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jueves, 21 de marzo de 2013

El avaro y sus mozos

Erase un sórdido tejedor de Issacar con dos muchachos tan listos que, al decir de gravísimos autores, las propias Parcas, Cloto, Laquesis y Atropos, hiladoras de los mismos infiernos, hubieran hecho mediocre figura a su lado: eran sus hilos y he­bras un primor de pulcritud y de matemática precisión.
El patrón, por su parte, era un cronómetro en lo de no des­perdiciar un minuto, un tercio, de tiempo y de luz para hacer funcionar tornos y husos; dormía con los ojos abiertos como liebre, y apenas la Alborada teñía de albayalde el pórtico de Aurora, y Tétis, consorte de Océanus, ponía en fuga la cuadriga de Febo, esto es, (hablando en cristiano), apenas amanecía, cuando ya comenzaba la labor hilandera.
Dale que dale al torno, gira que gira el huso, rueda que rueda la máquina del telar, era aquello un ajetreo que duraba de sol a sol, y en nada se parecía ni a "Las Hilanderas" de Meldelssohn, ni al "Coro delle Filatrici" del Buque Fantasma de R. Wágner, ni a ninguna de esas composiciones característi­cas de los maestros de la música descriptiva de hoy que dan la ilusión de una fábrica de tejidos, de una herrería, de un mer­cado, y de un manicomio... ¡oh manes de Palestrina, Bach, Beethoven y Verdi!
Apenas, pues amanecía Dios, estaba el viejo Esaú de pie echándose a cuestas algunos guiñapos grasientos y agujerea­dos; encendía luego un cabo de vela de sebo renegrido que apestaba y echaba más humo que llama, y corría a zamarrear a los dos mancebos que dormían a puño cerrado a una legua de profundidad del dintel de la conciencia de este mundo y sus bellaquerías.
Ahora bien, es de saber que el patrón arremetía diaria­menie a sus mozos en el preciso instante en que un gallo viejo soltaba su marcial tonada, anunciando la próxima llegada del nuevo día. Acercábase el vejote a los mozos:
-"¡Arriba, marmotas!" berreaba. "Ya está el sol alto (y faltaban dos horas para su salida) y los días son cortos, dema­siado cortos (en pleno verano). ¡Arriba he dicho!" Y sacudía los catres con remesones de terremoto. Gruñía un mozo, en­treabría los ojos; sacaba el otro un brazo mascullando no sé qué; seguía bramando el patrón y, de súbito, la voz taladrante del gallote ensordeciendo nuevamente a los vecinos.
Sentábanse en los catres los amodorrados mancebos comi­dos de furor y saña, lanzando entre dientes docenas de pésetes al tiempo veloz, cientos de reniegos contra Esaú, y millares de maldiciones al inconsciente gallo...
"¡Morirás, miserable majadero, gritón de satanás, que ni duermes ni dejas dormir.., morirás!
Como era por milésima vez que formulaban tal amenaza, la misma noche que siguió al terremoto lo buscaron, lo pillaron, le torcieron el pescuezo, lo desplumaron en seco, lo hicieron her­vir cuatro horas para ablandarlo siquiera un poco, lo trincha­ron, lo masticaron enérgicamente y lo engulleron, rociándolo, por las dudas, con sendos litros de vino trapiche. Después de lo cual anduvieron en trapicheos, repitiendo chistes y diciendo do­naires acerca de la repentina muerte del despertador cuya cuerda, estambre y piolín de la vida había cortado la Parca cruel.
Súpolo Esaú, y pensó volverse loca; pero luego, reponién­dose, dijo:
"Para todo hay remedio, si no es para la muerte", como decía Sancho Panza, vecino de un mi tatarabuelo en la aldea de Don Quijote. Y pues otros dicen: "a rey muerto, rey puesto", yo añado que "a gallo difunto, sereno bisunto", y ese sereno seré yo, dado que de noche todos los gatos son pardos y nadie me verá.
Efectivamente, cuando los dos mozos, apenas acostados, y muy creídos que podrían dormir en paz, se forjaban una felici­dad digna de Morfeo, cátate al viejo, velita en mano, recorrien­do casa y taller como un duende a toda hora, por temor de que se le pasase el minuto matemático de hacerlos saltar del catre.
-"¡Por cien mil pares de tornos, la hemos hecho buena!" gruñó una de los mancebos. "¡Hombre, si es peor el remedio que la enfermedad, cuartajo!" rugió el compañero.
-"Conste, responde el patrón que llega con sardónica risita, conste que no tengo yo la culpa de que hayan caído en las fauces de Seila por huir del antro de Caribdis".

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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