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jueves, 21 de marzo de 2013

El delfín y el macaco

En la antigüedad había más democracia que hoy para via­jar por mar y tierra. Antaño uno se embarcaba con perros ga­tos, loros, micos y urracas, si le daba la real gana; hogaño no se permite subir a bordo ni en tren ni en tranvía a nadie que lleve bicho viviente, así sea el más vistoso y charlista de los guacamayos o el más gracioso de los titís. Se me dirá que hay baques y trenes de carga para los animales en pie. ¡Sin duda! Pero no es lo mismo. Lo que quiero subrayar es que ya no podemos viajar democráticamente, en medio de -nuestros gatos, monos, canarios, osos, cotorras, hurones y perros. ¡Después ha­blarán de Democracia! Triste es comprobarlo: nos hemos vuel­to'todos unos insoportables aristócratas, a pesar de la Sociedad Protectora de Animales, y miramos por encima del hombro y de soslayo a los humildes y serviciales compañeros de nuestra vida prosaica. En cambio, ellos, más humanos que muchos que visten levita y chaqué, siguen invariables en su afecto por el hombre...

Hay en el mar un cetáceo que, desde la más remota edad, pasa por un gran amigo del hombre: es el Delfín. Plinio el An­tiguo„enseña en el libro IX, cap. VIII de su Historia Natural que el delfín ha salvado muchas veces a los náufragos, por la costumbre que tiene de acercarse a los navíos y seguir a zaga de los buques que navegan, llevando a lomo los mareantes que se tiran de cabeza al agua o quedan flotando, rari nantes in gurgite vasto, después de zozobrada la cáscara de nuez que los llevaba.
Griegos y romanos creían que el Delfín transportaba sobre las ondas amargas los espíritus que iban en demanda de las Islas Afortunadas.
En la Catacumbas se ve todavía el Delfín, personificando al Salvador de las almas a quien nuestros padres en la Fe lla­maban en lenguaje esotérico Jesus (Pez) por ofrecer esa pala­bra helénica las iniciales de "Jesu-Cristo, Hijo de Dios, Sal­vador", constituyendo así un anagrama inofensivo que no podía despertar la sospecha de los perseguidores.

Volviendo al cuento, Esopo nos refiere que una nave de pasajeros, algunos de los cuales iban can sus animales domés­ticos, naufragó en las costas del Pireo, cerca de Atenas.
Los delfines acudieron luego en cardúmen a salvar el. pasaje: hombres, mujeres y niños.
Entre los toneles, sillas y canastos que la marea hacía bai­lotear encontróse un macaco que, tiritando de frío y castañe­teando no sé qué improperios contra su amo, buscaba cómo llegar a la playa. Vióle un delfín y acudió presuroso en su ayuda. Hácele sentar sobre su lomo, cual otro Arión de Lesbos, y emprende la duodécima vuelta a la cercana costa. Estaban por llegar, cuando el Delfín, por irn súbito movimiento de curiosi­dad, le preguntó:
-"Es usted de la gran ciudad de Atenas?"
-"Exactamente", responde el macaco (que era de Car­tago); soy muy conocido en la alta sociedad. Si en algo le puedo servir, estoy a sus órdenes. Uno de mis hermanos es concejal, y otro, diputado por Beocia.
-"¡Muchas gracias!" responde el cetáceo remwndo y apro­ximán-dose cada vez más al desembarcadero. "Dígame, señor (y perdone la curiosidad), ¿sin duda conoce también El Pireo?”
-«¡Y cómo si lo conozco!" responde el macaco acomodán­dose más y mejor en el lomo del Delfín: "El Pireo es mi amigo particular desde la infancia..."
El cuadrumano embustero había tomado el nombre de un puerto por el de una persona de carne y hueso.
El delfín se rió a las calladas del quiproquo, miró por sobre la aleta dorsal al náufrago, y comprobó, fastidiado, que no lle­vaba un hombre sino un mono. Pica inmediatamente para ga­nar en profundidad, deja el macaco flotando a merced de las olas, y se va a toda máquina en busca de algún ser humano que necesite su ayuda.

"Abundan los micos con saco y pantalones que toman el Chimborazo por un mar, el Sol por un disco, la cochinilla por un árbol, y a Napoleón el Grande por un capitán de Ciarlo­magno. Hablan de todo, sentencian a trochemoche, critican lo que no conocen ni por las tapas... ¡parque son doctores!"

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