Translate

lunes, 31 de diciembre de 2012

Amigu del interventor

De sobra sabía él, que, para ir con suerte de viaje, era preciso salir con el pie izquierdo. Aquel día, no se había fijado y, todo parecía salirle al revés. Por vez primera en su vida, marchaba a las ferias de León; ya en casa, con el tiempo justo para llegar a la hora del tren, le rompió un cordón de las botas, por lo que hubo de perder cinco minutos en la compostura; para colmo de desdichas, cuando llevaba dos kilómetros de marcha por carretera, se acordó que le quedaba en casa, la bota del vino y dió vuelta a por ella. Conclusión: Llegó al Exprés, cuando la taquilla, estaba cerrada.
Rogó, imploró, trató de sobornar al jefe, para que le expendiese billete y, no fué posible. Entonces, con gesto de desprecio, subiendo las escaleras del vagón, le dijo:
-Pior  pa  la  Compañía.  ¡Así  viajo  gratis,  porque  soy  amigu  del Interventor!
Buscó  asiento  y  arrellanóse  tranquilamente  en  un  cómodo departa-mento de primera.
Rápidamente, púsose a meditar:
"Al Interventor no lu conozco, porque non conozco a ningunu.
"Si no lu convenzo con palabres, no lu convenzo con nada. Voy pensar un cuentu.
"Si sal bien, viajo gratis.
"Si sal mal, pago el doble y se acabó el cuentu.
"Por si sal bien, voy en primera, de primera; con calefacción y una señorita al llau.
"Si sal mal, digo que voy confundíu y paso pa tercera".
Fueron pasando estaciones. En Ujo, cambió las máquinas de vapor el tren, por otras más elegantes, eléctricas, para presumir subiendo el presuntuoso Pajares. Llegando a Navidiello, Pimienta, notó en el estómago  un  leve  cosquilleo  y,  conocedor  perfecto  de  la  causa, comentó:
-¡Tienes razón! ¡Daréte algo!
-Calmosamenté desató el gran bulto.
Extrajo un pollo completa y un buen trozo de panchón; sin más, echó un gran dentazo al ave, Tomó la bota, que había puesto colgando en el  porta-maletas  y  dió  un  buen  chupazo.  Después,  ofreció galantemente  vino  a  la  señorito,  Del  pollo,  no  se  acordó.  Llegó comiendo  hasta  Busdongo,  y  todavía  masticando  y  chupando  los huesos del pollo estaba, cuando se presentó el Interventor.
-Háganme el favor.
-Agora mésmo.
-Rápido respondió Pimienta.
-Va perdoname que llimpie un poco les manes. Tan muy engrasentaes.
Mientras tanto el empleado, picó el billete de la señorita.
-"Suerte y al animal".
-Entre dientes pensó el aldeano. Púsose en pie;  hizo  ademán  de  sacar  la  cartera  y,  mirando  con  fijeza  al Interventor, le dijo:
-Traigo aquí una carta pa usté.
-¿Para mí?
-Extrañado volvió a interrogar el empleado.
-Si señor. ¿Usté non ye el Interventor?
-Si, señor.
-Pos  el  mesmu.  Ye  de  su  má.  Diómela  muy  urgente.  -Afir-mó seriamente, Pimienta.
-Caballero. 
-Reponía  el  Interventor. 
-Debe  de  estar  usted confundido. Con mí madre he estado yo, al salir, en la Estación de Gijón.
-"Metí la pata".
-Pensó. Mas reacionando rápidamente, arguyó:
-¿Usté non ye Hipólito Suárez, fíu de doña Manuela López?
-Yo no soy Hipólito. Me llamo, Juan.
-Afirmó aquél.
-¡Me valga San Pedro! ¿Agora cómo m'arreglo? El casu ye que se trata de algo urgentísimo ¿sabe usté? Esi Hipólito, ye Interventor del tren  y  siéndolo  cómo  non  ye  usté?  -Interrogó  de  la  forma  más cándida del mundo.
-Hombre, amigo mío, -compasivo decía el empleado.
-Interven-tores hay muchos.
-Como digo, ye Interventor y so má, D. Manuela verania en mió pueblo. El casu ye que, el maridu, padre del Interventor, púnxose de sacute malísimu y pidiói perres pa penecilina, porque sinón la palma.
Como  yo  voy  a  Palencia  a  ver  un  amigu  que  viende  mantes,  pos ofrecíme  pa  dai  quinientes  pesetes,  que  van  en  el  sobre,  al  fíu...
¿Usté non conoz a los otros interventores?
