"Mucho hay que se creen graciosos, pero
como tienen escasa cantidad de sal en la sesera y poca nobleza en el corazón,
no pasan de ser unos truhanes y groseros, incapaces de hacer reír sino con
perjuicio, a veces grave, de terceras personas. Esos zoquetes confunden gracia
con burla. El gracioso es genial y amable; el burlón es cretino y odioso. El
gracioso. siembra alegría y buen humor; el burlón esparce rencillas y odios.
Aquél quiere cosechar aplausos y simpatías; éste, tan sólo, desprecio. No
siempre escapará a la sanción que merecen los villanos".
Me parece que como exordio basta. Ahora ¡al
cuento!
Erase un gracioso, invitado a la mesa de un
magnate. Sin saber cómo ni cómo no, se encontró colocado en una punta alejada
del centro de abastecimientos donde sólo había un plato con pececillos no
mayores que el dedo meñique. Los dorados, las truchas, los bonitos, las
corvinas y aun los pejerreyes talluditos estaban aguas arriba, digo, en mitad
de la larguísima mesa.
Después de comprobar que nadie se acordaba más
de él que de la ballena de Jonás, y que todos embaulaban atún, corvina y trucha
com el púño, aferra un manojo de pescaditos y comienza a hablarles al oído, (a
la manera del mono de maese Pedro en la Venta del retablo cuádo la desventurada aventura
del rebuzno que tantos palos y pedradas llovió sobre Don Quijote y Sancho
Panza); acto seguido, el gracioso leva el "fascio" de pescaditos a
sus propios oídos, y escucha atentamente, enarcando las cejas, frunciendo el
ceño, ya sonriendo, ya aprobando con movimientos de cabeza...
El tejemaneje del convidado llama
poderosamente la atención de su vecino de mesa que da con el codo al de su
derecha, que chista al del frente, que le habla al oído a su compañero, que codea
al veci-no, que avisa al que está frontero con el dueño de casa, que señala con
el dedo el extraño personaje al infitrión, quien toma la palabra:
-"¿Qué está haciendo "signor"
Canuto que, en vez de comer, manipulea la bucólica?"
El socarrón, que en ese instante escuchaba con
atención grandísima un haz de pescaditos recién sacados del plato, vuélvese
cortés y gravemente al dueño, respondiendo con toda formalidad:
-"Ruego a vuecencia me disculpe. Es el
caso que, desde hace un año carezco de noticias de un amigo partido para el
Amazonas, y preguntaba a estos habitantes del Atlántico si no tenían nuevas de
él. Todos me responden, invariablemente, que cuando el buque en que viajaba mi
amigo zarpó de Montevideo, no habían nacido aun, pero que algo de él han oído a
sus abuelos, y añaden que haría bien en ponerme al habla con ellos. ¿No me
daría vuecencia permiso para echar un parrafito con uno de esos pescadotes? (y
señalaba los monstruos del centro de la mesa).
Una carcajada homérica del anfitrión y otros
gargantúas que estaban alegres con el zumo de vid, fué la respuesta, completada
y ratificada con el envío del fuentón que contenía un par de tiburones en salsa
y con rajas de limón.
Estos escualos, que conocían palmo a palmo el
océano, le refirieron mil naufragios, dándole todos los nombres de
descubridores de mundos y buscadores de Eldorados y Fuentes de Juvencio que
hubiesen surcado el Atlántico de cien años acá. La conversación duró dos horas,
veinte minutos, diez segundos, seis quintos, exactamente, regada con vino
carlón y controlada con cronómetro Pavia. Se teme que la dará a la imprenta un
día de estos.
1.087.1 Daimiles (Ham) - 017
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