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viernes, 22 de marzo de 2013

El gracioso y los pescaditos

"Mucho hay que se creen graciosos, pero como tienen escasa cantidad de sal en la sesera y poca nobleza en el corazón, no pasan de ser unos truhanes y groseros, incapaces de hacer reír sino con perjuicio, a veces grave, de terceras personas. Esos zoquetes confunden gracia con burla. El gracioso es genial y amable; el burlón es cretino y odioso. El gracioso. siembra alegría y buen humor; el burlón esparce rencillas y odios. Aquél quiere cosechar aplausos y simpatías; éste, tan sólo, desprecio. No siempre escapará a la sanción que merecen los villanos".

Me parece que como exordio basta. Ahora ¡al cuento!
Erase un gracioso, invitado a la mesa de un magnate. Sin saber cómo ni cómo no, se encontró colocado en una punta alejada del centro de abastecimientos donde sólo había un plato con pececillos no mayores que el dedo meñique. Los dorados, las truchas, los bonitos, las corvinas y aun los pejerreyes talluditos estaban aguas arriba, digo, en mitad de la larguísima mesa.
Después de comprobar que nadie se acordaba más de él que de la ballena de Jonás, y que todos embaulaban atún, corvina y trucha com el púño, aferra un manojo de pescaditos y comienza a hablarles al oído, (a la manera del mono de maese Pedro en la Venta del retablo cuádo la desventurada aventura del rebuzno que tantos palos y pedradas llovió sobre Don Quijote y Sancho Panza); acto seguido, el gracioso leva el "fascio" de pescaditos a sus propios oídos, y escucha atentamente, enarcando las cejas, frunciendo el ceño, ya sonriendo, ya aprobando con movimientos de cabeza...
El tejemaneje del convidado llama poderosamente la atención de su vecino de mesa que da con el codo al de su derecha, que chista al del frente, que le habla al oído a su compañero, que codea al veci-no, que avisa al que está frontero con el dueño de casa, que señala con el dedo el extraño personaje al infitrión, quien toma la palabra:
-"¿Qué está haciendo "signor" Canuto que, en vez de comer, manipulea la bucólica?"
El socarrón, que en ese instante escuchaba con atención grandísima un haz de pescaditos recién sacados del plato, vuélvese cortés y gravemente al dueño, respondiendo con toda formalidad:
-"Ruego a vuecencia me disculpe. Es el caso que, desde hace un año carezco de noticias de un amigo partido para el Amazonas, y preguntaba a estos habitantes del Atlántico si no tenían nuevas de él. Todos me responden, invariablemente, que cuando el buque en que viajaba mi amigo zarpó de Montevideo, no habían nacido aun, pero que algo de él han oído a sus abuelos, y añaden que haría bien en ponerme al habla con ellos. ¿No me daría vuecencia permiso para echar un parrafito con uno de esos pescadotes? (y señalaba los monstruos del centro de la mesa).
Una carcajada homérica del anfitrión y otros gargantúas que estaban alegres con el zumo de vid, fué la respuesta, completada y ratificada con el envío del fuentón que contenía un par de tiburones en salsa y con rajas de limón.
Estos escualos, que conocían palmo a palmo el océano, le refirieron mil naufragios, dándole todos los nombres de descubridores de mundos y buscadores de Eldorados y Fuentes de Juvencio que hubiesen surcado el Atlántico de cien años acá. La conversación duró dos horas, veinte minutos, diez segundos, seis quintos, exactamente, regada con vino carlón y controlada con cronómetro Pavia. Se teme que la dará a la imprenta un día de estos.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017


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