Un día blanquecino de Invierno salió este primo de su
casuca para dirigirse al bosque cercano; la nieve todo lo cubría, una neblina
espesa sólo permitía ver diez metros a la redonda.
De súbito, al borde del sendero nevado percibe, ¡nmóvil,
una sierpe de gran tamaño; el reptil, transido de frío, casi inanimado, no
podía llegar a soterrarse para invernar, y su muerte era cuestión de tiempo.
El baturro, compasivo con los animales, como pide la So ciedad Protectora, posterga
su corte de leña, carga con el serpentón amodorrado y lo lleva con gentil
compás de pies a su hogar. El fuego ardía bajo la campana de la chimenea, alimentado
por los zoquetes de encina que sostenían los morillos; de la renegrida cadena
colgaba el cobrizo caldero casi repleto de carne, legumbres y hortalizas.
Con sumo cuidado deposita el huésped su culebrón a discreta
distancia del fogón chisporroteante, y se sienta para comer cuatro castañas y
beber un trago, mientras el "insecto" como lo denomina La Fontaíne , vuelve en sí
desde el dintel del reino, de las sombras.
Un cuarto de hora no ha transcurrido y ya el calor
vivificante recorre como un estremecimiento la verdinegra maroma ofidia; poco
después abre los ojos la sierpe como quien despierta a nueva e ínesperada
vida; luego, ensaya desenrollar el anillado cuerpo; finalmente, acuciada por el
fuego, se yergue colérica, bambolea la cabeza, esgrime la acelerada lengua y
hace oír el temeroso silbo... De súbito se encoge, formando un arco y va a
saltar sobre Pafnucio (por lo menos así lo cuenta él; otros opinan que la
sierpe quería sencillamente alejarse del fuego. Cuestiones y problemas quizás
insolubles).
El baturro, echando más fuego por sus ojos que el
fogón por la chirnenea, enarboló el hacha, da un salto a retaguardia y cuando
el culebrón toca nuevamente tierra, de dos mandobles lo corta en tres: cabeza,
tronco y cola.
-"¡Desagradecida bestia! ¿Es manera esa de
pagarme el servicio de haberte salvado la vida? ¿Quitarla al bienhechor? ¡Muere
tú, sierpe maldita!"
Esto lo rugía encarándose con los tres pedazos de
culebra que brincoteabxn por el suelo entre las sombras y los destellos color
sangre que la hoguera reflejaba en aquel cuadro de Rembrandt.
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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