De sobra sabía él, que, para ir con
suerte de viaje, era preciso salir con el pie izquierdo. Aquel día, no se había
fijado y, todo parecía salirle al revés. Por vez primera en su vida, marchaba a
las ferias de León; ya en casa, con el tiempo justo para llegar a la hora del
tren, le rompió un cordón de las botas, por lo que hubo de perder cinco minutos
en la compostura; para colmo de desdichas, cuando llevaba dos kilómetros de
marcha por carretera, se acordó que le quedaba en casa, la bota del vino y dió
vuelta a por ella. Conclusión: Llegó al Exprés, cuando la taquilla, estaba
cerrada.
Rogó, imploró, trató de sobornar al
jefe, para que le expendiese billete y, no fué posible. Entonces, con gesto de
desprecio, subiendo las escaleras del vagón, le dijo:
-Pior pa la
Compañía.
¡Así viajo gratis,
porque soy amigu
del Interventor!
Buscó asiento
y arrellanóse tranquilamente en
un cómodo departa-mento de
primera.
Rápidamente, púsose a meditar:
"Al Interventor no lu conozco,
porque non conozco a ningunu.
"Si no lu convenzo con
palabres, no lu convenzo con nada. Voy pensar un cuentu.
"Si sal bien, viajo gratis.
"Si sal mal, pago el doble y
se acabó el cuentu.
"Por si sal bien, voy en primera,
de primera; con calefacción y una señorita al llau.
"Si sal mal, digo que voy
confundíu y paso pa tercera".
Fueron pasando estaciones. En Ujo,
cambió las máquinas de vapor el tren, por otras más elegantes, eléctricas, para
presumir subiendo el presuntuoso Pajares. Llegando a Navidiello, Pimienta, notó
en el estómago un leve
cosquilleo y, conocedor
perfecto de la
causa, comentó:
-¡Tienes razón! ¡Daréte algo!
-Calmosamenté desató el gran bulto.
Extrajo un pollo completa y un buen
trozo de panchón; sin más, echó un gran dentazo al ave, Tomó la bota, que había
puesto colgando en el porta-maletas y dió un
buen chupazo. Después,
ofreció galantemente vino a
la señorito, Del
pollo, no se
acordó. Llegó comiendo hasta
Busdongo, y todavía
masticando y chupando
los huesos del pollo estaba, cuando se presentó el Interventor.
-Háganme el favor.
-Agora mésmo.
-Rápido respondió Pimienta.
-Va perdoname que llimpie un poco
les manes. Tan muy engrasentaes.
Mientras tanto el empleado, picó el
billete de la señorita.
-"Suerte y al animal".
-Entre dientes pensó el aldeano.
Púsose en pie; hizo ademán
de sacar la
cartera y, mirando
con fijeza al Interventor, le dijo:
-Traigo aquí una carta pa usté.
-¿Para mí?
-Extrañado volvió a interrogar el
empleado.
-Si señor. ¿Usté non ye el
Interventor?
-Si, señor.
-Pos el
mesmu. Ye de
su má. Diómela
muy urgente. -Afir-mó seriamente, Pimienta.
-Caballero.
-Reponía el
Interventor.
-Debe de
estar usted confundido. Con mí
madre he estado yo, al salir, en la
Estación de Gijón.
-"Metí la pata".
-Pensó. Mas reacionando
rápidamente, arguyó:
-¿Usté non ye Hipólito Suárez, fíu
de doña Manuela López?
-Yo no soy Hipólito. Me llamo,
Juan.
-Afirmó aquél.
-¡Me valga San Pedro! ¿Agora cómo
m'arreglo? El casu ye que se trata de algo urgentísimo ¿sabe usté? Esi
Hipólito, ye Interventor del tren y siéndolo
cómo non ye
usté? -Interrogó de
la forma más cándida del mundo.
-Hombre, amigo mío, -compasivo
decía el empleado.
-Interven-tores hay muchos.
-Como digo, ye Interventor y so má,
D. Manuela verania en mió pueblo. El casu ye que, el maridu, padre del
Interventor, púnxose de sacute malísimu y pidiói perres pa penecilina, porque
sinón la palma.
Como yo
voy a Palencia
a ver un
amigu que viende
mantes, pos ofrecíme pa dai quinientes
pesetes, que van en el
sobre, al fíu...
¿Usté non conoz a los otros
interventores?
