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jueves, 21 de marzo de 2013

El duende casero

De las selvas del Ganges a la nieves de Noruega y Groenlandia, de las estepas de la Tartaria a las praderas de América, del Miño al Danubio, del Támesis al Volga, La superstición popular cree en los trasgos, duendos, diablillos caseros. En ciertos países hasta admiten que tales entes se ocupan de la limpieza de la casa, arreglo del mueblaje, y aun de cocinar. Sólo hay que tener un cuidado: no entrometerse en lo que ellos hacen, pasa no echar a perder su labor.
Cierta familia de Libia se vió favorecida por uno de estos  duendes que les cuidaba el jardín con primor, sin molestar, en silencio. Si el gnomo amaba a los dueños de su casa y su jardín los Céfiros, Flora y Neptuno  le mimaban.
Sin verse más que en las obras, los dueños y el trasgo se querían entrañablemente.  Por fin, este diablillo (que no era burlón) decidió quedarse “pa in sécula sinfinito” en casa de estas buenas gentes. Cabalmente el día que formó esta resolución, le vino ­la orden de migrar al Norte e irse a vivir a la isla de Spitzberg, bajo las chozas de hielo, trocándolo de duende africano en duende polar y de árabe en lapón. El trasgo comunicó a sus huespédes la próxima partida por ests palabras:
-“Ignoro por qué, pero tengo recibida la orden de partir al Septentión; quedaré unos días aún para cumplir vuestros anhelos. Puedo cumplir tres tan sólo; con que, pensarlo bien, y manifestár-melos”.
Desear, aspirar, anhelar, ambicionar non cosas inaiditas en el hombre, ni que exijan gran ciencia: basta el instinto profunfo de la conciencia.
Nuestro matrimonio líbico pide sin titubear la abundancia en los campos, en las viñas, en el huerto, en el jardín... y en las talegas. Dicho y hecho. Los graneros resultan pequeños, la bodega angosta, la despensa hasta los topes, el jardín hecho un colosal ramillete y la talegas reventando de oro por los costurones.
Laa servidumbre no se daba manos a registrar y almace­nar tanto bien, y los patrones se veían abrumados por tal po­sesión. Nada hubiera sido eso: los beduinos del desierto co­menzaron a merodear lo silos, los galpones, los corrales; los jeques o caciques les pedían prestado hacienda y dinero; el go­bernador les impuso el impuesto a la renta... En fin, que la vida se había complicado de tal suerte que se les hizo pesada.
Nuestra gente acude a realizar el segundo anhelo.
-"¡Duende bueno, sácanos de encima toda esta balumba de bienes cargantes, váyae el oro al infierno! Preferimos la dichosa medianía, hermana de la paz y del sosiego".
Dicho y hecho. Desaparecieron las vendimias, las cosechas, los repletos cofres... y todo quedó como antes.
Recobraron los dueños, como el Zapatero remendón, su alegría, sus cantos y se vieron libres de tasas, ladrones y ca­ciques, riéndose a carcajada limpia con el diablillo de las gen­tes que dejan el bien que poseen para buscar el infierno que estaba lejos.
El duende debía vola ese mismo día a la isla de Spitzberg y, como quedaba aun por realizarse el tercer anhelo, los pru­dentes patrones pidieron, como unos Salomones, el amor de la sabiduría.
Con ella pasaron la edad madura y la vejez larga en un banquete espiritual que no tenía término; unos días eran la Escritura y la Teología, otros la Filosofía y las Letras, des­pués las Ciencias físicas naturales, la Agiografía, la Música, el Canto.
Coronándolas todas, la Mística Divina, "conocimiento ex­perimental de la Deidad', que todo cristiano, todo pensador recto, toda alma noble debe esforzarse por alcanzar, internán­dose heroicamente en la Noche Oscura del Olma.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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