-"¡No, señor: será un vigilante, un agente de
policía, un celador, un mataperros o como se llame!", dijo por fin el artista
dándose un cachetazo en la frente. "Y hasta quiero que empuñe la batuta,
garrote, talero, terror de vagos, perros, y pilluelos. ¡Temblad, patoteros, vagamundos, raboneros,
carteristas !Os va a llegar vuestro san Martín para el onve de Noviembre y
para todo el año".
Efectivamente, tanto y tan bien trabajo nuestro conato
de Miguel Angel, expresó tan al vivo el vigilante
de 1899 y el de nuestros días que ¡vamos! solo le faltaba al mataperros la
palabra... y aun se dice que el escultor, fuera de sí al contemplar su obra
maestra, díjole como Buonarrotti a su imponente Moisés, dándole con un mazo en la nuca: "¡Habla!”.
Y le sucedió algo peor o mejor que a Miguel Ángel, el
cual era sobrio y penitente, repartiendo entre las familias necesitadas su
dinero; le sucedió a nuestro escultor que volviendo de noche a su taller,
después de un día de esparcimiento por las islas del Delta paranaense (donde
hubo asaz de libaciones) al entrar en su morada y vislumbrar por él claro de
Luna el Vigilante con su cachiporra,
comenzó a temblar, dió media vuelta, y se fué a dormir sobre un banco de la
plaza. Por fortuna era en los días capricornianos de Enero.
Así el niño, el hombre indocto, el supersticioso, así
el vulgo, van forjando a mazo y escoplo con su imaginación los fantasmas, los
duendes, el cuco, el jettatore y otras entelequias cuya
cólera teme.
No en vano pesan sobre la humanidad largos siglos de
ignorancia, idolatría, materialismo ateo, y otras lepras del espíritu que le
oscurecen, atormentan y debilitan. El corazón, por su parte, ¿qué puede hacer
sino guiarse por la luz o las tinieblas del espíritu?
Así es como el hombre trueca en realidades tangibles
sus sueños y desvaríos, y se aferra él mismo del cuello como Harpagón,
gritando: "¡Al ladrón!”.
La verdad austera, la religión del Espíritu predicada
por el Evangelio, la vida profundamente interior, nos dejan indiferentes. Las
teorías superficiales, el error brillante, los dogmas epicúreos nos arrebatan.
Se ve que apenas emergemos del limo de la tierra...
"¡Bueno! pero ¿y el Vigilante?" rugirá el lector enfadado.
El vigilante, firme siempre en su puesto, blandiendo
su talero. He consultado sobre el asunto a varios autores graves y, a lo que
parece, el jurado artístico que enfrentó la obra maestra decidió que el
mataperros era demasiado realista y
podía provocar reacciones peligrosas en la gente maleante: que su lugar estaba
en un gabinete reservado del Museo Cubista. Razón por la cual se dice de él
hasta el día de hoy lo que del Ave-Fénix:
Che vi sia,
ciascún, lo dice,
Dove sia,
nessun lo sa.
Sospecho yo mucho que, fuera del escultor y el jurado,
nadie verá jamás al Vigilante.
Siempre será un susto menos en la vida, que bastante
tiene ¡caramba!
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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