-A casi todos ¿Cómo dice que se
llama? Interrogá el ferroviario.
-Pólito. Pólito Suárez.
-Hipólito... Hipólito; me suena el
nombre, pero no, caigo. ¿No le dijo su madre dónde vivía o en qué tren iba?
-La
probe taba tan
desconsolada con lo
del maridu -reponía Pimienta- que
toa llorosa non
me dixo más
que: «¡Pimienta, Pimienta del
alma; tó que vas a Palencia, day al mió fíu esta carta; dientro van quinientes
pesetes, que ye la vida del mió maridu del alma. El mió fíu, ye el que pica los
billetes del tren». Fó tó, lo que me dixo.
-¡Pobre! Se
explica; en circunstancias así,
no se acierta
a decir nada. ¡Vaya por Dios!
-Compasivo, reponía Juan.
-Oiga. Tá ocurriéndoseme una cosa.
Usté ye más llistu que yo y pué encontralu. Podía faceme el favor de da¡ usté
la carta. Paezme formal y non desconfío.
-Mire usted,
señor. Casi seguro
que daría con
él, pero no me
agradan esos encargos. Mire usted; voy a terminar la intervención, porque estamos
llegando a León e iré
a ver a
mi compañero que viene atrás y le preguntaré. Posiblemente
sepa él, darme noticias.
Enseguida vuelvo.
-¡Non tarde,
por Dios, señor!
-Plañidero reponía
Pimienta -Toy muy intranquilu.
Apenas se
alejó, el aldeano,
restregó las manos,
tentó la bota, guiñó un ojo a la señorita, que se
sonrió, y comentó:
-De primera, señorita. De primera.
-¿El qué?
-Preguntó ella.
-El tiempo, monina. Tá de
primavera. -con nuevo frotamiento de manos, decía aquél.
-Ah, sí, estupendo.
-Se limitó a decir la
señorita.
-¿Falta muncho pa llegar a León,
oh?
-Interrogó Pimienta.
-Poco. Hemos pasado Pola Gordón, Santa Lucía. Veinte minutos más
o menos.
-Repuso aquélla.
-¡Entós, da tiempo de comer un
bocadín!
Atacó con fiereza a una chuleta y
con el bocado en la boca, se acordó
de invitar a la señorita.
Finamente, se excusó,
al mismo tiempo que preguntaba:
-¿Pero usted no va a Palencia?
-iPhssf Pero... por si o por non,
el capiellu pon.
El tren, aminoraba la marcha.
Quedaban hacia atrás los arrabales de
León; ya Pimienta
había atado cuidadosamente el paquete.
Cuando el vehículo entraba en
ahujas, el interventor que llega
-Mire usted
señor. Mi compañero
no le conoce.
La siento; en Palencia, infórmese por el jefe de Estación. Como he de entregar aquí la
intervención, a otro, tenga la bondad de darme su billete.
-¿El billete?
¡Ay, señor; el casu ye que no lu tengo! -Lastimosamente respondió.
-¿Qué no lo tiene? ¡Pero hombre!
¿No sabe usted, que para viajar ¡y
en primera! hay
que llevar billete?
Gritó más que
habló el empleado.
-¡Olvidóseme es¡ detalle! ¡Un
álvidu tiénlu cualquiera!
-Pues bien; para que no se le
olvide, me pagará usted doble. Es mi obligación.
-¡Non pué ser! ¡Son munches perres
y lo que falta pa Palencia!
Con cara angustiada reponía
Pimienta.
-Ya le digo que es mi obligación.
Unicamente, haciéndole un gran favor, puede usted bajarse aquí en León y sacar
billete; le dá tiempo.
Repito, es un gran, favor,
haciéndome cargo de la circunstancia que le lleva a hacer otro a un compañero.
-iHome, amigu,
deme la mano! ¡Y un
abrazu! Usté ye
un bon amigu míu y un bon
compañeru del otru.
Emocionado le abrazaba nuestro
hombre, muerto de risa para sus interiores.
-Por eso
le hago ese
favor.
-Medio conmovido
repetía el
Interventor, al verse tan efusivamente
agradecido.
A lo que Pimienta, ya caminando por
el pasillo del vagón, reponía:
-Qué conste que no lu engaño ¿eh?
El favor fáimelu a mí; non a él.
En el andén, soltó la carcajada,
limpióse la frente y entre dientes comentó.
-¡Bona cencia hay que tener, pa
viajar gratis!
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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