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jueves, 21 de marzo de 2013

El escultor y la estatua del vigilante

Era tan majestuoso aquel bloque de mármol grisáceo que un escultor de cuyo nombre no quiero acordarme, lo compró y llevó a su taller. Varios días estuvo dúdando qué haría con él: ¿bancos? ¿lavatorios? ¿un mostrador? ¿un tigre?...
-"¡No, señor: será un vigilante, un agente de policía, un celador, un mataperros o como se llame!", dijo por fin el ar­tista dándose un cachetazo en la frente. "Y hasta quiero que empuñe la batuta, garrote, talero, terror de vagos, perros, y pi­lluelos. ¡Temblad, patoteros, vagamundos, raboneros, carteris­tas !Os va a llegar vuestro san Martín para el onve de No­viembre y para todo el año".
Efectivamente, tanto y tan bien trabajo nuestro conato de Miguel Angel, expresó tan al vivo el vigilante de 1899 y el de nuestros días que ¡vamos! solo le faltaba al mataperros la palabra... y aun se dice que el escultor, fuera de sí al con­templar su obra maestra, díjole como Buonarrotti a su impo­nente Moisés, dándole con un mazo en la nuca: "¡Habla!”.
Y le sucedió algo peor o mejor que a Miguel Ángel, el cual era sobrio y penitente, repartiendo entre las familias ne­cesitadas su dinero; le sucedió a nuestro escultor que volvien­do de noche a su taller, después de un día de esparcimiento por las islas del Delta paranaense (donde hubo asaz de liba­ciones) al entrar en su morada y vislumbrar por él claro de Luna el Vigilante con su cachiporra, comenzó a temblar, dió media vuelta, y se fué a dormir sobre un banco de la plaza. Por fortuna era en los días capricornianos de Enero.
Así el niño, el hombre indocto, el supersticioso, así el vul­go, van forjando a mazo y escoplo con su imaginación los fan­tasmas, los duendes, el cuco, el jettatore y otras entelequias cuya cólera teme.
No en vano pesan sobre la humanidad largos siglos de ignorancia, idolatría, materialismo ateo, y otras lepras del es­píritu que le oscurecen, atormentan y debilitan. El corazón, por su parte, ¿qué puede hacer sino guiarse por la luz o las tinie­blas del espíritu?
Así es como el hombre trueca en realidades tangibles sus sueños y desvaríos, y se aferra él mismo del cuello como Har­pagón, gritando: "¡Al ladrón!”.
La verdad austera, la religión del Espíritu predicada por el Evangelio, la vida profundamente interior, nos dejan indi­ferentes. Las teorías superficiales, el error brillante, los dog­mas epicúreos nos arrebatan. Se ve que apenas emergemos del limo de la tierra...
"¡Bueno! pero ¿y el Vigilante?" rugirá el lector enfa­dado.
El vigilante, firme siempre en su puesto, blandiendo su ta­lero. He consultado sobre el asunto a varios autores graves y, a lo que parece, el jurado artístico que enfrentó la obra maes­tra decidió que el mataperros era demasiado realista y podía provocar reacciones peligrosas en la gente maleante: que su lu­gar estaba en un gabinete reservado del Museo Cubista. Ra­zón por la cual se dice de él hasta el día de hoy lo que del Ave-Fénix:

Che vi sia, ciascún, lo dice,
Dove sia, nessun lo sa.

Sospecho yo mucho que, fuera del escultor y el jurado, nadie verá jamás al Vigilante.
Siempre será un susto menos en la vida, que bastante tiene ¡caramba!

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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