En cierto
reino, en cierto país, vivía un zar con su esposa. Vivió con ella mucho tiempo,
hasta que se le ocurrió hacer un viaje a la tierra remota donde los judíos
crucificaron a Jesús.
Dio sus
órdenes a los ministros, se despidió de su esposa y emprendió el viaje. Al cabo
del tiempo, no sé si mucho o poco, llegó a la tierra remota donde los judíos
crucificaron a Jesús. Gobernaba aquella tierra un maldito rey. Cuando este rey
vio al zar, mandó prenderle y encerrarle en una mazmorra. El maldito rey tenía
muchos cautivos en sus mazmorras. Por las noches permanecían aherrojados, y por
las mañanas los enganchaban al yugo para que arasen la tierra hasta el
oscurecer.
Esta vida
de sufrimientos padeció el zar durante tres años enteros sin encontrar el modo
de escapar de allí ni hacerle conocer su paradero a la zarina. Finalmente,
encontró ocasión de enviarle una carta. «Vende todos nuestros bienes -le decía
en ella- y ven a pagar mi rescate.»
Al recibo
de la carta, lazarino se echó a llorar nada más leerla. «¿Cómo podría yo
rescatar al zar? Si voy en persona y me ve el maldito rey, es capaz de tomarme
como concubina. Y de los ministros no me fío para encomendarles esta comisión.»
¿Y sabéis
lo que se le ocurrió?
Pues
cortó sus trenzas doradas, vistió traje de juglar y, con un gusli al hombro,
emprendió aquel largo camino sin decir nada a nadie.
Así llegó
a la corte del maldito rey y se puso a tocar el gusli[1], con
tanto arte, que cualquiera se hubiese pasado la vida entera escuchándola. El
maldito rey, que oyó aquella melodía tan bella, ordenó llamar inmediata-mente
al músico.
-Hola,
músico. ¿De qué tierra eres? ¿De qué reino? -quiso saber el rey.
Contestó
el supuesto músico:
-Desde
niño ando por el mundo, majestad, entreteniendo a la gente y ganándome así el
sustento.
-Quédate
aquí y vive en mi corte un par de días o tres. Te recompensaré con largueza.
El músico
se quedó en la corte, pasándose el día entero tocando para el rey sin que éste
se cansara de escucharle. ¡Era tan hermosa la música! Hacía desaparecer como
por ensalmo cualquier disgusto, cualquier pesar...
De esta
manera pasó tres días el músico en la corte. Luego fue a despedirse del rey,
que le preguntó:
-¿Qué
pago quieres por tu música?
-Creo,
señor, que podrías darme a uno de tus cautivos. Tú tienes muchos y yo necesito
un compañero en mi caminar. Ando por muchos países lejanos y, a veces, no tengo
con quién intercambiar una palabra.
-Bueno,
pues elige el que quieras -concedió el rey, y condujo al músico a las
mazmorras.
El músico
pasó revista a los cautivos, eligió al zar prisionero y juntos echaron a
caminar. Estaban ya cerca de su reino cuando dijo el zar:
-Déjame
libre, buen hombre. Ten en cuenta que yo no soy un simple cautivo, sino un zar.
Pídeme el rescate que quieras, que no escatimaré nada: ni dinero ni campesinos.
-Ve con Dios
-replicó el músico. Yo no necesito nada de ti.
-Entra
por lo menos a hospedarte en mi palacio.
-En otra
ocasión.
De este
modo se despidieron, y cada cual siguió su camino.
La zarina
tomó un atajo, llegó a palacio antes que su esposo, y trocó las ropas de músico
por su atuendo habitual. Al cabo de una hora, todos los cortesanos empezaron a
correr de un lado para otro gritando que había regresado el zar.
La zarina
corrió a su encuentro, pero él continuó saludando a todo el mundo y ni siquiera
la miró a ella. También saludó a sus ministros, y entonces dijo:
-Señores:
ya veis la esposa que tengo; ahora se eche en mis brazos, pero nada hizo por mí
cuando le escribí, estando cautivo, que vendiera todos nuestros bienes para
pagar mi rescate. ¿En qué estaría pensando si se olvidó de su esposo?
Los
ministros informaron entonces al zar:
-Majestad:
el día mismo que recibió vuestra carta, la zarina desapareció y ha estado
ausente todo este tiempo. Solamente hoy ha regresado a la corte.
Tremendamente
indignado, el zar ordenó:
-Señores
ministros: juzgad en verdad y justicia a mi esposa infiel. ¿Quién sabe por
dónde anduvo rodando? ¿Por qué no quiso pagar mi rescate? Nunca en la vida
habríais vuelto a ver a vuestro zar de no ser por cierto joven tocador de
gusli, por quien rogaré constantemente a Dios, y a quien cederé la mitad de mi
reino.
Entre
tanto, la zarina había vuelto a vestirse de músico y entraba en la corte tocando
el gusli. Apenas le oyó, el zar corrió a su encuentro, le tomó de la mano y le
hizo entrar en el palacio diciendo a los cortesanos:
-Este es
el músico que me rescató del cautiverio.
El músico
se quitó entonces la ropa que llevaba sobre su vestido y todos reconocieron en
seguida a la zarina.
El zar se
alegró tanto, que organizó un gran festín y se pasó una semana entera de
festejos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
Cual es la moraleja
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