tocar el gusli[1], con tanto arte, que cualquiera se hubiese pasado la vida entera escuchándola. El maldito rey, que oyó aquella melodía tan bella, ordenó llamar inmediata-mente al músico.
-Hola, músico. ¿De qué tierra eres? ¿De qué reino? -quiso saber el rey.
Contestó el supuesto músico:
-Desde niño ando por el mundo, majestad, entreteniendo a la gente y ganándome así el sustento.
-Quédate aquí y vive en mi corte un par de días o tres. Te recompensaré con largueza.
El músico se quedó en la corte, pasándose el día entero tocando para el rey sin que éste se cansara de escucharle. ¡Era tan hermosa la música! Hacía desaparecer como por ensalmo cualquier disgusto, cualquier pesar...
De esta manera pasó tres días el músico en la corte. Luego fue a despedirse del rey, que le preguntó:
-¿Qué pago quieres por tu música?
-Creo, señor, que podrías darme a uno de tus cautivos. Tú tienes muchos y yo necesito un compañero en mi caminar. Ando por muchos países lejanos y, a veces, no tengo con quién intercambiar una palabra.
-Bueno, pues elige el que quieras -concedió el rey, y condujo al músico a las mazmorras.
El músico pasó revista a los cautivos, eligió al zar prisionero y juntos echaron a caminar. Estaban ya cerca de su reino cuando dijo el zar:
-Déjame libre, buen hombre. Ten en cuenta que yo no soy un simple cautivo, sino un zar. Pídeme el rescate que quieras, que no escatimaré nada: ni dinero ni campesinos.
-Ve con Dios -replicó el músico. Yo no necesito nada de ti.
-Entra por lo menos a hospedarte en mi palacio.
-En otra ocasión.
De este modo se despidieron, y cada cual siguió su camino.
La zarina tomó un atajo, llegó a palacio antes que su esposo, y trocó las ropas de músico por su atuendo habitual. Al cabo de una hora, todos los cortesanos empezaron a correr de un lado para otro gritando que había regresado el zar.
La zarina corrió a su encuentro, pero él continuó saludando a todo el mundo y ni siquiera la miró a ella. También saludó a sus ministros, y entonces dijo:
-Señores: ya veis la esposa que tengo; ahora se eche en mis brazos, pero nada hizo por mí cuando le escribí, estando cautivo, que vendiera todos nuestros bienes para pagar mi rescate. ¿En qué estaría pensando si se olvidó de su esposo?
Los ministros informaron entonces al zar:
-Majestad: el día mismo que recibió vuestra carta, la zarina desapareció y ha estado ausente todo este tiempo. Solamente hoy ha regresado a la corte.
Tremendamente indignado, el zar ordenó:
-Señores ministros: juzgad en verdad y justicia a mi esposa infiel. ¿Quién sabe por dónde anduvo rodando? ¿Por qué no quiso pagar mi rescate? Nunca en la vida habríais vuelto a ver a vuestro zar de no ser por cierto joven tocador de gusli, por quien rogaré constantemente a Dios, y a quien cederé la mitad de mi reino.
Entre tanto, la zarina había vuelto a vestirse de músico y entraba en la corte tocando el gusli. Apenas le oyó, el zar corrió a su encuentro, le tomó de la mano y le hizo entrar en el palacio diciendo a los cortesanos:
-Este es el músico que me rescató del cautiverio.
El músico se quitó entonces la ropa que llevaba sobre su vestido y todos reconocieron en seguida a la zarina.
El zar se alegró tanto, que organizó un gran festín y se pasó una semana entera de festejos.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)



[1] Gusli: Antiguo instrumento musical de cuerda.

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