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jueves, 21 de marzo de 2013

El baturro y la sierpe

Aquel Toribío que se topó en un monte ralo con una gran víbora de cascabel a la que ultimó contra el parecer de varios árbitros, tenía un primo en las Asturias de Oviedo.
Un día blanquecino de Invierno salió este primo de su casuca para dirigirse al bosque cercano; la nieve todo lo cu­bría, una neblina espesa sólo permitía ver diez metros a la redonda.
De súbito, al borde del sendero nevado percibe, ¡nmóvil, una sierpe de gran tamaño; el reptil, transido de frío, casi ina­nimado, no podía llegar a soterrarse para invernar, y su muer­te era cuestión de tiempo.
El baturro, compasivo con los animales, como pide la So­ciedad Protectora, posterga su corte de leña, carga con el ser­pentón amodorrado y lo lleva con gentil compás de pies a su hogar. El fuego ardía bajo la campana de la chimenea, alimentado por los zoquetes de encina que sostenían los morillos; de la renegrida cadena colgaba el cobrizo caldero casi repleto de carne, legumbres y hortalizas.
Con sumo cuidado deposita el huésped su culebrón a dis­creta distancia del fogón chisporroteante, y se sienta para co­mer cuatro castañas y beber un trago, mientras el "insecto" como lo denomina La Fontaíne, vuelve en sí desde el dintel del reino, de las sombras.
Un cuarto de hora no ha transcurrido y ya el calor vivifi­cante recorre como un estremecimiento la verdinegra maroma ofidia; poco después abre los ojos la sierpe como quien des­pierta a nueva e ínesperada vida; luego, ensaya desenrollar el anillado cuerpo; finalmente, acuciada por el fuego, se yergue colérica, bambolea la cabeza, esgrime la acelerada lengua y hace oír el temeroso silbo... De súbito se encoge, formando un arco y va a saltar sobre Pafnucio (por lo menos así lo cuenta él; otros opinan que la sierpe quería sencillamente alejarse del fuego. Cuestiones y problemas quizás insolubles).
El baturro, echando más fuego por sus ojos que el fogón por la chirnenea, enarboló el hacha, da un salto a retaguardia y cuando el culebrón toca nuevamente tierra, de dos mandobles lo corta en tres: cabeza, tronco y cola.
-"¡Desagradecida bestia! ¿Es manera esa de pagarme el servicio de haberte salvado la vida? ¿Quitarla al bienhechor? ¡Muere tú, sierpe maldita!"
Esto lo rugía encarándose con los tres pedazos de culebra que brincoteabxn por el suelo entre las sombras y los destellos color sangre que la hoguera reflejaba en aquel cuadro de Rem­brandt.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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