En los tiempos del buen Abstemius, autor que escribió
fábulas en latín con la brevedad de quien se toma un vaso de agua, acaeció un
cataclismo aéreo.
Nadie vaya a pensar en algún feroz combate de
dirigibles, hidroplanos u otra clase de aviones de caza o de bombardeo...
porque esas delicias nos estaban reservadas a nosotros los hijos del estupendo
siglo XX. Sin embargo, el cataclismo fué tal, créase o no, que llovió sangre,
real y verdaderamente.
-“¡Cáspita! con las exigencias de estos cuenteros ¡cáspita!"
dirá aquí el lector escéptico. "¡Pase que hablen los asnos; al fin el
mundo está lleno de borricos... pero que se nos quiera hacer creer que llovió
sangre, real y verdaderamente, eso ya
es abusar ¡caramba! de la buena educación de los lectores. Est modus in rebus... no hay que pasarse al patio ni a la otra
alforja. Lo que es yo, así creeré en esa lluvia, aunque me la prediquen frailes
descalzos, como volverme lapón o engastar el puño en las nubes..."
Vamos paso a paso, Lince, ya que, como bien decía el
Triste Figura ante el retablo de maese Pedro (que era Ginesillo de Paropillo
tan disfrazado que no le reconociera su propia madre) "para sacar en
limpio una verdad son menester muchas pruebas y repruebas".
Es el caso que se había muerto o habían muerto un
perro, por cuya causa hubo una pendencia descomunal en los alrededores de
Macerata; mas como, según reza el refrán, "muerto el can, acabóse la
rabia", sucedió que, después de concluida la gresca y zalagarda viendo que
no podían devolverle la vida al perro muerto, hicieron las paces todos los
vecinos, retirándose cada mochuelo a su olivo.
Como un can difunto no es, al cabo, ninguna onza de
oro que a todos guste, quedó abandonado a la "santimperie" y pronto
se convirtió en carroña.
Los caranchos milanos y gavilanes, olfatearon el banquete
preparado y por bandadas se llegaron al lugar: era mucha gente para tan poca
carne, e iba a suceder lo inevitable. ¿Fué un carancho el que insultó a un
gavilán?... Posiblemente un milano desafió a un azor... No sería tampoco
imposible que un neblí le atracase un sopapo, digo, un zarpazo, a algún chimango.
Quien ansíe salir de dudas, dése una vuelta por Macerata y hojee algunas
centenas de volúmenes in-folio, como
han hecho otros, y se quedará... tan a obscuras como antes.
El hecho es -fatto
sta- que se armó de súbito en los aires una sarracina tal de picotazos,
aruños y topetones entre los Dl - tegrantes de aquella densa masa de rapaces
aladas que, real y verdaderamente,
comenzó a llover sangre.
¡Qué Troya, ni qué Ninive, ni qué Babilonia, ni qué
Memfis, ni qué Persépolis! -Aquiles, Ayax, Agamenón, Diómedes, Filoctetes y
Ulises, héroes griegos; Priano, Héctor, Páris, Eneas y los otros valientes
troyanos, fueron unos niños comparados con aquellas fieras de pico y garras.
Otra Iliada y otra Eneida fuera menester dar a la estampa para cantar y contar
esa desconocida epopeya.
¿Las expediciones de Cambises, de Ciro, de Sesostris,
de Alejandro, de Daría y otros grandes capitanes?... Puros paseos, si se las
coteja con la llegada del ejército del aire y la escarapulla, batifondo y
cataclismo que se armó por un perro muerto, en menos tiempo que canta un burro.
A la manera que en el Invierno pasan, llevadas por sus
alas, las nubes de estorninos y tordos, y se arremolinan para vencer los
vientos contrarios, imitando las grullas que navegan los nublados y hacen oír
su grito interminable, pudo verse entonces, junto can la lluvia de sangre,
cómo bajaban de los cielos azules por millares a la triste región de las
sombras, azores y caranchas, gavilanes y halcones, chimangos, neblies y
milanos.
Así contemplaría antaño el ardiente visionario de
Florencia las legiones de espíritus arrebatados por el tifón infernal que ruge
como mar combatido por contrarios vendavales:
"Io
venni in loco d'ogni luce muto,
Che
mugglia, come la mar per tempesta,
Se da
contrari venti é combatutto.
La bufera
infernal, che mai non resta
Mena gli
spirti con la sua rapina,
Voltando e
roercotendo li molesta.
Quando giungon
davanti alla ruina
Quivi le
strida, il compianto e il lamento,
Bestemmian
quivi la virtú divina.
Así contemplaría la lluvia de llamas sobre el arenal
poblado de precitos:
"Sovra
tutto il sabbion d'un cader lento
Pioven di
fuoco dilatate falde,
Come di
neve in alpe senza vento.
La batalla de las aves rapaces adquirió de súbito una
nueva y formidable fiereza con la llegada de águilas, cóndores y buitres.
Prometeo, en el Cáucaso encadenado, pudo creer que el buitre que le desgarra
noche y día, iba por fin a desaparecer... Cuerpos destrozados de jefes y de
grandes y de héroes, venían miserablemente al suelo.
*
* *
Llegó a oídos de una nación compasiva la feroz
contienda 3, movida de su natural tierno, resolvióse a intervenir como
mediadora, esperando poner de acuerdo los dos encarnizados ejércitos voladores.
Un congreso pan-colombino se realizó prestamente, del que participaron las
palomas caseras y las mensajeras, las palomas de monte y las torcazas en sus
setenta y dos especies distintas, y las tortolitas en su no menor variedad de
formas y colores.
Nombrados los embajadores y plenipotenciarios, vióse,
la mañana que siguió a la sangrienta tarde de la hecatombe aérea, salir en
raudo vuelo la polícroma falange de tornasolado cuello, brillando en el
esplendor matinal con fulgores de arco-iris.
Llega a la región celeste donde ya evolucionaban las
huestes irreconciliables para arrojarse nuevamente una contra la otra, se
interponen mostrando el gajo de verde oliva, y logran un armisticio, convertido
muy pronto en tratado de paz eterna.
¡Nunca lo hubieran logrado las ingenuas habitantes de
los bosques, palomares y caseríos! Ello fué el principio de la propia ruina,
porque, a partir de aquel día infausto, todas las rapaces diurnas y nocturnas,
tuvieron a punto de honor devorar carne de pichón, sin respetar adviento, cuaresma,
vigilias ni témporas.
En hora menguada para ellas, y en día aciago, y en
mala hora, sé les ocurrió a las palomas poner en paz a nación tan salvaje que
iba a pagarles el servicio prestado persiguiéndolas en sierras y campos, en
poblados y desiertos.
"Las
fieras y los delincuentes no saben, ordinariamente, pagar con otra moneda.
Conviene abandonarlos casi siempre a su suerte justiciera para no ser cómplices
del mayor mal que perpetrarán, sirviéndose de la ayuda y de los beneficios
recibidas".
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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