TENGO un amigo, cuyo nombre no
viene al caso, que además trabaja en la misma empresa que yo en calidad de
Presidente
Cierto día me contó que le gustaba
tratar con gentes de diferentes religiones, testigos de Jehová, mormones y
demás. Tenía costumbre trabajar los sábados por la tarde en la oficina, por eso
de que nadie te molesta. Al parecer, uno de estos sábados, se le presentó un
mormón, el reverendo Smith, al cual ya conocía por habérselo encontrado en dos
ocasiones anteriores, una en Barcelona y otra en Frankfurt.
Lo pasa a su despacho y transcurren
las horas charlando sobre temas de toda clase y, naturalmente, sobre el
Reverendo John, fundador de tal secta en EEUU.
Cae la tarde y proceden a
despedirse; pero antes de salir el reverendo Smith ruega al Presidente que le
permita rezar por él. Calla mi Presidente, sentado en una silla. Cae de
rodillas el buen mormón delante de él y reza. Un rayo de sol entrando por la
ventana ilumina la escena otorgándole una belleza plástica.
Transcurridos unos días y estando
hablando con la mujer de la limpieza, que aprovechaba también los sábados para
limpiar, me comentó con el mayor sigilo:
-Ay, señorito, qué bueno debe ser
nuestro Presidente.
¡Un santo!
Fíjese que el otro sábado cuando
entré a limpiar su despacho había un señor de rodillas rezándole. Yo abrí la
puerta muy despacio, y allí estaban, como le digo, y la volví a cerrar… y ellos
ni enterarse. Como le digo, señorito, un santo… un verdadero santo.
1.009. Eguileor (Felix de)
No hay comentarios:
Publicar un comentario