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jueves, 21 de marzo de 2013

Aves rapaces y palomas

En los tiempos del buen Abstemius, autor que escribió fábu­las en latín con la brevedad de quien se toma un vaso de agua, acaeció un cataclismo aéreo.
Nadie vaya a pensar en algún feroz combate de dirigibles, hidroplanos u otra clase de aviones de caza o de bombardeo... porque esas delicias nos estaban reservadas a nosotros los hijos del estupendo siglo XX. Sin embargo, el cataclismo fué tal, créase o no, que llovió sangre, real y verdaderamente.
-“¡Cáspita! con las exigencias de estos cuenteros ¡cáspi­ta!" dirá aquí el lector escéptico. "¡Pase que hablen los asnos; al fin el mundo está lleno de borricos... pero que se nos quiera hacer creer que llovió sangre, real y verdaderamente, eso ya es abusar ¡caramba! de la buena educación de los lectores. Est mo­dus in rebus... no hay que pasarse al patio ni a la otra alforja. Lo que es yo, así creeré en esa lluvia, aunque me la prediquen frailes descalzos, como volverme lapón o engastar el puño en las nubes..."
Vamos paso a paso, Lince, ya que, como bien decía el Triste Figura ante el retablo de maese Pedro (que era Ginesillo de Paropillo tan disfrazado que no le reconociera su propia madre) "para sacar en limpio una verdad son menester muchas pruebas y repruebas".
Es el caso que se había muerto o habían muerto un perro, por cuya causa hubo una pendencia descomunal en los alrededo­res de Macerata; mas como, según reza el refrán, "muerto el can, acabóse la rabia", sucedió que, después de concluida la gresca y zalagarda viendo que no podían devolverle la vida al perro muerto, hicieron las paces todos los vecinos, retirándose cada mochuelo a su olivo.
Como un can difunto no es, al cabo, ninguna onza de oro que a todos guste, quedó abandonado a la "santimperie" y pron­to se convirtió en carroña.
Los caranchos milanos y gavilanes, olfatearon el ban­quete preparado y por bandadas se llegaron al lugar: era mu­cha gente para tan poca carne, e iba a suceder lo inevitable. ¿Fué un carancho el que insultó a un gavilán?... Posiblemente un milano desafió a un azor... No sería tampoco imposible que un neblí le atracase un sopapo, digo, un zarpazo, a algún chi­mango. Quien ansíe salir de dudas, dése una vuelta por Mace­rata y hojee algunas centenas de volúmenes in-folio, como han hecho otros, y se quedará... tan a obscuras como antes.
El hecho es -fatto sta- que se armó de súbito en los aires una sarracina tal de picotazos, aruños y topetones entre los Dl - tegrantes de aquella densa masa de rapaces aladas que, real y verdaderamente, comenzó a llover sangre.
¡Qué Troya, ni qué Ninive, ni qué Babilonia, ni qué Mem­fis, ni qué Persépolis! -Aquiles, Ayax, Agamenón, Diómedes, Filoctetes y Ulises, héroes griegos; Priano, Héctor, Páris, Eneas y los otros valientes troyanos, fueron unos niños comparados con aquellas fieras de pico y garras. Otra Iliada y otra Eneida fuera menester dar a la estampa para cantar y contar esa des­conocida epopeya.
¿Las expediciones de Cambises, de Ciro, de Sesostris, de Alejandro, de Daría y otros grandes capitanes?... Puros pa­seos, si se las coteja con la llegada del ejército del aire y la escarapulla, batifondo y cataclismo que se armó por un perro muerto, en menos tiempo que canta un burro.
A la manera que en el Invierno pasan, llevadas por sus alas, las nubes de estorninos y tordos, y se arremolinan para vencer los vientos contrarios, imitando las grullas que navegan los nublados y hacen oír su grito interminable, pudo verse en­tonces, junto can la lluvia de sangre, cómo bajaban de los cielos azules por millares a la triste región de las sombras, azores y caranchas, gavilanes y halcones, chimangos, neblies y milanos.
Así contemplaría antaño el ardiente visionario de Floren­cia las legiones de espíritus arrebatados por el tifón infernal que ruge como mar combatido por contrarios vendavales:

"Io venni in loco d'ogni luce muto,
Che mugglia, come la mar per tempesta,
Se da contrari venti é combatutto.

La bufera infernal, che mai non resta
Mena gli spirti con la sua rapina,
Voltando e roercotendo li molesta.

Quando giungon davanti alla ruina
Quivi le strida, il compianto e il lamento,
Bestemmian quivi la virtú divina.

Así contemplaría la lluvia de llamas sobre el arenal poblado de precitos:

"Sovra tutto il sabbion d'un cader lento
Pioven di fuoco dilatate falde,
Come di neve in alpe senza vento.

La batalla de las aves rapaces adquirió de súbito una nue­va y formidable fiereza con la llegada de águilas, cóndores y buitres. Prometeo, en el Cáucaso encadenado, pudo creer que el buitre que le desgarra noche y día, iba por fin a desapare­cer... Cuerpos destrozados de jefes y de grandes y de héroes, venían miserablemente al suelo.

*
* *

Llegó a oídos de una nación compasiva la feroz contienda 3, movida de su natural tierno, resolvióse a intervenir como mediadora, esperando poner de acuerdo los dos encarnizados ejércitos voladores. Un congreso pan-colombino se realizó presta­mente, del que participaron las palomas caseras y las mensaje­ras, las palomas de monte y las torcazas en sus setenta y dos especies distintas, y las tortolitas en su no menor variedad de formas y colores.
Nombrados los embajadores y plenipotenciarios, vióse, la mañana que siguió a la sangrienta tarde de la hecatombe aérea, salir en raudo vuelo la polícroma falange de tornasolado cuello, brillando en el esplendor matinal con fulgores de arco-iris.
Llega a la región celeste donde ya evolucionaban las hues­tes irreconciliables para arrojarse nuevamente una contra la otra, se interponen mostrando el gajo de verde oliva, y logran un armisticio, convertido muy pronto en tratado de paz eterna.
¡Nunca lo hubieran logrado las ingenuas habitantes de los bosques, palomares y caseríos! Ello fué el principio de la propia ruina, porque, a partir de aquel día infausto, todas las rapaces diurnas y nocturnas, tuvieron a punto de honor devorar carne de pichón, sin respetar adviento, cuaresma, vigilias ni témpo­ras.
En hora menguada para ellas, y en día aciago, y en mala hora, sé les ocurrió a las palomas poner en paz a nación tan salvaje que iba a pagarles el servicio prestado persiguiéndolas en sierras y campos, en poblados y desiertos.

"Las fieras y los delincuentes no saben, ordinariamente, pagar con otra moneda. Conviene abandonarlos casi siempre a su suerte justiciera para no ser cómplices del mayor mal que perpetrarán, sirviéndose de la ayuda y de los beneficios recibidas".

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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