-A casi todos ¿Cómo dice que se llama? Interrogá el ferroviario.
-Pólito. Pólito Suárez.
-Hipólito... Hipólito; me suena el nombre, pero no, caigo. ¿No le dijo su madre dónde vivía o en qué tren iba?
-La  probe  taba  tan  desconsolada  con  lo  del  maridu  -reponía Pimienta-  que  toa  llorosa  non  me  dixo  más  que:  «¡Pimienta, Pimienta del alma; tó que vas a Palencia, day al mió fíu esta carta; dientro van quinientes pesetes, que ye la vida del mió maridu del alma. El mió fíu, ye el que pica los billetes del tren». Fó tó, lo que me dixo.
-¡Pobre!  Se  explica;  en  circunstancias  así,  no  se  acierta  a  decir nada. ¡Vaya por Dios! -Compasivo, reponía Juan.
-Oiga. Tá ocurriéndoseme una cosa. Usté ye más llistu que yo y pué encontralu. Podía faceme el favor de da¡ usté la carta. Paezme formal y non desconfío.
-Mire  usted,  señor.  Casi  seguro  que  daría  con  él,  pero  no  me agradan esos encargos. Mire usted; voy a terminar la intervención, porque  estamos  llegando  a  León  e  iré  a  ver  a  mi  compañero  que viene atrás y le preguntaré. Posiblemente sepa él, darme noticias.
Enseguida vuelvo.
-¡Non  tarde,  por  Dios,  señor! 
-Plañidero  reponía  Pimienta  -Toy muy intranquilu.
Apenas  se  alejó,  el  aldeano,  restregó  las  manos,  tentó  la  bota, guiñó un ojo a la señorita, que se sonrió, y comentó:
-De primera, señorita. De primera.
-¿El qué?
-Preguntó ella.
-El tiempo, monina. Tá de primavera. -con nuevo frotamiento de manos, decía aquél.
-Ah, sí, estupendo.
-Se limitó a decir la señorita. 
-¿Falta muncho pa llegar a León, oh?
-Interrogó Pimienta.
-Poco. Hemos pasado  Pola Gordón, Santa Lucía. Veinte minutos más o menos.
-Repuso aquélla.
-¡Entós, da tiempo de comer un bocadín!
Atacó con fiereza a una chuleta y con el bocado en la boca, se acordó  de  invitar  a  la  señorita.  Finamente,  se  excusó,  al  mismo tiempo que preguntaba:
-¿Pero usted no va a Palencia?
-iPhssf Pero... por si o por non, el capiellu pon.
El tren, aminoraba la marcha. Quedaban hacia atrás los arrabales de  León;  ya  Pimienta  había  atado  cuidadosamente  el  paquete.
Cuando el vehículo entraba en ahujas, el interventor que llega
-Mire  usted  señor.  Mi  compañero  no  le  conoce.  La  siento;  en Palencia, infórmese por el jefe de  Estación.  Como he de  entregar aquí la intervención, a otro, tenga la bondad de darme su billete.
-¿El  billete?  ¡Ay, señor; el  casu ye que no lu tengo!  -Lastimosamente respondió.
-¿Qué no lo tiene? ¡Pero hombre! ¿No sabe usted, que para viajar ¡y  en  primera!  hay  que  llevar  billete?  Gritó  más  que  habló  el empleado.
-¡Olvidóseme es¡ detalle! ¡Un álvidu tiénlu cualquiera!
-Pues bien; para que no se le olvide, me pagará usted doble. Es mi obligación.
-¡Non pué ser! ¡Son munches perres y lo que falta pa Palencia!
Con cara angustiada reponía Pimienta.
-Ya le digo que es mi obligación. Unicamente, haciéndole un gran favor, puede usted bajarse aquí en León y sacar billete; le dá tiempo.
Repito, es un gran, favor, haciéndome cargo de la circunstancia que le lleva a hacer otro a un compañero.
-iHome,  amigu,  deme  la  mano!  ¡Y  un  abrazu!  Usté  ye  un  bon amigu míu y un bon compañeru del otru.
Emocionado le abrazaba nuestro hombre, muerto de risa para sus interiores.
-Por  eso  le  hago  ese  favor. 
-Medio  conmovido  repetía  el
Interventor, al verse tan efusivamente agradecido.
A lo que Pimienta, ya caminando por el pasillo del vagón, reponía:
-Qué conste que no lu engaño ¿eh? El favor fáimelu a mí; non a él.
En el andén, soltó la carcajada, limpióse la frente y entre dientes comentó.
-¡Bona cencia hay que tener, pa viajar gratis!

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

No hay comentarios:

Publicar un comentario