El patrón, por su parte, era un cronómetro en lo de no
desperdiciar un minuto, un tercio, de tiempo y de luz para hacer funcionar
tornos y husos; dormía con los ojos abiertos como liebre, y apenas la Alborada teñía de
albayalde el pórtico de Aurora, y Tétis, consorte de Océanus, ponía en fuga la
cuadriga de Febo, esto es, (hablando en cristiano), apenas amanecía, cuando ya
comenzaba la labor hilandera.
Dale que dale al torno, gira que gira el huso, rueda
que rueda la máquina del telar, era aquello un ajetreo que duraba de sol a sol,
y en nada se parecía ni a "Las Hilanderas" de Meldelssohn, ni al
"Coro delle Filatrici" del Buque Fantasma de R. Wágner, ni a ninguna
de esas composiciones características de los maestros de la música descriptiva
de hoy que dan la ilusión de una fábrica de tejidos, de una herrería, de un mercado,
y de un manicomio... ¡oh manes de Palestrina, Bach, Beethoven y Verdi!
Apenas, pues amanecía Dios, estaba el viejo Esaú de
pie echándose a cuestas algunos guiñapos grasientos y agujereados; encendía
luego un cabo de vela de sebo renegrido que apestaba y echaba más humo que
llama, y corría a zamarrear a los dos mancebos que dormían a puño cerrado a una
legua de profundidad del dintel de la conciencia de este mundo y sus bellaquerías.
Ahora bien, es de saber que el patrón arremetía diariamenie
a sus mozos en el preciso instante en que un gallo viejo soltaba su marcial
tonada, anunciando la próxima llegada del nuevo día. Acercábase el vejote a los
mozos:
-"¡Arriba, marmotas!" berreaba. "Ya
está el sol alto (y faltaban dos horas para su salida) y los días son cortos,
demasiado cortos (en pleno verano). ¡Arriba he dicho!" Y sacudía los
catres con remesones de terremoto. Gruñía un mozo, entreabría los ojos; sacaba
el otro un brazo mascullando no sé qué; seguía bramando el patrón y, de súbito,
la voz taladrante del gallote ensordeciendo nuevamente a los vecinos.
Sentábanse en los catres los amodorrados mancebos comidos
de furor y saña, lanzando entre dientes docenas de pésetes al tiempo veloz,
cientos de reniegos contra Esaú, y millares de maldiciones al inconsciente
gallo...
"¡Morirás, miserable majadero, gritón de satanás,
que ni duermes ni dejas dormir.., morirás!
Como era por milésima vez que formulaban tal amenaza,
la misma noche que siguió al terremoto lo buscaron, lo pillaron, le torcieron
el pescuezo, lo desplumaron en seco, lo hicieron hervir cuatro horas para
ablandarlo siquiera un poco, lo trincharon, lo masticaron enérgicamente y lo
engulleron, rociándolo, por las dudas, con sendos litros de vino trapiche.
Después de lo cual anduvieron en trapicheos, repitiendo chistes y diciendo donaires
acerca de la repentina muerte del despertador cuya cuerda, estambre y piolín de
la vida había cortado la Parca
cruel.
Súpolo Esaú, y pensó volverse loca; pero luego,
reponiéndose, dijo:
"Para todo hay remedio, si no es para la
muerte", como decía Sancho Panza, vecino de un mi tatarabuelo en la aldea
de Don Quijote. Y pues otros dicen: "a rey muerto, rey puesto", yo
añado que "a gallo difunto, sereno bisunto", y ese sereno seré yo,
dado que de noche todos los gatos son pardos y nadie me verá.
Efectivamente, cuando los dos mozos, apenas acostados,
y muy creídos que podrían dormir en paz, se forjaban una felicidad digna de
Morfeo, cátate al viejo, velita en mano, recorriendo casa y taller como un
duende a toda hora, por temor de que se le pasase el minuto matemático de
hacerlos saltar del catre.
-"¡Por cien mil pares de tornos, la hemos hecho
buena!" gruñó una de los mancebos. "¡Hombre, si es peor el remedio
que la enfermedad, cuartajo!" rugió el compañero.
-"Conste, responde el patrón que llega con
sardónica risita, conste que no tengo yo la culpa de que hayan caído en las
fauces de Seila por huir del antro de Caribdis".
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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