Un charlatán afirmaba que mostraría el diablo a todo
el mundo; naturalmente, hasta los gatos y los perros acudieron a la sesión,
deseosos de verle la cara a Mandinga. Una hora antes de empezar, la plaza
estaba que ya no cabía en ella ni un alfiler más. Sobre una plataforma de
cuatro metros de alto y de lado, peroraba largo y tendido el artista y, por
fin, sacando a relucir una talega descomunal de ancha y de honda, la despliega,
la abre, y pregunta a los más cercanos :
"¿No veis algo ahí dentro?".
Todos abrían desmesuradamente los ojos, se los
frotaban, volvían a mirar, prestábanse mutuamente las gafas y ¡nada!... no
veían absolutamente nada.
Si esto les pasaba a los vecinos del artista ¡imaginarse
a los que estaban a una cuadra del bolsón! Por fin, un porfiado, amigo de las
ideas claras como Descartes, trajo una lupa de gran aumento, la paseó
concienzudamente de arriba abajo, y de derecha a izquierda, y concluyó
bramando:
-"¡Aquí no hay absolutamente nada! Lo que se
llama nada ¡cuartajo!".
-"¡Y ahí es el diablo, cabalmente, abrir la
talega y no ver absolutamente nada dentro!” replicó el de la plataforma.
Nuestro Desesperado, pues, llevando el diablo en su
bolsa, se marchó derecho a un galpón, pidió prestados una soga, un martillo y
un clavo ganchudo de a cuarta, ganó una casucha en ruinas en mitad del campo, y
trepando sobre un montón de escombros comenzó a dar martillazos en el clavo del
que pensaba colgarse. No había asestado ocho golpes cuandrrla pared, vieja y
resquebrajada, se desmorona sordamente, descubriendo an cofrecillo repleto de monedas,
y no des cobre ni niquel.
-"¡Cuerpo de un oso blanco!” exclama fuera de sí
el conato de suicida, "¿sueño o estoy despierto?".
Y palpando el cofre con ambas manos, lo sopesaba,
tomaba un puñado de piezas y las dejaba caer como catarata , de oro. Después de
pellizcarse, sacudirse un torniscón en la cabeza, y atracar un puñetazo a la
pared para obtener una noción clara de su estado psicológico, una evidencia
cartesiana de su yo, abrázase con el mueblecico y sale volando para su
buhardilla.
Una hora después, llega a las ruinas el dueño del
tesoro, pariente lejano quizás del Enterrador
que ya conocemos, y se percata del desastre sobrevenido en pocas horas.
Párasele mortal el rostro al avaro miserable, cubre de
súbito su frente frío sudor, agítanse en temblor convulsivo sus miembros,
verdean sus lívidos y entreabiertos labios con la hiel que le sube de la
vesícula biliar y, por fin, estallando, ruge:
-"¡Ladrones! ¡Asesinos! ¿Creen que viviré sin mi
tesoro, criminales? No se pierde tanto dinero sin morir ¡canallas!".
Tendió la enloquecida mirada por los escombros, vió
martillo, soga y clavo... Se apodera de ellos... y diez minutos después era
cadáver.
Una vez más se cumplía la trágica observación del
inmortal cantor de la Noche Oscura del Alma, hablando de los que se entregan
a sus desordenadas pasiones: "De este último grado son también todos
aquellos miserables que estanlo tan enamorados de los bienes, los tienen tan
por su dios, que no dudan de sacrificarles sus vidas cuando ven que este su
dios recibe alguna mengua temporal, desperándose y dándose ellos la muerte por
miserables fines, mostrando ellos mismos por sus manos el desdichado galardón
que de tal dios se consigue".
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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