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jueves, 21 de marzo de 2013

El desesperado, el avaro y el tesoro

Harto de luchar contra la mala fortuna, reducido a la mi­seria, cargado de deudas, perseguido por sus acreedores, con­denado a morir de hambre, que es "muerte adminícula y pési­ma", como rugía Sancho Panza, defendiéndose contra el doctor de la ínsula, Pedro Recio Agüero de Tirteafuera, resolvió un mercachifle dar fin a sus días, ahorcándose. Debía comprar la soga, y esto le hizo sonreír amargamente porque recordó, al re­visar su bolsa, una farsa de que había sido víctima, can otros muchos, en la feria de Uleaborg.
Un charlatán afirmaba que mostraría el diablo a todo el mundo; naturalmente, hasta los gatos y los perros acudieron a la sesión, deseosos de verle la cara a Mandinga. Una hora antes de empezar, la plaza estaba que ya no cabía en ella ni un alfiler más. Sobre una plataforma de cuatro metros de alto y de lado, peroraba largo y tendido el artista y, por fin, sacando a relucir una talega descomunal de ancha y de honda, la despliega, la abre, y pregunta a los más cercanos :
"¿No veis algo ahí dentro?".
Todos abrían desmesuradamente los ojos, se los frotaban, volvían a mirar, prestábanse mutuamente las gafas y ¡nada!... no veían absolutamente nada.
Si esto les pasaba a los vecinos del artista ¡imaginarse a los que estaban a una cuadra del bolsón! Por fin, un porfiado, amigo de las ideas claras como Descartes, trajo una lupa de gran aumento, la paseó concienzudamente de arriba abajo, y de derecha a izquierda, y concluyó bramando:
-"¡Aquí no hay absolutamente nada! Lo que se llama na­da ¡cuartajo!".
-"¡Y ahí es el diablo, cabalmente, abrir la talega y no ver absolutamente nada dentro!” replicó el de la plataforma.
Nuestro Desesperado, pues, llevando el diablo en su bolsa, se marchó derecho a un galpón, pidió prestados una soga, un martillo y un clavo ganchudo de a cuarta, ganó una casucha en ruinas en mitad del campo, y trepando sobre un montón de escombros comenzó a dar martillazos en el clavo del que pen­saba colgarse. No había asestado ocho golpes cuandrrla pared, vieja y resquebrajada, se desmorona sordamente, descubriendo an cofrecillo repleto de monedas, y no des cobre ni niquel.
-"¡Cuerpo de un oso blanco!” exclama fuera de sí el conato de suicida, "¿sueño o estoy despierto?".
Y palpando el cofre con ambas manos, lo sopesaba, tomaba un puñado de piezas y las dejaba caer como catarata , de oro. Después de pellizcarse, sacudirse un torniscón en la cabeza, y atracar un puñetazo a la pared para obtener una noción clara de su estado psicológico, una evidencia cartesiana de su yo, abrázase con el mueblecico y sale volando para su buhardilla.

Una hora después, llega a las ruinas el dueño del tesoro, pariente lejano quizás del Enterrador que ya conocemos, y se percata del desastre sobrevenido en pocas horas.
Párasele mortal el rostro al avaro miserable, cubre de súbi­to su frente frío sudor, agítanse en temblor convulsivo sus miembros, verdean sus lívidos y entreabiertos labios con la hiel que le sube de la vesícula biliar y, por fin, estallando, ruge:
-"¡Ladrones! ¡Asesinos! ¿Creen que viviré sin mi teso­ro, criminales? No se pierde tanto dinero sin morir ¡canallas!".
Tendió la enloquecida mirada por los escombros, vió mar­tillo, soga y clavo... Se apodera de ellos... y diez minutos después era cadáver.

Una vez más se cumplía la trágica observación del inmor­tal cantor de la Noche Oscura del Alma, hablando de los que se entregan a sus desordenadas pasiones: "De este último grado son también todos aquellos miserables que estanlo tan enamo­rados de los bienes, los tienen tan por su dios, que no dudan de sacrificarles sus vidas cuando ven que este su dios recibe alguna mengua temporal, desperándose y dándose ellos la muerte por miserables fines, mostrando ellos mismos por sus manos el des­dichado galardón que de tal dios se consigue".

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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