En cierto
reino, en cierto país, érase un viejo que tenía un hijo. Padre e hijo recorrían
pueblos y ciudades vendiendo diferentes mercaderías.
Un día
partió el hijo a unas aldeas de los alrededores con ese mismo menester. Anda
que te anda -no sé si mucho o poco, no sé si hasta muy lejos o no, llegó cerca
de una casita donde pidió albergue para la noche.
-Entra y
acomódate -contestó la vieja que allí vivía. Pero con la condición de que me digas
una adivinanza que nadie haya acertado.
-Está
bien, abuela.
Entró el
mercader en la casita, y la vieja le dio comida y bebida, le preparó el baño,
le dispuso un lecho y, cuando estuvo acostado, se sentó allí cerca y le mandó
que le dijera una adivinanza.
-Espera
un poco, abuelita. Déjame pensar.
Mientras
pensaba el mercader, la vieja se durmió. Entonces él se vistió en seguida y
salió a toda prisa de la casita.
La vieja
le oyó rebullir, se despertó y viendo que el mercader se marchaba, salió
corriendo con un vaso de cierto brebaje y se lo ofreció.
-Toma un
trago antes de ponerte en camino -le dijo.
Pero el
mercader no quiso beber nada al ponerse en camino. Echó el brebaje en un jarro
que llevaba y se marchó.
Camina
que te camina, le sorprendió la noche oscura en pleno campo. Se dispuso a
dormir a cielo raso, allí donde Dios le había conducido. En esto se acordó del
brebaje que le había ofrecido la vieja y se preguntó qué sería aquello. Agarró
el jarro, se vertió un poco de líquido en la mano, luego frotó con la mano su
látigo y atizó al caballo con el látigo. Nada más pegarle, el caballo reventó.
Por la
mañana cayeron treinta cuervos sobre la carroña del caballo, la emprendieron a
picotazos y, cuando acabaron con él, se murieron todos.
El
mercader recogió los cuervos muertos y los colgó de unos árboles.
Entonces
acertó a pasar por allí una caravana con mercaderías. Los dependientes que iban
a su cuidado vieron las aves en los árboles, las descolgaron, las asaron y se
las comieron. En cuanto se las comieron, cayeron todos muertos.
El
mercader se hizo con la caravana y emprendió la vuelta a su casa. Anda que te
anda -no sé si mucho o poco, no sé si hasta muy lejos o no- llegó a casa de la
misma vieja a pedir albergue para la noche.
La vieja
le dio comida y bebida, le preparó el baño, le dispuso un lecho y le mandó que
le dijera una adivinanza.
-Está
bien, abuela. Te diré una. Pero, dejemos las cosas claras para empezar: si
aciertas, te quedas con toda mi caravana de mercaderías; si no aciertas, me
darás tanto dinero como vale mi caravana de mercaderías.
La vieja
aceptó las condiciones.
-Escucha,
pues: del vaso, al jarro; del jarro, a la mano; de la mano, al látigo; del
látigo, al caballo; del caballo, a treinta cuervos, y de treinta cuervos, a
treinta mancebos.
La vieja
estuvo dándole vueltas y más vueltas a la adivinanza, pero no pudo acertarla.
No le quedó más remedio que pagar.
Entonces
el mercader regresó a su casa con el dinero y las mercaderías y vivió tan
campante.
Cuento popular ruso
1.001 Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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